Javier Negrete - Atlántida

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Gabriel Espada, un cínico buscavidas sin oficio ni beneficio, quizá el más improbable de los héroes, tiene ante sí una misión: descubrir el secreto de la Atlántida.
La joven geóloga Iris Gudrundóttir intuye que se avecina una erupción en cadena de los principales volcanes de la Tierra y confiesa sus temores a Gabriel. Para evitar esta catástrofe, que podría provocar una nueva Edad de Hielo, Gabriel tendrá que bucear en el pasado. El hundimiento de la Atlántida le ofrecerá la clave para comprender el comportamiento anómalo del planeta.
Una mezcla explosiva de ciencia y arqueología y, sobre todo, aventura en estado puro.

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Alborada nunca había entendido por qué la gente leía libros que hablaban sobre cosas que sólo habían ocurrido en la mente de sus autores. Él, que había recibido varios seminarios de lectura rápida, sólo leía ensayos e informes, y con eso ya ocupaba horas más que suficientes como para perder el tiempo con ficciones.

Pero ahora prefirió ser amable y preguntarle a Marisa por el libro. Así podría cambiar de tema y no tendría que explicarle que iba a reunirse con Sybil Kosmos.

– ¿Qué tal está la novela? ¿Te gusta?

– No está mal. Pero no acaba de convencerme el malo -dijo Marisa.

– ¿Y eso?

– No sé, no tengo muy claras sus motivaciones.

– ¿Es que los malos tienen que tener motivaciones?

– Yo creo que sí. Incluso cuando se comete el peor de los crímenes, uno tiene un motivo, seguro.

«¿Y si uno no posee un motivo?», se preguntó Alborada. «¿Y si es el motivo el que lo posee a él?».

Capítulo 13

Madrid, La Latina

Cuando Gabriel le preguntó qué significaba la frase «Creo que los humanos vamos a desaparecer de la faz de la Tierra», Iris le brindó un curso acelerado de vulcanología.

– Los volcanes aparecen cuando las presiones y las tensiones del interior de la Tierra salen a la superficie, como el chorro a vapor de una olla. ¿Has oído hablar de la tectónica de placas?

La estudié. Pero me vendría bien refrescar la memoria.

La joven islandesa le pidió un folio y un bolígrafo, y dibujó un corte transversal de la Tierra. Ahora que estaba hablando de un tema que dominaba, se la veía mucho más relajada que mientras se movía a ciegas por los brumosos pantanos del tarot.

Por su parte, y casi sin darse cuenta, Gabriel se había despojado de la máscara de Ragnarok el Vidente. Ahora que era Iris quien hablaba, las convenciones del lenguaje corporal le permitían mirarla a los ojos sin apartar la vista de ellos.

– Esto que ves a la izquierda es una placa oceánica explicó Iris-. La dé la derecha es continental. En la superficie de la Tierra existen unas veinte placas de diversos tamaños. Unas son oceánicas y otras continentales, pero todas ellas flotan sobre la parte exterior del manto.

– Las capas de la Tierra -recordó Gabriel-. Corteza, manto y núcleo, ¿no es eso?

– Cierto.

El manto se encuentra debajo de la corteza y, como la temperatura asciende con la profundidad, allí abajo todo es roca fundida.

– Eso ya no es tan cierto. Debido a la enorme presión, las rocas que normalmente estarían fundidas mantienen el estado sólido.

– Eso pasa por hablar sin saber -reconoció Gabriel.

Iris le disculpó con una sonrisa.

– No te has equivocado del todo. La astenósfera, la capa superior del manto que se encuentra en contacto directo con la corteza, sí está fundida. Al menos en parte. Las placas de la corteza flotan encima de esa capa semilíquida y se desplazan muy lentamente.

Un el dibujo, la placa oceánica de la izquierda chocaba con la continental y, al hacerlo, se hundía debajo de ella en un ángulo de unos cuarenta y cinco grados.

– Esto es lo que se llama un borde de subducción. La placa oceánica está compuesta por una roca más densa y pesada, principalmente basalto. En cambio la continental es sobre todo de granito, una roca más ligera.

Gabriel miró al pesado pisapapeles de granito que tenía a su derecha y deslizó sus dedos por su superficie pulida. Nunca habría pensado en aquella roca como algo ligero. Obviamente, todo era relativo.

