Tom Knox - El Secreto Génesis

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Hace apenas unos años, un equipo de arqueólogos descubrió en Gobekli Tepe, al sureste de Turquía, un templo extraordinario, con enigmáticos y sofisticados relieves, miles de años anterior a las pirámides de Egipto.El corresponsal de guerra Rob Luttrell es enviado al yacimiento para realizar un reportaje para su periódico. Lo que en principio iba a ser un trabajo tranquilo da un giro dramático cuando aparece muerto el director de la excavación.Paralelamente, en Inglaterra se produce una oleada de crímenes ejecutados de acuerdo a primitivos rituales de sacrificios humanos.¿Qué relación guardan las ruinas milenarias de Gobekli Tepe con la terrible cadena de asesinatos?

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– Sogmatar -anunció por fin Christine.

Se acercaban a una pequeña aldea, sólo unas cuantas chozas de cemento perdidas en el valle desnudo y silencioso en mitad de la nada calcinada y poderosa.

Había un gran jeep aparcado incongruentemente en la puerta de una de las casuchas; pero las calles y los patios estaban vacíos de gente; a Rob le recordó de inmediato y curiosamente a Los Angeles. Grandes coches e infinita luz del sol. Y sin gente.

Como una ciudad azotada por una plaga.

– Algunos habitantes de Urfa tienen aquí su segunda vivienda -comentó Christine-. Junto a los kurdos.

– ¿Por qué demonios iba a vivir nadie aquí?

– Tiene mucho ambiente. Ya verás.

Salieron del coche sumergiéndose en el horno del calor polvoriento. Christine avanzó abriéndose paso por los antiguos muros decadentes, tras pasar por unos cuantos bloques de mármol esparcidos y tallados. El último se parecía a los capiteles romanos.

– Sí -dijo Christine, percibiendo cuál iba a ser la siguiente pregunta de Rob-. Los romanos estuvieron aquí, y los asirios. Todos vinieron aquí.

Se acercaron al gran agujero negro de un edificio extraño y muy achaparrado, esculpido literalmente en la roca. Entraron en el interior de la estructura de techo bajo. Rob tardó unos segundos en acostumbrar la vista a la oscuridad.

Dentro, el olor a excrementos de cabra era agobiante. Fuerte, húmedo y asfixiante.

– Esto es un templo pagano. A los dioses de la luna -explicó Christine, señalando a unas figuras grabadas de forma rudimentaria en las paredes del oscuro interior-. El dios de la luna está aquí, se pueden ver sus cuernos. ¿Ves? La curva de la luna nueva.

La efigie erosionada tenía una especie de casco: dos cuernos en forma de luna creciente se balanceaban sobre su cabeza. Rob pasó una mano por la piedra. Estaba caliente y extrañamente húmeda. Retiró la mano. Las decadentes efigies de los dioses extintos lo mirabanfijamente con sus erosionados ojos. Aquello estaba tan silencioso que Rob podía oír los latidos de su propio corazón. El ruido del mundo exterior apenas era perceptible, sólo los tintineos de los cencerros de las cabras y el sonido del viento del desierto agitándose. La cálida luz del sol ardía en la puerta, haciendo que la oscura habitación pareciera aún más tenebrosa.

– ¿Estás bien?

– Sí, estoy bien…

Ella se dirigió hacia la pared opuesta.

– El templo data del siglo II después de Cristo. El cristianismo se estaba extendiendo por esta zona, pero aún adoraban a los dioses antiguos. Con sus cuernos. Me encanta esto.

Rob miró a su alrededor.

– Muy bonito. Deberías comprarte un apartamento.

– ¿Siempre eres sarcástico cuando te sientes incómodo?

– ¿Podemos ir a tomarnos un café?

Christine se rió.

– Tengo que enseñarte un sitio más. -Lo sacó del templo y Rob sintió un verdadero alivio al salir de aquella húmeda y fétida oscuridad. Subieron una pendiente pedregosa de polvo caliente. Al darse la vuelta un momento para recuperar el aliento, Rob vio a un niño que los miraba fijamente desde una de las humildes casas. Un pequeño rostro oscuro en una ventana rota.

Christine se abrió camino hacia arriba por una última cuesta.

– El templo de Venus.

