Yo me quedé en el Mercedes con las dos prostitutas. Puse el aire acondicionado y traté de enfriar también sus ánimos. Rachel seguía en el bar, hablando por teléfono con Cherie Dei y coordinando la llegada de refuerzos. Supuse que pronto llegarían los helicópteros y un ejército de agentes descendería sobre Clear, Nevada. La pista estaba fresca. Estaban cerca.
Traté de hablar con las dos chicas. Me resultaba difícil pensar en ellas como mujeres, a pesar de su forma de ganarse la vida y aunque tenían la edad suficiente. Probablemente sabían todo lo que había que saber sobre los hombres, pero no parecían saber nada del mundo. En mi mente eran sólo niñas que habían tomado un camino equivocado o a las que habían arrebatado su derecho de ser mujeres. Empezaba a entender lo que Rachel había dicho antes.
– ¿Alguna vez fue Tom Walling al remolque para estar con alguna de las chicas? -pregunté.
– Yo no lo vi -dijo Tammy.
– Decían que seguramente era marica-añadió Mecca.
– ¿Por qué decían eso?
– Porque vivía como un ermitaño -replicó Mecca-. Y nunca quería ningún conejito, aunque Tawny le habría dejado a alguna chica de la casa como a los otros chóferes.
– ¿Hay muchos chóferes?
– Él era el único de por aquí -dijo Tammy con rapidez, pues al parecer no le gustaba que Mecca llevara la voz cantante-. Los otros vienen de Las Vegas. Algunos trabajan para los casinos.
– Si hay chóferes en Las Vegas, ¿cómo es que alguien contrata a Tom para que vaya a buscarlos allí?
– No lo hacen -dijo Mecca.
– A veces lo hacen -la corrigió Tammy.
– Bueno, a veces. Los tontos. Pero sobre todo llamábamos a Tom cuando alguien se quedaba aquí un tiempo y alquilaba uno de los remolques del viejo Billings y después necesitaba que lo llevaran porque su chófer se había ido. Los chóferes de los casinos no esperan demasiado. A no ser que seas uno de esos jugadores de mucha pasta, y aun así probablemente…
– ¿Y entonces qué?
– Entonces para empezar no vendrías a Clear.
– Hay chicas más guapas en Pahrump -dijo Tammy como si tal cosa, como si fuera una desventaja estrictamente laboral y no algo que le preocupara personalmente.
– Y está un poco más cerca, y el polvo es más caro -dijo Mecca-, así que lo que tenemos aquí son los clientes preocupados por el precio.
Hablaba como una auténtica experta en estudios de mercado. Traté de volver a orientar la conversación.
– Así que, sobre todo, Tom Walling venía y llevaba a los clientes a Las Vegas o a donde fuera.
– Exacto.
– Exacto.
– Y esos tipos, esos clientes, podían ser completamente anónimos. No pedís identificaciones, ¿verdad? Los clientes pueden usar cualquier nombre que se les ocurre.
– Aja. A no ser que parezca que todavía no tienen veintiuno.
– Exacto, pedimos la identificación de los jóvenes.
Entendí perfectamente el modus operandi, cómo Backus podía haber escogido a los clientes del burdel como víctimas. Si habían tomado medidas de seguridad para salvaguardar sus identidades y ocultado que habían hecho el viaje a Clear, entonces inadvertidamente se habían convertido en las víctimas perfectas. También encajaba con lo que se conocía de los demonios que gobernaban su furia asesina. El perfil en el expediente del Poeta indicaba que la patología de Backus estaba entretejida con la relación con su padre, un hombre que por fuera alardeaba de su imagen de agente del FBI, pero que abusaba de su mujer e hijo hasta el extremo de que una se había ido de casa mientras pudo, mientras que el que no podía irse tuvo que refugiarse en un mundo de fantasías entre las que estaba matar a quien abusaba de él.
Me di cuenta de que faltaba algo. Lloyd Rockland, la víctima que había alquilado el coche. ¿Cómo encajaba con el hecho de que necesitara un chófer?
Abrí la carpeta que Rachel había dejado en el coche y saqué la foto de Rockland. Se la mostré a las mujeres.
