Arnaldur Indriðason - La voz

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Gulli, el viejo portero de uno de los más conocidos hoteles de Reykjavik, aparece desnudo y acuchillado hasta morir en su miserable habitación en el sótano. Pero Gulli es mucho más que un simple portero que se disfrazaba de Papa Noel todas las navidades, es un completo misterio. Veinte años en el hotel y nadie le conoce realmente. Erlendur Sveinsson decide alojarse en el mismo hotel en busca de la asesina, que, también de eso cree estar convencido, aún debe permanecer muy cerca, pese a que las vacaciones de Navidad están ya encima y el hotel completo. Mientras que al director tan sólo le importa que el asesinato permanezca oculto y su reputación intacta. Erlendur, sin embargo, recibe la visita de su hija, que de nuevo se adentra entre las brumas de la droga y el alcohol, dejando al inspector al borde de la desesperación y la impotencia.

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– ¿Algo va mal? -preguntó Stefanía, que se mantuvo inmóvil en su silla.

– No, todo va bien -dijo Erlendur-. Tonterías mías. Me pareció que había alguien en el pasillo. ¿No sería mejor irnos a otro sitio? ¿A tomar un café, quizá?

Ella pasó los ojos por el cuchitril, asintió con la cabeza y se puso en pie. Los dos recorrieron en silencio el pasillo y subieron la escalera, atravesaron el vestíbulo y entraron en el comedor, donde Erlendur pidió dos cafés. Se sentaron en una mesa apartada, intentando no dejarse distraer por los extranjeros.

– Mi padre se enfadaría mucho conmigo -dijo Stefanía-. Me tiene prohibido hablar de la familia. No tolera intromisiones en su vida privada.

– ¿Goza de buena salud?

– Está fuerte para su edad. Pero no sé si…

Sus palabras se apagaron.

– No hay vida privada que valga en el contexto de una investigación policial -dijo Erlendur-. Y menos aún cuando se trata de un asesinato.

– Ya me voy dando cuenta de ello. Queríamos quitarnos este asunto de encima como si no tuviera nada que ver con nosotros, pero me temo que no hay forma de quedarse al margen en estas horribles circunstancias. Imagino que no es posible librarse.

– Si te he comprendido bien -dijo Erlendur-, tu padre y tú habíais roto toda relación con Gudlaugur pero él entraba a escondidas en la casa sin que os dierais cuenta. ¿Qué pretendía? ¿Qué hacía? ¿Por qué lo hacía?

– Nunca me dio una explicación clara. Se limitaba a sentarse en el salón durante una o dos horas sin moverse. De otro modo, me habría dado cuenta de su presencia mucho antes. No es que viniera todas las noches. Luego hubo una noche, hace unos dos años, que yo estaba despierta por algún motivo, y hacia las cuatro de la madrugada creí oír un crujido abajo, en el salón. Me llevé un buen susto, como es lógico. La habitación de mi padre está en el piso de abajo y siempre tiene la puerta abierta por la noche, y supuse que quizás estaba intentando llamar mi atención por algún motivo. Volví a oír un crujido y pensé si habría entrado algún ladrón, así que bajé la escalera con mucho cuidado. Vi que la puerta del cuarto de mi padre estaba igual que la había dejado, pero cuando llegué abajo vi a una persona que echaba a correr por la escalera del sótano y le grité. Para gran espanto mío, se detuvo, se dio la vuelta y empezó a subir por la escalera.

Stefanía calló y miró al infinito, como se hubiera desplazado a otro lugar y a otro tiempo.

– Pensé que iba a atacarme -dijo al fin-. Yo estaba en la puerta de la cocina y encendí la luz, y entonces lo vi con claridad. No lo había visto cara a cara en muchos años, desde que era joven, y necesité cierto tiempo para darme cuenta cabal de que se trataba de mi hermano.

– ¿Cómo reaccionaste? -preguntó Erlendur.

– Me quedé completamente estupefacta al reconocerlo. También estaba muy asustada, porque de haberse tratado de un ladrón, no debería haber hecho lo que hice, sino llamar inmediatamente a la policía. Estaba temblando de miedo, y se me escapó un grito al encender la luz y verlo. Debió de ser divertido verme tan asustada y tan nerviosa, porque se echó a reír.

