– Y quizá ninguno esté en lo cierto -lo interrumpió Frank-. Ya sabemos que nuestra joven no era trigo limpio.
Sam asintió.
– En septiembre, Daniel heredó de su tío abuelo, Simon March, la casa de Whitethorn, cerca de Glenskehy, y todos se mudaron allí. El pasado miércoles por la noche, los cinco estaban en casa, jugando al póquer. Lexie fue la primera en perder y salió a dar un paseo alrededor de las once y media; se ve que los paseos nocturnos formaban parte de su rutina; la zona es segura, aún no había empezado a llover y los demás no pensaron que hubiera nada malo en ello. Acabaron de jugar pasada la medianoche y se fueron a dormir. Todos coinciden al describir la partida de cartas: quién ganó, cuánto ganó, en qué mano… con ligeras divergencias aquí y allá, pero nada digno de mencionar. Los hemos entrevistado a todos varias veces y no se han contradicho en ningún momento. O son inocentes o están organizados de un modo que raya en lo enfermizo.
– Y la mañana siguiente -Frank tomó el testigo, rematando la cronología con una floritura-, Lexie aparece muerta.
Sam separó un puñado de papeles del montón que había en su mesa, se dirigió hasta la pizarra y colocó algo en una esquina: era un mapa de topógrafo de una parcela de campo, detallado hasta la última casa y verja delimitadora, marcado con equis clarísimas y con garabatos resaltados en fluorescente.
– Ésta es la localidad de Glenskehy. Whitethorn House se encuentra a sólo un kilómetro y medio en dirección sur. Aquí, a medio camino y ligeramente hacia el este se halla la casucha en ruinas donde encontramos a la muchacha. He señalado todas las rutas evidentes que pudo tomar para llegar hasta allí. La policía científica y los uniformados siguen rastreando el lugar, pero aún no han encontrado nada. Según los amigos de la joven, siempre salía por la verja trasera de la casa y caminaba por las praderas de los alrededores más o menos una hora; son prados pequeños, casi laberínticos; luego entraba o bien por la puerta delantera o bien por la posterior, en función de la ruta que hubiera tomado.
– ¿En plena noche? -quiso saber O'Kelly-. ¿Estaba loca o qué?
– Siempre llevaba consigo la linterna que le encontramos en el bolsillo -explicó Sam-, a menos que la luna alumbrara lo suficiente como para ver sin ella. Le encantaban los senderos viejos; salía casi cada noche, aunque lloviera a cántaros; se abrigaba bien e iba a dar su paseo. No creo que su intención fuera hacer ejercicio, sino buscar un poco de intimidad; viviendo tan cerca de los otros cuatro, ése debía de ser el único momento que tenía para sí misma. Los demás no saben si siempre iba a la casa abandonada, pero sostienen que le gustaba. Justo después de mudarse al caserío, los cinco pasaron un día explorando los alrededores de Glenskehy, en una excursión de reconocimiento del terreno. Cuando divisaron esa casucha, Lexie se negó a continuar hasta haber entrado a echar un vistazo, pese a que los demás le advirtieron de que, probablemente, en cualquier momento saldría el granjero detrás de ellos armado con un rifle. A Lexie le gustaba que siguiera en pie aunque ya nadie la utilizara; de hecho, Daniel ha comentado que «a ella le gusta la ineficacia», signifique eso lo que signifique. De manera que no podemos descartar que fuera una parada habitual durante sus caminatas.
Definitivamente, entonces no era irlandesa, o al menos no se había criado aquí. Esas granjuchas de la época de la Gran Hambruna salpican todo el ámbito rural y a los nativos nos pasan prácticamente desapercibidas. Sólo los turistas, principalmente de los países de más reciente creación, como Estados Unidos y Australia, las contemplan el tiempo suficiente para percatarse de su relevancia.
Sam extrajo otro papel y lo colocó en la pizarra: era un plano de la planta de la casucha, con una escala clara y diminuta en la parte inferior.
– Al margen de cómo acabara allí -prosiguió, presionando la última esquina del plano para colocarlo en su sitio-, fue en ese lugar donde murió, contra esta pared, en lo que hemos denominado «la estancia exterior». En algún momento después de su muerte y antes de que el rigor mortis se cerniera sobre su cadáver, la trasladaron a «la estancia interior». Fue allí donde la encontraron el jueves a primera hora de la mañana.
