Normalmente quedaba fascinado por el equipo que desmontaba, como un anatomista ante la oportunidad de examinar los órganos internos de un espécimen único, pero esta vez tenía la cabeza en otra parte. El intento de incursión en el edificio donde vivían lo había alterado, y la reunión de esa tarde en el ático de Hoyle no había contribuido a tranquilizarlo. Después de las agresiones, Louis y él habían comentado la posibilidad de desaparecer durante un tiempo, pero enseguida la habían descartado. Para empezar, estaba la señora Bondarchuk, que se negaba a trasladarse aduciendo que sería un trastorno para sus pomeranos. Señaló asimismo que su abuelo se había negado a huir de los comunistas en Rusia, quedándose a luchar del lado de los blancos, y que su padre había combatido contra los nazis en Stalingrado. Ninguno de los dos había huido, y tampoco ella lo haría. La circunstancia de que tanto su abuelo como su padre hubiesen muerto al plantar cara al enemigo no tuvo la menor incidencia en su argumentación.
Louis, por su parte, no creía que sus enemigos volvieran a atacarlos en el apartamento. Entre ese incidente y el enfrentamiento en el taller habían perdido a tres hombres. Como mínimo, estarían lamiéndose las heridas. Con ello habían ganado un poco de tiempo, y era mejor utilizarlo en casa, no en un piso franco improvisado o un hotel vulnerable. Ángel había coincidido con él, pero algo en la manera de hablar de Louis lo había inquietado.
«Quiere que vengan», pensó. «Quiere que esto continúe. Le gusta.»
Ángel no le había dicho a nadie que a veces Louis lo asustaba. Ni siquiera se lo había dicho a Louis, aunque se preguntaba si él no lo habría adivinado por su cuenta. No era que temiese que Louis se volviera contra él. Si bien su compañero podía describirse benévolamente como un hombre «mordaz» en determinadas ocasiones, la violencia de la que era capaz nunca la había dirigido contra Ángel. No, lo que asustaba a Ángel era la necesidad de violencia de Louis. Anidaba dentro de él una sed que sólo se saciaba con violencia, y Ángel no acababa de comprender el origen de esa sed. Conocía el pasado de Louis bastante bien, pero no lo sabía todo: partes de ese pasado permanecían ocultas, incluso para él. Por otro lado, también era cierto que Ángel no se lo había contado todo a Louis sobre sí mismo. Al fin y al cabo, ninguna relación podía desarrollarse o sobrevivir bajo el peso de una sinceridad absoluta.
Pero los detalles del pasado de Louis no bastaban para explicar la clase de hombre en que se había convertido, no para Ángel. Enfrentado a una amenaza contra su propia seguridad y la de las mujeres con quienes vivía, el joven Louis había actuado de manera inmediata para eliminar esa amenaza. A sangre fría, había planeado matar al tal Deber, sospechoso del asesinato de su madre, que después había regresado a la casa donde ella vivió con su propia madre, sus hermanas y su hijo adolescente, para sustituirla por otra. Louis había olido en él la sangre de su madre, y Deber, por su parte, con los sentidos alerta para captar toda amenaza potencial, había visto borbotear el deseo de venganza bajo la superficie plácida del muchacho. En su pequeño mundo no había cabida para ambos, y Deber no dudaba de que el chico, llegado el momento, actuaría como un joven exaltado. Sería algo directo: una navaja o una pistola barata adquirida con ese fin. Deber lo vería venir. El chico querría mirarle a los ojos mientras moría, porque ésa era la clase de venganza que buscaría un niño. A distancia no encontraría gratificación, creía Deber.
