Despertar. Dormir. Música, luego silencio. Voces. Susurros.
papi
Merrick abrió los ojos. Una niña estaba sentada delante de él. Tenía el pelo oscuro y la piel desgarrada allí por donde los gases de la descomposición habían escapado de su interior. Un bicho reptaba por su frente. Merrick quiso apartarlo, pero no pudo mover las manos.
– Hola, cariño -saludó-. ¿Dónde has estado?
La niña tenía tierra en las manos, y dos uñas rotas.
esperando
– ¿Esperando qué, cariño?
esper á ndote a ti
Merrick asintió con la cabeza.
– No he podido venir hasta ahora. Estaba…, me habían encerrado, pero siempre pensaba en ti. Nunca te he olvidado.
lo s é . estabas muy lejos. ahora est á s cerca. ahora puedo estar contigo
– ¿Qué te pasó, mi niña? ¿Por qué te fuiste?
me dorm í . me dorm í y ya no pude despertar
En su voz no se advertía la menor emoción. No parpadeó ni una vez. Merrick vio que tenía el lado izquierdo de la cara de tonos cereza y violeta, marcado por los colores de la lividez de la muerte.
– Ya no tardaré, cariño -dijo.
Reunió fuerzas para mover la mano. La tendió hacia ella y notó algo frío y duro contra los dedos. El vaso de whisky se volcó en la mesa, y Merrick se distrajo por un momento. Cuando volvió a levantar la vista, la niña había desaparecido. El whisky corrió en torno a sus dedos y se derramó en el suelo. La camarera apareció y dijo:
– Quizá debería marcharse ya a casa.
Merrick asintió con la cabeza.
– Sí -contestó-, puede que tenga razón. Es hora de irse a casa.
Se puso en pie, y al instante percibió el chapoteo de la sangre encharcada en el zapato. Sintió que el salón daba vueltas alrededor y se agarró a la mesa para no perder el equilibrio. La sensación de vértigo desapareció, y de nuevo tomó conciencia del dolor en el costado. Bajó la vista. Tenía el lado del pantalón empapado y manchado de rojo. La camarera también lo vio.
– Eh -dijo-. ¿Qué…?
Y entonces miró a Merrick a los ojos y decidió no preguntar nada. Merrick se llevó la mano al bolsillo y encontró unos billetes, entre ellos había uno de veinte y otro de diez, y los echó todos en la bandeja de la camarera.
– Gracias, cariño -dijo, y una expresión amable asomó a sus ojos. La camarera no supo si creía estar hablándole a ella o a otra que veía en su imaginación-. Ya estoy preparado.
Se alejó de la barra pasando entre las parejas que bailaban y los borrachos vocingleros, los amantes y amigos, yendo de la luz hacia la oscuridad, de la vida del interior a la vida de fuera. Al salir y notar el aire fresco de la noche se tambaleó de nuevo, pero al cabo de un momento se le despejó la cabeza. Sacó las llaves del bolsillo de la cazadora y se encaminó hacia su coche; a cada paso iba perdiendo más sangre y acercándose un poco más a su final.
Se detuvo junto al coche y, apoyando la mano izquierda en el techo, introdujo la llave en la cerradura con la derecha. Abrió la puerta y se vio reflejado en el cristal de la ventanilla lateral. Al instante otro reflejo se sumó al suyo cerniéndose detrás de su hombro. Era un pájaro, una paloma monstruosa de rostro blanco y pico oscuro, y ojos humanos hundidos en las cuencas. Alzó un ala, pero el ala era negra, no blanca, y con la garra empuñaba un objeto largo y metálico.
Y entonces el ala empezó a batir con un sonido suave y sibilante, y Merrick sintió de nuevo un dolor penetrante al rompérsele la clavícula de un golpe. Se retorció e intentó sacar el arma del bolsillo, pero apareció otro pájaro, ahora un halcón, que blandía un bate de béisbol, un buen Louisville Slugger de los de antes, diseñado para lanzar la bola fuera del estadio, sólo que el Slugger iba dirigido contra su cabeza. Incapaz de esquivarlo levantó el brazo izquierdo. El impacto le destrozó el codo, y las alas seguían batiendo y la lluvia de golpes caía sobre él, y se desplomó de rodillas cuando algo en su cabeza se desprendió haciendo un ruido como el del pan al partirse y la mirada se le nubló de rojo. Abrió la boca para hablar, aunque no pudo articular una sola palabra, y la mandíbula inferior casi se le desprendió de la cara cuando la palanca trazó un suave arco y lo derribó como a un árbol, de modo que quedó tendido en el frío suelo de gravilla mientras la sangre salía a borbotones y la paliza continuaba, su cuerpo exhalaba leves y extraños sonidos, y dentro de él se movían los huesos allí donde los huesos no tenían por qué moverse, se fracturaba el armazón de su interior y se le reventaban los órganos blandos.
