Qiu Xiaolong - Visado Para Shanghai

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Visado Para Shanghai: краткое содержание, описание и аннотация

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La nueva novela de Qiu Xiaolong retoma las andanzas protagonizadas por el Inspector Chen en su anterior gran éxito, Muerte de una heroína roja. En esta ocasión, Chen ha de investigar la misteriosa desaparición de la bailarina Wen Liping durante su regreso a China desde Estados Unidos. La vigorosa trama policial propicia la radiografía de un país en plena mutación, sirviéndose de un personaje que está ya en las antologías del género: un amante de la literatura que resuelve intrincados enigmas en tanto recita proverbios de Confucio y moderna poesía china. El estilo de Xiaolong ha hecho ya las delicias de miles de lectores en todo el mundo. A pesar de su juventud se trata de un autor contrastado, cuyo futuro se adivina enormemente brillante.

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– Sí, posiblemente.

– He hablado con gente del Wenhui Daily-dijo Chen-. Cuando Liu dejó su trabajo hace unos cinco años y montó una empresa de material de construcción en Shanghai, consiguió varios contratos del gobierno de Singapur para la Nueva Zona Industrial de Suzhou. Ahora tiene dos fábricas de material de construcción y un almacén de madera en Suzhou, además de su empresa en Shanghai. Esta tarde he llamado a Liu. Su esposa me ha dicho que estaba en Beijing negociando un trato y que regresaría mañana a Suzhou.

– ¿Vamos a ir a Suzhou?

– Sí. Dudo que resulte. El Secretario del Partido Li hará que entreguen los billetes de tren en el hotel mañana por la mañana.

– El Secretario del Partido Li puede ser muy eficiente -dijo ella-. ¿Nos vamos muy temprano?

– El tren sale a las ocho. Llegamos a Suzhou hacia las nueve y media. Li sugiere que pasemos unos o dos días allí.

Él había propuesto unas cortas vacaciones como camuflaje de su investigación. Li enseguida había aprobado el plan.

– O sea que seremos turistas -dijo ella-. Bueno, ¿cómo se le ha ocurrido relacionar el poema con nuestra investigación? Le prepararé una taza de café si me lo cuenta. Café especial, de Brasil. Un premio.

– Está aprendiendo muy deprisa las costumbres chinas. Intercambiar favores. La esencia misma del guanxi. Pero es tarde. Mañana tenemos que irnos temprano.

– No se preocupe. Podemos dormir un poco en el tren -ella sacó del armario un molinillo de café con una bolsita de café en grano, y buscó un enchufe -. Sé que le gusta el café fuerte.

– ¿Trajo este café de EE UU?

– No, lo compré en el hotel. Proporcionan toda clase de artículos. Mire el molinillo. Krups.

– Las cosas son caras en el hotel.

– Le confesaré un secreto -dijo ella-. Nos pagan dietas cuya cantidad depende del lugar. Para estar en Shanghai me pagan noventa dólares al día. No me considero despilfarradora si gasto la mitad de mi dieta del día para agasajar a mi anfitrión.

Encontró un enchufe detrás del sofá. El cordón no era lo bastante largo. Puso el molinillo sobre la alfombra, lo enchufó y derramó los granos en él. Arrodillada, molió el café, dejando al descubierto sus bien formados piernas y pies.

Pronto la habitación se llenó de un agradable aroma. Ella le sirvió una taza, puso una cucharilla para el azúcar y leche en la mesita auxiliar y sacó un pedazo de pastel del frigorífico.

– ¿Y usted? -preguntó él.

– Yo no tomo café por la noche. Tomaré un vaso de vino.

Se sirvió vino blanco. En lugar de sentarse a su lado en el diván, volvió a sentarse en la alfombra.

Mientras tomaba unos sorbos de café, Chen se preguntó si debería haber declinado su oferta. Era tarde. Estaban solos en la habitación. Pero los acontecimientos del día habían sido demasiado para él. Necesitaba hablar. No sólo como agente de policía, sino como hombre; con una mujer con cuya compañía disfrutaba.

Había llevado a cabo un concienzudo registro de la habitación del hotel. No había ningún equipo de audio o vídeo escondido. Estarían a salvo. Sin embargo, no estaba seguro, después de los acontecimientos del día, después de la información que le había dado el Secretario del Partido Li sobre Seguridad Interna.

– Es el mejor café que jamás he tomado -dijo.

Ella alzó el vaso.

– Por nuestro éxito.

– Brindo por ello -dijo él, haciendo chocar su taza contra el vaso de ella-. Sobre el poema. Las huellas de Oropéndola desapareciendo en la calle me han recordado un poema de la dinastía Song.

– ¿Un poema de la dinastía Song?