– La placa más densa -continuó Iris- se introduce por debajo de la más ligera. De este modo, todo el material que antes formaba parte del fondo del mar se hunde paulatinamente. Y al hundirse…

– Se va calentando.

– Así es. Llega un momento en que toda esa roca se funde. Entonces se forman grandes burbujas de magma. Como son líquidas y tienen menos densidad que el resto de la roca, empiezan a subir. Es lo mismo que pasa con el gas en una copa de champán.

– Hasta ahí lo entiendo.

– Las burbujas de magma fundido y caliente llegan hasta el borde inferior de la placa continental. Su contacto hace que la roca inferior de la corteza se caliente y se acabe fundiendo, con lo que se convierte a su vez en magma que también intenta subir.

Iris dibujó cerca de la superficie un óvalo y lo rellenó de puntos.

– Cuando a pocos kilómetros por debajo de la superficie terrestre se acumula mucha roca fundida, forma lo que denominamos una cámara de magma. Ese magma se sigue calentando porque por debajo recibe la inyección constante de más material fundido.

– Y si se sigue calentando, se hará menos denso…

– …y querrá subir todavía más -completó Iris-. La presión del magma hace que busque fracturas o grietas entre las rocas, o si no las construye él mismo. Por esas chimeneas sube la roca fundida hasta que, por fin, llega a la superficie y sale al aire libre.

Y entonces tenemos un volcán.

Correcto. Siempre que tengamos en cuenta que por Loa volcanes no brota sólo lava fundida. El magma contiene vapor de agua y otros gases, comprimidos por las altísimas presiones del manto. Pero cuando el magma se acerca a la superficie, las burbujas de gas se expanden de forma brutal y… ¡pummmml

La joven imitó una explosión con las manos, acompañada por un sonido onomatopéyico que le hizo hinchar las mejillas. Aunque un gesto así no solía favorecer a nadie, a Gabriel le resultó simpático.

No. Simpático no. En realidad, le pareció adorable. Había conocido chicas más guapas que Iris. C, sin remontarse apenas en el tiempo. Pero aquella joven llegada del Círculo Polar Ártico poseía una calidez especial en la mirada y en la sonrisa que contradecía todos los tópicos que Gabriel había aprendido sobre los nórdicos.

– El magma caliente revienta en infinitas partículas que se proyectan por los aires -continuó Iris-: Fragmentos de piedra a los que llamamos «bombas», cenizas, aerosoles. Eso es lo que forma el penacho volcánico que se eleva a veces a más de treinta kilómetros de altura.

– Pensé que ese penacho consistía sólo de humo.

– No, hay mucho material sólido que acaba cayendo al suelo. Pero cuanto más pequeño sea ese material, más lejos llega. Las cenizas pueden caer a cientos de kilómetros de un volcán. Los aerosoles, que son partículas aún más pequeñas, pueden dar la vuelta al mundo y quedarse años suspendidos en las capas superiores de la atmósfera. Absorbiendo luz solar y provocando que la tierra se enfríe, de paso.

Gabriel volvió a mirar el croquis. Le venía bien que Iris lo hubiera dibujado. Así tenía una excusa para apartar la vista de ella. Sin saber por qué, al mirarla, en lugar de dirigir sus pupilas a la parte superior del rostro y la frente, tendía a centrar el foco más abajo, en el triángulo íntimo que se formaba entre los ojos y los labios.

En realidad sí sabía por qué. Porque le gustaban sus ojos, porque le gustaba ella. Lo malo era que, si insistía en mirarla así, iba a darse cuenta.

Pensó que sería mejor enfriarse centrándose, paradójicamente, en el magma fundido.

– Entonces, todos los volcanes aparecen cerca de las zonas donde chocan las placas tectónicas.

– No todos, aunque sí muchos. -De pronto Iris enrojeció levemente y apartó la mirada-. Debo estar aburriéndote. Los volcanes me apasionan tanto que cuando me pongo a hablar de ellos pierdo la noción del tiempo.

– De ninguna manera-respondió Gabriel, con toda sinceridad. Además, había decidido que no quería que Iris se fuese todavía. Herman podía esperar.

– No te he ofrecido nada. ¿Quieres tomar un café, un refresco?

Ella pareció sorprenderse, pero fue sólo un instante. -¡Claro! Un café me vendría bien. «Tampoco tiene muchas ganas de irse», pensó Gabriel.

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