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Tim Green: Ambición

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Tim Green Ambición

Ambición: краткое содержание, описание и аннотация

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Thane Coder lleva una existencia que muchos envidiarían: un buen trabajo en la poderosa compañía King Corp, una mujer hermosa, un generoso salario… Un sueño hecho realidad pero que, como él mismo confiesa, no es suficiente. Cuando el dueño de la compañía anuncia que cederá el mando de la empresa a su hijo Scott, Thane decide que el puesto ha de ser suyo al coste que sea. Espoleado por la ambición de su esposa y cómplice, recurre al asesinato, al engaño, a los contactos con criminales… Matar le resulta cada vez más fácil, incluso tanto como engañar al FBI y a la mafia, pero pronto queda claro que Thane ha entrado en una espiral de locura para la que sólo hay un final.

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La puerta se abrió con un clic. Se encendió la luz. El cuchillo de mango de hueso estaba en un estante. Scott cambió unos tejanos por aquel arma blanca con un cazador de Mozambique cuando estuvo allí de safari. Lo saqué, cerré la puerta y subí las escaleras traseras que, después de pasar por la cocina, llegaban hasta el tercer piso.

Avancé de puntillas por el amplio pasillo bajo la mirada de todos aquellos animales muertos. La puerta de la suite principal estaba cerrada, pero sabía cómo abrirla. En nuestros días de universidad, ya pasados, Scott y yo solíamos meter a alguna chica en la casa y turnarnos para dormir con la chica en la cama grande, provista de un edredón de piel de coyote.

Fui con cuidado; me paraba cada pocos segundos para prestar atención a posibles sonidos. Pero ya estaba allí, con los patos disecados, la chimenea de piedra y los sillones de piel. La gran cama de cerezo cruzaba la estancia en diagonal, con el edredón tirado a los pies. Miré al hombre que había contribuido a moldear mi vida en mayor medida que mi propio padre.

Silencio.

James dormía de espaldas. Parpadeé y acerqué mi cara a la suya para asegurarme de que era él, aunque estaba completamente seguro. Era la primera vez que veía a ese hombre con los ojos cerrados y la boca abierta bajo la redonda nariz enrojecida. La frente mostraba las arrugas propias de años de tensión, pero los carrillos le caían flojos. Sus ojos tenían patas de gallo, debidas al sueño y la edad, y los mechones de cabello blanco, débiles y grisáceos, descansaban sobre la nívea almohada.

El corazón se me aceleró y por un momento creí que se me obstruía la garganta. Aparté los ojos de su rostro. Llevaba un pijama a rayas blancas y rojas con botones de nácar blanco.

Me concentré en el segundo botón mientras alzaba el cuchillo de hoja larga y una almohada de plumas que había en la cama. Me obligué a no pensar en el asesinato, a concentrarme en el movimiento del cuchillo. Se trataba de clavarlo a través de la parte superior del pijama, de la misma forma que de niño apuñalaba con un lápiz una fruta podrida.

Un torbellino de pensamientos pasó por mi mente. Todo lo que tendría si lo hacía. Todo lo que perdería si no lo hacía. Todo apuntaba a Johnny G, el jefe del sindicato, y al acuerdo que había alcanzado, no conmigo, sino con Jessica. Si le ayudábamos a librarse de James y fingíamos que había sido su hijo, yo controlaría King Corporation. Podría llegar a un trato con el sindicato y usar a sus hombres y a sus contratistas para tirar adelante el proyecto del Garden State Center.

Ellos se llevarían su dinero, yo conseguiría el poder, y Jessica y yo compartiríamos los beneficios. En efectivo. Accedimos a hacerlo, y una vez llegas a un trato con el sindicato ya no hay vuelta atrás. Era mi vida o la de James. Cuando llegué a esa conclusión, aún no era suficiente; pensé en Teague, mi hijo pequeño. Pensé en su brillante ataúd blanco, del tamaño de una caja de herramientas, y lo hice. Clavé el cuchillo y, a la vez, sofoqué su ira con la almohada. James King se removió a un lado y a otro bajo mi peso, pero sólo durante medio minuto. Me sorprendió. Supongo que esperaba algo más de un hombre que había zarandeado las vidas de tantos otros como si fueran peones de ajedrez. Aparté despacio la almohada. El cuchillo de mango de hueso estaba enterrado hasta la empuñadura y la mancha de color escarlata oscuro se extendía más allá del pijama, cubriendo las sábanas.

3

Antes he dicho que fue Scott quien me enseñó a cazar, pero la verdad es que fue James quien me enseñó a matar. Dos semanas antes de su muerte salimos de caza con un banquero, Bart Swinson. Yo no solía mezclarme con la parte financiera, pero Bart era un gran aficionado al fútbol universitario que recordaba mis días de gloria en Siracusa. James creyó que no estaría de más que me mantuviera cerca.

