– ¿Ya habéis hablado con Bing?
– Todavía no. Estamos tratando de encontrarlo.
– Parece extraño.
– ¿Qué? ¿Que visite a un tipo?
– No, eso no. Me refiero a por qué escribió su nombre en el archivo si no estaba relacionado con el caso.
– Terry apuntaba cosas. Es bastante obvio por sus archivos y libretas que apuntaba cosas. Si iba a venir aquí a trabajar en esto, entonces tal vez también anotó el nombre de Bing y el número del hospital para no olvidar ir a visitarlo o llamarlo. Puede haber un montón de razones.
No respondí. Todavía me costaba verlo de ese modo.
– ¿De qué conocía al tipo?
– No lo sabemos. Tal vez por la película. Terry recibió cientos de cartas de personas trasplantadas después del estreno de la película. Era una especie de héroe para mucha gente que estaba en el mismo barco que él.
Mientras nos dirigíamos al norte por Blue Diamond vi un cartel de un área de descanso de Travel America y me acordé del recibo que había encontrado en el coche de Terry McCaleb. Me metí, aunque había llenado el depósito del Mercedes después de salir de la casa de Eleanor esa mañana. Detuve el coche y simplemente miré al complejo.
– ¿Qué pasa? ¿Has de poner gasolina?
– No, ya he puesto. Es sólo que… Terry McCaleb estuvo aquí.
– ¿Qué? ¿Tienes una conexión psíquica o qué?
– No, encontré un recibo en su coche. Me pregunto si eso significa que fue a Clear.
– ¿Adónde?
– A Clear, es la ciudad adonde vamos.
– Bueno, puede que nunca lo sepamos a no ser que vayamos allí y hagamos algunas preguntas.
Asentí, volví a meterme en la autopista y me dirigí de nuevo hacia el norte. Por el camino le conté a Rachel mi idea sobre la teoría. Es decir, mi concepción del triángulo de McCaleb y cómo Clear encajaba en él. Me di cuenta de que mi narración captaba su interés. Rachel compartía mi percepción de las víctimas y con cómo y por qué podía haberlas elegido. Estaba de acuerdo en que se correspondía con la «victimología» -según el término de Rachel- de Ámsterdam.
Debatimos durante una hora sobre ello y después nos quedamos en silencio cuando empezábamos a acercarnos. El paisaje estéril y alfombrado estaba dando paso a puestos de avanzada de humanidad y empezamos a ver carteles que anunciaban los burdeles que nos aguardaban un poco más adelante.
– ¿Has estado alguna vez en uno? -me preguntó Rachel.
– No.
Pensé en las tiendas de masajes de Vietnam, pero no las saqué a colación.
– No me refiero a como cliente, sino como policía.
– Tampoco. Pero seguí la pista de alguna gente a través de ellos. Por tarjetas de crédito y otros medios. No vamos a encontrarnos con gente muy cooperante. Al menos nunca lo fueron por teléfono. Y llamar a un sheriff local es un chiste. El estado cobra impuestos de esos antros. Una buena parte de ello va al condado.
– Entiendo. Entonces, ¿cómo lo manejamos?
Casi sonriendo porque ella había usado el plural, le devolví la pregunta.
– No lo sé -dijo Rachel-. Supongo que simplemente entrando por la puerta.
Lo que significaba que iríamos de frente y simplemente entraríamos y haríamos preguntas. No estaba seguro de que fuera la forma adecuada de proceder, pero ella tenía placa y yo no.
Pasamos la localidad de Pahrump y al cabo de quince kilómetros llegamos a una intersección donde había un letrero que ponía «Clear» y una flecha a la izquierda. Doblé y el asfalto enseguida dio paso a una carretera de gravilla que levantaba una nube de polvo detrás del coche. La población de Clear podía vernos venir desde un kilómetro de distancia.