– Trata de la transitoriedad de la existencia de uno en este mundo, como las huellas dejadas por una grulla en la nieve, visibles sólo un momento. Al mirar las huellas he intentado crear algunos versos. Luego he pensado en Wen. Entre las personas de su vida, también hay un poeta, Liu Qing.

– Podría ser una pista importante -dijo ella.

– De momento no tenemos otra.

– ¿Otra taza de café?

– Será mejor que tome un vaso de vino -dijo él.

– Sí. No hay que tomar demasiado café por la noche.

De pronto el fax de la habitación empezó a expulsar un largo papel, cuatro o cinco páginas. Ella echó un vistazo al rollo ligeramente pegajoso sin arrancarlo de la máquina.

– Sólo es información general sobre el tráfico ilegal de inmigrantes. Ed Spencer investigó un poco por mí.

– Ah, me enteré de algo por el inspector Yu -dijo él-. Los Hachas Voladoras han pedido ayuda a otras tríadas. Una de ellas puede estar activa en Shanghai.

– No me extraña -se limitó a decir ella.

Aquello podía explicar los accidentes que había sufrido allí, incluso tal vez la redada en el mercado, pero aún quedaban muchas preguntas sin respuesta.

Ella tomó un largo trago y vació el vaso. El de Chen aún estaba a medias. Cuando se inclinó para servirse más vino, a él le pareció vislumbrar el volumen de sus senos a través de la abertura de la túnica.

– Saldremos muy temprano. Su casa está muy lejos…

– Sí, mañana saldremos muy temprano -se puso en pie.

En lugar de dirigirse hacia la puerta dio un par de pasos hacia la ventana. La brisa nocturna era dulce. El reflejo de las luces de neón que bordeaban el Bund se ondulaba en el río. La escena parecía extenderse ante ellos como el mundo en un sueño.

– Qué hermoso es -dijo ella, situándose a su lado junto a la ventana.

Siguió un breve silencio como un hechizo. Ninguno de los dos dijo nada. A él le bastaba sentirla cerca, contemplando el Bund.

Y entonces vio el parque y el malecón -«barridos por confusas alarmas de lucha y huida / donde ignorantes ejércitos se enfrentan por la noche»- una escena experimentada por otro poeta, en otra época, en otro lugar, con alguien de pie a su lado.

La idea del caso de la víctima del parque no resuelto le despejó.

Aquel día no había hablado con Gu, ni con el Viejo Cazador.

– Tengo que marcharme, en serio -dijo él.

CAPÍTULO 26

El tren llegó puntual. A las nueve y media paró en Suzhou.

En una calle secundaria, a pocas manzanas de la estación de tren, la inspectora Rohn se encaprichó de un hotelito. Con sus ventanas de celosía, su porche pintado de bermellón y un par de leones de piedra protegiendo la puerta, tenía aspecto de antigüedad.

– Aquí no quiero alojarme en un Hilton -dijo.

Chen estuvo de acuerdo. No quería notificar su llegada al departamento de Policía de Suzhou. Por una estancia de un par de días, cualquier lugar era bueno. Y un hotel situado en la parte vieja de la ciudad sería un destino menos probable para ellos, en caso de que alguien intentara seguirles. Había cambiado los billetes para Hangzhou que el Secretario del Partido Li le había entregado en la estación, sin decir a nadie que se dirigían hacia Suzhou.

En un principio el hotel era una gran casa de estilo Shiku, cuya fachada estaba cubierta de anticuados dibujos. En el minúsculo jardín delantero había una corta hilera de piedras planas de colores a modo de pasarela. El director puso reparos, demostrando no tener ningún interés por su compañía; finalmente reconoció, avergonzado, que en el hotel no admitían a extranjeros.

– ¿Por qué? -preguntó Catherine.

– De acuerdo con las normas de turismo de la ciudad, sólo los hoteles de tres estrellas pueden alojar a extranjeros.

– No se preocupe -Chen sacó su identificación-. Es una situación especial.

Aun así, sólo quedaba disponible una «habitación de clase alta», que le fue asignada a Catherine. Chen tuvo que alojarse en una habitación corriente.

El director no paró de disculparse mientras les acompañaba al piso de arriba, primero a la habitación de Chen. En ella sólo había espacio para una cama individual de dura tabla de madera. No había nada más. Fuera, en el corredor, el director les enseñó un par de cuartos de baño para compartir: uno para los hombres y el otro para las mujeres. Chen tendría que hacer sus llamadas telefónicas abajo, desde el mostrador del vestíbulo. La habitación de Catherine estaba provista de aire acondicionado, teléfono y cuarto de baño anexo. También había un escritorio y una silla, tan pequeños que parecían provenir de una escuela elemental. Pero la habitación estaba alfombrada.

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