Arnaldur Indriðason - La voz

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Gulli, el viejo portero de uno de los más conocidos hoteles de Reykjavik, aparece desnudo y acuchillado hasta morir en su miserable habitación en el sótano. Pero Gulli es mucho más que un simple portero que se disfrazaba de Papa Noel todas las navidades, es un completo misterio. Veinte años en el hotel y nadie le conoce realmente. Erlendur Sveinsson decide alojarse en el mismo hotel en busca de la asesina, que, también de eso cree estar convencido, aún debe permanecer muy cerca, pese a que las vacaciones de Navidad están ya encima y el hotel completo. Mientras que al director tan sólo le importa que el asesinato permanezca oculto y su reputación intacta. Erlendur, sin embargo, recibe la visita de su hija, que de nuevo se adentra entre las brumas de la droga y el alcohol, dejando al inspector al borde de la desesperación y la impotencia.

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Bartlet tenía unos treinta años, y era corredor de bolsa, de Colorado. Él y su esposa habían visto un reportaje sobre Islandia en la televisión matinal de su país unos años atrás y se habían sentido hechizados por la increíble belleza de su naturaleza y por la famosa Laguna Azul, que ya habían visitado tres veces. Habían decidido cumplir su sueño de pasar la Navidad y el Año Nuevo en aquella remota tierra del invierno. Se sentían extasiados por la belleza del lugar, aunque los precios de bares y restaurantes de la capital les parecían astronómicos.

Sigurdur Óli asintió con la cabeza. Para él, Estados Unidos era el paraíso sobre la tierra, y estaba encantado de hablar con la pareja de béisbol y de los preparativos para la Navidad americana, hasta que Erlendur se cansó y le dio un codazo.

Sigurdur Óli les explicó la muerte del portero y mencionó la nota encontrada en su cuarto. Henry Bartlet y su mujer se quedaron mirando a los policías como si de pronto se hubieran transformado en visitantes llegados de otro planeta.

– Ustedes no conocían al portero, ¿verdad? -preguntó Sigurdur Óli al ver sus expresiones de asombro.

– ¿Un asesinato? -dijo Henry en un suspiro-. ¿Aquí, en el hotel?

Oh, my God! -exclamó la mujer, sentándose en la cama doble.

Sigurdur Óli optó por no mencionar el condón. Les explicó que la nota indicaba que Gudlaugur tenía una cita con un hombre llamado Henry, pero no sabían qué día, ni si la cita ya se había producido o si estaba prevista para los próximos días, o para la semana próxima, o para dentro de diez días.

Henry Bartlet y su mujer negaron tajantemente conocer al portero. Ni siquiera se habían dado cuenta de su presencia cuando llegaron al hotel cuatro días antes. Erlendur y Sigurdur Óli les habían alterado los nervios, eso saltaba a la vista.

Jesús! -suspiró Henry-. A murder!

You have murders in Iceland? -preguntó la mujer mirando el folleto de Icelandair que estaba en la mesilla de noche. Cindy era el nombre que le había dado a Sigurdur Óli al presentarse.

Rarely -respondió él, intentando sonreír.

– El Henry ese tampoco tiene que ser necesariamente un cliente del hotel -dijo Sigurdur Óli mientras esperaban el ascensor para bajar-. Ni siquiera tiene que ser un extranjero. 1 lay islandeses que se llaman Henry.

– Exacto -respondió Erlendur-. Naturalmente, y ese tiene que pertenecer a la familia de los Majaretas.

6

Sigurdur Óli había conseguido localizar al antiguo director del hotel, así que se despidió/le Erlendur y se fue a verle en cuanto llegaron al vestíbulo. Erlendur preguntó por el recepcionista jefe pero aún no se había presentado ni había dado noticia alguna. Henry Wapshott había dejado la llave de su habitación en el mostrador de recepción por la mañana temprano, sin que nadie le hubiera visto. Llevaba en el hotel casi una semana y su intención era quedarse dos días más. Erlendur pidió que le avisaran en cuanto Wapshott volviese a aparecer por la recepción.

El director del hotel pasó por delante de Erlendur, moviéndose con pesados pasos de pato.

– Espero que no estarás importunando a mis huéspedes -dijo.

Erlendur lo tomó de un brazo y lo llevó a un lado.

– ¿Qué norma rige en el hotel en lo referente a prostitución? -preguntó Erlendur de sopetón, debajo del árbol de Navidad del vestíbulo del hotel.

– ¿Prostitución? ¿De qué estás hablando? -el director suspiró pesadamente y se pasó por el cuello un pañuelo que estaba ya hecho un pingajo.

