– Ha muerto.
– ¿Qué?
La expresión de asombro de la anciana era auténtica.
– Y se llama Guan Hongying.
– ¿Sí? -terció Hua-. ¿La trabajadora modelo de rango nacional?
– Pero ese xiansheng que estaba con ella la llamaba Zhaodi.
¡Cómo! -exclamó sorprendido Chen-.
Xiansheng, un vocablo redescubierto en los años noventa, era una palabra ambigua con la que se nombraba a un marido, a un amante o a un amigo. Cualquiera sea su significado en el caso de Guan, era una confirmación de que estaba acompañada durante su estancia en las montañas.
– ¿Quiere decir su amigo o marido? -prosiguió Chen-.
– No lo sabemos -dijo Wei-.
– Viajaban juntos -expuso Hua-y compartían la habitación de hotel.
– Entonces, ¿estaban registrados como pareja?
– Creo que sí. Si no, no habrían podido compartir la habitación.
– ¿Ella lo presentó como su marido?
– Bueno, dijo algo así como «Éste es mi hombre». La gente no se presenta formalmente en la montaña.
– ¿Notaron algo sospechoso en su relación?
– ¿A qué se refiere?
– No estaban casados.
– Lo siento, no notamos nada -dijo Wei-. No tenemos la costumbre de espiar a la gente.
– Venga, Wei -reprochó Hua-, el inspector jefe sólo está cumpliendo con su deber.
– Gracias -dijo él-. ¿Saben cómo se llamaba ese hombre?
– No nos presentamos formalmente, pero creo que ella lo llamaba Pequeño Tigre. Quizá era su apodo.
– ¿Me lo pueden describir?
– Alto, bien vestido. Tenía una cámara de fotos de importación muy bonita.
– No hablaba mucho, pero era muy considerado con nosotros.
– ¿Con algún tipo de acento?
– Pekinés.
– ¿Pueden darme una descripción detallada de cómo era?
– Lo siento, eso es lo único que podemos… -dijo Wei y enseguida calló-. El gas.
– ¿Qué?
– Se está acabando el gas.
– La bombona de gas -aclaró Hua-. Somos demasiado viejos para reemplazarla.
– A nuestro único hijo lo acusaron de derechista durante la Revolución Cultural y lo condenaron a un campo de trabajo en Qinghai -explicó Wei-. Ahora está rehabilitado, pero ha decidido quedarse allá con su propia familia.
– Lo siento, a mi padre también lo encarcelaron durante esos años. Es un desastre nacional -dijo Chen, preguntándose si él era alguien para pedir disculpas por el Partido, aunque entendía la animosidad de la pareja de ancianos-. Por cierto, ¿dónde está el depósito de bombonas?
– A dos manzanas de aquí.
– ¿Tienen un carrito?
– Sí, tenemos uno. ¿Por qué lo pregunta?
– Si me dejan, iré a buscarles una bombona nueva.
– No gracias, nuestro sobrino vendrá mañana. Usted ha venido a interrogarnos, camarada inspector jefe.
– Pero también les puedo ayudar en algo. No hay ninguna regla que lo prohiba.
– De todas maneras, no, gracias -repuso Wei-.
– ¿Quiere preguntarnos algo más? -añadió Hua-.
– No, si eso es lo único que pueden recordar, no tenemos más que hablar. Les agradezco toda su información.
– Lo siento, no le hemos ayudado demasiado. Si hay alguna pregunta…
Ya volveré a visitarlos -dijo él-.
En la calle, el inspector jefe Chen sólo podía pensar en el hombre que había acompañado a Guan en las montañas. El hombre tenía un claro acento pekinés, igual que el hombre del que le había hablado tío Bao. Alto, educado y elegante. ¿ Sería acaso el mismo que vio la vecina de Guan en el pasillo? En las montañas, llevaba una cámara fotográfica cara. Había muchas fotos de buena calidad en el álbum de Guan.
El inspector jefe Chen ya no podía esperar más. En lugar de volver a su despacho, se dirigió a la sede de la Compañía Tele fónica de Shanghai. Por suerte, en su maletín tenía hojas con el membrete oficial. En un momento, redactó una presentación.
