¿Siempre vas al mismo sitio? -le había preguntado Joey después de la última excursión. -¿Por qué?
– No sé… Hay más lugares en California. El curso pasado nos llevaron de excursión al Parque Nacional de las Secuoyas. ¿No has estado allí nunca? -Puede que sí. No me acuerdo. Dicen que las secuoyas son los seres vivos más viejos que existen. El General Sherman, por ejemplo, tiene dos mil quinientos años.
Randall había puesto cara de escepticismo.
– ¿No crees que tenga tantos años? -le preguntó Joey
– No creo que ese General Sherman sea el ser vivo más viejo del mundo. Sospecho que aún quedan supervivientes de épocas más remotas -contestó con aire enigmático.
Joey, siempre curioso, quiso saber por qué Randall se empeñaba en visitar Long Valley Su amigo le explicó que aquel lugar era una antigua caldera volcánica.
– ¿Una caldera?
– La clase de volcán más grande del mundo. Imagínatelo. Ese volcán llegó a medir treinta kilómetros de largo por casi veinte de ancho. Hace más de setecientos mil años entró en erupción. ¿Te imaginas cómo pudo ser aquello?
Joey comprendió que a Randall le entusiasmaban los volcanes.
– Claro. El curso pasado nos pusieron un vídeo en 3D de la erupción del St. Helens.
– Pues la de Long Valley fue quinientas veces mayor dijo Randall, abriendo las manos en el aire y acompañando sus palabras con un ruido de explosión-. Aquella erupción cubrió de cenizas más de la mitad de Estados Unidos.
Joey empezó a sentirse intranquilo. Había oído que Long Valley era un volcán, pero hasta ahora creía que estaba demasiado lejos de Fresno para ser peligroso.
– ¿Qué pasaría si volviera a entrar en erupción? ¿Llegaría hasta aquí la lava?
– No creo. Pero hay algo peor que la lava. Los flujos piroclásticos. Si viste el documental del St. Helens, recordarás que cuando su cumbre estalló brotaron del cráter una especie de nubes que caían por sus laderas.
– ¡Es verdad! Pero no parecían tan peligrosas. Eran como nubes de algodón.
– De lejos pueden parecer inofensivas, pero son mortíferas. Están a más de trescientos grados de temperatura, y todo lo que tocan a su paso lo abrasan. Las víctimas mueren con los pulmones cauterizados, los ojos reventados y la piel carbonizada y llena de grietas.
A Joey le sorprendía la cantidad de cosas que sabía Randall. Siempre que no tuvieran que ver con su propio pasado, claro.
– Menos mal que esas nubes van despacio -dijo, recordando el documental.
– A ti te pareció que iban despacio porque las imágenes estaban tomadas desde muy lejos y las nubes eran muy grandes. Pero los flujos piroclásticos del St. Helens se movían a más de quinientos kilómetros por hora. Ni en el coche más rápido habrías podido escapar de ellos.
Joey tragó saliva. De pronto se imaginó corriendo perseguido por una nube ardiente y sin poder avanzar, como en una pesadilla.
– Pero esos flujos piroclásticos no llegarían aquí, ¿verdad? Estamos a más de cien kilómetros.
– Quién sabe. Si a los volcanes como Long Valley y Yellowstone los llaman «supervolcanes» es por algo. Por eso me gusta ir todos los años y estudiar el panorama. -Randall se sacó la pipa de la boca y se tocó la punta de la nariz-. O más bien olerlo. El olfato puede decirte muchas más cosas de las que te imaginas.
– ¿Crees que ese supervolcán volverá a entrar en erupción pronto? -preguntó Joey, con una mezcla de miedo y fascinación morbosa.
– Antes te habría contestado que no. Sin embargo, lo que me dijo mi nariz la última vez no me gustó. Los científicos dicen que no hay riesgo de erupción. Pero me temo que en las tripas de la vieja Tierra se está cocinando algo y ellos se lo callan para que no cunda el pánico.
AI ver el gesto de alarma de Joey, Randall soltó una carcajada.
No te preocupes. En cuanto recele del peligro, os avisaré para que tengáis tiempo de huir.