Le hizo una seña a Cooper, que estaba en Babia, con la mirada perdida y sumido en una especie de trance. Se tomó su tiempo. Se aclaró la garganta remilgadamente, echó un vistazo alrededor para comprobar que contaba con la atención de todos los presentes y explicó:
– La víctima era una mujer blanca sana, de un metro cincuenta y tres centímetros de altura y cincuenta y cuatro kilos de peso. No tenía cicatrices, tatuajes ni otras marcas identificativas. El contenido de alcohol en sangre era de 0,03, coherente con la ingesta de dos o tres copas de vino unas horas antes. Por lo demás, el examen toxicológico estaba limpio: en el momento de su muerte no había consumido drogas, toxinas ni medicamentos. Todos los órganos se encontraban dentro de los parámetros de la normalidad; no he hallado defectos ni indicios de enfermedad. Los epífisis de los huesos largos están completamente fusionados y las suturas internas de los huesos del cráneo muestran signos tempranos de fusión, lo cual sitúa su edad en la franja de finales de la veintena. La pelvis demuestra que nunca dio a luz. -Extendió la mano para agarrar el vaso del agua y le dio un sorbo consciente, pero yo sabía que su intervención no había concluido; hacía aquella pausa para crear expectación. Cooper se guardaba un as en la manga. Depositó el vaso en la mesa y lo colocó perfectamente alineado con el borde-. Sin embargo -añadió-, se encontraba en las primeras fases del embarazo.
Cooper se reclinó en su silla y contempló el impacto que habían provocado sus palabras.
– Válgame Dios -susurró Sam.
Frank se apoyó contra la pared y silbó, una nota larga y baja. O'Kelly alzó los ojos al cielo. Era lo único que le faltaba a este caso. Deseé haber tenido la precaución de sentarme.
– ¿Alguno de sus amigos ha mencionado este hecho? -pregunté.
– Ni uno solo -contestó Frank, al tiempo que Sam negaba con la cabeza-. Nuestra joven era muy cauta con sus amistades y mucho más aún con sus secretos.
– Es posible que aún no lo supiera -aventuré-. Si no tenía la menstruación regular…
– Calla, por favor, Maddox -me atajó O'Kelly horrorizado-. No necesitamos conocer los detalles de su menstruación. Escríbelo en el informe, si quieres.
– ¿Hay alguna posibilidad de identificar al padre mediante el ADN? -preguntó Sam.
– No veo por qué no -respondió Cooper-, si pudiéramos contar con una muestra de ADN del supuesto padre. El embrión tenía aproximadamente cuatro semanas y sólo medía un centímetro y era…
– ¡Maldita sea mi estampa! -exclamó O'Kelly; Cooper sonrió con suficiencia-. Sáltate los detalles, ¿quieres? ¿Cómo murió la víctima?
Cooper efectuó una larga pausa para demostrarnos a todos que no aceptaba órdenes de O'Kelly.
– En algún momento de la noche del miércoles -especificó, cuando consideró que su puntualización había quedado clara- le asestaron una única puñalada en el pecho, en la derecha, bajo la caja torácica. Lo más probable es que la atacaran por delante: el ángulo y el punto de incisión resultarían difíciles de conseguir viniendo desde atrás. He hallado ligeros rasguños en las palmas de ambas manos y en una rodilla, coherentes con una caída en un suelo duro, pero no hay heridas que indiquen que opuso resistencia. El arma era una cuchilla de al menos siete centímetros y medio de longitud, de una sola cara, con la punta afilada y sin características distintivas; podría haber sido cualquier navaja de bolsillo, incluso un cuchillo de cocina afilado. La hoja penetró por la línea clavicular, a la altura de la octava costilla, en ángulo inclinado hacia arriba, y punzó el pulmón, lo cual le provocó un neumotórax a tensión. Para explicarlo de la manera más inteligible posible -miró a O'Kelly de soslayo con insidia-, la cuchilla creó una especie de válvula de mariposa en el pulmón. Cada vez que inhalaba, el aire escapaba del pulmón al espacio pleural y, cuando exhalaba, la aleta de la válvula se cerraba, de manera que el aire quedaba atrapado. Una asistencia médica temprana le habría salvado la vida casi con absoluta seguridad. Pero en ausencia de tales cuidados el aire fue acumulándose poco a poco y comprimiendo el resto de órganos torácicos dentro de la cavidad pectoral. Al final la sangre no logró llegar al corazón, y falleció.
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