– ¿Por dónde empiezo? -pregunto con un suspiro.
– ¿Quéte parece si comienzas por la tormenta? -contesta mientras juguetea con el bolígrafo-. Háblame de ello. Por lo que consta en tu expediente, da la impresión de que supuso un punto de inflexión.
Al otro lado del ladrillo y las barras de acero oigo el sonido de los desechos que se derraman por el patio. Ululando en el aire frío. Sus palabras suben hacia el cielo en forma de nubes de humo. El ruido de sus burlas obscenas queda amortiguado por la sucia ventana de la pequeña sala cuadrada. Miro hacia fuera y veo el muro. En la cima, el ojo vacío de la torre lo observa todo. Un guardia estáinclinado ante un libro. No hay ningún rifle a la vista.
Pienso en Jessica, mi mujer. Hermoso cabello oscuro. Sexy, en un estilo infantil. Era una chica dulce. Asíla describiría; asíera, a pesar de todo. Aunque le eche la culpa.
Quéenfermo.
¿Cómo podría entenderlo el médico jefe de la cárcel?
– Nunca creíque pudiera matar a nadie -digo, y vuelvo a suspirar porque séque voy a contárselo, aunque no nos beneficiaráa ninguno de los dos-. No hablo de matar en un ataque de furia, o en legítima defensa, o en una guerra. Hablo de matar a alguien para conseguir lo que quieres.Ése no era yo. Pero incluso los mejores tenemos un lado oscuro. No digo que yo fuera el mejor, pero tampoco era de los peores. Creo que me hallaba donde estála mayoría de la gente. Fueron las circunstancias.
Ahora toma notas: el Bic azul recorre el papel amarillo. Un dedo gordo estáconstreñido por un anillo universitario con una piedra naranja. Las inscripciones doradas están desdibujadas, gastadas. Estoy acostumbrado a que los psiquiatras escriban mientras hablo, pero no así, en grandes letras ondulantes que se inclinan hacia un lado.
– ¿Qué? -diceél.
– Nada. Amaba a mi esposa. Jessica. También quise a los hombres; a los que maté.¿Lo cree? Pero el amor y el odio a veces están muy próximos,¿verdad?
El loquero sonríe como si yo acabara de adivinar que el mundo es redondo. Agarra el anillo y lo gira.
– Y la verdad es que ansiaba el dinero. Dinero de verdad. Sí, ya lo sé; me llovían los millones. Pero cuanto más tienes, más quieres. Posees una mansión en la playa de Tórtola y quieres un avión privado para viajar hasta allí. Entonces tu vecino te saca a dar un paseo en su yate y piensas en lo agradable que sería poseer uno. Tal vez incluso un helicóptero para llegar más rápido. No se acaba nunca. Créame, cuando empecécreía que si podía ganar cien mil dólares al año y vivir en una casa libre de hipoteca ya tendría todo lo que necesitaba. Aunque eso fue antes de Jessica.
– Entonces¿le echas la culpa a ella -preguntaél- de tu ambición?
– Donde yo crecíno intentas librarte de las cosas cargándoselas a otros -contesto-. Pero escúcheme, y luego deduzca cuánto me corresponde a míy cuánto a ella. Lo entenderá. -Tomo aire antes de proseguir-. Fue hace seis años, pero no parece que haya pasado tanto tiempo. Fue una mala noche.
– ¿En quésentido?
– En el sentido de que, a partir de ahí, todo empezóa derrumbarse. Incluso el tiempo era desapacible: una fría lluvia, nieve húmeda que caía a raudales. El cielo estaba negro.
Temblaba. El aguacero me aplastaba los mechones de pelo al cuero cabelludo como si fueran cuerdas. De mi nariz goteaba nieve fundida hasta llegar a la boca. Me la sequé con los dedos y aspiré el olor a animal muerto procedente de los guantes. La cazadora negra se me pegaba a los tejanos; las botas de goma, que me llegaban casi hasta las rodillas, emitían suaves crujidos.
La furgoneta me esperaba en la carretera, en el linde del coto de caza de cuatro mil hectáreas, lo bastante alejada para que nadie me viera ir o venir. Había que recorrer a pie una distancia de casi cuatro kilómetros para llegar al refugio. Aunque lo llamo así, la palabra no le hace justicia.
Era un lugar tan imponente como el hombre que lo había creado. Un monstruo tendido que medía casi cien metros de un extremo a otro. Algo sacado del mundo Disney. Desproporcionado. Troncos gruesos como pozos y más largos que los postes telefónicos, apilados hasta formar tres pisos de altura. El tejado, planchas de cedro de cinco centímetros de ancho, remataba la construcción. La chimenea principal medía quince metros de altura y las piedras de los cimientos eran del tamaño de coches pequeños.
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