– Es un placer conocerlo, camarada inspector jefe -dijo un funcionario de unos cincuenta años-. Me llamo Jia, pero puede llamarme Lao Jia.
– Espero que baste -le enseñó su placa y la carta de presentación-.
– Sí, totalmente suficiente -Jia se mostró colaborador y tecleó inmediatamente los números en el ordenado-r.
– El nombre del abonado es… Wu Bing.
– ¿Wu Bing?
– Sí, los números que empiezan con 867 corresponden al barrio de Jinan, que… -el funcionario se había puesto nervioso- es el barrio residencial de los cuadros superiores, ya sabe.
– ¡Ah!, Wu Bing. Ahora entiendo.
Wu Bing, el Ministro de Propaganda, llevaba años ingresado en el hospital. Estaba fuera de toda sospecha, pero alguien de su familia… Chen dio las gracias a Jia y salió a toda prisa. Encontrar información sobre la familia de Wu no fue difícil. Chen tenía un buen contacto en el Archivo de Shanghai, donde existía un expediente sobre cada uno de los cuadros superiores y sus familias. Había conocido al camarada Song Longxiang durante su primer año en el cuerpo de policía. Marcó su número desde una cabina telefónica. Song ni siquiera preguntó por qué Chen quería la información.
Wu Bing tenía un hijo cuyo nombre era Wu Xiaoming. Wu Xiaoming era un nombre que Chen ya había visto en el curso de la investigación. Se encontraba en una lista del inspector Yu donde figuraban las personas con las que había hablado o con las que se había puesto en contacto en busca de posible información. Wu Xiaoming era fotógrafo y trabajaba para la revista Estrella roja. Había tomado algunas fotos de Guan para el Diario del pueblo.
– ¿Tienes una foto de Wu Xiaoming?
– Sí, tengo una.
– ¿Puedes mandármela por fax a mi despacho? Estaré ahí en media hora esperando junto al teléfono.
– Vale, supongo que no necesitas una carta de presentación. ¿Una foto te basta?
– Eso. Te llamaré en cuanto la reciba.
– De acuerdo.
Chen decidió tomar un taxi. La copia de la foto de Wu Xiaoming no tardó en llegarle por fax. Quizá databa de hacía unos años, pero se veía que era un hombre alto. Era urgente que el inspector jefe Chen siguiera la veta. Aquella tarde hizo otras dos cosas. En primer lugar, llamó a la redacción de Estrella Roja, una secretaria le dijo que Wu no estaba.
– Estamos elaborando un diccionario de artistas contemporáneos que incluye a los jóvenes fotógrafos -dijo Chen-. Cualquier información sobre Wu Xiaoming nos sería muy útil.
La táctica funcionó. En menos de una hora le enviaron por fax una lista de las fotos publicadas por Wu Xiaoming.
Luego volvió a visitar a la pareja de ancianos. La segunda visita resultó más fácil de lo que esperaba.
– Ése es -dijo Wei, señalando la copia del fax en manos de Chen-. Un joven muy simpático, siempre con una cámara en las manos.
– No sé si es un hombre bueno o no -apostilló Hua-, pero en las montañas se mostró muy amable con ella.
– Tengo otra foto -añadió Chen y les mostró a Xie Rong-. Fue su guía en las montañas, ¿verdad?
– Sí, -dijo Wei con una sonrisa inescrutable-, seguro que ella puede contarle más cosas acerca de ellos, mucho más.
– ¿Y eso por qué?
– Guan tuvo una pelea feroz con Xie en las montañas, y le diré más: Guan la trató de puta.
El domingo por la mañana el inspector jefe Chen tardó más de lo habitual en cepillarse los dientes, aunque intentó en vano quitarse el amargo sabor de boca. No le agradaba el cariz que tomaba la investigación, ni tampoco el programa que le esperaba aquel día: investigar en la Biblioteca de Shanghai.
Ya era una evidencia que Guan Hongying había tenido una aventura con Wu Xiaoming. Por muy trabajadora modelo que fuera, había llevado una doble vida en las Montañas Amarillas con un nombre distinto, al igual que Wu. Sin embargo, no era suficiente para afirmar que su muerte estuviera relacionada con esa aventura clandestina.
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