Michael Connelly - Cauces De Maldad

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Bosch investiga esta vez la muerta del ex pro filer del FBI. Terry McCaleb (protagonista de Deuda de sangre, libro que fue llevado al cine de la mano de Clint Eastwood). Sus indagaciones le inducen a sospechar que el tristemente famoso asesino en serie conocido como el Poeta -al que se daba por muerto-podría hallarse involucrado en la repentina defunción de McCaleb. Bosch decidirá entonces pedir la ayuda de la agente del FBI Rachel Welling, encargada en su día de la investigación de los crímenes cometidos por el Poeta.

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– Vendemos camisetas con este dibujo -me informó Tammy-. Veinte pavos.

– Genial -dije, al tiempo que abría la carpeta.

Resultó que era un curioso menú, personalizado para Tammy. Contenía una única hoja de papel con dos columnas. Una consignaba los actos sexuales que ella estaba dispuesta a realizar y la duración de cada sesión, y la otra detallaba los precios que estos servicios iban a costarle al cliente. Detrás de dos de los actos sexuales había asteriscos. En la parte inferior se explicaba que los asteriscos eran una especialidad personal.

– Bueno -dije, mirando las columnas-. Creo que voy a necesitar un traductor para algunos de éstos.

– Yo te ayudaré. ¿Cuáles?

– ¿Cuánto cuesta sólo hablar?

– ¿Qué quieres decir que tú me digas guarradas, o que yo te diga guarradas?

– No, sólo hablar. Quiero preguntarte por un hombre al que estoy buscando. Es de por aquí.

Su postura cambió. Enderezó la espalda, y al hacerlo puso unos centímetros más de distancia entre nosotros, lo cual no me molestó porque su perfume me estaba perforando unas fosas nasales ya irritadas por el incienso.

– Creo que es mejor que hables con Tawny cuando termine.

– Quiero hablar contigo, Tammy. Tengo cien dólares por cinco minutos. Lo doblaré si me das una pista sobre este tío.

Ella vaciló mientras se lo pensaba. Doscientos dólares ni siquiera equivalía a una hora de trabajo, según el menú, pero tenía la sensación de que los precios del menú eran negociables y, además, no había gente haciendo cola sobre el cemento rosa para entrar en el local.

– Alguien se va a llevar mi dinero aquí -dije-. Podrías ser tú.

– Vale, pero ha de ser rápido. Si Tawny descubre que no eres un cliente de pago te va a echar de una patada y me pondrá la última de la lista.

Entendí que había abierto la puerta porque le tocaba a ella. Yo podía haber elegido a cualquiera de las mujeres del sofá, pero Tammy tenía la primera opción sobre mí.

Hurgué en mi bolsillo y le di un billete de cien. El resto me lo quedé en la mano mientras sacaba la carpeta y la abría. Rachel había cometido un error al preguntar a la mujer de Sheila's si reconocían a los hombres de las fotos. La razón era que le faltaba la confianza que tenía yo. Yo estaba más seguro de mi teoría y no cometí ese error con Tammy.

La primera foto que le mostré era la imagen frontal de Shandy en el barco de Terry McCaleb.

– ¿Cuándo fue la última vez que lo viste por aquí? -le pregunté.

Tammy miró la foto durante varios segundos. No la cogió, aunque se la había dado para que ella la sostuviera. Después de lo que pareció un momento interminable, cuando ya pensaba que se abriría la puerta y la mujer llamada Tawny me pediría que me fuera, ella habló finalmente.

– No lo sé… un mes, al menos, puede que más. No he vuelto a verle.

Tenía ganas de subirme a la cama y ponerme a dar botes, pero mantuve la calma. Quería que creyera que sabía todo lo que ella me estaba diciendo. Así se sentiría más cómoda y sería más comunicativa.

– ¿Recuerdas dónde lo viste?

– Aquí enfrente. Acompañé a un cliente a la puerta y Tom estaba allí esperando.

– Aja. ¿Te dijo algo?

– No, nunca dice nada. De hecho ni siquiera me conoce.

– ¿Qué ocurrió entonces?

– No ocurrió nada. Mi cliente se metió en el coche y se fueron.

Estaba empezando a formarme una idea. Tom tenía un coche, era chófer.

– ¿Quién lo llamó? Lo llamaste tú o ya lo había hecho el cliente antes.

