– Les ahorraré una discusión -dijo éste-. Sólo les pido que me tengan al corriente, ¿de acuerdo?
– Lo haré -accedió ella-. Gracias.
El forense descargó el equipo de la carretilla y ocupó el asiento frontal del bote. En la base de la varilla de casi un metro de longitud había una caja roja del tamaño de una batería de coche. A su lado, un ordenador portátil conectado a otra caja del tamaño de una maleta pequeña, que a su vez estaba conectada a la varilla.
Las agentes ocuparon el banco central. Bucky se abrió paso entre ellas y puso en marcha el motor. Russel los empujó. En las zonas de menor profundidad, el bote levantó salpicaduras de barro en el aire. La lancha avanzaba sobre el agua oscura y el lecho de hierba muerta.
– Iremos hasta el principio de la ciénaga -dijo Bucky, dirigiéndose al ayudante del forense-, después la recorreremos poco a poco.
– Perfecto -dijo el forense, quien estaba concentrado en la pantalla que tenía delante.
– No será una ubicación exacta -añadió Bucky-, pero no estaremos muy lejos.
– Lo bastante cerca para encontrar un cadáver -convino el forense.
Apartó la vista de la pantalla durante un segundo: el brillo de sus ojos y el tono de su voz indicaban que se estaba divirtiendo.
– ¿Qué hacemos nosotras? -preguntó Rooks.
– Permanezcan sentadas -dijo Bucky.
Bucky se incorporó y atisbó la pantalla por encima del hombro del forense. No se veía demasiado: sólo una especie de medidor de profundidad granulado.
– ¿Ven eso?-preguntó el forense.
– ¿Qué?
Rooks se levantó de un salto e hizo oscilar la lancha.
Bucky agarró el timón. Cuando la embarcación se estabilizó, se inclinó un poco más para poder ver. El forense señaló un objeto en forma de V invertida.
– ¿Qué es eso? -preguntó la agente Lee.
– Probablemente sólo un tronco -contestó el forense-. Pero así funciona esto. Hay un metro y medio de agua debajo de nosotros. Nunca he hecho algo así en agua o barro, pero obtendremos una imagen más nítida gracias a la densidad.
– Menor densidad, ¿no? -dijo la agente Lee.
– Por supuesto.
Durante los siguientes cuarenta minutos, Bucky siguió la misma línea, adelante y atrás, mientras el forense continuaba con la vista fija en el ordenador. Las agentes estaban inquietas, entumecidas, cuando el forense exclamó:
– ¡Eh!
– ¿Qué? -preguntó Rooks, haciendo oscilar la lancha de nuevo.
– Puede haber algo -dijo el forense-. No se ve bien, pero si no me equivoco podemos estrechar el cerco.
– ¿Qué cree que es? -inquirió la agente Lee.
– Bueno… -El forense señaló otra V invertida, de mayor tamaño, que aparecía en pantalla-. Puede tratarse de una roca grande… o de un cráneo humano.
Durante los siguientes diez minutos, los cuatro mantuvieron la vista fija en aquella forma que recordaba a una sábana sobre un rostro.
– Está aquí abajo -dijo el forense-. Tres metros coma dos. Alrededor de un metro es agua.
Bucky respiró aliviado.
– ¿Cómo lo sacamos? -preguntó la agente Lee.
– Con una excavadora de pantanos -dijo Bucky-. Una máquina que se usa para drenar los estanques. Podría meterla allí. Tiene pontones y guías.
– ¿Cuánto tardaría? -preguntó Rooks.
– Un par de horas como mínimo. Probablemente medio día -dijo Bucky-. Tendrán que excavar alrededor con cuidado para evitar que se hunda aún más. Esto es como hormigón húmedo.
Bucky desató los cabos y los condujo hacia la orilla, donde McCarthy les aguardaba observando cómo Russel se fumaba un cigarrillo. Bucky miró a su hijo e hizo un gesto de desaprobación. Russel arrojó la colilla al pantano. El forense mostró a McCarthy el hallazgo que se reflejaba en la pantalla. La agente Lee preguntó si podía traer a un equipo forense para que realizara pruebas de sangre en el barro y para que estuvieran listos si se sacaba el cadáver.
– No se olviden del casquillo -dijo Bucky-. Seguro que encaja con su arma.
