Qiu Xiaolong - Cuando El Rojo Es Negro

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El inspector Chen, de la Policía de Shangai, está temporalmente alejado del Departamento. Trabaja ahora para un acaudalado hombre de negocios que pretende construir un gran complejo residencial, una creación que logre evocar el brillo y el glamour de los lejanos años 30. Pero cuando el antiguo mienbro de la Guardia Roja, el novelista Yin Lige, es asesinado en su apartamento tras publicar una obra muy crítica con el régimen imperante, Chen deberá regresar al servicio activo para colaborar con su subalterno, el detective Yu, y detener así al culpable. Un caso que dejará entrever a Chen serias implicaciones políticas.

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Ese no era el ideal confuciano de una sociedad, al menos no la visión que tenía su padre, un intelectual neoconfuciano de la vieja generación. Irónicamente, pensó Chen, no carecía de relación absoluta con el confucianismo. Yiqi, o la obligatoriedad de la situación, un principio confuciano que enfatizaba la obligación moral, había desarrollado la idea de la obligatoriedad de los propios intereses.

Pero Chen se recordó a sí mismo que no tenía tiempo para tales especulaciones filosóficas.

Entró en la habitación de su madre. Todavía estaba durmiendo. Aunque el resultado de las pruebas había descartado la posibilidad que le preocupaba en particular, la anciana estaba visiblemente cada vez más débil desde hacía unos cuantos años. Decidió quedarse un rato con ella. Desde el comienzo de la traducción, casi simultáneo al asesinato de Yin Lige, éste era el primer día que Chen podía pasar un tiempo tranquilamente con su madre sin preocuparse por esta pista o aquel descubrimiento, o por definiciones o estilo.

La mujer se movió en sueños, pero no se despertó. Posiblemente era lo mejor. Una vez que se despertara, probablemente dirigiría la conversación a su pregunta número uno: Ahora que te has establecido en la vida, ¿qué hay de formar una familia?

En la cultura tradicional china, el «establecimiento» y la «familia» estaban en los primeros puestos de la lista de prioridades de un hombre, aunque lo segundo era lo que más le preocupaba a su madre. A pesar de sus logros profesionales y de su reputación dentro del Partido, su vida personal seguía siendo una página en blanco para su madre.

Una vez más, pensó en la inscripción del cuadro del ganso en Pekín, aunque en un contexto diferente: «Lo que ha de llegar, llega con el tiempo». Quizás aún no hubiese llegado el momento.

Chen empezó a pelar una manzana para su madre. Recordó que era algo que Nube Blanca había hecho para él. A continuación, introdujo la manzana pelada en una bolsa de plástico sobre la mesilla de noche. Miró en el cajón de la mesita. Podría empezar a recoger las cosas de su madre. Quizás debería marchar antes de que se despertara.

Para sorpresa suya, encontró una fotografía pequeña de Nube Blanca en un libro de sagradas escrituras budistas de su madre. Con el uniforme universitario, Nube Blanca parecía llena de vida y joven, de pie en el portal impresionante de la Universidad de Fudan. Comprendió por qué su madre guardaba aquella foto. Para ella, como el Chino Extranjero Lu había apuntado en una ocasión, «Todo lo que cayera en su cesta de bambú se convertía en una verdura».

Nube Blanca era una buena chica, eso seguro. Le había ayudado mucho: con la traducción, con su madre en el hospital, y con la investigación. Por todo ello, Chen solamente podía estarle agradecido. No quería denigrarla porque se hubieran conocido cuando ella trabajaba en el karaoke y hubiera bailado con ella con la mano sobre su espalda desnuda, ni por ser una «pequeña secretaria». Chen se consideraba una persona por encima de este tipo de esnobismo.

Sin embargo, lo que su madre creía, obviamente, sobre la relación entre ambos, era algo en lo que jamás había pensado Chen. No tanto por la diferencia de edad, ni por los orígenes de ambos, sino simplemente porque Chen opinaba que vivían en dos mundos distintos. De no ser por la traducción sobre Nuevo Mundo, sus caminos nunca se habrían cruzado. La traducción estaba acabada, y Chen se alegraba de que Nube Blanca pudiera volver a su vida, fuera como fuera ésta. No tenía sentido ponerse sentimental. Nube Blanca trabajó como pequeña secretaria a cambio de un sueldo. «Me paga bastante generosamente», como ella misma había dicho; igual que a Chen, aunque con una tarifa distinta y por una razón diferente.

