– Por supuesto, poseí a Vera también gracias a mi ayudante de escenografía, el querido Padilla, que la hizo visitarme una vez. Vera tenía el código de acceso de tu piso de cobertura, y no necesitó forzar tu puerta cuando entró aquella mañana. Fue ella quien escondió la muñeca en el fondo de tu armario y se dedicó a instalar microcámaras en los visores de tu salón y dormitorio antes de que llegaras. Así empecé a controlar tus movimientos y llamadas. Luego peleó contigo, rompió el retrato de tus padres… Todo muy realista, ¿verdad? Admítelo. Tú te lo tragaste. Sabía que intentarías cazar al Espectador para salvarla, de ese modo te obligaba a pedir ayuda a Gens, y eso hiciste. Y en cuanto supe dónde vivía el viejo, pude controlarlo también a él. Al enterarme de que te había enviado aquí para ensayar, hice que Álvarez viniera a primera hora, y colocara los maniquíes y letreros antes de suicidarse… Necesitaba involucrarte poco a poco, hacer que ataras cabos… Gens había creado a Renard con el hábito de abandonar muñecas ahorcadas junto a sus víctimas, ¿no? Decidí hacer lo mismo. Era mi mensaje: «Renard ha vuelto», quería decir. Utilicé el símbolo de Medida por medida, la obra de la justicia. Quería que Gens sudara y se angustiara antes de que fuese a por él. Los últimos toques resultaron maestros, debes reconocerlo. Secuestré a tu hermana la noche en que iba a salir a cazar, tras programarla para que me abriese la puerta cuando yo la llamara por teléfono. Me escondí en su cocina y realicé una Petición cuando entró. Le ordené desconectar el chip subcutáneo y me la llevé. Así creerías que era otra víctima del Espectador y eso te obligaría a pringarte más en el asunto. La oculté primero en el sótano de casa, luego aquí. Por supuesto, siguiendo mis instrucciones, Padilla modificó los resultados de los análisis informáticos…
Se detuvo. ¿Por qué le parecía que Diana parpadeaba demasiado? Estaba segura de que no podía desengancharse haciendo uso de su voluntad tan solo, pero de sobra sabía lo peligrosa que era su ex compañera. La miró a los ojos un instante y los parpadeos cesaron.
– ¿Qué te pasa, Jirafa? ¿Nerviosilla? Calma y «escucha un poco más». -Le agradó recordar aquella frase de Próspero, el mago de La tempestad-. ¿No quieres saber cómo logré «morir»? Lo llevaba planeando casi un año, pero hasta este verano no encontré a la chica ideal: una ucraniana, camarera en un bar de Ibiza. Olena. «Leni» para los amigos, como nos confesó cuando la poseí. Su parecido físico conmigo era extraordinario. La cité con el anuncio de una falsa agencia de castings y la poseí durante la prueba. Era fílica de Poder, fue sencillo: técnica de La comedia de los errores. Luego usé mis dotes especiales para programarla. Instrucciones fáciles al principio: tendría que venir a Madrid en el primer avión en cuanto la llamara de nuevo. Cuando hallaste a Álvarez la llamé y la escondí en el sótano. El domingo, después de que me visitaras y me hicieras esas preguntas, supe que había llegado el momento de mi «suicidio». Me había ocupado incluso de hacer creíble lo de disponer de gasolina, debido a la excusa de la cortadora de césped. Nely solo tuvo que atraerte fuera de la habitación, y, zas, se produjo el cambio: Olena pasó al interior por la ventana, y yo, que acababa de interpretar el papel de la chica traumatizada que lo ha recordado todo, hice mutis por el mismo sitio y aguardé fuera mientras ella, vestida y peinada como yo, se incendiaba ante tus narices. Con la casa a oscuras debido a mi «crisis de nervios», tu confusión fue más fácil. Ordené a Olena que corriera quemando todo lo que pudiese, ya que había escondido a varias personas en el sótano durante días y el fuego borraría los rastros. Luego me dirigí a mi coche, donde había dejado a Vera, y me alejé antes de que llegaran los bomberos. Oh, no me mires así. La chica quería una oportunidad como actriz, ¿no? Y yo se la di. Fue un papel muy «ardiente» -agregó, divertida-. Pero necesario; con tu declaración y la de Nely, Padilla no tuvo problemas a la hora de reclamar el cuerpo sin necesidad de autopsia. Fin de la obra: Claudia Cabildo muere. Y hoy, tras asistir a mi supuesto funeral, el viejo decidió que ya no tenía nada que temer de mí y ni siquiera se hizo acompañar por sus guardaespaldas de costumbre al regresar a casa. Yo lo esperaba allí. Un Aura me bastó. Le ordené hacer la maleta y avisar como si se marchara de viaje. Luego lo traje a la granja y le dije: «Ya que tanto te ha importado siempre tu brillante cerebro, voy a concederte el placer de tocártelo en vida…». -Rió, regocijada con su propia frase-. Comenzó a destrozarse el rostro con sus propios dedos. Lo de vestirlo como Leontes y colocarle la máscara se me ocurrió después, cuando supe que tendría que traeros a Miguel y a ti a la granja. Hice que Gens te llamara. El repetía mis palabras conforme las oía… Sinceramente, Jirafa, no quería acabar de esta forma. Yo solo pretendía matar a Gens y a tu estúpida hermana y luego desaparecer, puf. -Hizo un gesto en el aire-. Te echarían la culpa, te encerrarían y yo empezaría desde cero en alguna isla desierta, como Próspero. Pero gracias a tu brillante sugerencia de la pulsera, habríais localizado a Gens antes de que yo hubiese logrado huir… Así que me obligaste a improvisar. Lo dicho, te pasaste de lista, cariño. Y mira lo que has logrado, que me cargue también a «tu» Miguel. En fin.
