Minette Walters - Donde Mueren Las Olas

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Ni tan siquiera el ensordecedor ruido de las hélices del helicóptero parece capaz de romper la pesada calma que se cierne sobre un tranquilo pueblo costero situado al sur de Inglaterra. Unos pocos curiosos, desde los acantilados o desde los escasos veleros fondeados en 1a bahía, aplauden lo que creen es el final feliz del rescate de una joven atrapada en una playa abrupta y de difícil acceso. En realidad, la mujer ha sido asesinada y, según todos los indicios, torturada y violada. Su desnudo cuerpo no arroja pista alguna sobre su identidad. El agente Nick Ingram, encargado de la investigación, recela enseguida de un joven actor que paseaba por el lugar de los hechos. El posterior descubrimiento de sus relaciones con la víctima, así como sus actividades en el campo de la pornografía para costearse su lujoso tren de vida, hará que todo le señale como el principal sospechoso.
Pero al mismo tiempo, en el puerto de un cercano pueblo, aparece una niña de tres años con aspecto de haber sido abandonada y con una preocupante actitud de desconfianza y ensimismamiento. La llegada del padre conducirá también hasta la mujer de la playa, que es, en realidad, la madre de la niña. A la policía tampoco le pasa por alto que la pequeña se siente aterrorizada cada vez que su padre se le acerca; un dato revelador que se suma a otras oscuras circunstancias, como el hecho de que el marido no posea una coartada sostenible. Será necesario algo más que arduas investigaciones para conseguir desvelar los aspectos más oscuros y secretos de las vidas de los allegados a la víctima y para localizar las claves que permitan desvelar la identidad del asesino.

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– ¡No me refiero a ese maldito francés -exclamó-, sino al sinvergüenza del vídeo!

– Ah, lo siento. Sí, ése sí es joven. No creo que tenga más de veinte años. Cabello oscuro y bastante largo, camiseta sin mangas y pantalones cortos. Robusto, bronceado. Un Adonis, vaya. La chica que lo grabó dice que le encontró cierto parecido con Jean-Claude van Damme. Por cierto, ahora está agobiadísima, no entiende cómo no se dio cuenta de lo que estaba haciendo ese tipo, teniendo en cuenta que tiene un rabo como un salami. Ese tipo se haría de oro haciendo películas pornográficas.

– Vale, vale -dijo Carpenter, impaciente-. Ya me hago una idea. Y ¿dice que se estaba masturbando y que tiene un pañuelo en la mano?

– Eso parece.

– ¿No podría tratarse de una camiseta?

– Quizá. No se ve muy bien. De hecho, me sorprende que ese francés se diera cuenta de lo que estaba haciendo. Disimulaba muy bien. Si se ve algo, es únicamente porque tiene un rabo enorme. La primera vez que vi la cinta creí que estaba pelando una naranja sobre el regazo. -Se oyó una risotada-. Pero ya sabe usted lo que dicen de los franceses. Se pasan la vida masturbándose. Supongo que nuestro gabacho es un experto, y por eso sabía lo que andaba buscando. ¿Sí o no?

Racista de mierda, pensó Carpenter, que pasaba todas sus vacaciones en Francia; pero cuando habló lo hizo sin revelar su enojo.

– Dice que ese joven llevaba una mochila. ¿Puede describirla?

– La típica mochila de camping. Verde. No parece que contuviera muchas cosas.

– ¿Grande?

– Sí, ya lo creo.

– Y ¿qué hacía con ella?

– Estaba sentado encima mientras se masturbaba.

– ¿Dónde? ¿En qué parte de Chapman's Pool? ¿A la derecha o a la izquierda? Descríbame la ubicación.

– En el lado este. El francés me lo enseñó en el mapa. El joven estaba abajo, en la playa, debajo de Emmetts Hill, mirando hacia el Canal. Con una cuesta de hierba a sus espaldas.

– ¿Qué hizo con la mochila después?

– No lo sé. La cinta se acaba.

Carpenter le pidió que le enviara la cinta por mensajero, junto con el nombre del francés, el itinerario previsto para el resto de sus vacaciones y su dirección en Francia; luego le dio las gracias y colgó.

– ¿Lo has hecho tú? -preguntó Maggie contemplando el Cutty Sark de la botella que había sobre la repisa de la chimenea cuando Ingram bajó abrochándose el uniforme.

– Sí.

– Lo imaginaba. Es como todo lo que hay en esta casa. Tan… -agitó el vaso en el aire-: formal. -Habría podido decir masculino, minimalista o monástico, palabras que había utilizado Galbraith para describir el barco de Harding, pero no quería ser grosera.

La casa era tal como Maggie se la había imaginado: insoportablemente limpia, y también insoportablemente aburrida. No había nada que indicara que pertenecía a una persona interesante, sino sólo metros y más metros de paredes pálidas, moqueta pálida, cortinas pálidas y pálidos tapizados, interrumpidos a veces por algún adorno en algún estante. No se le ocurrió que Ingram pudiera estar ligado a aquella casa por su trabajo, pero aunque lo hubiera pensado, habría seguido esperando encontrar notas de individualismo entre toda aquella uniformidad.

