Y la voz de su abuela le susurr ó : « Estas no son las ú nicas opciones » . Era el principio del fin, la semilla de la que germinar í a el lento florecimiento de la conciencia.
La herida tard ó mucho en cicatrizar. La bala hab í a penetrado en el cr á neo, pero no hab í a llegado al cerebro. Su madre siempre le hab í a dicho que ten í a la cabeza dura. Incluso despu é s de saberse que sobrevivir í a, ten í a problemas para articular ciertas palabras y distinguir los colores, y vio borroso durante meses. Lo atormentaban ciertos sonidos fantasma y dolores en las extremidades. Gabriel estuvo tentado de desprenderse de é l, pero Louis era especial. Hab í a sido el m á s joven entre sus incorporaciones, y a ú n ten í a capacidad para superar sus expectativas. Respondi ó deprisa al tratamiento, en parte por su propia fortaleza natural, pero tambi é n, como Gabriel sab í a, por el deseo de venganza. Ventura hab í a desaparecido, pero lo encontrar í an. No pod í a quedar impune despu é s de lo que hab í a hecho.
Tardaron quince a ñ os en dar con é l. Cuando lo hallaron, Louis recibi ó la orden de ejecutarlo.
Viv í a en Amsterdam como s ú bdito holand é s, bajo el nombre de Van Mierlo. Se hab í a sometido a alguna que otra intervenci ó n de cirug í a pl á stica, no gran cosa, pero suficiente en la nariz, los ojos y el ment ó n para asegurarse de que si un antiguo conocido se cruzaba con é l, no lo reconocer í a de inmediato. Todo consist í a en ganar tiempo: horas, minutos, incluso segundos. Louis sab í a con certeza que, desde lo ocurrido en casa de los Lowein, Ventura viv í a prepar á ndose para la posibilidad de que un d í a lo encontrasen. Estar í a listo para huir en cualquier momento. Conocer í a su entorno a la perfecci ó n, de modo que el menor cambio en la rutina lo pondr í a sobre aviso. Ir í a siempre armado. Tendr í a un coche guardado en un garaje privado seguro no lejos de donde viv í a, pero apenas lo usar í a. Lo reservar í a para las emergencias: en caso de cerr á rsele el paso al aeropuerto o los trenes por la raz ó n que fuera, o de no tener acceso a otras formas de viajar.
Iba en taxi a todas partes, los paraba en la calle en lugar de llamarlos por tel é fono antes de salir, y nunca se sub í a al primero que pasaba, sino que esperaba siempre al segundo, al tercero e incluso al cuarto. Una vez al mes visitaba a su abogado en Rotterdam, tomaba el tren en Centraal, Ten í a alquilado un edificio de cuatro plantas en Van Woustraat, pero por lo visto no empleaba la planta baja, s ó lo ocupaba la primera y la segunda. Louis supuso que tanto en la planta baja como en la tercera habr í a bombas trampa, y que exist í a alguna v í a de escape en la zona de vivienda de Ventura que le proporcionar í a acceso a uno de los edificios contiguos.
Louis se pregunt ó si Ventura sabr í a que é l a ú n estaba vivo. Probablemente s í , pens ó . En caso de que lo encontraran, Ventura prever í a que se presentase el propio Louis. Se esperar í a un cuchillo, una pistola en la cabeza, como Deber tantos a ñ os atr á s. Quiz á s incluso tem í a que intentasen capturarlo y devolverlo a Estados Unidos para que Gabriel se ocupase de é l como considerase oportuno. Pero Louis estar í a presente; de eso a Ventura no le cab í a la menor duda, porque Ventura no conoc í a a Louis, no como lo conoc í a Gabriel y no como lo hab í a conocido Deber en sus ú ltimos d í as de agon í a.
Louis se march ó de los Pa í ses Bajos sin que Ventura lo viera en ning ú n momento, y otro hombre ocup ó su lugar durante los ú ltimos d í as, pero mientras Louis estuvo all í le sigui ó el rastro a Ventura, para lo que emple ó la ayuda de Gabriel as í como su propia iniciativa. Localizaron cuentas bancarias. Registraron el bufete de su abogado. Identificaron intereses comerciales y propiedades. Incluso encontraron su coche.
Al final, los ú ltimos d í as que pas ó Louis en Amsterdam, se deterioraron las relaciones entre el gobierno holand é s y los sindicatos del transporte. Se preve í a una serie de huelgas. Una semana despu é s Ventura fue al garaje a recoger el coche para viajar a Rotterdam. Ten í a un casete en el salpicadero. Encendi ó el aparato mientras maniobraba para salir de su plaza y el morro del coche se inclinaba hacia arriba por la pendiente, pero en lugar de o í r como preve í a a los Rolling Stones, son ó una voz de mujer. « Connie Francis » , pens ó . « Es Connie Francis cantando ¿Y ahora quién va a lamentarlo?
» Pero si yo no tengo ninguna cinta de Connie Francis. »
Vaya, muy listo.
Ten í a ya un pie en el suelo cuando se activ ó el conmutador de mercurio por inclinaci ó n y el coche y Ventura se vieron envueltos en llamas.
– Sobrevivi ó -le comunic ó Gabriel a Louis-. Deber í as haber buscado otro m é todo.
– Ese me pareci ó el m é todo apropiado. ¿ Seguro que no est á muerto?
– No encontraron restos en el coche, pero hab í a fragmentos de piel y ropa adheridos al suelo del garaje.
– ¿ Cu á nta piel?
– Mucha, por lo visto. Debi ó de sufrir un dolor considerable. Le seguimos la pista hasta la consulta de un m é dico en Rokin. El m é dico estaba muerto cuando lo encontramos, naturalmente.
– Si Ventura vive, volver á por nosotros alg ú n d í a.
– Quiz á s. Aunque tambi é n es posible que lo ú nico que quede de é l sea un cascar ó n chamuscado con el hombre que conocimos atrapado dentro.
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