No despiertes a papá - dijo, poniendo un dedo en sus labios y nublándole en un susurro.

Ella no podía creer a sus propios ojos.

Estaba muy cambiado con respecto a la imagen que había conservado de él en su juventud, y vio que había envejecido mal. Tenía bolsas debajo de los ojos y los finos labios parecían descoloridos, los mechones de su cabello estaban despeinados y la miraba con ojos de infinita tristeza. Parecía mucho mayor de lo que era.

¿Qué haces aquí? - le dijo en un susurro.

Nada - respondió él -. No hago nada. Pero a veces echo de menos la casa.

– Aquella fue la única explicación que me dio de sus visitas nocturnas a escondidas -dijo Stefanía-. Que a veces echaba de menos su hogar. No sé lo que quería decir. Si tenía algo que ver con su infancia, antes de morir mamá, o si se refería a los años antes de que empujase a papá por la escalera. No lo sé. Quizá la casa tenía para él un significado especial, porque nunca llegó a tener ninguna otra casa. No tenía más que un sucio cuchitril en este hotel.

Deberías marcharte - le dijo ella -. Puede despertarse.

Sí, lo sé - respondió él -. ¿Cómo está? ¿Está bien?

Se conserva estupendamente. Pero necesita atención constante. Hay que darle de comer, lavarlo, vestirlo, sacarlo de casa, y ponerlo delante de la televisión. Le gustan mucho las películas de dibujos.

No sabes hasta qué punto aquello me ha hecho sentir mal - dijo él -. Durante todos estos años. No quería que las cosas fueran así. Todo fue un terrible error.

Sí, claro - dijo ella.

Nunca quise ser famoso. Ese era su sueño. Lo único que yo tenía que hacer era cumplirlo.

Callaron.

¿Pregunta por mí alguna vez?

No - dijo ella -. Nunca. He intentado hacer que hable de ti, pero no quiere ni oírme.

Sigue odiándome.

Creo que nunca se le pasará.

Porque yo soy como soy. No me aguanta por ser como soy.

Eso es algo entre vosotros, que…

Yo quise hacerlo todo por él, tú lo sabes.

– Sí.

Siempre.

– Sí.

Las exigencias que me imponía. Ejercicios sin pausa. Conciertos. Grabaciones. Todo eso era para conseguir lo que él soñaba, no yo. Si él estaba contento, entonces todo iba bien.

Lo sé.

¿Por qué no puede perdonarme? ¿Por qué no puede reconciliarse conmigo? Le echo de menos. ¿Se lo dirás? Echo de menos el tiempo en que estábamos juntos. Cuando yo cantaba para él. Vosotros sois mi familia.

Intentaré hablar con él.

¿Lo harás? ¿Le dirás que le echo de menos?

Lo haré.

No me aguanta por ser como soy.

Stefanía calló.

A lo mejor fue una forma de rebelarme contra él. No lo sé. Intenté ocultarlo, pero no puedo ser lo que no soy.

Deberías irte ya - dijo ella.

– Sí.

Él vaciló.

¿Y tú? - dijo él.

– ¿Yo?

¿Tú también me odias?

Deberías irte. Podría despertarse.

Porque todo ha sido culpa mía. El estado en que se encuentra, tener que ocuparte constantemente de él. Tú tienes que…

Vete - dijo ella.

Perdona.

– ¿Qué sucedió cuando se marchó de casa, después del accidente? -preguntó Erlendur-. ¿Sencillamente lo borrasteis de la memoria, como si nunca hubiera existido?

– Más o menos. Sé que mi padre escuchaba a veces sus discos. No quería que yo me enterara, pero lo vi algunas veces al volver a casa del trabajo. Había olvidado esconder la funda o quitar el disco del tocadiscos. A veces oíamos algo sobre él y, en una ocasión, hace muchos años, leímos una entrevista con él en una revista. Hablaba de antiguos niños prodigio. «¿Dónde están ahora?» era el titular, o algo más o menos igual de horrible. La revista había logrado localizarlo y él parecía dispuesto a hablar de su antigua fama. No sé por qué se prestó a hacerlo. Lo único que decía en la entrevista era que había sido una época estupenda, cuando todos se fijaban en él.

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