Ingram rió y dijo:

– Me da la impresión de que no le gusta.

– Sí me gusta. Pero es…

– ¿Cursi? -sugirió él.

– Sí.

– Lo hice cuando tenía doce años. Ahora sería incapaz de hacerlo. -Se arregló la corbata-. ¿Cómo está el coñac?

– Muy bueno. -Maggie se sentó en una butaca y añadió-: Tiene precisamente el efecto que debe tener.

Ingram cogió la copa vacía de Maggie y le preguntó:

– ¿Cuándo bebió alcohol por última vez?

– Hace cuatro años.

– ¿Quiere que la acompañe a su casa?

– No. -Cerró los ojos-. Quiero dormir un poco.

– Pasaré a ver a su madre cuando regrese de Chapman's Pool -le prometió Ingram mientras se ponía la chaqueta-. Mientras tanto, no deje que su perro se siente en mi sofá. Es malo para Bertie y para usted.

– ¿Qué me pasará si se lo permito?

– Lo mismo que le pasó a Bertie cuando se limpió el trasero en mi moqueta.

Pese a que volvía a hacer un sol espléndido, Chapman's Pool estaba vacío. La brisa del suroeste había levantado fuertes olas, y no había nada que desanimara tanto a los turistas como la perspectiva de marearse después de comer. Carpenter y los detectives siguieron a Ingram desde los cobertizos hacia una zona de la orilla rocosa.

– Hasta que no veamos la cinta no lo sabremos -observó Carpenter, orientándose a partir de la descripción que le había dado el policía de Dartmouth y calculando dónde se había sentado Harding-. Pero creo que es correcto. Estaba en este lado de la bahía, desde luego. -Estaban de pie sobre una roca de la orilla, y Carpenter tocó un pequeño montón de piedras con la punta del zapato-. ¿Fue aquí donde encontró la camiseta?

Ingram asintió, se agachó y metió la mano en el agua, que acariciaba la base de la roca.

– Pero estaba completamente metida entre la roca. Una gaviota intentó sacarla, y no lo consiguió, y yo me quedé empapado cuando la recuperé.

– ¿Tiene eso importancia?

– Cuando lo vi, Harding estaba completamente seco, de modo que no puede ser que volviera a buscar la camiseta. Creo que llevaba varios días aquí.

– Mmm. -Carpenter caviló-. ¿Es fácil que una prenda de ropa quede atascada entre unas rocas?

Ingram se encogió de hombros.

– Cualquier cosa puede quedarse enganchada.

– Mmm -repitió Carpenter-. Muy bien. ¿Dónde está esa mochila?

– Verá, señor, sólo son suposiciones, y bastante peregrinas -dijo Ingram poniéndose en pie.

– Le escucho.

– Pues bien, llevo días dándole vueltas al asunto. Evidentemente Harding no quería que la viera la policía, porque si no la habría bajado a los cobertizos de la playa el domingo. Por eso mismo no estaba en su barco cuando ustedes lo registraron (al menos yo creo que no estaba), y de ello deduzco que esa mochila podría incriminarlo, y que por eso necesitaba deshacerse de ella.

– Creo que tiene razón -dijo Carpenter-. Harding quiere hacernos creer que llevaba esa mochila negra que encontramos en su barco, pero el sargento de Dartmouth dice que la mochila del vídeo es verde. Así pues, ¿qué ha hecho con ella? Y ¿qué pretende ocultar?

– Depende de si el contenido tenía valor para él. Si no lo tenía pudo arrojarla al mar de regreso a Lymington. Si lo tenía pudo dejarla en algún sitio accesible pero no demasiado expuesto. -Ingram se protegió del sol con lamano y señaló la cuesta que tenía detrás-. Ahí arriba ha habido un pequeño desprendimiento. Me fijé porque está justo a la izquierda de donde la señorita Jenner dijo que Harding se le había aparecido. Estos acantilados están llenos de letreros de advertencia porque el esquisto es muy desmoronadizo, y creo que ese desprendimiento es bastante reciente.

Carpenter miró hacia donde señalaba Ingram.

– ¿Cree que la mochila podría estar bajo las piedras?

– Digamos, señor, que no se me ocurre ninguna forma más rápida de enterrar algo que provocar un desprendimiento de esquisto. No es muy difícil. Basta con darle una patada a una roca un poco suelta para que se desprenda una buena parte del acantilado sobre lo que quieres esconder. Nadie lo notaría. Cada día se producen desprendimientos así. Los niños Spender provocaron uno cuando se les cayeron los prismáticos de su padre, y sospecho que eso debió de darle la idea a Harding.

– ¿Quiere decir que lo hizo el domingo?

Ingram asintió.

– ¿Y que volvió esta mañana para asegurarse de que nadie la había tocado?

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