– ¿Tú qué opinas?
– ¿Has hablado con la empresa del puerto?
– No.
– Hazlo.
– ¿Nos está haciendo señas? -preguntó Sigurdur Óli.
Estaban delante de la casa de Holberg. Uno de los técnicos había salido de la vivienda y les indicaba que se acercaran. Parecía algo excitado. Fueron hacia allí y entraron en el sótano. El técnico los llevó hasta una de las pantallas televisivas. Tenía un pequeño mando a distancia que dirigía la cámara introducida por uno de los agujeros en el suelo del salón.
Miraron la pantalla pero no vieron nada interesante. La imagen era burda, mal iluminada, poco clara y sin color. Vieron grava y la placa del suelo y, aparte de eso, nada peculiar. Pasó un buen rato hasta que habló el técnico.
– Es esto de aquí -dijo, y señaló la mitad superior de la pantalla-. Junto a la placa del suelo.
– ¿Qué? -preguntó Erlendur sin ver nada.
– ¿No lo veis?
– ¿Qué? -dijo Sigurdur Óli.
– El anillo -explicó el técnico.
– ¿Anillo? ¿Qué anillo? -di]o Erlendur.
– Eso que hay aquí debajo de la placa es claramente un anillo ¿No lo veis?
Miraron la pantalla fijamente hasta que distinguieron algo que tal vez podría ser un anillo. Se veía muy mal, como si algo lo sombreara. No vieron nada más.
– Es como si algo lo tapara -observó Sigurdur Óli.
– Puede ser algún plástico de la construcción -dijo el técnico.
Otras personas se habían agrupado delante de la pantalla para tratar de ver lo que mostraba la cámara.
– Mirad esto de aquí -señaló el técnico-. Mirad esta línea, aquí al lado del anillo. Igual podría ser el dedo de un hombre En ese rincón hay algo que creo que debemos investigar más a fondo.
– Romped el suelo ahí, tenemos que ver qué es -ordenó Erlendur.
Los técnicos empezaron enseguida. Marcaron el sitio y comenzaron a reventar el suelo con la gran taladradora neumática. El aire se llenó de polvo de cemento y Erlendur y Sigurdur Óli se taparon la cara con unas mascarillas. Se quedaron junto a los técnicos mirando cómo se agrandaba el agujero en el suelo. La placa tenía un grosor de entre quince y veinte centímetros y la taladradora tardó un rato en atravesarla.
Cuando la máquina logró atravesar la placa, el agujero cedió con facilidad. Los trozos de cemento fueron retirados rápidamente y pronto quedó a la vista el plástico que la cámara había captado. Erlendur miró a Sigurdur, que asentía con la cabeza.
El plástico se veía cada vez mejor. A Erlendur le parecía que era un material de construcción muy grueso. Era imposible ver a través de él. Trató de concentrarse. Dejó de oír el ruido que atronaba el sótano y tampoco notaba el terrible olor ni la cantidad de polvo espeso que se acumulaba. Sigurdur Óli se había quitado la mascarilla para ver mejor. Estiraba el cuello por encima de los técnicos que estaban rompiendo el suelo.
– ¿Es así como abren las pirámides de Egipto? -exclamó para romper un poco la tensión que se respiraba.
– Sólo que me temo que aquí no habrá ningún rey enterrado -dijo Erlendur.
– ¿Será posible que estemos a punto de encontrar a Grétar bajo el suelo de Holberg? -preguntó Sigurdur Óli sin poder esconder su expectación-. ¡Después de un maldito cuarto de siglo! ¡Qué diabólico!
– Su madre tenía razón -añadio Erlendur.
– ¿La madre de Grétar?
– Dijo que era como si lo hubieran raptado.
– Envuelto en plástico y metido debajo del suelo.
– Marion Briem -se dijo Erlendur a sí mismo en voz baja, sacudiendo la cabeza.
Los técnicos seguían con la taladradora, el suelo se abrió a sus pies y el agujero se agrandó hasta que todo el paquete de plástico se hizo visible. Tenía la longitud de un hombre de mediana estatura. Los técnicos discutían entre ellos cómo abrirlo. Finalmente decidieron sacarlo entero sin tocarlo y llevarlo al tanatorio, donde se podría manejar sin el peligro de que se perdieran posibles pruebas importantes.
