Tana French - En Piel Ajena

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Tarde o temprano, el pasado siempre vuelve.
Hacía mucho que Cassandra Maddox no oía hablar de Lexie Madison; en concreto cuatro años, cuando Frank Mackey, su superior en Operaciones Secretas, le ordenó infiltrarse en el mundillo de la droga bajo una nueva identidad: Alexandra Madison, estudiante del diversity College de Dublín. Después de aquella misión, abortada cuando fue apuñalada por un paranoico, Cassie se incorporó a Homicidios y más adelante a Violencia Doméstica, y el nombre de Lexie cayó inevitablemente en el olvido… Hasta el día en que, en un bosque a las afueras de Glenskehy, no muy lejos de Dublín, se halla el cadáver de una joven identificada como Lexie Madison. La noticia sume a Cassie en el desconcierto. «Aquella joven era yo»: sus mismos ojos, su nariz respingona; ambas son como dos gotas de agua. Aprovechando esta inexplicable coincidencia, Mackey urde un plan tan ingenioso como arriesgado para descubrir al asesino: «resucitar» milagrosamente a Lexie ante la opinión publica y hacer que Cassie adopte, por segunda vez, su antigua identidad.
Seducida por el reto, Cassie se instala en Whitethorn House, donde Lexie convivía en aparente armonía con cuatro excéntricos estudiantes, sobre quienes recaen todas las sospechas. Mientras trata de echar abajo las coartadas de cada uno ellos, Cassie empezará a sentirse fascinanada por la mujer que le «robó» su creación y por este grupo tan peculiar, en especial su líder… Una fascinación que alterará el devenir de la investigación y pondrá en peligro su vida.

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– Estamos trabajando en ello. Ya lo he explicado antes. Si esa mujer podía hacerse pasar por irlandesa, lo más probable es que el inglés fuera su idioma materno. Empezaremos por Inglaterra, Estados Unidos, Canadá…

Frank sacudió la cabeza.

– Pero eso llevará su tiempo. Necesitamos retener a nuestro hombre o a nuestra mujer aquí hasta que descubramos a quién diablos buscamos. Y a mí se me ocurre un modo perfecto para hacerlo.

– Cuarta hipótesis -dijo Sam con firmeza. Sacó un cuarto dedo y me miró durante una fracción de segundo; luego desvió la mirada-. Identidad equivocada.

Se produjo otro breve silencio. Cooper salió de su trance y puso expresión de estar seriamente intrigado. Yo empezaba a notar que me ardía la cara, como cuando te excedes con la sombra de ojos o te pones una camiseta demasiado corta, algo que mejor no te hubieras puesto.

– ¿Has jorobado a alguien últimamente? -me preguntó O'Kelly-. Más de lo habitual, quiero decir.

– Más o menos a un centenar de maltratadores y a un par de maltratadoras -contesté yo-. Ninguno que haya atraído especialmente mi atención, pero puedo enviaros los expedientes y marcar con una nota los casos más deleznables.

– ¿Y qué nos dices de cuando vivías bajo identidad secreta? -preguntó Sam-. ¿Es posible que alguien tuviera algo en contra de Lexie Madison?

– ¿Aparte del imbécil que me apuñaló? -pregunté-. No que yo recuerde.

– Ése hace un año que está en la cárcel -aclaró Frank-. Posesión con alevosía. Tenía que decírtelo. En cualquier caso, tiene el cerebro tan frito que dudo que fuera capaz de reconocerte en una rueda de identificación. Y he revisado a todos los del servicio de inteligencia de esa época: no hay ni una sola bandera roja. La detective Maddox no molestó a nadie, no hay indicios de que nadie sospechara nunca que era policía y, cuando la hirieron, la sacamos de allí e infiltramos a otra persona para iniciar la operación de cero. No se arrestó a nadie como resultado directo de su trabajo y ella nunca tuvo que testificar. Básicamente, nadie tenía motivo alguno para querer verla muerta.

– ¿Acaso ese imbécil no tiene amigos? -quiso saber Sam. Frank se encogió de hombros.

– Supongo que sí pero, una vez más, no veo por qué tendría que calentarles la cabeza con la detective Maddox. No lo inculparon por atacarla. Lo arrestamos, nos contó no sé qué historia sobre autodefensa, fingimos que nos lo creíamos y lo dejamos libre. Nos era mucho más útil fuera que dentro.

Sam sacudió la cabeza atónito y empezó a decir algo, pero se mordió la lengua y concentró su atención en borrar un manchón de la pizarra. Al margen de su opinión acerca de alguien que deja libre a un homicida que ha intentado asesinar a un policía, él y Frank estaban obligados a entenderse. Aquella investigación se presumía larga.

– ¿Y qué hay de Homicidios? -me preguntó Frank-. ¿Hiciste enemigos allí?

O'Kelly emitió una risita amarga.

– Todas mis víctimas siguen en la cárcel -expliqué-, pero supongo que tendrán amigos, familia, cómplices. Y hay sospechosos a quienes no conseguimos condenar.