Pero el chico no era así. Desde su tierna infancia, había en él algo impalpable, un alma vieja en un cuerpo joven. Deber era astuto y cruel, pero el chico era listo y desapasionado. Deber no murió de una herida de bala, ni de una puñalada en el pecho o las tripas. No vio acercarse la muerte, porque la muerte llegó camuflada. Llegó disfrazada de silbato metálico barato, un objeto al que le tenía un desmesurado cariño. Lo utilizaba para llamar al chico a la hora de comer, para captar la atención de su mujer, para organizar las cuadrillas de hombres cuyo trabajo supervisaba. Cuando se lo llevó a la boca aquella fatídica mañana, acaso sólo tuvo tiempo para preguntarse por qué no emitía el penetrante pitido habitual antes de que la pequeña bola de explosivo de fabricación casera le volara la cara y parte del cráneo. El último recuerdo que el chico conservaba de Deber era el de un hombrecillo atildado saliendo de casa camino del trabajo, con el silbato colgado al cuello de una cadena. Para resarcirse, no necesitó ver el momento de alzarse el silbato ni el estallido rojo y negro que acompañó a la explosión, como tampoco necesitó contemplar al ser humano destrozado que agonizaba en una cama para indigentes.
Para Louis, asesinar a Deber había sido algo natural. No podía decirse, pues, que su primera acción violenta fatal lo hubiese puesto en el camino de convertirse en lo que ahora era. Esa capacidad siempre había anidado en él, y el catalizador de su erupción en el mundo fue en esencia intrascendente. Pero una vez desencadenada, corrió por sus venas con la misma naturalidad que la sangre.
También Ángel había matado, pero las razones detrás de sus actos habían sido menos complejas que las que motivaron a Louis. Ángel había matado en varias ocasiones porque se había visto obligado a ello; porque de no haberlo hecho habría muerto él, y porqué, básicamente, le había parecido que era lo que correspondía en ese momento. No se sentía perseguido ni atormentado por aquellos a quienes había matado. Se preguntaba, alguna que otra vez, si eso significaba que no era una persona normal. Sospechaba que no lo era. Pero Ángel no experimentaba el impulso de matar. No buscaba a hombres violentos para enfrentarse a ellos, o para ponerse a prueba ante ellos. Si alguien le hubiese anunciado que, a partir de ese día, nunca más tendría que empuñar un arma y que durante el resto de su vida no afrontaría mayor desafío que el de forzar cerraduras y comer fritos, se habría dado por satisfecho, siempre y cuando tuviese a Louis a su lado. Pero ahí residía el problema: una vida así excedía las posibilidades de Louis, y para Ángel acogerse a tal existencia habría implicado sacrificar a su compañero. La violencia de Ángel surgía de las circunstancias; la de Louis era consustancial.
A eso se debía, en parte, que perdurase su estrecha amistad con Charlie Parker a lo largo de tantos años. Ángel estaba en deuda con el detective privado, que hizo cuanto estuvo en sus manos, siendo policía, para proteger a Ángel de aquellos que le habrían causado graves perjuicios cuando cumplía condena. Ángel nunca entendió del todo por qué Parker decidió actuar de esa manera. Ángel lo había ayudado de vez en cuando con información, a condición de que no requiriera dar demasiados nombres, y estaba convencido, aunque nunca habían hablado de ello, de que Parker sabía algo sobre el pasado de Ángel, sobre los malos tratos que había padecido en la niñez. Pero eran muchos los delincuentes que podían aducir infancias atribuladas, algunas incluso peores que la de Ángel; la lástima, o la empatía, no bastaba para explicar por qué Parker decidió ayudarlo y, en última instancia, entablar amistad con él. Era casi, pensó Ángel, como si Parker supiera lo que vendría después. No, no que lo supiera, no era eso. Había cosas en Parker fuera de lo común, incluso a todas luces escalofriantes, pero no era un vidente. Quizá se trataba de algo tan sencillo como conocer a otro ser humano y comprender, de manera inmediata y profunda, que ese individuo formaba parte de la propia vida, por razones obvias o aún por revelarse.
A Louis le había costado entenderlo, al menos en un principio. Louis no quería policías ni ex policías en su vida. Pero sabía lo que Parker había hecho por Ángel, sabía que Ángel no estaría vivo a no ser por ese extraño y atormentado detective que parecía a punto de romperse bajo el peso del dolor y la pérdida y sin embargo se negaba a sucumbir. A su debido tiempo, Louis vio algo de sí mismo en el otro hombre. Empezaron a respetarse, y eso se desarrolló hasta convertirse en una especie de amistad, aunque la relación fue puesta a prueba más de una vez.
Читать дальше