– ¿Por las motos?
– Sí, por las motos. Son Road Saints. Yo diría que mejor no meterse.
– Por mí perfecto.
Abriendo camino, Rachel marchó hacia la puerta de entrada de Sheila's. No me esperó porque sabía que iba a seguir su estela.
En el interior de Sheila's nos recibió el enfermizo olor dulce del perfume mezclado con un exceso de incienso. También nos recibió una mujer sonriente vestida con un quimono que no parecía en modo alguno sorprendida ni ofendida por el hecho de que una pareja entrara en el burdel. Su boca dibujó un gesto severo y afilado como una guillotina cuando vio que Rachel abría la cartera y mostraba las credenciales del FBI.
– Muy bonito -dijo ella con una nota de falsa amabilidad en la voz-. Ahora déjenme ver la orden.
– Hoy no tenemos orden -replicó Rachel tranquila-. Sólo queremos hacer unas cuantas preguntas.
– Yo no tengo que hablar con ustedes a no ser que haya una orden judicial que me obligue a ello. Regento un establecimiento legal y con todos los permisos.
Me fijé en dos mujeres que estaban sentadas en un sofá y que parecían salidas de una página del catálogo de Victoria's Secret. Estaban mirando una telenovela y mostraron escaso interés en la refriega verbal que se dirimía en la puerta del local. Ambas eran en cierto modo atractivas, pero la vida les había dejado su huella en torno a los ojos y en las comisuras de la boca. La escena me recordó de pronto a mi madre y algunas de sus amigas. La forma en que me miraban cuando yo era niño y observaba cómo se preparaban para salir de noche a trabajar. De repente, me sentí completamente incómodo en aquel lugar y deseé irme. Incluso esperaba que la mujer del quimono tuviera éxito y consiguiera echarnos.
– Nadie duda de la legalidad de su establecimiento -dijo Rachel-. Simplemente necesitamos hacerle unas preguntas a usted y a… su personal, y después nos iremos.
– Traiga la orden judicial y lo haremos encantadas.
– ¿Es usted Sheila?
– Puede llamarme así. Puede llamarme como quiera siempre que me esté diciendo adiós al hacerlo.
Rachel subió la apuesta al cambiar a su tono de voz de pocos amigos.
– Si voy a por esa orden, primero llamaré a una unidad del sheriff y pondré un coche patrulla enfrente de esta caravana hasta que me vaya. Puede que regente un establecimiento legal, Sheila, pero ¿cuál de estos sitios van a elegir los tíos cuando vean al sheriff en la puerta de éste? Calculo dos horas hasta Las Vegas, varias horas esperando a entrar a ver al juez y después otras dos horas de vuelta. Termino a las cinco, así que probablemente no volveré hasta mañana. ¿Le parece bien?
Sheila volvió a golpear con dureza y velocidad.
– Si llama al sheriff, pídale que mande a Dennis o a Tommy. Conocen bien el sitio y además son clientes.
Hizo una mueca a Rachel y se mantuvo firme. No se había tragado su farol, y a Rachel no le quedaba nada más. Simplemente se miraron la una a la otra mientras transcurrían los segundos. Estaba a punto de intervenir y decir algo cuando una de las mujeres del sofá se me adelantó.
– ¿Shei? -dijo la que estaba más cerca de nosotros-. Terminemos con esto.
Sheila apartó la mirada de Rachel y miró a la mujer del sofá. Accedió a la propuesta, pero su furia se mantenía a flor de piel. No estoy seguro de que hubiera otra forma de manejarlo, una vez que Sheila nos había tratado de este modo, pero para mí estaba claro que las poses y las amenazas no iban a servir de nada.
Nos reunimos en el pequeño despacho de Sheila y entrevistamos a las mujeres una por una, empezando por Sheila y terminando con las dos jóvenes que estaban trabajando cuando nosotros entramos en el establecimiento. Rachel nunca me presentó a nadie, de modo que el problema de mi papel en la investigación ni siquiera se planteó. Uniformemente las mujeres no pudieron o no quisieron identificar a ninguno de los hombres desaparecidos que terminaron enterrados en Zzyzx, y lo mismo ocurrió con las fotografías de Shandy en el barco de McCaleb.
Al cabo de media hora habíamos salido de allí sin más recompensa para mí que un intenso dolor de cabeza causado por el incienso y con la tensión dejando su huella en el aspecto de Rachel.
