Javier Negrete - Atlántida

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Gabriel Espada, un cínico buscavidas sin oficio ni beneficio, quizá el más improbable de los héroes, tiene ante sí una misión: descubrir el secreto de la Atlántida.
La joven geóloga Iris Gudrundóttir intuye que se avecina una erupción en cadena de los principales volcanes de la Tierra y confiesa sus temores a Gabriel. Para evitar esta catástrofe, que podría provocar una nueva Edad de Hielo, Gabriel tendrá que bucear en el pasado. El hundimiento de la Atlántida le ofrecerá la clave para comprender el comportamiento anómalo del planeta.
Una mezcla explosiva de ciencia y arqueología y, sobre todo, aventura en estado puro.

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¿Y qué pasaría en España cuando se produjera una nueva invasión de los bárbaros del norte, cientos de millones de refugiados desesperados huyendo del avance de los hielos?

Para empezar, que Herman podría despedirse de sus cervezas.

– ¿De verdad un volcán puede causar una glaciación?

– Ya ha ocurrido en el pasado. Hace 70.000 años se produjo una súpererupción en la isla de Sumatra, en un lugar llamado Toba. Las temperaturas de toda la Tierra bajaron cerca de ocho grados, y de resultas de ello murió el noventa y cinco por ciento de la población humana mundial. En realidad, nuestra especie estuvo a punto de extinguirse.

Gabriel hizo unos cálculos mentales.

– Si ocurriera ahora algo parecido, morirían siete mil millones de personas y quedarían vivas poco más de trescientos millones.

– No es la única vez que ha ocurrido algo así. Los supervolcanes han provocado extinciones aún mayores. Hace 250 millones de años, a finales del periodo pérmico, desaparecieron el 95 por ciento de las especies marinas y el 70 por ciento de las terrestres. La razón fue una inmensa erupción en Siberia que alteró de forma drástica el clima de la Tierra.

«Cincuenta millones de años después, más de la mitad de las especies se extinguieron, y dejaron un hueco que ocuparon los dinosaurios como animales dominantes. Esta vez la causante fue la llamada Provincia Magmática del Atlántico Central.

»Pero a los dinosaurios también les tocó su turno, y abandonaron el escenario hace sesenta y cinco millones de años.

– Un momento -la interrumpió Gabriel-. Que yo sepa, los dinosaurios se extinguieron por el impacto de un meteorito en el Yucatán.

– Muchos científicos siguen aceptando esa hipótesis, pero cada vez hay más pruebas de que la verdadera causa fue la actividad volcánica en la llanura del Decán, en la India.

– De modo que es un modelo que se repite cíclicamente. Supervolcán y extinción.

Iris asintió.

– Así es. Es como si la Tierra mudara su piel cada cierto tiempo. Al hacerlo, aunque no lo intente, acaba con sus parásitos. Que somos nosotros, los seres vivos.

– No resulta muy halagador imaginarnos a los humanos como piojos…

– Pero así es, desde el punto de vista de la Tierra. ¿Qué crees que va a ocurrir ahora?

Iris suspiró y se cruzó de brazos, como si quisiera protegerse de algo.

– Mi temor es que se avecine algo mucho peor que todo lo anterior. Normalmente los movimientos geológicos son muy lentos, pero ahora se están acelerando. Las plumas están subiendo del manto a mucha más velocidad de la prevista, y han aparecido otras nuevas. Las cámaras que hay bajo Long Valley, Yellowstone, los Campi Flegri, el Krakatoa y Santorini están recibiendo inyecciones de magma fundido. Todas a la vez. Es como si la Tierra entera estuviera acumulando presión, igual que una caldera gigante a punto de estallar.

– ¿Qué está ocurriendo allí abajo?

Gabriel empezaba a preocuparse de verdad. Iris llevaba un rato sin sonreír. Era evidente que se tomaba muy en serio lo que decía, y la corriente inconsciente de feromonas que flotaba entre ambos se había interrumpido.

– El flujo de energía de la Tierra se ha acelerado de forma exponencial. No es normal que disipe calor con tanta rapidez como ha empezado a hacerlo. Algo… algo extraño está pasando en las profundidades, más abajo incluso del manto. Es como si el núcleo de la Tierra fuera un corazón, y ahora le hubiera entrado taquicardia.

Gabriel recordó las noticias que había visto en el tren.

