– ¿Y el caso? -inquirió Yu-.
– ¿Qué caso?
– El de Guan Hongying.
– No se preocupe, camarada inspector Yu. El camarada inspector jefe Chen volverá dentro de un par de días.
– Sí, pero nuestra brigada tiene muchísimo trabajo.
– Termine lo que pueda antes de presentarse el lunes en la conferencia. Otros se encargarán de todo aquí en la oficina -añadió Li sin mirarlo-. No olvide hablar con el contable para las dietas de comida. Es posible que tenga que quedarse allí varios días.
Hacia las cinco, Yu apenas había avanzado y quedaba en su mesa una pila de carpetas de casos no resueltos. "El de la mafia de Henan, dedicada al secuestro de chicas que acaban como esposas de campesinos en provincias lejanas, podía derivarse a la Oficina Provincial de Henan", pensó Yu entristecido. En cuanto al caso de los hurtos en la Fundición Número Dos de Shanghai, no sabía qué hacer. Los saqueos en las industrias eran un fenómeno constante y de enorme alcance, y para algunos trabajadores, una forma de compensación adicional. Por lo general, si lo sorprendían robando, el trabajador recibía una multa o era despedido. Sin embargo, un reciente documento del Comité Central del Partido sobre las pérdidas causadas por los hurtos en las industrias estatales, contemplaba penas de hasta veinte años para los culpables. De igual forma, quedaban muchos otros casos que se consideraban especiales por el único motivo de que las autoridades de la ciudad querían convertirlos en una advertencia dirigida a los jóvenes. El inspector Yu cerró la carpeta con un sentimiento de frustración y dejó un fino reguero de ceniza de cigarrillo sobre la mesa. La justicia era como las bolas de colores en las manos de un mago: cambiaba de tonos y formas a la luz de la política. Un asesino andaba suelto, mientras los agentes de policía pasaban apuros, pero en su posición, el inspector Yu no podía hacer nada, sino lo que le ordenasen. A las seis menos cuarto el teléfono volvió a sonar.
– Inspector Yu al habla.
– ¿Me puedes decir qué estás haciendo en este momento?
– ¿Qué pasa?
– ¿No te has acordado de la reunión de padres que teníamos hoy en el colegio de Qinqin? -Peiqin parecía furiosa-.
– ¡Oh!… Lo he olvidado. He estado muy ocupado.
– No te quiero regañar, pero detesto estar aquí sola y ocuparme de él sin tu ayuda.
– Lo siento.
– Para mí también ha sido un día largo.
– Lo sé. Ahora mismo vuelvo a casa.
– No tienes que venir por mí. De todas maneras, ya será demasiado tarde para la reunión, pero recuerda lo que dijo tu padre ayer.
– Sí, lo recuerdo.
Peiqin estaba preocupada desde que el Viejo cazador les había hablado de los líos de Chen. Por tanto, la llamada no se debía sólo a su ausencia de la reunión en la escuela, sino también a su trabajo en la investigación. Era demasiado sensata para decir una sola palabra sobre el asunto por teléfono. Yu había decidido ser policía, aunque tampoco tuvo mucha más alternativa. No prestaba demasiada importancia a la cómoda idea según la cual la ley y el orden son la piedra angular de la sociedad. Simplemente sentía que el empleo le iba bien, no sólo como manera de ganarse la vida, sino también como justificación. Creía que ser un "poli" competente lo distinguiría. Sin embargo, muchas de sus ilusiones se vinieron a bajo al poco tiempo de estar en el cuerpo.
Cuanto más lo pensaba, más se irritaba con el comisario Zhang. Aquel veterano y correoso marxista, siempre con una sonrisa políticamente correcta pegada en los labios como un matasellos, tenía que haberse chivado a alguien de muy arriba, a alguien que tenía poder para proteger a Wu a cualquier precio. Ahora tanto el inspector jefe Chen como él estaban, en la práctica, suspendidos. En la calle el sol había desaparecido tras unas nubes oscuras. Yu deseaba que Chen lo llamara. Era tarde y no quedaba nadie en el Departamento. Apagó la cafetera eléctrica, un regalo que el administrador de los grandes almacenes Número Uno le había hecho llegar como reconocimiento por su trabajo en el caso. En ese momento, no era más que un irónico recordatorio. Cuarenta y cinco minutos más tarde, Yu seguía tenazmente sentado a su mesa, con una hoja en blanco ante él como único reflejo de su pensamiento. Sonó el teléfono. Lo cogió con una prisa poco habitual en él.