Buscaron una camilla y la colocaron al lado del agujero. Dos hombres intentaron levantar el paquete; pero resultó demasiado pesado, así que tuvieron que ayudarlos otros dos. Al final lograron moverlo de su sitio y colocarlo sobre la camilla.
Erlendur se acercó y se inclinó, tratando de distinguir algo a través del plástico. Le pareció ver una cara podrida y descompuesta, unos dientes y parte de una nariz. Se volvió a enderezar.
– No tiene mala pinta -observó.
– ¿Qué es esto? -preguntó Sigurdur Óli señalando dentro del agujero.
– ¿Qué? -dijo Erlendur.
– ¿No son carretes de fotos? -continuó Sigurdur Óli.
Erlendur se acercó y se puso en cuclillas. Medio enterradas en la grava había unas cintas, metros de película fotográfica. Ojalá fueran fotos reveladoras.
Katrín no salió de su casa en todo el día. Tampoco recibió visitas ni utilizó el teléfono. Por la noche llegó un jeep y salió de él un hombre que entró en la casa llevando una maleta. Se suponía que era su marido, Albert. El regreso de su viaje de negocios a Alemania estaba previsto para la tarde.
Dos hombres vigilaban la casa desde un coche camuflado de la policía. El teléfono estaba intervenido. Los dos hijos mayores del matrimonio habían sido localizados, pero no se sabía nada sobre el paradero del hijo menor. Estaba divorciado y vivía en un pequeño piso que parecía vacío. Vigilaban su casa. La policía estaba reuniendo información sobre él y su descripción fue enviada a todas las comisarías del país. Aún no se había considerado necesario poner un anuncio en la prensa.
Erlendur aparcó delante del tanatorio. El cadáver que se suponía que era de Grétar había sido trasladado hasta allí. El mismo forense que había examinado a Holberg y a Audur había retirado el plástico que envolvía el cadáver. Apareció el cuerpo de un hombre, con la cabeza echada hacia atrás; tenía la boca abierta, como si la muerte lo hubiera sorprendido en medio de un grito de angustia, y estaba en posición de firmes, con las manos pegadas a los lados. La piel estaba deshidratada y apergaminada y en el cuerpo desnudo se observaban grandes manchas de podredumbre. La cabeza parecía gravemente dañada, el cabello largo e incoloro le caía por la cara.
– Le quitó los intestinos -dijo el forense.
– ¿Qué?
– El que lo enterró. Es una medida inteligente si se quiere conservar un cadáver. Por lo del olor. Se habrá ido secando poco a poco dentro del plástico. Muy bien conservado, por así decirlo.
– ¿Puedes adivinar la causa de la muerte?
– Tenía una bolsa de plástico sobre la cabeza, lo que parece indicar que murió ahogado, pero necesito examinarlo mejor. Te diré algo más adelante, todo requiere su tiempo. ¿Sabes de quién se trata? Parece poquita cosa, el pobre.
– Tengo ciertas sospechas -dijo Erlendur.
– ¿Hablaste con la catedrática?
– Una mujer muy agradable.
– Sí, ¿verdad?
Cuando Erlendur llegó a su oficina, Sigurdur Óli le esperaba para decirle que iba camino del departamento técnico. Al parecer habían conseguido ampliar algunos trozos de las películas fotográficas que se encontraron en el sótano de Holberg. Erlendur le explicó lo esencial de la conversación con Katrín.
Ragnar, el jefe del departamento técnico, aguardaba en su despacho con algunos negativos y vanas fotografías ampliadas sobre la mesa. Miraron detenidamente las fotografías que les mostró.
– Sólo pudimos sacar estas tres -dijo el jefe-, pero no logro distinguir lo que muestran. Había siete rollos de veinticuatro fotos de la casa Kodak. Tres estaban totalmente velados y no sabemos si habían sido impresos, pero de otro pudimos ampliar eso que veis. ¿Reconocéis algo?
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