– ¿La perturbación magnética de esta noche tiene algo que ver?

Iris asintió, y volvió a coger la taza para dar un sorbo de café.

– Sin duda. El campo magnético de la Tierra se debe a los movimientos del metal fundido que forma el núcleo externo. La Tierra es una dinamo gigante que se ha vuelto errática.

– He oído que, si se invierte el campo, se producirá una gran extinción.

– Una inversión del campo magnético puede causar enfermedades, y seguramente problemas en nuestra tecnología. Pero ésa será la menor de nuestras preocupaciones.

– A mí no me parece tan menor…

– La verdadera extinción masiva se producirá cuando la 'I'ierra expulse de golpe decenas de miles de kilómetros Cúbicos de magma. Prácticamente todo el planeta quedará cubierto por una capa de cenizas. No se podrá cultivar nada. Cuando respiremos, las cenizas se mezclarán con las mucosidades de nuestros pulmones para convertirse en cemento dentro de nuestro cuerpo. Las tinieblas se extenderán por todo el mundo y las temperaturas se desplomarán.

– El final de la vida en la Tierra…

– Eso es casi imposible. Las bacterias sobrevivirán, y tal vez algún que otro organismo pluricelular. Los nanobios que viven bajo la superficie no se verán afectados.

– ¿Los nanobios? -se extrañó Gabriel.

Pero Iris, ensimismada en sus lúgubres pronósticos, no le escuchó y prosiguió.

– Pero nosotros… La humanidad sobrevivió a duras penas al supervolcán de Toba. Contra la combinación de varios supervolcanes no tenemos nada que hacer.

Los dedos de Gabriel repiquetearon sobre la taza como si rasgueara una guitarra. Como Ragnarok, se suponía que era él quien tenía que ofrecer respuestas sobre el futuro, pero no pudo evitar preguntar:

– ¿Cuándo ocurrirá todo eso?

– No lo sé. Puede que se produzcan varias crisis volcánicas separadas a lo largo de unos meses. Pero, por la forma en que se está acelerando el flujo de energía, sospecho que las erupciones van a estar mucho más concentradas. Puede ser cuestión de semanas…, quizá de días. No nos queda mucho tiempo.

– Tiempo ¿para qué?

Iris volvió a sonreír, pero esta vez no había la menor alegría en su gesto.

– En realidad, para nada. Si la amenaza procediera del espacio, si fuera un asteroide o un meteorito gigante, podríamos intentar desviarlo con cohetes nucleares.

– Como Bruce Willis… Ella negó con gesto triste.

– Ante una reacción en cadena de supervolcanes y un cambio climático como jamás se ha visto en este planeta, no hay nada que hacer. O algo desconocido hace que la dinámica de la propia Tierra cambie, o estamos condenados. Aquí no hay Bruce Willis ni héroes que valgan.

Una lástima, pensó Gabriel. Cuanto más se abismaba en aquellos ojos azules, más le habría apetecido ser el héroe que salvara al mundo para ganarse un beso de la protagonista.

Cuando Gabriel iba a salir de casa, recibió un mensaje de Herman.

Estoy con Enrique en el ruso. Nos invita a cenar. Aprovecha.

El restaurante ruso se encontraba a unos cuatrocientos metros de su casa, en una calleja escondida. Gabriel, que vivía en el barrio, había oído rumores sobre los negocios turbios del cocinero y dueño, un tal Vassily. Pero la comida era buena y abundante, y siempre disponía de mesas libres.

El local era una especie de laberinto, con varios comedores pequeños unidos en ángulos desconcertantes. Al no encontrar a sus amigos, Gabriel tuvo que bucear hasta el fondo culebreando entre las mesas. Por fin los vio solos en el último comedor, un lugar penumbroso y tan recóndito que los móviles perdían la cobertura.

– El hapkido es mucho más útil que el karate -estaba diciendo Herman. No encontrarlo discutiendo habría sorprendido y decepcionado a Gabriel-. El karate es una chorrada. Por eso lo dejé. En cuanto empecé a entrenar con mi maestro de hapkido me enseñó técnicas útiles de verdad para sobrevivir en la calle.

– ¿Como cuáles?

– Por ejemplo, ¿a que a ti en karate no te enseñaron a pelear en una cabina usando el cable del teléfono para estrangular al rival?

– Hombre, pues no.

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