Recordó que Yin había dejado las llaves en la cerradura del cajón de su escritorio cuando, literalmente, le había echado de su despacho, y que no había cerrado la puerta con llave porque casualmente uno de sus colegas entraba en ese instante. De modo que volvió a hurtadillas a su oficina. El colega de Yin ya no estaba allí, y la puerta seguía abierta. Nadie le vio entrar en el despacho. Sin embargo, su búsqueda en el cajón del escritorio fue en vano.
El único dinero que encontró fueron unas monedas en una caja pequeña de plástico. Pero entonces se dio cuenta de que en el llavero también estaban las llaves de la puerta trasera de la casa shikumen y de la habitación de Yin. Y se acordó de algo. Durante su anterior estancia con Yin, ésta le pidió a Bao que hiciera un duplicado de las llaves para que él también pudiera utilizarlas. Quizás por su acento, o por su apariencia rústica, el cerrajero hizo dos duplicados de cada llave, y eso fue lo que le cobró. Bao no se lo contó a Yin por vergüenza y pagó las llaves adicionales de su propio bolsillo. Más adelante, sólo le devolvió un juego. Bao conservó las llaves en un llavero decorado con la imagen de una bailarina del ballet Red Woman Soldier; a modo de recuerdo. Cuando volvió a Shanghai, se llevó las llaves consigo.
Empezó a idear un plan, pero fue prudente. Recordó el hábito de Yin de levantarse temprano cada mañana para practicar taichi. Normalmente, salía del edificio shikumen sobre las cinco y cuarto, y no volvía hasta después de las ocho. Durante ese tiempo, él podría entrar en su habitación, coger todo lo que hubiera y marchar de la casa por la puerta trasera o delantera. Cuanto más temprano mejor, por supuesto, ya que la mayoría de los inquilinos no se levantarían hasta las seis. Siempre y cuando no le vieran salir del cuarto de Yin, no correría peligro. El único riesgo posible sería que uno de los vecinos pudiera reconocerle. Pero desde su visita anterior, Bao había crecido, así que el riesgo era muy pequeño. Y aunque le identificaran como el ladrón, la policía seguramente no emplearía demasiado esfuerzo en localizar a un mero ladronzuelo, y tampoco resultaría fácil dar con él en Shanghai.
Para asegurar su plan, Bao se dedicó a vigilar un poco. Después de haber observado en secreto la calle durante una semana, decidió actuar. Entró sin que nadie le viera por la puerta trasera, poco después de que Yin saliera del edificio la mañana del siete de febrero. Realmente no pensaba que estuviera haciendo nada malo, ya que consideraba que era justo que él recibiera una parte del legado de Yang.
Pero tardó mucho más tiempo del que creía en encontrar algo de valor que robar. Había menos dinero del que esperaba, ningún talonario, y mucho menos una tarjeta de crédito. Entonces, encontró el manuscrito en inglés en una caja de cartón, debajo de la cama. No podía entender lo que decía, pero supuso qué podría ser.
No prestó atención al oír pisadas por las escaleras. Había mucha gente en el edificio. Algunas de las mujeres se dirigían al mercado bastante temprano por la mañana. Pero cuando oyó el sonido de la llave en la cerradura, le entró el pánico. Corrió a esconderse detrás de la puerta, con la esperanza de poder salir del cuarto sin que nadie lo viera. La expresión de Yin fue de absoluto pavor al observar la escena de la habitación desvalijada, en la cual la mayoría de los cajones habían sido vaciados, y las cajas de zapatos estaban esparcidas por todo el suelo. Cuando Yin se volvió en dirección a Bao, este salió de un salto de detrás de la puerta, agarró la almohada de la cama, y tapó la cara de Yin a la vez que le empujaba fuertemente contra la pared. Bao intentaba evitar que Yin gritara, pero utilizó demasiada fuerza. Cuando por fin soltó la almohada, Yin se desplomó sobre el suelo como un saco de arena.
Le resultó imposible permanecer con el cadáver en aquella habitación minúscula.