Diana volvía a parpadear. Ahora temblaba. Parecía esforzarse en hablar.
– ¿Por… Por qué… todo?-dijo.
A Claudia la pregunta se le antojó estúpida.
– ¿Te refieres a por qué he hecho todo esto? ¿Qué te parece la palabra «venganza», Jirafa? Yo creo que se queda corta. Pasé un año vomitando cada vez que me dormía, ¿lo sabías? Cerraba los ojos, volvía a ver a esos hombres con máscaras que fingían ser uno solo tocándome o aplicándome corrientes, y me despertaba dando arcadas… Más de una vez quise matarme durante ese año, pero me lo impedían. El gobierno me pagaba una casa y un sirviente, pero la primera estaba llena de visores de conducta y la segunda era un ex cebo. Comprendí que era mejor fingir que seguía pirada delante de las escasas visitas que recibía: los médicos, Padilla, tú… Entonces, al año siguiente, decidí actuar por mi cuenta. Un día llevé a Nely al único lugar de la casa que no contaba con visores: su cuarto de baño. Allí la poseí enseguida. Descubrí que el experimento Renard me había dotado de nuevos recursos… A partir de ese momento, Nely fue mi principal herramienta. Lástima que también haya sido para ella su última actuación…
Dirigió la linterna al suelo, cerca de la tarima de madera. Parecía haber allí un maniquí despatarrado, pero a la luz se advertían tendones, piel bronceada, rizos de un cabello azabache. El charco de sangre bajo su cabeza ya estaba seco.
– No he bautizado aún a su personaje -dijo Claudia-. Tendría que llamarse «Ariel», quizá. El siervo espiritual. Padilla fue mi «Calibán», el esclavo bestial. Lo curioso es que, cuando poseí por primera vez a Padilla, solo quería interrogarlo… Necesitaba saber qué había ocurrido con Renard, por qué todas mis máscaras habían fracasado con él… Y, oh sorpresa, me contó lo inesperado. -Torció la cara-. ¿Te imaginas escuchar eso? ¿Te imaginas oírle decir lo que hicieron conmigo? ¿Puedes hacerte una ligera idea, Diana Blanco, de lo que te sucede cuando crees que has sido torturada más allá de cualquier límite por un psico, y averiguas que fueron tus propios jefes? -Repasó con la vista la atlética figura del cebo-. No, no puedes. Has sido una niña mimada. El departamento te tuvo siempre más respeto, Jirafa… Y a la hora de elegir una cobaya, pensaron: «Mejor Claudia. Es más bajita. Perdemos menos»… -Intentó dominarse. Agregó-: Te confesaré algo. Al oír a Padilla, me entraron ganas de ordenarle que rompiera un espejo y se comiera uno a uno los trozos. Pero entonces pensé que jamás podría vengarme del resto si hacía eso. De modo que fui paso a paso. Nuestro querido director era una pieza clave, y antes de destruirlo lo exprimí al máximo. Me sirvió para conseguir un coche, crear la falsa compañía de castings y reclutar a Olena en Ibiza aprovechando la temporada en el balneario… Y para atraer a Álvarez, claro. Con Álvarez fui piadosa, hasta cierto punto… Con el señor Julio Padilla no lo fui. A fin de cuentas, Álvarez se había limitado a dar el visto bueno a lo de Renard. En cambio, Padilla había apoyado a Gens desde el principio. Fue idea suya construir este túnel, Jirafa, ¿lo sabías? Quería obtener el Yorick tanto como Gens, y elegirme para el proyecto le costó mucho menos que aplastar una mosca sobre su calva. Por eso, en la última programación, incluí algunas órdenes divertidas para su familia. Y hoy, noche de Halloween, tercer aniversario del inicio del genial experimento, lo llamé y lo puse en marcha. Solo tuve que decirle: «Hazlo». Al oír mi voz por el auricular, su psinoma tomó el mando, y ya solo sintió placer. En cambio, Nely no ha sufrido en exceso. Le ordené que se degollara con los dedos antes de que llegarais, tan solo. Era preciso: después de más de un año de posesión su psinoma no habría sabido sobrevivir a solas y habría resultado peligroso abandonarla. Por supuesto, no deben relacionarla con esto, así que haré desaparecer su cuerpo… Lo siento mucho, Nely -agregó en dirección al cadáver-. Por si te sirve de consuelo, te diré que los demás lo van a pasar mucho peor…
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