La vista se me fue acostumbrando a la oscuridad. Empezaba a distinguir sus facciones. Las ten í a desdibujadas, la nariz deforme y las mejillas hinchadas. Un haz de luz que entraba por debajo de la puerta ilumin ó las puntas de sus pies descalzos y el dobladillo de una bata larga de color rojo. Tambi é n la laca de las u ñ as de los pies era roja. Parec í an reci é n pintadas. Sac ó un paquete de tabaco del bolsillo de la bata, hizo asomar un cigarrillo dando unos golpecitos en la base y lo encendi ó con un mechero. Manten í a la cabeza gacha, y aunque el pelo le ca í a ante el rostro, alcanc é a ver las cicatrices que le atravesaban el ment ó n y la mejilla izquierda.
– Deber í a haber mantenido la boca cerrada -susurr ó .
– ¿ Por qu é ?
– Se present ó y me tir ó dos de los grandes a la cara. Despu é s de todo lo que me hab í a hecho, dos m í seros billetes. Estaba que me sub í a por las paredes. Le dije a una de las chicas que sab í a c ó mo desquitarme de é l. Le cont é que hab í a visto algo que no deb í a. Y al poco tiempo me entero de que ella se acuesta con Donnie. Donnie ten í a raz ó n. No soy m á s que una puta est ú pida.
– ¿ Por qu é no le has contado a la polic í a lo que sabes?
Dio una calada. Ya no ten í a la cabeza baja. Absorta en los detalles de su historia, se olvid ó por un momento de ocultar el rostro. A mi lado, o í c ó mo Á ngel ahogaba un silbido de compasi ó n al ver su cara destrozada.
– Porque no habr í an hecho nada.
– Eso no lo sabes.
– Claro que lo s é -contest ó . Dio otra calada al cigarrillo y juguete ó con su pelo. Nadie habl ó . Al final, ella misma rompi ó el silencio-: Y ahora dicen que me ayudar á n.
– As í es.
– ¿ C ó mo?
– Mira afuera. Por la ventana de atr á s.
Se llev ó la mano a la caray, por un momento, me mir ó con asombro; luego se dirigi ó a la cocina. O í un suave roce cuando separ ó las cortinas. Al regresar, hab í a cambiado de actitud. Louis ejerc í a ese efecto en las personas, sobre todo si uno ten í a la impresi ó n de que pod í a estar de su lado.
– ¿ Qui é n es?
– Un amigo.
– Tiene un aspecto… -Busc ó la palabra exacta. Por fin dijo-: Intimidador.
– Es intimidador.
Tamborile ó en el suelo con el pie.
– ¿ Va a matar a Donnie?
– Esper á bamos encontrar otra manera de tratar con é l. Hemos pensado que podr í as ayudarnos.
Esperamos a que se decidiera. Hab í a un televisor en otra habitaci ó n, probablemente su dormitorio. De pronto pens é que quiz á no estaba sola, y que deber í amos haber registrado la casa nada m á s llegar, pero ya era tarde. Al final, Mia se llev ó la mano al bolsillo de la bata y sac ó el tel é fono m ó vil. Me lo lanz ó . Lo cog í .
– Abra el archivo de im á genes -dijo-. A usted le interesar á n varias fotos a partir de la quinta o la sexta.
Pas é sucesivas im á genes de j ó venes sonrientes en torno a una mesa de comedor, un perro negro en un jard í n y un beb é en una sillita, hasta que llegu é a las fotos de Donnie. En la primera aparec í a de pie en un aparcamiento con otro hombre, m á s alto que é l y con traje gris. La segunda y la tercera eran instant á neas de la misma escena, pero en é stas las caras de los dos hombres se ve í an con mayor nitidez. Las fotos deb í an de haberse tomado desde dentro de un coche, porque en dos de ellas se ve í an el marco de una puerta y un retrovisor lateral.
– ¿ Qui é n es el otro hombre? -pregunt é .
– No lo s é -respondi ó Mia-. Segu í a Donnie porque pens é que me enga ñ aba. ¡ Qu é digo! No, no lo pens é : lo sab í a. Es un canalla. S ó lo quer í a averiguar con qui é n me enga ñ aba.
Sonri ó , y el dolor se reflej ó en su rostro a causa del esfuerzo.
– Enti é ndalo, cre í a que lo amaba. ¿ Le parece muy est ú pido?
Cabece ó . Me di cuenta de que lloraba.
– ¿ Y esto es lo que tienes de é l? ¿ Por esto quiere encontrarte? ¿ Porque tienes en el m ó vil unas fotos de é l con un hombre cuyo nombre no conoces?
– No s é c ó mo se llama, pero s é d ó nde trabaja. Cuando Donnie lo dej ó , otras dos personas se reunieron con ese individuo, una mujer y un hombre. Salen en la foto siguiente.
Salt é a la otra imagen y vi al tr í o. Iban todos trajeados.
– Por su aspecto, pens é que eran polic í as -dijo Mia-. Se subieron al coche y se alejaron. Los segu í .
– ¿ Ad ó nde fueron?
– Al n ú mero mil trescientos de Summit.
Y entonces supe por qu é Donnie quer í a encontrar a Mia, y por qu é ella no pod í a acudir a la polic í a: el n ú mero 1300 de Summit era la delegaci ó n del FBI en Kansas City.
Donnie P. era un informante.
En un campo contiguo a una carretera desierta del condado de Clay, donde apenas pasaban coches y s ó lo los p á jaros se manten í an alertas, Donnie P., el hombre que mat ó a Neil Chambers por una deuda insignificante, yac í a ahora enterrado en una tumba poco profunda. Hab í a bastado con una llamada a sus jefes, una llamada y un pu ñ ado de fotos borrosas enviadas desde una cuenta de correo electr ó nico ilocalizable.
Читать дальше