Rob subió los últimos metros de pedregal hasta llegar al lado de ella. El viento era fuerte allí arriba, pero seguía ardiendo. Podía ver varios kilómetros de distancia. Se trataba de un paisaje extraordinario. Kilómetros y kilómetros de desolación infinita, ondulante y pálida. Colinas agonizantes de rocas muertas. Las montañas estaban marcadas por los huecos vacíos de las cuevas. Aquéllas eran, según pensó Rob, más ermitas y templos paganos, cada uno en peor estado que el anterior. Miró hacia el suelo que pisaban, el suelo de un templo, al aire libre.

– ¿Y cuándo se construyó esto?

– Posiblemente por los asirios o los cananeos. Nadie lo sabe con seguridad. Es muy antiguo. Los griegos se hicieron cargo de él y después los romanos. Era con seguridad un lugar de sacrificios humanos. -Ella le señaló algunos surcos tallados en la roca que había debajo de ellos-. ¿Ves? Esto era para que la sangre fluyera por aquí.

– Vale…

– Todas estas primitivas religiones orientales eran muy aficionadas a los sacrificios.

Rob miró las colinas del desierto y hacia la pequeña aldea que había abajo. El niño se había ido; la ventana rota estaba vacía. Uno de los coches se movía, tomando el camino que salía de Sogmatar. La carretera pasaba al lado de la ribera seca de un antiguo río. El curso de un río muerto.

El periodista trató de imaginarse cómo serían los sacrificios allí. Las piernas atadas con bramante basto, las manos amarradas por detrás de la espalda, el repugnante aliento del sacerdote sobre el rostro; y después el ruido sordo del dolor cuando el cuchillo atravesaba la caja torácica…

Respiró hondo y se quitó el sudor de la frente con la mano. Seguro que ya era hora de irse. Hizo un gesto en dirección al coche. Christine asintió y bajaron la colina hasta el Land Rover que los esperaba. Pero en mitad de la pendiente, Rob se detuvo, mirando fijamente la colina.

De repente, lo supo. Había adivinado lo que significaban los números.

Los números del cuaderno de Breitner.

19

El tiempo seguía siendo espantoso. El cielo de color gris plomizo estaba tan sombrío como los verdes campos azotados por el viento que había debajo de él. Boijer, Forrester y Alisdair Harnaby iban en un coche grande y oscuro a toda velocidad con dirección al sur cruzando la isla de Man. Les precedía otro coche largo y negro que llevaba al subcomisario Hayden y sus colegas.

Forrester notaba la ansiedad. El tiempo pasaba, escapándose entre sus manos. Y cada minuto que perdían les acercaba más al siguiente horror. El siguiente e inevitable asesinato.

Dejó escapar un fuerte suspiro. Casi con rabia. Pero por fin se encontraban ya detrás de algo, siguiendo una buena pista. Un agricultor había visto algo extraño en un extremo remoto de la isla, hacia el sur, cerca de Castletown. Forrester había convencido de inmediato a Alisdair Harnaby para que les acompañara a la entrevista, porque pensaba que aquel hombre podía proporcionarles algo más de información. El punto de vista histórico. Parecía importante.

Pero Forrester quería saber primero qué había dicho la mujer de la CNN. Boijer estaba deseando contárselo. El sargento le explicó que Ángela Darvill había oído hablar del caso de Craven Street «a un periodista del Evening Standard».

– Así que los relacionó -dijo Forrester-. Es razonable.

– Sí, así es, señor. Pero añadió algo más. Al parecer, hubo un caso similar. En el estado de Nueva York y Connecticut. En Nueva Inglaterra.

– ¿Cómo de similar?

– El mismo tipo de tortura elaborada.

– ¿La estrella de David?

Boijer negó con la cabeza y luego siguió hablando.

– Pero los cortes en la piel, sí. Y las desolladuras. Dijo que fue uno do los casos más terribles que jamás había cubierto.

Forrester se reclinó en el asiento y miró por la ventanilla. Los rodeaban unas colinas húmedas y despejadas. El vacío rural era interrumpido por pequeñas granjas y diminutos árboles encorvados, con sus ramas peladas de forma brusca y extraña a causa de los vientos reinantes. La escena le recordó a unas vacaciones que había pasado una vez en Skye. Había una belleza melancólica en el paisaje, una belleza melancólica que se aproximaba bastante a la verdadera y evocadora tristeza. Forrester trató de hacer desaparecer el recuerdo de su hija de la mente.

– ¿Quién cometió esos asesinatos? -preguntó.

– Nunca lo descubrieron. Aunque es extraño. Me refiero al parecido…

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