Y seguía con vida.
Los golpes cesaron, pero no el dolor. Un pie se deslizó bajo su estómago y lo levantó para ponerlo de espaldas, apoyándolo ligeramente contra la puerta abierta del coche, medio dentro, medio fuera, con una mano inutilizada a un lado, la otra caída hacia atrás en el interior del automóvil. Vio el mundo entero a través de un prisma rojo, dominado por pájaros como hombres y hombres como pájaros.
– Ha palmado -observó una voz, y a Merrick le sonó familiar.
– No, todavía no -dijo el otro.
Merrick sintió un aliento caliente cerca de la oreja.
– No deberías haber venido aquí -dijo la segunda voz-. Deberías haberte olvidado de ella. Murió hace tiempo, pero estuvo bien mientras duró.
Notó un movimiento a su izquierda. La palanca lo golpeó justo por encima de la oreja y un destello de luz brilló a través del prisma reflejando el mundo en un arco iris teñido de rojo, transformándolo en astillas de color en su conciencia menguante. papi
Ya llego, cariño, ya llego.
Y seguía con vida, aún.
Arrastró los dedos de la mano derecha por el suelo del coche. Encontró el cañón de la Smith 10, la desprendió de la cinta adhesiva y le dio la vuelta hasta palpar la culata. Tiró de ella obligándose a disipar la negrura, aunque fuera sólo por un momento.
papi
Un momento, cariño. Papi tiene que resolver antes un asunto.
Poco a poco acercó la pistola hacia sí. Intentó levantarla, pero el brazo fracturado no podía sostener el peso. Se dejó, pues, caer hacia el costado, y el dolor fue casi insoportable cuando los huesos triturados y la carne desgarrada se estremecieron a causa del impacto. Abrió los ojos, o quizá los había tenido abiertos en todo momento, y la bruma se disipó brevemente sólo debido a las nuevas oleadas de dolor provocadas por el movimiento. Con la mejilla sobre la grava, tenía el brazo derecho contra el cuerpo, la pistola en posición horizontal. Había dos siluetas frente a él, caminando hombro con hombro a quizá cinco metros de donde él yacía. Levantó un poco la mano, indiferente a la fricción de los huesos fracturados, hasta que la pistola apuntó a los dos hombres.
Y, de algún modo, Merrick reunió fuerzas suficientes para apretar el gatillo, o quizá fueran las fuerzas de otros sumadas a las suyas, porque le pareció notar una presión en el nudillo del dedo índice como si alguien empujara por él suavemente.
El hombre de la derecha pareció dar un brinco, se tambaleó y cayó al ceder bajo su peso el tobillo hecho añicos. Gritó algo que Merrick no entendió, pero Merrick apretaba ya el gatillo por segunda vez y no tenía tiempo para prestar atención a las palabras de nadie más. Disparó de nuevo, ahora contra un blanco más grande, ya que el herido yacía de costado, mientras su amigo intentaba levantarlo, pero fue un tiro a bulto, reculando la pistola en su mano y dirigiendo la bala por encima de la silueta yacente.
Merrick aún tuvo tiempo y fuerzas para apretar el gatillo una última vez. Disparó cuando la negrura descendía sobre él, y la bala traspasó la frente del herido y salió en medio de una nube roja. El superviviente intentó llevarse el cuerpo a rastras, pero el pie del cadáver quedó atrapado en una alcantarilla. Aparecieron varias personas en la puerta del Refugio de Old Moose, ya que incluso en un lugar como aquél, el estampido de un arma atraía por fuerza la atención. Se oyeron voces, y unas siluetas empezaron a correr hacia él. El superviviente huyó dejando atrás al muerto.
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