Bao sabía que no podría correr el más mínimo riesgo de que algún vecino le viera o reconociera, después de lo que había sucedido. Ahora se trataba de un caso de asesinato. Cogió el manuscrito y las pocas cosas de valor que había encontrado, abrió la puerta y bajó por las escaleras. No podía salir del edificio por la puerta delantera. En cualquier momento podría salir gente de las habitaciones situadas en las alas.
Mientras bajaba las escaleras en dirección a la puerta trasera, vio a la mujer que pelaba gambas en el exterior. No podía dar marcha atrás, así que no le quedó otra alternativa que esconderse en el espacio situado bajo la escalera. No seguía ningún plan; simplemente iba de un lado para otro igual que una mosca sin cabeza. Después de vivir los dos o tres minutos más largos de su vida, oyó un alboroto en la calle. Se asomó y vio que la «mujer gamba» ya no estaba en su puesto.
Salió corriendo.
La narración de Bao duró cerca de dos horas. La cinta casi se acabó. Pocos minutos antes de que Bao terminara, Chen volvió con el maletín y el manuscrito debajo del brazo.
Gran parte del relato de Bao confirmó la hipótesis inicial de Yu, aunque le sorprendieron algunos detalles.
– Fue él -dijo Yu, asintiendo hacia Chen.
Chen colocó el manuscrito sobre la cama, delante de Bao.
– ¿Sabías que Yin tenía este manuscrito en inglés?
– No, no tenía ni idea -contestó Bao-. Pero me preguntaba dónde podría estar. Mi madre pensaba que podría tenerlo ella. Mi madre nunca conoció a mi tío Yang, ¿sabe?.
– ¿Nos lo llevamos ahora a la comisaría? -preguntó Yu.
– Sí. He llamado a Little Zhou desde el restaurante de abajo. Me ha dicho que traerá un coche policial a la una en punto. Debe de estar esperándonos abajo.
Condujeron a Bao a la calle. Efectivamente, Little Zhou les estaba esperando en un Mercedes.
– Inspector jefe Chen, siempre disponemos del mejor coche policial para usted.
Chen parecía estar inmerso en sus pensamientos, mientras tamborileaba con los dedos en el maletín a reventar, situado en el asiento junto a él.
– Tengo una pregunta, inspector jefe Chen -dijo Yu-.Yin debería haber guardado el manuscrito de la novela de Yang en la caja de seguridad, junto con la traducción inglesa de los poemas chinos. ¿Por qué la dejaría en su habitación?
– Yin era demasiado lista, por su propio bien. ¿Crees que la caja de seguridad sería lo suficiente segura para alguien como ella? -repuso Chen-. Posiblemente alquiló deliberadamente una caja de seguridad para que la gente pensara que guardaba allí todos sus objetos de valor, y que nadie sospechara que conservaba en su habitación algo importante.
Chen tenía la plena seguridad de que la investigación sobre el caso Yin Lige había concluido con éxito, y que la traducción de la propuesta empresarial sobre Nuevo Mundo estaba terminada. Pero el teléfono volvió a sonar muy temprano aquella mañana, igual que la alarma de un despertador programada a la hora incorrecta. Era Gu.
Mientras Chen le escuchaba, un verso le vino a la cabeza: «Lo que ha de llegar, llega con el tiempo».
Ese verso pertenecía a un grabado en la parte inferior de un cuadro tradicional chino que representaba a un ganso blanco silvestre con un sol naranja sobre las alas; una bella pintura que Chen había visto hacía años, en Pekín, en compañía de una amiga, la cual tenía el cuadro en la pared de su dormitorio, en Muxudi.
El verso solía venirle a la memoria de manera inesperada. Esa mañana, lo que le hizo recurrir a él fue la propuesta de un garaje con múltiples plantas; o, para ser más exactos, la propuesta de un terreno adicional cercano a Nuevo Mundo, sobre el cual se podría construir dicho garaje. Gu tenía una serie de buenas razones que apoyaban la idea, la cual ya había trasladado a los mandatarios de la ciudad, y que ahora estaba explicándole a Chen.
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