– ¿Cómo define su señoría «plena seguridad»? -pregunto.,
– ¿Ha visto su detective las credenciales de esos individuos, con sus nombres y fotos?
– No lo sé. Pero ha tratado con ellos anteriormente, y le han facilitado informes que, en mi opinión, sólo pueden proceder de fuentes federales.
– O de alguien con una fértil imaginación -dice Ryan, que ahora está probando hasta dónde puede llegar.
– Me mostraron una foto del hombre al que ellos llaman Ontaveroz.
– ¿Y cómo sabe usted que ésa era su identidad, aparte de porque ellos se lo dijeron? -pregunta Ryan.
No contesto. -¿Tiene usted esa foto? -insiste el fiscal.
Peltro alza la vista, pero no impide a Ryan hacer su trabajo.
Yo hago caso omiso del fiscal.
– No, señoría. Sólo me la enseñaron. No me permitieron quedarme con ella.
– Eso resulta muy conveniente, señoría, pero el defensor elude la cuestión principal. -Ryan se ha puesto en pie y se abrocha el botón central de su chaqueta, aprestándose para el combate forense, o para terminar en el calabozo si no se anda con cuidado-. Señoría, siendo caritativo y dando verosimilitud al hecho de que esas dos figuras míticas, esos dos agentes federales existan realmente, y suponiendo que lo que afirma la moción de la defensa sea cierto, y que ese tal Ontaveroz exista, y que conozca a Jessica Hale…
– Se trata de algo más que de que él la conozca. -No voy a permitir a Ryan que le reste importancia a la poca información que poseemos-. Ella transportó drogas. Ése fue el motivo de que la arrestaran y encarcelaran. Posesión y transporte de drogas. Eso es verificable.
– Muy bien -dice Ryan-. Ella transportó drogas. Supongamos que lo hizo para el tal Ontaveroz. Pero no existen pruebas de que él estuviese relacionado con Suade. Ni siquiera de que supiese de su existencia.
Ryan acaba de cometer un error crítico. Lo advierto por la expresión de Peltro. Si Ontaveroz existe. Si él y Jessica traficaron con drogas… Ya sólo queda un paso muy corto hasta los artículos de prensa acerca del violento pasado del mexicano. Si éste andaba buscando a Jessica, quizá encontró a Suade.
– ¿Intenta usted decir, señor Ryan, que no existen pruebas de que Suade ayudó a Jessica Hale a desaparecer? -pregunta el juez.
– Eso no lo sabemos, señoría. -Ryan advierte ahora, cuando ya es demasiado tarde, el problema que se ha creado a sí mismo. Trata de dar marcha atrás. Si Suade no ayudó a Jessica a desaparecer, ¿qué motivo tuvo Jonah para asesinarla?
– Entonces, ¿qué hacen todas esas acusaciones referentes al señor Hale en el comunicado de prensa de Suade? -pregunta el juez-. ¿Pretende decir que Suade no tuvo arte ni parte en el asunto?
– No -dice Ryan-. Es evidente que alguna conexión sí que tuvo.
– O lo uno o lo otro, señoría, pero no las dos cosas a la vez -interrumpo-. Si Jessica tenía antecedentes por drogas, y los tenía, se nos debe permitir que exploremos esos antecedentes.
Ahora el juez asiente con la cabeza. Está de acuerdo conmigo.
– La defensa pretende hacer turismo por el país de la irrelevancia -dice Ryan-. ¿Dónde están las pruebas?
– Bueno, ¿qué es lo que desea? -Peltro me mira a mí. No hace caso de Ryan.
– Una oportunidad de identificar a los testigos que necesitaremos en el transcurso del juicio -contesto.
– ¡Señoría! -Ryan alza la voz una octava completa-. Lo que desean es conocer el caso de la fiscalía para luego inventarse una defensa que encaje con él.
El comentario me parece bastante exacto, pero no le digo esto a Peltro.
– Lo único que solicitamos es un poco de flexibilidad, señoría.
Peltro me mira y luego mira a Ryan. Reflexiona durante unos instantes.
– ¿Cómo piensa utilizar eso en su alegato inicial? -me pregunta.
– ¿Se refiere a Ontaveroz?
– Sí.