– Brigada especial.
– Hola. Quisiera hablar con el inspector Yu Guangming.
Era la voz de un desconocido, y hablaba con una especie de borboteo.
– Soy yo.
– Me llamo Yang Shuhui. Trabajo en la gasolinera Número Sesenta y Tres de Shanghai, en el condado de Qingpu. Creo que tengo una información para usted.
– ¿Qué tipo de información?
– Una información en relación con la recompensa que ofrece su brigada.
– Un momento -aquellas palabras pusieron a Yu sobre alerta, puesto que sólo había un caso por el que habían ofrecido una recompensa-, es por lo del cuerpo en el canal, ¿no?
– Sí, eso es. Lo siento, he olvidado el número del caso.
– Mire, camarada Yang, justo ahora iba saliendo, pero me gustaría verlo hoy. Dígame dónde está ahora.
– En casa, cerca de El gran mundo, en la calle Huangpi.
– De acuerdo, tengo que recoger algo en el mercado de Jingling, no lejos de ahí. En la esquina de la calle Xizhuang hay un restaurante de Hunan. Creo que se llama Pabellón Yueyang. Si puede llegar en unos cuarenta y cinco minutos, nos veremos ahí.
– ¿Todavía vale la oferta de recompensa? -preguntó Yang-. Ha pasado algún tiempo. Lo he leído hoy por casualidad en un periódico viejo.
– Sí, trescientos yuanes, ni un feng menos. ¿Y su número de teléfono? -repuso Yu sin perder tiempo-. Es igual, no se preocupe. Ahora nos vemos. Salgo en seguida.
En la puerta de la oficina, el viejo camarada Liang se le acercó con un sobre en la mano.
– Tengo algo para usted.
– ¿Para mí?
– Esta mañana el inspector jefe Chen ha recibido el material para su misión. Junto con el programa, había unas entradas de más, por si alguien hubiese querido en el último momento unirse al grupo, pero a nadie le ha apetecido, así que le ha dejado dos entradas para la ópera de Beijing y otras dos para el karaoke.
– La Oficina de Relaciones Exteriores de Shanghai no ha reparado en gastos para organizar las actividades de los estadounidenses. Es muy amable de parte del inspector.
– Sí, el inspector jefe Chen es un hombre muy bueno – comentó el camarada Liang-. Usted es su ayudante, y no le va a faltar trabajo.
– Sí, lo sé. Gracias, camarada Liang.
Yu se guardó las entradas en el bolsillo y se dio prisa para llegar al restaurante.
La reunión con el camarada Yang resultó ser más fructífera de lo que Yu esperaba. Después de conversar más de una hora con él y de registrar su testimonio con una pequeña grabadora, se acordó de uno de los proverbios favoritos del Viejo cazador: «La red de Dios tiene grandes mallas, pero no deja pasar nada». ¿Cuál sería el próximo paso? El inspector Yu tenía que ponerse en contacto con el inspector jefe Chen a cualquier precio, y aún más cuando se marcharía al condado de Jiading la semana siguiente. Chen tenía que haber descubierto algo en Guangzhou, al igual que él en sus entrevistas con Jiang y Ning, sin contar la última información que acababa de darle Yang. Sólo trabajando los dos en equipo podrían esperar superar la crisis. Pero no era fácil dar con el inspector jefe. Como acompañante de la delegación estadounidense de escritores, Chen tenía que ir con los huéspedes de un lado a otro. Tampoco era seguro llamarlo al hotel Jinjiang, donde se alojaba con los invitados de Estados Unidos.
Según el Viejo cazador, ya se había montado un pleito contra Chen. Era posible que a él también le estuvieran siguiendo los pasos. Cualquier alusión al alcance de la investigación desataría una reacción. El inspector Yu estaba preparado a correr ese riesgo, pero no podían permitirse ni el más mínimo error. Tenía que haber una forma de hablarlo con Chen, una manera discreta que no despertara sospechas.
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