Enid Blyton - Los Cinco Y El Tesoro De La Isla

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Los Cinco Y El Tesoro De La Isla: краткое содержание, описание и аннотация

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Ana y sus hermanos Julián y Dick, van de vacaciones a casa de sus tíos Fanny y Quintín. La casa se encuentra en la hermosa bahía de Kirrin, con una isla y un viejo castillo propiedad de la familia. Allí también está su prima Jorgina, una niña de fuerte carácter a la que le gustaría ser un chico, por lo que prefiere que la llamen Jorge.
Pronto los cuatro niños se hacen muy amigos y se convierten en un grupo inseparable, acompañados siempre por el perrito de Jorge, Tim.
Un día, en un viejo navío, los chicos descubren el mapa de un tesoro escondido en la isla. Se disponen a encontrarlo, ¡pero no son los únicos que lo buscan! ¿Podrán conseguirlo antes de que sea demasiado tarde?

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– Pues tráetelo -dijo su madre, ante el asombro de los demás-. Él también ha sido un héroe. Le daremos buena comida.

Jorge sonrió, radiante de contento. Se marcho y fue a buscar al perro. Lo desató y éste se dirigió a la casa dando grandes saltos y moviendo su larga cola. Entró en la habitación y empezó a lamer a la madre de Jorge, con las orejas muy empinadas.

– Buen perro -dijo ella dándole cariñosos golpes-. ¡Te voy a traer cosas de comer!

Tía Fanny se dirigió a la cocina seguida por Timoteo. Julián le dijo a Jorge :

– Ya ves como tu madre es buena.

– Sí, pero todavía no ha venido papá. Ya veremos lo que dirá cuando vuelva y vea que el perro está otra vez en casa -dijo Jorge, dubitativa.

El padre de Jorge llegó en seguida. Tenía cara de acontecimientos.

– La policía se ha tomado la cosa muy en serio -dijo-. Y mi abogado también. Todos han estado de acuerdo en reconocer que los niños han sido muy inteligentes y valientes. Además, Jorge , dice mi abogado que no tengo que preocuparme: el oro que se ha encontrado en la isla es nuestro. ¿Había mucha cantidad?

– ¡Oh, papá! ¡Había lingotes a centenares! -gritó Jorge -. En enormes cantidades. ¡Oh, papá! ¿Seremos ricos ahora?

– Sí -dijo su padre-. Ahora somos ricos. Lo suficiente para que pueda comprarte a ti y a tu madre todas las cosas que desde hace muchos años quería yo que tuvieseis. Yo he trabajado por vosotras mucho hasta ahora, pero mi trabajo no es de los que producen dinero en abundancia: por eso he tenido siempre tan mal carácter. Pero a partir de ahora podréis tener todo lo que se os antoje.

– Yo me conformo con lo que tengo ahora -dijo Jorge-. Pero, papá, hay una cosa que me gustaría tener sobre todas las demás, y que a ti no te costaría dinero.

– Pues la tendrás, querida -dijo su padre, echándole el brazo sobre los hombros, con gran sorpresa de ella-. Pide lo que quieras, que, por muy caro que sea, lo tendrás.

En aquel momento se oyeron unas singulares pisadas que provenían, al parecer, del pasillo. De pronto una enorme cabeza peluda asomó por la puerta y se puso a mirar a los presentes interrogativamente. ¡Por supuesto que se trataba de la cabeza de Timoteo !

Tío Quintín lo miró, sorprendido.

– ¡Caramba! Éste es Timoteo, ¿verdad? ¡Eh, Tim !

– ¡Papá! Timoteo es la cosa que yo más quiero en el mundo -dijo Jorge , apretando el brazo de su padre-. No te puedes imaginar lo bien que se ha portado con nosotros en la isla. Tenía unas ganas enormes de atacar y morder a aquellos hombres. ¡Oh, papá, no quiero otro regalo! Sólo quiero tener a Timoteo en casa a mi disposición. Se le podría comprar una perrera para que estuviese allí todo el tiempo y durmiera. No te molestará nunca, estoy segura.

– ¡Ya lo creo! ¡Tendrás el perro! -dijo su padre.

Timoteo, al oír esto, entró de golpe en la habitación, satisfecho de que lo admitieran en la casa y demostrando además que se había enterado palabra por palabra de todo lo que se había dicho. ¡Se puso a lamerle la mano a tío Quintín! Ana pensó que era un perro muy valiente.

Pero tío Quintín había cambiado mucho. Parecía como si le hubieran quitado un gran peso de encima. Ahora era rico: Jorge podría ir a un buen colegio y su mujer podría tener todas las cosas que durante mucho tiempo él había querido regalarle y, además, podría dedicarse en adelante a sus libros, su trabajo favorito, sin tener la pesadumbre de que las ganancias que le produjeran no eran suficientes para su familia.

