– Sin embargo, es posible, ¿no cree? En este momento la estabilidad política tiene una importancia primordial, camarada inspector jefe, de modo que, oficialmente, la investigación seguirá adelante, y nosotros seguimos siendo los responsables -dijo el secretario del Partido-. Ahora bien, si continúa, ya puede estar seguro de que Seguridad Interior llevará a cabo una investigación paralela. Si es necesario, bloquearán la suya con cualquier acusación que puedan levantar en su contra.
– Una investigación paralela… Ya entiendo.
– No puede darle a esa gente ningún motivo para actuar. Lo despellejarán vivo.
El inspector jefe Chen llegó a la conclusión de que tendrían no pocos "motivos" para atacarlo, y no sólo por el viaje a Guangzhou. El secretario del Partido parecía sumido en profundas reflexiones.
– Además, puede que su hipótesis explique ciertos hechos -dijo finalmente-, pero no hay testigos oculares, no hay armas, no hay ninguna prueba que tenga valor legal, tan sólo pruebas circunstanciales que apoyan algo que, en el fondo, es una teoría imaginativa, y por si fuera poco, ni siquiera hay un móvil. ¿ Por qué la habría asesinado Wu? Por ello, en este momento, camarada inspector jefe Chen, nada justifica que continúe con la investigación.
– Bueno -respondió con amargura-, desde luego no hay ninguna directriz política que lo justifique.
– Dé el caso por cerrado…, al menos durante un tiempo. No tenemos que hacer declaraciones. Esperemos. Cuando cambien los vientos políticos, cuando tenga pruebas irrefutables o descubra el móvil, volveremos a hablar de ello.
Siempre se podía esperar, pero nadie podía decir cuándo cambiarían esos vientos. Además, ¿qué pruebas irrefutables podía haber si la decisión final sobre lo que se consideraría aceptable o no la adoptaría otra instancia?
– ¿Y qué pasa si el clima no cambia, camarada secretario del Partido?
– ¿Quiere que todo el sistema se pliegue a sus deseos, camarada inspector jefe? -preguntó Li frunciendo el ceño-. Creo que he hablado claro. Preferiría no tener que declarar, como decisión oficial, que usted ya no está a cargo del caso. Sí, soy yo quien lo presentó en el Partido. Sin embargo, ante todo soy un miembro, debo velar por la protección del mismo, y no olvide que usted también pertenece a él. Los dos deberíamos ser conscientes de la gran importancia que tiene servir a sus intereses.
Chen llegó a la conclusión de que todo argumento sería inútil y no planteó más objeciones.
– Ya entiendo, secretario del Partido Li -se levantó-.
No veo por qué está tan empecinado con este caso -consideró el secretario del Partido cuando Chen ya se iba-.
Tampoco lo entendía el propio inspector jefe Chen, ni siquiera cuando llegó a su piso, después de haber pensado en ello durante todo el trayecto de vuelta. Encendió la luz y se dejó caer en una silla. La habitación parecía desnuda y descuidada, completamente vacía y triste. "Una habitación es como una mujer", pensó, "porque también te posee, y además, tienes que gastarte una fortuna en ella para que te ame". No estaba seguro de si era una metáfora leída en alguna parte o un chispazo de su propio ingenio. La mayoría de las veces, las imágenes poéticas le venían en los momentos más insospechados. Sabía que no se dormiría, pero al final de un día tan ajetreado, era agradable tenderse en la cama. Mientras miraba las sombras que bailaban en el techo, se sintió invadido por una enorme soledad. De vez en cuando agradecía unos momentos de respiro a solas en medio de la noche, aunque lo que ahora sentía profundamente era más la sensación melancólica de estar solo. De pronto, su existencia misma le pareció que se volvía dudosa. Guan también debía de haber experimentado esos momentos de soledad. Como mujer, tenía que soportar más presión aún, sola, en esa habitación suya tan parecida a una celda.
Se levantó, fue al baño y se lavó la cara con agua fría. Tuvo que hacer un esfuerzo para pensar en el caso desde la perspectiva del secretario del Partido, pero al cabo de un rato, sus pensamientos volvieron a Guan. Mientras observaba una luz en la distancia, el inspector jefe Chen imaginó que había cierta afinidad entre la mujer muerta y él. Los dos habían tenido un ascenso profesional rápido y exitoso, al menos a ojos de otros. Habían alcanzado posiciones que no solían estar reservadas a gente de su edad. En palabras de Chino de ultramar Lu, «Chen ha caído en el regazo de la suerte». Los celos de algunos colegas eran comprensibles, y también explicarían la escasa popularidad de Guan entre sus vecinas. Por otro lado, los dos eran «jóvenes, pero no demasiado», según una expresión de moda. Eso había influido en el Comité de Asignación de Viviendas, mas salvo esa excepción, no era una etiqueta muy agradable, con su clara connotación de que esas personas debían de haberse casado hacía tiempo. El éxito en la carrera política no servía de mucho en la vida privada; al contrario, podía perjudicarla, sobre todo en China y más en aquellos tiempos. Ser miembro del Partido significaba, según su constitución, serle fiel por encima de todas las cosas, algo no demasiado atractivo para quien deseara casarse. Lo más normal era que un futuro marido quisiera más a su mujer, que primero le profesara lealtad a ella y que cuidara de su familia con todo su corazón y su alma. El éxito político podía complicarle la vida a alguien de diversas maneras, y Chen lo sabía por experiencia propia. A él, un inspector jefe soltero de treinta y cinco años, lo vigilaban permanentemente. Tenía que vivir de acuerdo con su cargo. Quizá era una de las razones por las que seguía soltero. Lo mismo podría haberse dicho de Guan.
Pero no era una noche para ponerse sentimental. Intentó, una vez más, ver las cosas desde la perspectiva de Li. Debía reconocer que su argumento tenía cierta solidez. Después de tantos años desperdiciados en vaivenes políticos, China estaba por fin dando grandes pasos con las reformas económicas. Con un PIB que crecía año tras año con cifras de dos dígitos, la gente comenzaba a vivir mejor. También se estaba implantando una cierta democracia. En una encrucijada histórica como ésa, la «estabilidad política», un concepto que se había vuelto popular desde el trágico verano de 1989, era necesaria para el progreso. En ese momento, la autoridad incuestionable del Partido era más importante que nunca. Por ello, en lugar de dañar la autoridad política del Partido y de atentar contra la estabilidad política, había que abandonar la investigación.
– ¿Y qué pasaba con la víctima?
Guan Hongying había vivido según los intereses del Partido. Parecía lógico que también muriera por ellos. Crear una tapadera también la beneficiaría a ella, perpetuaría su imagen intachable de modelo nacional. No sería la primera vez ni la última que un agente de policía abandonara una investigación a medio camino. Pocos sospecharían la razón verdadera. ¿Para qué armar todo un lío? En el peor de los casos, quedaría mal, aunque posiblemente salvara el cuello. El secretario del Partido Li no era el único que se preguntaba por qué el inspector jefe Chen era tan obstinado. Durante el duermevela, Chen también se preguntaba por qué.
Lo despertó el timbre del teléfono.
– ¿Diga?
– Soy yo, Wang Feng. Sé que es tarde, pero tengo que verte.
La voz ansiosa de Wang parecía cercana, como si estuviera en el piso de al lado, aunque al mismo tiempo sonaba lejana.
– ¿Pasa algo? No te preocupes, Wang -dijo Chen-. ¿Dónde estás?
Miró su reloj. Eran las doce y media. No esperaba una llamada de Wang, menos a esa hora.
– Estoy en la cabina de teléfono que hay al otro lado de la calle.
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