Erlendur lo miró, esperando.

– No irás a mezclar este asunto con estupideces de cualquier clase -dijo el director.

– ¿El portero andaba metido en algo relacionado con la prostitución?

– No me vengas con esas -dijo el director-. En este hotel no hay pu… no hay prostitución.

– Hay prostitución en todos los hoteles.

– ¿Ah, sí? -dijo el director-. ¿Lo sabes por propia experiencia?

Erlendur no le respondió.

– ¿Me estás diciendo que el portero proporcionaba prostitutas a los clientes? -exclamó el director en tono ofendido-. Nunca en mi vida he oído una estupidez semejante. Esto no es un club de alterne. ¡Este es el segundo hotel más grande de Reikiavik!

– ¿En el bar o en el vestíbulo, no hay mujeres ofreciéndose a los hombres? ¿Y que suben con ellos a las habitaciones?

El director vaciló. Parecía no tener muchas ganas de poner a Erlendur en su contra.

– Este es un gran hotel -dijo por fin-. No podemos vigilar todo lo que sucede. Si hay un caso claro de prostitución, intentamos ponerle coto, pero es un asunto bastante difícil. Si vemos algo impropio nos ocupamos de ello. Pero los huéspedes son libres de hacer lo que quieran en sus habitaciones.

– Dijiste que tus huéspedes son principalmente extranjeros y armadores de las provincias, ¿no?

– Sí, sí, y otra mucha gente, claro. Pero este no es un hotel barato. Es un hotel de lujo y los clientes tienen dinero de sobra, incluso después de pagar el alojamiento. Aquí no permitimos guarrerías, y por lo que más quieras, procura que no se nos venga encima fama de nada semejante. La competencia está muy difícil y ya es bastante horrible tener que apechugar con este crimen.

El director del hotel calló.

– ¿Vas a seguir durmiendo en el hotel? -preguntó-. ¿No es algo total y absolutamente impropio?

– Lo único impropio que hay aquí es un Papá Noel muerto en el sótano -dijo Erlendur con una sonrisa.

Vio a la técnica de laboratorio que había conocido en la cocina. Salía del bar del hotel en la planta baja, con su bolsa de muestras en la mano. Erlendur saludó al director con un movimiento de cabeza y se acercó a la mujer, que estaba de espaldas a él y se dirigía hacia el guardarropa que había al lado de una de las puertas del hotel.

– ¿Qué tal van las cosas? -preguntó Erlendur.

Ella se dio la vuelta y lo reconoció al instante, pero siguió su camino.

– ¿Eres tú quien está al mando de la investigación? -preguntó mientras entraba en el guardarropa y cogía su abrigo de una de las perchas. Pidió a Erlendur que cogiera un momento la bolsa de muestras.

– Me dejan participar -dijo Erlendur.

– La idea de que les tomaran una muestra de saliva no les ha gustado a todos -dijo la mujer-, y no me refiero solo al cocinero.

– Antes que nada queríamos excluir a los empleados, para así poder concentrarnos en otra cosa. Creía que os habían dicho que les dierais esa explicación.

– Sí, pero se queda corta. ¿Tenéis algo más?

– Valgerdur es un antiguo nombre islandés, ¿verdad? -dijo Erlendur, sin responder a su pregunta.

Ella sonrió.

– ¿No puedes hablar de la investigación?

– No.

– ¿Te molesta que Valgerdur sea un nombre antiguo?

– ¿Que si…? No, yo… -balbuceó Erlendur.

– ¿Me querías decir algo en particular? -dijo Valgerdur, alargando la mano para recoger su bolsa.

Sonrió a aquel hombre que estaba delante de ella vestido con un chaleco de lana con botones, debajo de una chaqueta gastada con las coderas raídas y que la miraba con ojos llenos de tristeza. Los dos tenían más o menos la misma edad, pero él parecía diez años mayor que ella.

Erlendur dejó escapar la frase sin darse plena cuenta de lo que hacía. Aquella mujer tenía algo. Y no había visto que llevara alianza.

– Me gustaría saber si te podría invitar a cenar esta noche, en el bufé. Es muy apetitoso.

Lo dijo sin saber nada de ella, como si le pareciera perfectamente imposible que la respuesta fuera positiva, pero lo dijo, a pesar de todo, pensando que ella probablemente se echaría a reír, que estaría casada y tendría cuatro hijos, una vivienda unifamiliar y una casa de veraneo, que había organizado las fiestas de graduación de sus hijos y que incluso acababa de casar a su hijo mayor y esperaba poder envejecer en paz con su amado esposo.

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