– ¿Alguna de vosotras reconoce a este tipo? Se llamaba Lloyd.
– ¿Se llamaba? -preguntó Mecca.
– Sí, eso es, se llamaba. Lloyd Rockland. Está muerto. ¿Lo reconocéis?
Ninguna de ellas lo hizo. Sabía que era una posibilidad remota. Rockland había desaparecido en 2002. Traté de buscar una explicación que permitiera que Rockland encajara en la teoría.
– Vendéis alcohol en el local, ¿verdad?
– Si el cliente lo quiere, podemos dárselo -dijo Mecca-. Tenemos licencia.
– Muy bien, ¿qué pasa cuando un cliente viene conduciendo desde Las Vegas y está demasiado borracho para conducir de vuelta?
– Puede dormir la mona -respondió ella-. Puede usar una habitación si paga por ella.
– ¿Y si quiere volver? ¿Y si necesita volver?
– Puede llamar aquí, y el alcalde se ocupa de él. El chófer lo lleva en el coche del cliente y después vuelve en uno de los coches de los casinos o se busca la vida.
Asentí con la cabeza. También funcionaba con mi teoría. Rockland podía haberse emborrachado y haber sido llevado por el chófer, Backus. Sólo que no lo llevó a Las Vegas.
– Señor, ¿vamos a tener que quedarnos todo el día? -preguntó Mecca.
– No lo sé -dije mientras levantaba la mirada a la puerta del remolque.
Rachel trataba de no levantar la voz, porque en el otro extremo de la barra Billings Rett estaba simulando que hacía un crucigrama mientras trataba de escuchar la conversación del teléfono.
– ¿Cuánto tiempo?
– Estaremos en el aire dentro de veinte minutos y después otros veinte minutos para llegar hasta ahí -dijo Cherie Dei-. Así que quédate tranquila, Rachel.
– Entendido.
– Y Rachel, te conozco. Sé lo que querrías hacer. Aléjate del remolque del sospechoso hasta que lleguemos allí con un ERP. Deja que ellos hagan su trabajo.
Rachel casi le dijo a Dei que el hecho era que no la conocía, que no tenía la menor idea de cómo era ella. Pero no lo hizo.
– Entendido -dijo en cambio.
– ¿Y Bosch? -preguntó Dei a continuación.
– ¿Qué pasa con él?
– Quiero que lo mantengas apartado de esto.
– Eso será bastante difícil porque él descubrió el sitio. Estamos aquí gracias a él.
– Eso lo entiendo, pero tarde o temprano habríamos llegado. Siempre lo hacemos. Le daremos las gracias, pero hemos de barrerlo después de eso.
– Bueno, eso se lo dirás tú.
– Lo haré. ¿Estamos a punto? Tengo que ir a Nellis.
– Todo listo, te veo en menos de una hora.
– Rachel, una última cosa, ¿por qué no condujiste tú?
– Era la corazonada de Bosch, y él quería conducir. ¿Qué diferencia hay?
– Le estabas dando el control de la situación, eso es todo.
– Eso es repensarlo a posteriori. Pensábamos que podíamos encontrar una pista sobre los hombres desaparecidos, no que iríamos directos a…
– Está bien, Rachel, no debería haberlo sacado a relucir. Tengo que irme.
Dei colgó en su lado. Rachel no podía colgar porque el teléfono se extendía desde la pared de atrás y por encima de la barra. Levantó el auricular para que Rett lo viera. Este dejó el lápiz y se acercó a cogerlo para colgar.
– Gracias, señor Rett. Dentro de aproximadamente una hora aterrizarán aquí un par de helicópteros. Probablemente justo delante de este remolque. Los agentes querrán hablar con usted. Más formalmente que yo. Probablemente hablarán con un montón de gente de este pueblo.
– No es bueno para el negocio.
– Probablemente no, pero cuanto más deprisa coopere la gente, más deprisa se irán.
Rachel no mencionó nada sobre la horda de medios de comunicación que probablemente también descenderían en la localidad en cuanto se revelara públicamente que la pequeña ciudad de los burdeles del desierto era el sitio donde el Poeta se había ocultado durante todos esos años y donde había elegido a sus últimas víctimas.
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