Steve Martini - El abogado

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Uno de los primeros clientes del abogado Paul Madriani es Jonah Hale, un anciano que se encuentra en un grave aprieto cuando Jessica, su hija, sale de la cárcel: Jonah y su esposa se han encargado de la educación de Amanda, su nieta de ocho años, debido a la drogadicción de la madre de la niña, pero, a raíz del importante premio que ha ganado el matrimonio en la lotería, Jessica decide secuestrar a la pequeña y pedir a su padre una gran suma de dinero si desea recuperarla. Jonah, que tiene la custodia legal, se niega, por lo que Jessica recurre a los servicios de Zolanda, una activista radical de los derechos de la mujer, que acusa a Jonah de haber abusado sexualmente de Amanda. El caso se complicará con un asesinato del cual Jonah será el principal sospechoso.

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– Haga que los alguaciles distribuyan tranquilizantes -le digo.

– Eso no es una solución -dice él-. Tranquilizantes ya tienen. Lo que quieren son donuts.

Evidentemente, la taquígrafa del tribunal no está anotando nada de esto, y no comenzará su trabajo hasta que Peltro se lo indique. Tiene la suficiente experiencia en el estrado para saber cómo evitar problemas con los estirados y siempre serios miembros de la Comisión para las Actuaciones Judiciales.

– ¿Puedo decirles que traerá usted los donuts para el almuerzo? -pregunta.

– Eso depende.

– ¿De qué?

– De lo comprensivo y razonable que se muestre el tribunal en el asunto pendiente.

– A mí me parece un delito mayor -dice Peltro. Mira al fiscal del distrito. Avery se está riendo. Ryan no le hace ningún caso.

– Creo que tiene usted un problema, señor Ryan. Necesito donuts para una chusma furiosa. ¿Qué nos ofrece usted?

– Nada -dice Ryan-. Yo estoy bien. He grabado todo esto.

Peltro lanza una risotada que le sale del estómago. Papá Noel en el estrado.

– Ahora el problema lo tengo yo. Señor alguacil, puede usted meter al señor Ryan entre rejas. Y dígale a esa gente que fue él quien se comió sus donuts.

El alguacil no se mueve, pero se está riendo, y su tripa se estremece por encima del cinturón de su pistolera.

Ahora que las bromas ya han terminado, Peltro echa un último vistazo al informe de Harry, cuestiones y autoridades. Luego nos mira a Harry y a mí y dice:

– ¿Quién va a hacer la argumentación de este embrollo?

Me levanto y voy hasta el podio. Peltro dirige una inclinación de asentimiento a la taquígrafa.

– He leído su informe -dice-. No hay necesidad de repasar todos los argumentos. Quizá sea mejor que nos centremos en los problemas.

Esto no es un buen comienzo.

– Por lo que veo -dice Peltro-, quiere aportar pruebas, pero carece usted de ellas.

– Eso no es exactamente así, señoría. Tenemos a dos agentes federales.

– ¿Me he perdido algo? -pregunta. El juez está pasando páginas, estudiando la moción, siguiendo las líneas de texto con un dedo-. Pensaba que no podían ustedes identificarlos.

– En estos momentos no podemos. Pero estamos trabajando en ello.

– ¿Podrán ustedes presentarlos?

– Con tiempo, creo que sí podremos.

– Señoría, la defensa ha renunciado a un aplazamiento. El juicio ya tiene asignada fecha de inicio. -Ryan se ha puesto en pie. Comprende lo que pretendo, exigiendo un juicio rápido al tiempo que solicito más tiempo.

– El fiscal está en lo cierto -dice Peltro-. ¿Solicita usted un aplazamiento del comienzo del juicio?

– De momento, no, señoría.

– Eso no me suena nada bien -dice el juez.

– No -le digo.

– Eso está mejor. A no ser que su cliente solicite un aplazamiento, no voy a conceder prórroga alguna. -Mira hacia el cartapacio judicial que tiene ante sí, el que está cubierto por una lámina de acetato del tamaño de una manta militar. Levanta algunas páginas del gigantesco calendario que hay debajo, motivo por el cual dejo de verle el rostro-. Mi fecha libre más próxima… -La voz se pierde tras el muro de papel-. No es hasta finales de setiembre. Y entonces no podrá ser porque voy a viajar a La Paz. Estaré allí pescando en el barco de un amigo. Eso significa que su cliente se pasará entre rejas, pendiente de juicio, no menos de cinco meses. -Baja las hojas del calendario y alza las pobladas cejas. Me mira por encima de las medias gafas de vista cansada, que le dan un aspecto aún más judicial.

