Arnaldur Indriðason - Las Marismas

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Un hombre aparece asesinado en su casa en el barrio Las Marismas de Nordurmyri. La policía encuentra escondida en su escritorio una vieja foto de la tumba de una niña de cuatro años. Y es precisamente esa foto la que conduce a los investigadores hacia el pasado tenebroso de aquel hombre, a sus antiguas relaciones y a un drama familiar. Esta historia coincide con la desaparición de una joven de su propio banquete de boda.
Los inspectores, Erlendur y Sigurdur Óli, se enfrentan en los dos casos a enredados y complicados pasados de familias aparentemente corrientes.
«Verosímil, bien construida, conmovedora e inteligente.» Times Literary Supplement
«Fascinante, original y desconcertante.» Val McDermid

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– Sabes que si no le hubieran hecho la autopsia y no le hubieran sacado el cerebro nunca se habría podido averiguar la causa de su muerte. Eso lo sabes. Ha estado enterrada demasiado tiempo. No habría sido posible investigar su cerebro después de más de treinta años bajo tierra. De esa manera, lo que te ha parecido tan repugnante probablemente resultará ser tu tabla de salvación. Supongo que te das cuenta de ello.

El médico se quedó pensativo.

– ¿Has oído hablar de Luis XVII? Era el hijo de Luis XVI y de María Antonieta. Lo encarcelaron durante la revolución y le quitaron la vida cuando tenía diez años.

– ¿A quién?

– A Luis XVII.

– ¿Luis?

– Hace poco más de un año oí en las noticias que científicos franceses habían descubierto que no se había escapado de la cárcel como se creía, sino que murió allí. ¿Sabes cómo lo descubrieron?

– No sé de qué me estás hablando -dijo Erlendur.

– En su momento le sacaron el corazón y lo guardaron en formalina. Ahora los científicos han podido hacer la prueba del ADN y descubrir que unos que afirmaban ser familiares, en realidad no eran tales. Su parentesco con la familia real estaba basado en mentiras. Ninguno de ellos estaba emparentado con el príncipe. ¿Sabes cuándo murió el pequeño Luis?

– No.

– Hace más de doscientos años. En 1795. La formalina es un líquido extraordinario.

Erlendur pensó en las palabras del médico.

– ¿Qué sabes acerca de Audur? -preguntó.

– Algunas cosas.

– ¿Cómo llegó la muestra a tus manos?

– A través de una tercera persona -dijo el médico-. Creo que no voy a entrar en eso.

– ¿De la Ciudad de Tarros?

– Sí.

– ¿ La Ciudad de Tarros fue a parar a tus manos?

– Una parte. No hace falta que sigas hablándome como si fuera un criminal.

Erlendur se quedó pensativo.

– ¿Has encontrado la causa de su muerte?

El médico miró a Erlendur y tomó otro sorbo de jerez.

– Pues sí -dijo-. Siempre me ha gustado más la investigación que el servicio médico. Mi manía coleccionista me ha permitido dedicarme a las dos cosas, aunque de manera limitada.

– En el informe judicial de Keflavík sólo se habla de un tumor, pero sin más detalles.

– Vi ese informe. Es muy defectuoso, siempre fue un informe provisional. Como te digo, yo lo he investigado más a fondo y pienso que tengo respuestas para algunas de tus preguntas.

Erlendur se inclinó hacia delante en su sillón.

– ¿Y?

– Enfermedad hereditaria. Se manifiesta en algunas de las familias de este país. Este caso era complicado y, a pesar de que le dediqué una investigación minuciosa, tardé en estar seguro de los resultados. Finalmente, me pareció que lo más probable era que el tumor fuera originado por una enfermedad hereditaria llamada neurofibromatosis. Supongo que no habrás oído hablar de ella. Los síntomas de la enfermedad no tienen por qué ser evidentes. En algunos casos, el enfermo puede morir sin haber notado ningún síntoma de la dolencia. Son los portadores pasivos. Lo más frecuente, sin embargo, es que los síntomas se hagan evidentes pronto y se manifiesten principalmente con manchas por el cuerpo y pequeños tumores cutáneos.

El médico bebió otro trago de jerez.

– Los de Keflavík no mencionaron nada de eso en el informe, pero creo que tampoco sabían qué tenían que buscar.

– A los familiares les hablaron de manchas cutáneas.

– ¿Sí? Los diagnósticos no siempre son certeros.

– ¿Esta enfermedad se transmite de padre a hija?