– Asqueroso -dijo mientras caminábamos por la acera rosa hasta mi coche.
– ¿Qué?
– Este sitio. No sé cómo alguien puede hacer esto.
– Creía que habías dicho que eran esclavas.
– Mira, no necesito que me rebotes todo lo que digo.
– Bueno.
– ¿Por qué estás tan nervioso? No les has dicho nada ahí dentro. Menuda ayuda.
– Es porque yo no lo hubiera hecho de esta manera. A los dos minutos de entrar ya sabía que no íbamos a sacar nada.
– Oh, y tú sí lo habrías sacado.
– No, no estoy diciendo eso. Te digo que estos sitios son como el desierto, es difícil extraer agua. Y sacar a relucir al sheriff fue decididamente una mala manera de abordarlo. Te dije que probablemente la mitad de su sueldo proviene de los burdeles que hay en su territorio.
– Así que sólo quieres criticar y no ofrecer ninguna solución.
– Mira, Rachel, apunta a otro sitio, ¿quieres? No es conmigo con quien estás enfadada. Si quieres probar algo diferente en el siguiente sitio, puedo intentarlo.
– Adelante.
– Muy bien, dame las fotos y espera en el coche.
– ¿De qué estás hablando? Yo voy a entrar.
– Este no es lugar para la pompa y la circunstancia, Rachel. Tendría que haberme dado cuenta de eso cuando te invité. Pero no creía que fueras a hacerles tragar la placa en cuanto entráramos.
– O sea que tú vas a entrar y te las vas a ingeniar.
– No estoy seguro de llamarlo ingenio. Sólo voy a hacerlo a la antigua.
– ¿Eso significa quitarte la ropa?
– No, eso significa sacar la cartera.
– El FBI no compra información de testigos potenciales.
– Eso es. Yo no soy del FBI. Si encuentro a un testigo, el FBI no tendrá que pagar nada.
Puse la mano en la espalda de Rachel y suavemente la dirigí al Mercedes. Le abrí la puerta, la invité a entrar y le dejé las llaves.
– Enciende el aire acondicionado. Para bien o para mal, no tardaré mucho.
Enrollé la carpeta con las fotos y me la puse en el bolsillo de atrás, debajo de la chaqueta.
La acera que conducía a la puerta de Tawny's High Fi-ve también era de cemento rosa y yo estaba empezando a considerarlo muy apropiado. Las mujeres que habíamos encontrado en Sheila's eran huesos duros de roer con revestimiento rosa. Y lo mismo Rachel. Estaba empezando a sentir que tenía los pies en cubos de cemento rosa.
Llamé al timbre y me hizo pasar una mujer vestida con téjanos cortados y un top que apenas contenía sus pechos siliconados.
– Pasa. Soy Tammy.
– Gracias.
Entré en la sala delantera de la caravana, donde había dos sofás, uno enfrente del otro. Las tres mujeres que estaban sentadas en los sofás me miraron con sonrisas ensayadas.
– Ellas son Georgette, Gloria y Mecca -dijo Tammy-. Y yo soy Tammy. Puedes elegir a una de nosotras o esperar a Tawny, que está atrás con un cliente.
Miré a Tammy. Parecía la más ansiosa. Era bajita y tenía el pelo castaño cortado corto. Algunos hombres la considerarían atractiva, pero no lo era para mí. Le dije que ella me servía y me condujo a la parte de atrás a través de un pasillo que doblaba a la derecha y se metía en otra caravana. Había tres habitaciones privadas en la izquierda y Tammy se dirigió a la tercera y la abrió utilizando una llave. Entramos y ella cerró la puerta de golpe. Apenas había espacio para estar de pie, pues una cama king - size ocupaba todo el espacio.
Tammy se sentó en la cama y dio unos golpecitos para que me sentara a su lado. Lo hice y ella se estiró hacia un estante lleno de novelas de misterio gastadas y sacó lo que parecía un menú de restaurante. Me lo dio. Era una carpeta fina con una caricatura en la parte delantera que mostraba a una mujer desnuda apoyada en manos y rodillas, volviendo la cara hacia el hombre que la penetraba desde atrás y guiñando el ojo. El hombre también estaba desnudo, salvo por un sombrero de vaquero y las pistolas de seis balas enfundadas en el cinto. El vaquero sostenía un lazo en el aire. La soga se alzaba sobre la pareja y formaba las palabras: «Tawny's High Five.»
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