La luz era débil a esas horas, pero distinguí el vaho del aliento de James en medio del aire húmedo. James apuntó con la escopeta. Yo sabía que ajustaba el punto rojo del láser justo donde la aorta se unía al corazón. Era el disparo perfecto.

Inspiró con fuerza y acarició el gatillo. Era como si lo deseara; en cambio, relajó el dedo y, sin realizar ningún otro movimiento, dio un leve codazo a las costillas del banquero. Bart tomó aliento y dibujó un arco con su Ruger 300 que sobresaltó al ciervo. Me mordí la parte interna de la mejilla y parpadeé al oír el disparo. El ciervo cayó, pero luego se levantó de un salto y salió corriendo.

– Has fallado -dijo James.

– No -contestó Swinson-. Lo he derribado.

– El disparo no ha sido mortal -dije.

Vestíamos chaquetas, pantalones y sombreros de camuflaje nuevos; nos sentamos en sillas plegables alineadas en la abertura sur de una caseta de caza. Una torre de piedra, de cuatro metros por cuatro y seis de alto, provista de un tejado de cedro y estufa de propano. La torre se alzaba en medio de un campo de tréboles flanqueado a ambos lados por pendientes arboladas. La temporada de caza del ciervo acababa de empezar, pero Cascade era un coto de cuatro mil hectáreas rodeado por una valla alta que nos permitía tener nuestras propias reglas.

Bajamos las escaleras de la torre y nos dirigimos al lugar donde habíamos visto al ciervo. Un reguero de sangre teñía los tréboles. James se arrodilló y recogió una hoja. La sostuvo frente a la trémula luz del amanecer y la olisqueó.

– Disparo de pistola -dijo.

Me mordí los labios y negué con la cabeza.

– ¿Qué? -preguntó Bart.

– No es el mejor método -afirmé.

– Creía que con esto bastaba para matarlos -se defendió Bart, sopesando la 300 revestida de níquel.

– Hay que darles bien -dijo James, y le dio una palmada en la espalda-. No te preocupes, lo encontraremos.

– ¿Estás seguro? -preguntó Bart.

Procedía de Nueva York y ése era su primer ciervo.

– ¿Quieres que llame a Bucky? -pregunté.

– No -respondió James-. Está enseñándoles a esos biólogos marinos de Harvard su programa de producción. No acaban de comprender cómo lo hace.

– ¿Habláis del individuo que construyó la casa? -preguntó Bart-. ¿El hombre que conocí anoche y que se ocupa del lugar?

– Es el mejor cazador que he visto nunca -dijo James-. Rusia, Sudamérica, África. No hay nadie que lo supere.

– Creía que era constructor.

– Hace de todo -dije yo mientras tomaba el camino que había seguido el ciervo en su huida y me agachaba para coger una hoja de trébol, como antes había hecho James.

Ascendimos por la colina y atravesamos una densa arboleda llena de zarzas. Al llegar a la cima, Bart tuvo que pararse para recobrar el aliento, con las manos en las rodillas. Ante nosotros se extendía un campo, recorrido por enormes postes eléctricos.

James dejó atrás los árboles y se acercó al banquero para darle algunas palmadas en la espalda. El sol aún no estaba en lo alto, pero el cielo era azul. Por la cara de James supe que quería que siguiera adelante, de manera que emprendí el camino, con los ojos fijos en el rastro de sangre, pero sin dejar de escuchar a James.

– Thane tiene un plan -dijo éste a Bart-. Deberíamos conseguir el acero a finales de esta semana.

– ¿Has llegado a un acuerdo con los sindicatos? -preguntó Bart con los ojos muy abiertos.

– No -dijo James-, los estamos esquivando, o mejor dicho, saltando por encima de ellos. Thane ha echado el guante a algunos helicópteros Sikorsky. Transportaremos el acero por aire.

– Bueno… eso es…

– Una gran noticia, ¿no? -dije, y me detuve para que pudieran alcanzarme antes de proseguir el camino.

– Escucha -dijo James, tras dar al banquero una palmada en la espalda-, tengo la impresión de que vuestra gente pretendía pedir la devolución de los créditos que tenemos pendientes. Sé que no creían que un proyecto de esta envergadura pudiera hacerse realidad. Pero eso nos pondrá oficialmente «en construcción». Nos atará a los arrendatarios. Mi hijo Scott ha logrado firmar acuerdos con Home Depot, JC Penney, Lord & Taylor, BJ's, Circuit City, Costco y Target. Tiendas que nunca habían estado juntas en un mismo emplazamiento.

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