Miró a todos con aire de persona que se siente el más feliz de los mortales.

Jorge no cabía en sí de alegría, por lo de Timoteo. Rodeó con los brazos el cuello de su padre y le dio un fuerte abrazo, cosa que hacía mucho tiempo que no había hecho. Su padre pareció sorprendido, pero contento.

– Bueno, bueno -dijo-. Esto me gusta mucho. A ver: ¿no llega ya la policía?

Efectivamente, la policía acababa de llegar. Entraron en la habitación y tuvieron unas breves palabras con tío Quintín. Uno de ellos quedó allí para tomar nota en su bloc de las declaraciones de los niños y los demás fueron a buscar un bote para ir a la isla.

¡Los hombres no estaban allí! El bote del buque pesquero los había rescatado y ahora, tanto el bote como el barco habían desaparecido sin dejar rastro. La lancha motora estaba allí, en la caleta, con el motor inutilizado.

– Aquella jovencita tiene un fuerte carácter -dijo el inspector mirando la embarcación-. Lo ha hecho todo tan esmeradamente que les ha resultado imposible huir en la lancha. Habrá que remolcarla.

Otros policías llegaron con algunas muestras de los lingotes para enseñárselas a tío Quintín. Habían sellado la puerta de los sótanos para que nadie pudiese entrar en ellos hasta tanto el tío de los chicos no fuera allí para recoger el resto del tesoro. Todas las diligencias se llevaban a cabo a la perfección, pero, según los niños, con cierta lentitud. Ellos hubieran querido ver en seguida a los individuos aquellos capturados para llevarlos a presidio y también que los policías hubiesen traído de una vez todos los lingotes.

Estaban todos muy cansados y se alegraron mucho de que tía Fanny les dijese que aquella noche podían irse temprano a la cama. Se desnudaron, se pusieron los pijamas y decidieron cenar todos en el dormitorio de las chicas. Timoteo estaba con ellos, presto a hacerse con lo que le echaran para comer.

– Pues hemos tenido una aventura maravillosa -dijo Julián, muerto de sueño-. En cierta manera me da pena que haya terminado ya, aunque hemos pasado malos ratos, ¿verdad, Jorge? Sobre todo cuando tú y yo estábamos encerrados en aquella cueva. Fue algo terrible.

Jorge estaba radiante de contento. Saboreaba con gran satisfacción las galletas que le habían servido. Se dirigió a Julián:

– Parece mentira que al principio me molestara tanto la idea de que ibais a pasar aquí las vacaciones -dijo-. ¡Os traté muy mal! En cambio, ahora, lo que más me disgusta es pensar que tenéis que marcharos, porque es lógico que lo hagáis cuando las vacaciones se terminen. Y ahora, que me he acostumbrado a tener tres amigos y a participar con ellos en aventuras como ésta, resulta que me quedaré otra vez sola, como antes. Antes no me importaba nada. Pero ahora sé que voy a sentir mucho quedarme sola.

– Eso lo puedes evitar -dijo. Ana, de pronto-. Puedes hacer algo para que eso no suceda.

– ¿Qué puedo hacer? -dijo Jorge, sorprendida.

– Puedes pedir a tus padres que te manden interna al mismo colegio donde estamos nosotros -dijo Ana-. Es un colegio muy agradable y muy bonito. Y además, nos permiten tener con nosotros las cosas que queramos. ¡Por supuesto que podrás estar allí con Timoteo ! ¡No tendrás que separarte de él!

– ¿De verdad? ¿Podré llevarlo? -dijo Jorge, con los ojos brillantes-. Entonces no me importará ir. Hasta ahora siempre había dicho que no quería meterme interna en un colegio, pero he cambiado mucho y creo que es mejor disfrutar de la compañía de otros en vez de estar siempre sola. ¡Y si, además, no me separo de Timoteo, la cosa resulta de lo más maravilloso!

– Será mejor que os vayáis ya a la cama, niños -dijo tía Fanny, apareciendo por la puerta-. Fijaos: Dick está ya medio muerto de sueño. Supongo que esta noche soñaréis cosas muy agradables, porque habéis pasado por una aventura de la que podéis estar muy orgullosos y satisfechos. Jorge: ¿no se ha metido el perro debajo de tu cama?

– Pues… sí, creo que está ahí -dijo Jorge, fingiéndose sorprendida-. ¡Por Dios, Tim ! ¿Cómo se te ha ocurrido meterte debajo de mi cama?

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