– Es posible. Pero la herencia no se limita a eso. Pueden portarla y heredarla individuos de ambos sexos. Hay quien dice que el Hombre Elefante padecía una variante de esta enfermedad. ¿Viste la película?

– No -contestó Erlendur.

– A veces los huesos se desarrollan demasiado y causan deformaciones, como en el caso del Hombre Elefante, aunque otros sostengan que esa enfermedad no tiene nada que ver con este caso. Pero esa es otra historia.

– ¿Por qué empezaste a investigar precisamente esa enfermedad? -le interrumpió Erlendur.

– Las enfermedades cerebrales son mi especialidad -dijo el médico-. Esa niña es uno de mis casos más notables. Estudié todos los informes que había sobre ella. No eran muy exactos. El médico que la atendió era bastante mediocre, un alcohólico, según me han dicho. En su informe mencionó tuberculosis súbita en la cabeza, una descripción que fue utilizada antiguamente cuando se daban casos parecidos. Empecé a investigar desde ese punto de vista. El informe judicial tampoco era muy exacto, como ya hemos dicho. Encontraron el tumor y eso les bastó.

El médico se levantó y se dirigió a una gran librería que había en el salón. Sacó una revista y se la dio a Erlendur.

– No estoy seguro de que vayas a entender todo lo que dice, pero escribí un artículo breve sobre mis investigaciones en una conocida revista médica americana.

– ¿Has escrito un artículo científico sobre Audur? -preguntó Erlendur.

– Audur nos ha ayudado a entender mejor la enfermedad. Ha significado mucho para mí y para la ciencia médica. Espero que eso no te decepcione.

– El padre de la niña podría ser portador -dijo Erlendur que aún no había digerido todo lo que el médico le acababa de contar-. Y le transmite la enfermedad a su hija. Si hubiera tenido un hijo, también se la habría transmitido, ¿no?

– No tiene por qué desarrollarse necesariamente en el hijo, pero podría ser portador como su padre -explicó el médico.

– ¿Así qué?

– Si el hijo tiene hijos, ellos podrían desarrollar la enfermedad.

Erlendur meditó sobre el asunto.

– Tendrías que hablar con los del Centro de Secuenciación Genética. Ellos tienen las respuestas a las cuestiones genéticas.

– ¿Qué? -exclamó Erlendur.

– Que hables con el Centro de Secuenciación Genética. Esa es nuestra moderna Ciudad de Tarros. Tienen todas las respuestas. ¿Qué pasa? ¿Por qué te sobresaltas? ¿Conoces a alguien allí?

– No, pero pronto conoceré a una persona -dijo Erlendur.

– ¿Quieres ver a Audur? -preguntó el médico.

Al principio Erlendur no entendió lo que quería decir el médico.

– ¿Quieres decir…?

– Tengo un pequeño laboratorio aquí abajo. Te invito a verlo.

Erlendur vaciló.

– De acuerdo -dijo después de un rato.

Se levantaron y Erlendur siguió al médico por una estrecha escalera. El médico encendio una luz y apareció un pequeño laboratorio blanco, plagado de microscopios, ordenadores, frascos para experimentos y equipos diversos que Erlendur no sabía para qué servían.

Se acordó de un comentario sobre un coleccionista que había leído en un libro. Los coleccionistas se crean un mundo. Se crean un pequeño mundo, eligen ciertos símbolos del mundo real y los convierten en habitantes de su mundo particular. Holberg también era coleccionista. Su colección era pornográfica. Con la pornografía construyó su mundo particular, igual que hizo el médico con los órganos.

– Aquí está -dijo el médico.

Se dirigió a un antiguo armario de madera, lo único en la habitación que no concordaba con el entorno pasteurizado. Abrió el armario y sacó un frasco cerrado. Lo depositó con cuidado sobre una mesa y bajo la luz fluorescente Erlendur pudo ver un pequeño cerebro infantil flotando en una solución turbia de formalina.

Cuando se marchó de la casa del médico, llevaba una pequeña cartera negra que contenía los restos mortales de Audur. Pensaba en la Ciudad de Tarros mientras conducía por las desiertas calles hacia su casa. Llegó a la conclusión de que no le gustaría que alguna parte de su propio cuerpo fuera a parar algún día a un frasco de un laboratorio. Seguía lloviendo cuando aparcó delante de su edificio. Apagó el motor, encendió un cigarrillo y se quedó contemplando la oscuridad de la noche.

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