– Me gustaría mencionarlo. -En realidad me gustaría hacer algo más que mencionarlo, dar detalles sobre él, mostrar su foto, hacerlo desfilar delante del jurado. ¿A quién quieren condenar? Tras la puerta número uno, mi cliente, un abuelito con cárdigan y tirantes; tras la puerta número dos, el jefe de un importante cártel de la droga…
– ¿Desea mencionarlo por el nombre?
– Sí, señoría.
– ¿Cómo va a hacer algo así…? -pregunta Ryan, casi tartamudeando.
– No creo que sea posible -dice el juez-. ¿Qué haremos si luego, durante el juicio, no puede usted aducir las pruebas precisas? ¿Cómo borramos el recuerdo de la mente del jurado?
En realidad, eso nos perjudicaría más a nosotros que a la fiscalía. Es arriesgado mencionar a Ontaveroz en el alegato inicial, a no ser que pueda mencionarlo también en el alegato final. Los jurados tienden a recordar tales fallos. Y a castigarlos.
– Creo que no puedo permitirle a usted que lo mencione si no aduce pruebas del nexo -dice Peltro-. Algo que, de algún modo, lo relacione con la víctima.
– ¿Espera que lo sitúe en el escenario del crimen?
– Eso estaría bien -dice Ryan, que ahora sonríe.
– ¿Y también tengo que ponerle la pistola en la mano? -digo mirando al fiscal. Éste hace un ademán, como diciendo «a tu gusto».
– No, yo no pido tanto -dice Peltro-, pero sí deseo que exista una base razonable para creer que ese tal Ontaveroz estaba persiguiendo a Jessica Hale. Quizá alguna prueba de que él sabía, o al menos podía saber, que Suade poseía información. Evidentemente, cuanto más sólida sea la prueba, más persuasiva resultará para el jurado. Pero no le permitiré mencionar a Ontaveroz en sus alegatos a no ser que exista una base factual para ello. ¿Queda entendido?
– ¿Qué me dice de la lista de testigos? -pregunto.
– Actuaré con cierta flexibilidad. Tendrá usted que presentar su lista final de testigos cuando plantee los alegatos de la defensa, pero sólo a este respecto.
– ¡Señoría! -Ryan está recibiendo ahora el castigo por no haber escuchado antes al juez.
– En cuanto a los otros testigos, tendrá usted que identificarlos según las normas -dice Peltro-. ¿Entendido?
– Entendido, señoría. -Esto es lo máximo que, concebiblemente, puedo conseguir.
– Puede usted preparar la orden. Mi secretario le facilitará una transcripción de las actas. ¿Alguna pregunta?
Ryan no está contento.
– Señoría, debería solicitarse de la defensa que al menos nos diese una idea de cuáles serán sus testigos. ¿Llamará a comparecer a Ontaveroz?
– No, a no ser que yo lleve mi revólver bajo la toga -dice Peltro-. Esto que no conste en acta.
Estoy junto a Harry, guardando de nuevo los papeles en mi cartera, tratando de discernir lo que hemos ganado y lo que hemos perdido.
– Señor Madriani -llama el juez.
Me vuelvo hacia él, y Peltro dice:
– Me debe usted unos donuts.
– No te he hecho demasiadas preguntas acerca de lo que sucede -dice Susan-. Sé que estás ocupado. Pero también que está ocurriendo algo de lo que tú no me cuentas nada.
Esta mañana estamos tomando café, bagels y un poco de fruta.
Extendidos ante mí sobre la mesa de la cocina, tengo varios papeles de trabajo. Intento eludir las preguntas que adivino que se aproximan.
– Base tierra llamando a Paul -dice ella.
Me siento obligado a levantar la cabeza.
– ¿Humm?
– Sé que estás ocupado.
– Lo siento. -Amontono los papeles y los dejo sobre la mesa, boca abajo.
– Siempre estás ocupado -dice ella.
– Ya lo sé. Cuando esto termine, dispondremos de más tiempo. Te lo prometo.
– Cuéntale eso a tu hija -dice Susan.
– ¿Le ocurre algo malo a Sarah?
– Nada, salvo por el hecho de que lleva casi un mes viviendo aquí y no sabe por qué. Ni yo tampoco.
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