Si nos estaban buscando, claro. Pero la localidad de Clear, Nevada, resultó ser poco más que un parque de caravanas. La carretera de gravilla nos llevó a otro cruce y otro cartel con una flecha. Doblamos de nuevo al norte y enseguida llegamos a un descampado donde había un viejo remolque con óxido en los remaches. Un cartel situado en el borde superior del remolque decía: «Bienvenidos a Clear. Bar abierto. Se alquilan habitaciones.» No había coches aparcados en el descampado de delante del bar.
Continué conduciendo y la nueva carretera se curvó para adentrarse en un barrio de caravanas que se recalentaban como latas de cerveza al sol. Había pocas que estuvieran en mejor estado que la del cartel de bienvenida. Finalmente llegamos a una estructura permanente que parecía ser un ayuntamiento, así como la ubicación del manantial que daba nombre a la localidad. Proseguimos la marcha y nos vimos recompensados por otra flecha y otro cartel. Este decía simplemente «Burdeles».
Nevada autoriza más de treinta burdeles en todo el estado. En esos lugares la prostitución es legal, controlada y monitorizada. Encontramos tres de esos establecimientos con licencia estatal al final de la carretera de Clear. La carretera de gravilla se ensanchaba en una gran rotonda donde había tres burdeles de diseño similar esperando a los clientes. Se llamaban Sheila's Front Porch, Tawny's High Five Ranch y Miss Delilah's House of Holies.
– Bonito -dijo Rachel-. ¿Por qué estos sitios siempre llevan nombre de mujer, como si las mujeres fueran las dueñas?
– Me has pillado. Supongo que Mister Dave's House of Holies no funcionaría demasiado bien con los tíos.
Rachel sonrió.
– Tienes razón. Supongo que es sensato. Llamas a un lugar de degradación y esclavitud de mujeres con nombre de mujer y no suena tan mal, ¿no? Es el envoltorio.
– ¿Esclavitud? Lo último que sabía era que estas mujeres eran voluntarias. Se supone que algunas son amas de casa que vienen de Las Vegas.
– Si crees eso, eres un ingenuo, Bosch. Que puedas entrar y salir no significa que no seas un esclavo.
Asentí pensativamente, porque no quería entrar con ella en un debate acerca de ese tema, ya que sabía que me llevaría a examinar y cuestionar aspectos de mi propio pasado.
Rachel aparentemente también quería dejarlo ahí.
– Bueno, ¿con cuál quieres empezar? -preguntó ella.
Detuve el coche enfrente de Tawny's High Five Ranch. No se parecía demasiado a un rancho. Era un conglomerado de tres o cuatro caravanas que estaban conectadas por pasarelas cubiertas. Miré a mi izquierda y vi que el Sheila's Front Porch era de diseño y configuración similar y que no tenía porche delantero. Miss Delilah's, a mi derecha, era tres cuartos de lo mismo y tuve la impresión de que los burdeles aparentemente separados no eran competidores, sino ramas del mismo árbol.
– No lo sé -dije-. Tanto monta, monta tanto.
Rachel entreabrió la puerta del coche.
– Espera un segundo -dije-. Tengo esto.
Le pasé la carpeta de fotos que Buddy Lockridge me había traído el día anterior. Rachel la abrió y vio las fotos de frente y perfil del hombre conocido como Shandy, pero que presumiblemente era Robert Backus.
– Ni siquiera voy a preguntarte de dónde las has sacado.
– Perfecto. Pero cógelas. Tendrán más peso si las llevas tú, que eres la que lleva placa.
– Al menos por el momento.
– ¿Has traído las fotos de los hombres desaparecidos?
– Sí, las tengo aquí.
– Bien.
Ella cogió la carpeta y salió del coche. Yo hice lo mismo. Ambos rodeamos la parte delantera del Mercedes, donde nos detuvimos un instante para examinar otra vez los tres burdeles. Había varios coches aparcados delante de cada uno de ellos. Había asimismo cuatro Harleys alineadas como una fila de cromo amenazador enfrente de Miss Delilah's House of Holies. En el depósito de una de las motos, pintada con aerosol, se veía una calavera fumándose un porro y un halo de humo encima.
– Dejemos el Delilah's para el final -dije-. Quizá tendremos suerte antes de que necesitemos entrar ahí.
Читать дальше