– ¿Que está dónde? -preguntó la agente Lee.
– Apuesto a que se halla en el refugio -respondió Bucky-. En el armario de armas de James. La encontrarán allí.
– ¿Alguien más tiene acceso a ella? -preguntó Rooks.
– Adam, tal vez -dijo Bucky-. Nadie más.
– De manera que encontraremos sus huellas en el arma -dijo Rooks.
– ¿Qué me dice de una orden judicial? -inquirió la agente Lee, dirigiéndose a McCarthy.
– El juez da clases en la iglesia a la que asisto -contestó él.
Rooks juntó las manos y dijo:
– ¿Lo arrestamos?
– Si le detenemos -dijo la agente Lee-, esto se habrá acabado. Todo el mundo se pondrá a cubierto.
– En cuanto descubra que hemos confiscado su arma, todo habrá terminado de todas formas.
– Llevan diecisiete años trabajando contra este sindicato -apuntó la agente Lee-. Quizá deberíamos asegurarnos al ciento diez por cien.
– Joder -exclamó Rooks-, parece que han cambiado las tornas, ¿no? Ya era hora…
– Una cosa -dijo Bucky. La tensión era palpable, y paseó la mirada de una a otra antes de posarla en la agente Lee-. ¿Qué pasa con Scott?
– ¿Qué pasa con él? -replicó la agente Lee.
– Podría ayudarnos.
– ¿Sabe dónde está? -preguntó Rooks.
– Ahora ya saben quién lo hizo -dijo Bucky-. La huella que vi en la nieve cobra sentido. Todo encaja. Si Thane se ve descubierto, intentará huir. Yo me aseguraría de quitar esos jets privados de su alcance.
– ¿Qué tiene eso que ver con Scott? -preguntó la agente Lee.
– Si podemos dar con él -dijo Bucky, enfatizando con una sonrisa el «si»-, y quedara limpio de cargos, podría ocupar el cargo de director general. Mike Allen le dio el puesto a Thane porque éste le embaucó. A él y a todos.
– A todos no -dijo Rooks.
– Allen trabajaba con el UAW -informó la agente Lee.
– Mike Allen es un buen hombre -aseguró Bucky-. Tan honesto como el que más. James siempre lo decía, y él conocía a los hombres.
Mike ya tiene dinero. Montañas de dinero. Nunca se vería envuelto en algo así. Si tenemos a Scott, Mike podrá cortarle las alas a Thane.
– A menos que el culpable fuera Scott -dijo Rooks. Se cruzó de brazos-. Y todo esto no sea más que una invención de usted.
– Soy un guía de caza -afirmó Bucky, mirándola fijamente-. Leo las señales, no las fabrico. Créame.
– Hágalo volver -le pidió la agente Lee.
– ¿Está limpio? -preguntó Bucky-. ¿De todos los cargos?
– Nosotros llevamos la investigación -dijo la agente Lee-. Nosotros decidimos. A menos que surjan nuevos datos, seguiremos por esta dirección. Creo que tiene razón: tenemos a nuestro hombre.
Miró a su compañera, que se limitó a asentir y a encogerse de hombros.
– ¿La policía del condado está de acuerdo? -preguntó la agente Lee a McCarthy.
– Conocía a Scott -dijo éste-. Conocía a su padre. Nunca creí que fuera él.
Iniciaron el ascenso por la colina, hacia los coches.
– ¿Quién se encargará de seguir a Thane? -preguntó Bucky.
– Primero hay que conseguir el arma -replicó la agente Lee-. Dorothy y yo tenemos una reunión mañana. Si la bala encaja con la del cadáver y encontramos sus huellas en el arma, no nos costará conseguir que le asignen un equipo de vigilancia.
Rooks se mostró de acuerdo. Al llegar a la carretera, la agente Lee vio que el rostro de Bucky denotaba preocupación.
– ¿Sucede algo? -le preguntó.
– Dos días es mucho tiempo -dijo él.
– No si piensa que llevamos diecisiete años.
La agente Lee le estrechó la mano. Ella y Rooks se montaron en el coche. Lo mismo hizo McCarthy. El forense ya estaba al teléfono, pidiendo refuerzos. Bucky le dijo que iría a por la máquina y volvería. Russel le siguió al camión.
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