– ¿Dónde estás ahora? ¿Qué es ese ruido de fondo?
– Estoy llamando desde un teléfono de pago en el mercado del Templo.
– Wang me ha llamado a propósito de tu problema. Me ha dicho que es algo serio.
– ¿Wang te ha llamado? -se extrañó-. No sé qué te habrá dicho, pero no es nada grave. Acabo de salir de un estupendo almuerzo con los estadounidenses, y ahora vamos a darnos un paseo por el río. Cabina de primera clase, desde luego. Sin embargo, tengo que pedirte un favor.
– ¿De qué se trata?
– Puede que alguien, la mujer de mi compañero, que se llama Jin Peiqin, se ponga en contacto contigo. Trabaja en el restaurante Cuatro mares.
– Conozco el lugar. Sus fideos con camarones son excelentes.
– No me llames ni a la oficina ni al hotel. Si hay algo urgente, llámala a ella o ve al restaurante. Podrás probar un plato de fideos, ya que estás.
– No te preocupes, soy un gourmet bastante conocido. Nadie se sorprendería de que comiera fideos ahí cada día.
– No está de más moverse con cuidado.
– Ya te entiendo, pero ¿puedes venir a verme? Tengo que hablar contigo de algo importante.
– ¿De verdad? He estado muy atareado estos días. Miraré mi agenda y veré qué puedo hacer.
El programa de actividades de la tarde incluía un paseo por el río Huangpu.
Chen conocía bien el recorrido, pues había trabajado como intérprete-escolta en numerosas ocasiones. Aunque no le costaba recitar pasajes de las guías oficiales, pues era una buena oportunidad para practicar su inglés, las actividades del programa resultaban cada vez más aburridas por su repetición, si bien dejó de quejarse de su condición de asistente cuando divisó la larga cola de gente que esperaba en la taquilla. Por fortuna, sus billetes reservados se encontraban en otra más pequeña señalada con el letrero «para turistas extranjeros.» Mientras aguardaban en el muelle y respiraban el aire contaminado, Chen oyó que Rosenthal murmuraba algo a Vicky sobre el monóxido de carbono que estaba envenenando la ciudad. "Otro problema grave, aunque Shanghai hace verdaderos esfuerzos por mejorar el medio ambiente", pensó, pero por deferencia a la guía oficial, guardó silencio.
Como de costumbre, una sala especial, con aire acondicionado y televisión por satélite, estaba reservada a los visitantes extranjeros en la cubierta superior del barco. Estaban pasando una película de kung fu, rodada en Hong Kong, con Bruce Lee; otro privilegio, ya que sus películas no se proyectaban en los cines de Shanghai. Los Rosenthal no tenían ganas de ver la película. Chen tardó un buen rato en encontrar el botón para apagar. El camarero y la camarera, siempre sonrientes, no paraban de irrumpir en la habitación, trayendo bebidas, frutas y aperitivos. Algunos turistas que pasaban por su puerta también se detenían a mirar con curiosidad. Chen se sentía como en una jaula de vidrio. No lejos de allí, el Bund era un hormiguero de diversas actividades pintorescas. La ribera este se encontraba en plena expansión, su fisionomía cambiaba a toda velocidad con las nuevas obras que surgían por cualquier parte.
– Estoy pensando en un poema inspirado en un río -comentó Rosenthal-. En East Coker Eliot lo compara con un dios moreno.
– Un antiguo filósofo chino comparó al pueblo con las aguas del río -respondió Chen-. El agua puede transportar una barca, pero también puede hacerla volcar.
– ¿Ha vuelto a perderse en La tierra baldía? -preguntó Vicky con irritación fingida-. Sería una pena no salir a mirar este maravilloso río.
No pudieron seguir conversando durante mucho rato. Se oyó un golpe en la puerta, seguido de otros más insistentes.
– Espectáculo de magia, actuación de primera clase en la primera planta -decía un camarero agitando varias entradas en la mano-.