– Mi cliente podría reconsiderar lo del aplazamiento -digo- si logramos llegar a un acuerdo sobre el tema de la fianza.

– ¿Por qué? ¿Para que se pueda reunir conmigo en La Paz?

– No, señoría.

Ahora Ryan sonríe de oreja a oreja.

– Todo eso ya lo hemos tratado -dice el juez-. No creo que, habida cuenta de las circunstancias, el tribunal pueda correr el riesgo. Su cliente desea buscar a su nieta, cosa que comprendo, ya que yo tengo dos nietas. No sé lo que haría si alguien se las llevase. Pero usted mismo reconoce que existen muchas posibilidades de que la niña se encuentre en México. Así que ya sabemos dónde irá su cliente si lo dejamos en libertad bajo fianza.

– Podría haber ido allí antes de que lo arrestaran. Y no lo hizo.

– Puede que ahora cambie de idea.

– Garantizaré que mi cliente no saldrá del país.

– ¿Y qué hará? ¿Esposarse a él?

– Podrían retirarle el pasaporte -sugiero.

– Para entrar en México no hace falta pasaporte -apunta Ryan.

– Lo sé perfectamente, señor Ryan. Volvamos a temas más pertinentes -dice Peltro-. Aprecio su bienintencionado esfuerzo de asegurar la comparecencia de su cliente, señor Madriani. Y estoy seguro de que haría usted todo lo posible. Pero existen fuerzas muy poderosas, más fuertes que usted y que yo, y no estoy seguro de que, en este caso, tales fuerzas no terminasen prevaleciendo sobre cualesquiera otras consideraciones. Mi decisión sobre la fianza sigue en pie. ¿Qué más tenemos?

– La lista de testigos, señoría -respondo-. Para hacer acopio de nuestras pruebas necesitaremos una cierta indulgencia por parte del tribunal.

– Si lo que espera es indulgencia para aducir hechos de los que no existen pruebas, olvídelo, porque eso no va a ocurrir.

– No se trata de eso, señoría.

Ryan está retrepado en su sillón, encantado con el espectáculo, paladeando el aroma mientras el juez me fríe y el estado se dispone a hacer una barbacoa con mi cliente.

– Entonces, ¿qué es lo que solicita? -pregunta Peltro.

– Cierta flexibilidad temporal para que la defensa pueda completar su lista de testigos.

– Lo que en realidad solicita es un juicio por sorpresa. -Ryan se siente satisfecho y tranquilo, considerando que en el estrado tiene a un colega que librará sus batallas por él.

– No, señoría, no es eso.

– Señor Ryan, ya tendrá usted oportunidad de hablar. -Peltro me hace un ademán con la cabeza, invitándome a continuar.

– La defensa se halla en una clara posición de desventaja -le digo-. Mi cliente tiene derecho a un juicio rápido, pero no dispondrá de la oportunidad de contar con una defensa bien preparada. Tenemos razones para creer que existen una serie de pruebas de las que no dispondremos hasta que se inicie el juicio.

– Eso es problema de la defensa, señoría. Debería pedir un aplazamiento.

– ¡Señor Ryan!

– Dispense, señoría.

El juez comienza a hojear las páginas de nuestra defensa. Cuestiones y autoridades a porrillo. Harry ha hecho uno de sus trabajos estelares.

– ¿Desea usted sacar a colación a este hombre, al tal Ontaveroz? -me pregunta Peltro.

– En efecto, señoría.

– ¿Dónde está el nexo? ¿Qué relación tiene con el caso?

– Mi declaración. Y otra declaración jurada de mi detective. He adjuntado ambas a la moción.

Peltro comienza a leer.

– Señoría, aunque eso sea cierto, se trata del propio abogado del acusado, y de su propio detective, hablando de oídas de lo que les dijo un testigo cuya credibilidad no tenemos medio de confirmar.

El juez alza la mano, indicando a Ryan que cierre la boca.

Ryan pone los ojos en blanco y mira hacia el techo.

– Cuénteme de nuevo cómo encontró a esas personas -dice Peltro-. A esos dos agentes.

– A través de mi detective.

– ¿Ha tenido su detective anteriormente contacto con ellos?

– Lo ha tenido. Y la información que le dieron siempre resultó ser fidedigna.

– ¿Puede su detective testificar con plena seguridad de que se trata de agentes del gobierno federal?

– Señoría…

– Señor Ryan. -Peltro lo fulmina con la mirada.

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