¿Y cómo te enterarás? Randall meneó la cabeza, confuso.
La verdad es que no sé cómo. Lo que sí sé es que, cuando haya peligro, lo sabré.
Joey Carrasco. Noveno grado, grupo C Trabajo de Biología. LA INMORTALIDAD
No tendríamos que envejecer ni morir si no fuera por culpa de Adán y Eva. ¿Qué culpa tenemos los demás de que se comieran la dichosa manzana? No me parece justo que Dios nos haga pagar a todos sólo por culpa de dos personas.
Joey se quedó pensativo. Quizá no era buena idea criticar a Dios de esa manera. Pero la profesora de Biología no parecía una beaturrona de las que aceptan la Biblia como si fuera una verdad literal, y pese a las presiones de algunos padres se negaba a enseñar el creacionismo en clase.
Precisamente para redactar el trabajo, Joey había consultado los primeros capítulos del Génesis y se había encontrado con un pasaje muy curioso:
«Cuando la humanidad empezó a multiplicarse por la faz de la tierra y les nacieron mujeres, los hijos de Dios se fijaron en las hijas de los hombres y, al ver que eran hermosas, tomaron de entre ellas como esposas a las que más les gustaban. […] Por aquel entonces aún existían en la tierra los nefilim, cuando los hijos de Dios se unían con las hijas de los hombres y tenían descendientes de ellos».
– ¿Quiénes eran esos hijos de Dios? -le preguntó a su madre, porque su padre era ateo y no quería ver la Biblia ni en pintura-. ¿No se supone que todos somos hijos de Adán y Eva?
Pero su madre no se había fijado jamás en aquellos versículos, que estaban al principio del capítulo 6, justo antes del relato del Diluvio, así que no supo explicárselos. Joey le había preguntado a Randall, que volvió a rascarse la cabeza como si tratara de recordar algo.
– Esto tiene una explicación -dijo-. Pero ahora mismo no consigo acordarme de cuál es.
«Qué raro», pensó Joey con cierto sarcasmo. A veces se preguntaba si la extraña amnesia de Randall no sería una excusa para callarse algunas cosas y no reconocer que ignoraba otras.
– Si esos tipos eran hijos de Dios, quiere decir que no descendían de Adán y Eva, ¿verdad? -preguntó Joey.
– Supongo que no.
– Entonces, el pecado original no pudo afectarles. -Lógicamente.
– Así que, si Dios no los castigó, seguían siendo inmortales.
– Supongo que sí.
– Luego, si eran inmortales, esos nefilim o hijos de Dios deberían seguir vivos ahora mismo, entre nosotros.
– Creo que no deberías tomarte la Biblia de forma tan literal, Joey. Al fin y al cabo, es una gran enciclopedia llena de tradiciones muy variadas, y a veces se contradice a sí misma.
– Ya lo sé -respondió Joey-. Pero me gusta pensar que entre nosotros existe una raza de inmortales que llevan viviendo miles de años.
– ¿Por qué?
– Porque así podríamos estudiar su ADN y copiarlo dentro de nuestras células para ser inmortales también.
Otra de las cosas que diferenciaba a Joey de los chicos de su edad era que pensaba mucho en la muerte. Y no le hacía ni pizca de gracia.
No acabo de entender por qué los humanos envejecemos y acabamos muriendo.
Las casas también envejecen. Los grifos empiezan a gotear, él frigorífico se estropea, la madera se pudre, los tornillos se oxidan y las cortinas se llenan de grasa. Pero si uno arregla los grifos y los aparatos o los sustituye, si va cambiando también las planchas de madera, los ladrillos, las tuberías, etc., podría tener una casa inmortal.
¿Por qué entonces, si las células de nuestro cuerpo van cambiando y dicen que nos renovamos del todo cada siete anos, los humanos nos vamos arrugando y cada vez estamos más enfermos y estropeados? Es como si yo voy a la carpintería a comprar tablones para mi casa y le digo al encargado: «Póngame treinta tablones de madera podrida», o voy a la tienda de fontanería y pido: «¿Me da un grifo oxidado y con goteras, por favor?». Vamos, que hay que estar tonto.
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