Al igual que la película, el espectáculo de magia no era más que otra intrusión, aunque desde luego, con buenas intenciones. No sería correcto que se quedaran en el camarote. En la primera planta no había escenario. Sólo un espacio abierto separado por varios montantes conectados por una cuerda de plástico, con un cabo atado a la larga ventana que daba a la cubierta, y el otro, junto a una portezuela por debajo de la escalera. Se había aglomerado un numeroso público. En el centro, un mago agitaba enérgicamente una varita en el aire. Una mujer joven, al parecer la ayudante del mago, salió por la portezuela. Con un toque de la varita mágica en el hombro, quedó congelada bajo la fría luz azul. Cuando el mago se le acercó, ella se derrumbó en sus brazos. Luego, sosteniéndola con un solo brazo, la levantó lentamente. La mujer quedó tendida sobre sus brazos, su largo pelo negro colgaba hasta el suelo, resaltando su cuello delgado, casi tan blanco como una raíz de loto, y tan inerte. El mago cerró los ojos con un gesto concentrado. Al sonar un redoble de tambores, retiró la mano que quedaba por debajo de ella y dejó el cuerpo flotando en el aire durante un segundo. El público aplaudió, entusiasmado.
Así era la hipnosis del amor, una metáfora cautivadora, pero peligrosa a causa de la indefensión que transmitía. ¿Guan Hongying también habría sido así? Ingrávida, sin sustancia, nada más que un accesorio con el que Wu jugaba a sus anchas. Y luego pensó en Wang. Para un amante todo era posible. ¿Tanto se había enamorado él? No podía responder a su propia pregunta.
«El sauce se yergue por encima de la niebla.
Veo mi pelo despeinado, y el broche en forma de cigarra
tendido en la cama.
¿ Qué me importan los días que me esperan
si esta noche gozas de mí hasta la plenitud?»
Otra estrofa de Wei Zhuang. En la crítica literaria tradicional, se le consideraba una analogía política, pero para Chen significaba simplemente el sacrificio de una mujer a la magia de la pasión. Como Wang, que había sido la más valiente, la que más se había sacrificado aquella noche en su piso, y luego, otra vez cuando hablaron por teléfono. Años antes había sido lo mismo para Guan, que se había entregado al ingeniero Lai antes de separarse de él.
Cuando acabó el espectáculo, Chen no encontró a los Rosenthal entre la multitud que se dispersaba. Subió y los descubrió inclinados sobre el parapeto, observando las olas rompiendo contra el barco. No se dieron cuenta de su presencia. "Mejor dejarlos a solas", pensó y bajó a comprar un paquete de cigarrillos. Le sorprendió encontrar a la ayudante del mago sentada en un taburete al pie de la escalera. Ya no vestía su disfraz resplandeciente, y parecía mucho más mayor, con su rostro arrugado y un pelo ya sin brillo. El mago, en quien el cambio era aún más llamativo, se había sentado junto a ella en otro taburete. Sin maquillaje, no era más que un hombre calvo y de mediana edad, con grandes ojeras. Se había aflojado la corbata, tenía la camisa arremangada y los cordones desabrochados. El aura poderosa que lo envolvía en escena se había desvanecido, pero los dos parecían relajados y tranquilos compartiendo un refresco de color rosa. Era probable que fueran pareja. "Tienen que interpretar su papel en cualquier escenario que se les presente", reflexionó Chen encendiendo un cigarrillo. Caído el telón, se apartaban de las candilejas y abandonaban a sus personajes. El mundo es un escenario…, o un sinfín de escenarios. Lo mismo para todos, y también para Guan, quien igualmente tuvo que interpretar su papel en la política, por lo que no era extraño que hubiera decidido encarnar a un personaje diferente en su vida privada. Su cigarrillo se había consumido sin que se diera cuenta.
– ¡Es todo tan maravilloso…! -exclamó Rosenthal cuando volvieron a juntarse en el camarote-.
– ¿Disfrutaba de un momento de privacidad? -preguntó Vicky-.
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