El sol se había deslizado de mi antigua mesa; nuestro rincón había quedado sumido en la penumbra. La sala de la brigada de Homicidios de repente me pareció más fría y más vacía, barrida por largos y funestos vientos.

– Yo me encargo de comprobar eso -se ofreció Sam.

– Si alguien va a por Cassie -apuntó Frank con gran sentido práctico-, estará mucho más segura en Whitethorn House que en su propio piso.

– Yo puedo quedarme con ella -se ofreció Sam, sin mirar a Frank.

No teníamos previsto señalar que pasaba la mitad del tiempo en mi casa, y Frank lo sabía. Arqueó una ceja divertido.

– ¿Qué, veinticuatro horas siete días a la semana? Si la infiltramos de incógnito, le pondrán un micro y habrá alguien escuchándolo día y noche…

– No con el presupuesto de mi departamento -le advirtió O'Kelly.

– Ningún problema: lo cargaremos al nuestro. Trabajaremos desde la comisaría de Rathowen; si alguien la persigue, nuestros hombres entrarán en escena en cuestión de minutos. ¿Podemos proveerle ese nivel de seguridad en casa?

– Si pensamos que anda suelto un tipo que quiere asesinar a un agente de policía, sí -replicó Sam-, entonces deberíamos proporcionarle ese nivel de seguridad, sin ningún género de dudas.

Noté que empezaba a tensársele la voz.

– De acuerdo. ¿Con qué presupuesto cuentas para costear una guardia de veinticuatro horas? -preguntó Frank a O'Kelly.

– Ni hablar del peluquín -protestó O'Kelly-. Maddox es agente de Violencia Doméstica, así que es asunto de Violencia Doméstica.

Frank extendió las manos y sonrió a Sam. Cooper no se estaba divirtiendo demasiado.

– No necesito protección día y noche -aclaré-. Si ese tipo estuviera obsesionado conmigo, no se habría detenido con una sola puñalada, y tampoco lo habría hecho de estar obsesionado con Lexie. ¿Qué tal si nos relajamos todos un poco?

– Está bien -dijo Sam transcurrido un momento. No parecía especialmente feliz-. Creo que eso es todo.

Se sentó con violencia y acercó su silla a su mesa.

– No la mataron por dinero, eso es indudable -añadió Frank-. En la casa funcionan con fondo común: cada uno pone cien libras a la semana en el bote y con eso pagan la comida, la gasolina, las facturas, la limpieza y toda la pesca. En el caso de Lexie, no tenía mucho más ahorrado. Le quedaban ochenta y ocho libras en la cuenta corriente.

– ¿Tú qué opinas? -me preguntó Sam.

En realidad, con esa pregunta me estaba pidiendo que trazara un perfil del asesino. Este tipo de técnica no es infalible, y de hecho yo casi no tengo ni idea de cómo lo hago pero, por los datos que barajábamos, la había asesinado alguien que la conocía, cuyo motivo obedecía más a un temperamento impulsivo que a viejas rencillas. La respuesta evidente era el padre del bebé o uno de sus compañeros de casa, o tal vez ambos. Pero si lo decía, nuestra reunión se daría por concluida, al menos por lo que a mí concernía; Sam sufriría un ataque de furia con sólo pensar que yo pudiera compartir techo con los principales sospechosos. Y no me interesaba que eso ocurriera. Intenté convencerme de que era porque yo quería tomar una decisión, en lugar de permitir que Sam lo hiciera por mí… pero la realidad era muy distinta: sabía que la idea me estaba persuadiendo, que aquella sala, la compañía y la conversación estaban ejerciendo una sutil presión sobre mí, tal como Frank había pronosticado. Nada en este mundo corre por tus venas con la fuerza de un caso de homicidio, nada te llama ni a nivel mental ni corporal con una voz tan potente, atronadora e irresistible. Hacía meses que no trabajaba de aquella manera, que no me concentraba de tal modo en encajar pruebas, modelos de conducta y teorías, y me invadió la súbita sensación de no haberlo hecho en años.

– Yo apuesto por la segunda hipótesis -declaré al fin-. Alguien que la conoció cuando era Lexie Madison.

– Si apostamos por esta línea -dijo Sam-, entonces sus compañeros de casa fueron los últimos que la vieron con vida y eran las personas más allegadas a ella. Eso los sitúa en el centro de la diana.

Frank negó con la cabeza.

– Yo no estoy tan seguro. Lexie llevaba puesto el abrigo, y no se lo pusieron después de morir: presenta un corte en la parte delantera derecha que encaja perfectamente con la herida. En mi opinión, eso corrobora que estaba lejos de la casa, lejos de sus amigos, cuando la apuñalaron.

– No pienso descartarlos aún -se defendió Sam-. No imagino por qué alguno de ellos querría apuñalarla ni por qué lo haría fuera de la casa, pero lo que sí sé es que en este trabajo la respuesta evidente suele ser la respuesta correcta… y, se mire por donde se mire, ellos son la respuesta evidente. A menos que encontremos un testigo que la viera con vida después de abandonar la casa, seguiré considerándolos los principales sospechosos.

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