Pero entonces, ¿realmente estaba tan seguro de sí mismo?

¿El buen hijo sentado junto a su madre era el mismo hombre que el tipo montado en el dólar que bebía con su pequeña secretaria en el Golden Time Rolling Backward?

– ¿Es usted el inspector jefe Chen? -preguntó una enfermera joven asomando la cabeza por la puerta-. Alguien le está esperando abajo.

Chen caminó a zancadas largas. No esperaba ver al secretario del Partido Li en el vestíbulo. Sostenía un ramo enorme de flores, un fuerte contraste con la imagen común y seria de un superior del Partido. Llevaba puesta una chaqueta estilo Mao abotonada hasta el cuello. En la entrada había aparcado un coche oficial marca Mercedes.

– Me han dicho que su madre sigue dormida -dijo Li-, así que creo que sólo hablaré un poco con usted aquí. Debo asistir a una reunión con el Gobierno municipal esta mañana.

– Gracias, secretario del Partido Li. Pero usted está muy ocupado, no debería haberse molestado en venir.

– No. Debería haber venido antes. Es una anciana encantadora. He hablado con ella un par de veces, ¿sabe? -confesó Li-. También quiero agradecerle en nombre del departamento policial de Shanghai su estupenda labor.

– El detective Yu hizo el trabajo. Yo sólo le ayudé un poco.

– No hace falta que sea modesto, inspector jefe Chen. Ha sido un trabajo excelente. Sin implicaciones políticas. Sencillamente maravilloso. Eso es lo que comunicaremos en la conferencia de prensa. El móvil del crimen fue una disputa sobre dinero entre Yin y un pariente. Nada que ver con la política.

– Sí, nada que ver con la política -repitió Chen mecánicamente.

– De hecho, ya hemos tenido algunas reacciones positivas. Un reportero del diario Wenhui dijo que Yin no debería haber sido tan tacaña con el sobrino-nieto de Yang. Y un periodista de Liberation opinó que Yin realmente era una mujer astuta, demasiado calculadora por su propio bien…

– Pero todavía no ha tenido lugar la conferencia de prensa, ¿verdad?

– Bueno, estos periodistas han debido de enterarse de nuestras conclusiones de una manera u otra. Lo que digan quizás no favorezca a la reputación póstuma de Yin, pero no creo que eso sea asunto nuestro.

– «¿Quién puede controlar las historias, las historias después de una vida? / El pueblo entero recibe con entusiasmo el cuento romántico del General Cai». Claro que la historia de Yin no fue tan romántica.

– Ha vuelto a la poesía, camarada inspector jefe Chen -dijo Li-. Por cierto, no tenemos que mencionar el manuscrito de la novela de Yang. No debemos. Seguridad Nacional ha insistido en ello. Al partido no le conviene en absoluto.

Chen se dio cuenta de que esa era la verdadera razón de la visita del secretario del Partido Li. Li estaría a cargo de la conferencia de prensa, y debía asegurarse de lo que los agentes asignados en el caso dirían, y de lo que no dirían.

Después de que Li se marchara, Chen vio pétalos de flores en el suelo. Al igual que a Nube Blanca, Chen no quería juzgar a Yin. A pesar de la declaración de Bao a favor de su autodefensa o de los comentarios de los reporteros desde un punto de vista periodístico, Chen escogió ver a Yin como una mujer llena de complejidades.

Era cierto que Yin poseía un interés económico en la publicación de la colección poética de Yang. Sin embargo, para ser justos, había trabajado mucho en ella como editora. Una labor de amor, hecha en memoria de Yang. Aún así, habría ganado más dinero dando clases privadas, como hacían muchos profesores de inglés en la década de los noventa. A fin de cuentas, ella también tenía que sobrevivir en una sociedad cada vez más materialista.

También era cierto que Yin guardaba el manuscrito de la novela de Yang en secreto y que no tenía la intención de compartirlo con Bao, cuya opinión era que él debería haber sido el heredero legítimo.

Pero, ¿qué era lo legal en una situación así?

En la época de la Revolución Cultural, se habrían negado a entregar un trozo de papel denominado certificado de matrimonio a la pareja de enamorados.

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