– Probablemente Tawny, no lo recuerdo.

– Porque pasaba siempre.

– Sí.

– Pero no ha estado por aquí en, ¿cuánto?, ¿un mes?

– Sí, quizá más. ¿Es suficiente pista? ¿Qué quieres?

Ella estaba mirando el segundo billete que tenía yo en la mano.

– Dos cosas. ¿Conocías el apellido de Tom?

– No.

– Bueno, ¿cómo contactaba con él alguien que necesitara un viaje?

– Lo llamaba, supongo.

– ¿Puedes darme el número?

– Vete al bar, desde allí lo llamábamos. No me sé el número de memoria. Está apuntado allí, al lado del teléfono.

– En el bar, de acuerdo. -No le di el dinero-. Una última cosa.

– Eso ya lo has dicho.

– Ya lo sé, pero esta vez es en serio.

Le mostré las seis fotos de los hombres desaparecidos que había traído Rachel. Eran mejores y mucho más claras que las que acompañaban el artículo de periódico. Eran cándidos retratos en color que sus familias habían entregado a la policía de Las Vegas y después habían sido entregadas como cortesía al FBI.

– ¿Algunos de estos tipos eran clientes tuyos?

– Mira, aquí no hablamos de clientes. Somos muy discretas y no damos esa clase de información.

– Están muertos, Tammy. No importa.

Sus ojos se abrieron como platos y después bajaron a las fotos que tenía yo en la mano. Estas las cogió y las miró como si fueran una mano de naipes. Por la manera en que sus ojos brillaron me di cuenta de que le había servido un as.

– ¿Qué?

– Bueno, este tipo se parece a uno que estuvo aquí. Estuvo con Mecca, creo. Puedes preguntárselo a ella.

Oí que sonaba dos veces un claxon. Sabía que era el de mi coche. Rachel se estaba impacientando.

– Ve a buscar a Mecca. Entonces te daré el segundo billete. Dile que también tengo dinero para ella. No le digas lo que quiero, sólo dile que quiero dos chicas a la vez.

– Vale, pero nada más. Me pagarás.

– Lo haré.

Ella salió de la habitación y yo me quedé sentado en la cama y eché un vistazo a mi alrededor mientras esperaba. Las paredes tenían paneles de madera de cerezo falsa. Había una ventana con una cortina de volantes. Me estiré sobre la cama y descorrí la cortina. No se veía otra cosa que desierto estéril. La cama y la caravana bien podrían haber estado en la luna.

La puerta se abrió y yo me volví, preparado para darle a Tammy el resto del dinero y para buscar en mi bolsillo la parte de Mecca. Pero en el umbral no había dos mujeres, sino dos hombres. Eran grandes -sobre todo uno- y los brazos que asomaban por debajo de las camisetas negras estaban completamente grabados con tatuajes carcelarios. En el bíceps del hombre más grande había una calavera con un halo que me informó de quiénes eran.

– ¿Qué pasa, Doc? -dijo el más grande.

– Tú debes de ser Tawny -dije.

Sin decir palabra, se agachó y me agarró por la chaqueta con ambos puños. Me levantó de la cama de un tirón y me arrojó al pasillo a los brazos del compañero que esperaba. Este me empujó por el pasillo en dirección contraria a la que había venido al entrar. Me di cuenta de que el bocinazo de Rachel había sido una advertencia, no una señal de impaciencia. Lamenté no haberlo entendido cuando Gran y Pequeño Esteroide me empujaron al terreno rocoso del desierto a través de una puerta trasera.

Caí sobre las manos y rodillas, y me estaba recuperando y levantándome cuando uno de ellos me puso la bota en la cadera y me derribó de nuevo. Traté de levantarme una vez más, y en esta ocasión me lo permitieron.

– He dicho, ¿qué pasa, Doc? ¿Tienes un negocio aquí?

– Sólo estaba haciendo preguntas y pensaba pagar por las respuestas. No creía que eso fuera un problema.

– Bueno, socio, resulta que sí es un problema.

Estaban avanzando hacia mí, el más grande delante. Era tan robusto que ni siquiera podía ver a su hermano pequeño detrás. Yo iba dando un paso atrás por cada uno que ellos daban hacia delante. Y tenía la mala premonición de que era eso lo que querían. Me estaban obligando a retroceder hacia algo, quizás un agujero en el suelo de arena y roca.

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