Barry Eisler - Sicario

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Sicario: краткое содержание, описание и аннотация

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John Rain, de profesión asesino, está especializado en hacer trabajitos finos en los que sus víctimas parecen morir de forma natural. Aquel que le contrata sabe que es un hombre fiel a sus principios: trabaja en exclusiva; liquida únicamente al protagonista del juego, no a sus familiares, y no asesina a mujeres. Por eso, cuando tras finalizar un trabajo le piden wque se encargue de la hija del objetivo, empieza a sospechar que hay gato encerrado y decide investigar por qué quieren matar a Midori. La investigación le hará descubrir peligrosas conexiones entre el gobierno nipón y la yakuza, que comprometerán su anonimato y complicarán su vida.

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Luché contra el impulso de dejarme ir, sabiendo que no tenía tanta fuerza como él. No obstante, le agarré el cuello con desesperación y alcé las piernas hasta alcanzarle la espalda. Tenía la impresión de que el bastón me atravesaría la columna vertebral.

El movimiento le sorprendió y perdió el equilibrio. Dio un paso atrás, soltó el bastón e hizo un molinillo con el brazo izquierdo. Le crucé las piernas en la espalda y retiré todo mi peso de repente, por lo que se vio obligado a rectificar y a arrojarse contra mí. Caímos al suelo con contundencia. Yo estaba debajo y me llevé buena parte del golpe. Pero de ese modo estábamos en mi terreno.

Le agarré de las solapas de la americana cruzando los brazos y le propiné un gyaku-jujime , una de las primeras estrangulaciones que aprenden los judokas. Reaccionó de inmediato, soltó el bastón y fue directo a los ojos. Sacudí la cabeza adelante y atrás intentando evitar sus dedos y empleando las piernas para controlar su torso. En un momento dado me agarró una oreja pero me solté de un tirón.

La estrangulación no era perfecta. Agarré más tráquea que carótida y se resistió durante un buen rato, moviéndose a tientas cada vez con mayor desesperación. Pero no tenía nada que hacer. Seguí agarrándolo incluso después de que hubiera dejado de resistirse y giré la cabeza para ver si se acercaba alguien. Nadie.

Cuando estuve seguro de que ya habíamos sobrepasado con creces el punto en el que podía fingir estar muerto, le solté y me libré del peso que tenía encima. Dios mío, cuánto pesaba. Me deslicé por debajo de él y me levanté; la espalda me dolía horrores por culpa del bastón y respiraba de forma entrecortada.

Gracias a mi larga experiencia sabía que el hombre no estaba muerto. Las personas pierden el conocimiento por una estrangulación en el dojo con bastante frecuencia; no es grave. Si la pérdida de conciencia es profunda, como era el caso, hay que incorporar a la persona y darle golpes en la espalda, hacerle un poco de resucitación cardiopulmonar para que recobre la respiración.

Aquel tipo tendría que encontrar a alguien que lo pusiera otra vez en marcha. Me habría gustado interrogarle pero ése no era como Benny.

Me agaché apoyando una mano en el suelo para mantener el equilibrio y le registré los bolsillos. Encontré un teléfono móvil en el bolsillo delantero de la americana. Revisé rápidamente los otros bolsillos. Encontré el spray de pimienta. No hallé nada más.

Me puse en pie y noté las punzadas de dolor que me recorrían la espalda; me encaminé hacia mi apartamento. Justo cuando salía del callejón y giraba a la izquierda en mi calle pasaron dos colegialas con el uniforme azul marino. Se quedaron boquiabiertas al verme pero no les hice ningún caso. ¿Por qué me miraban con esa cara? Me llevé la mano a la cara y noté la humedad que tenía en las mejillas. Mierda, estaba sangrando. Me había arrancado parte de la piel del rostro.

Caminé hacia mi edificio lo más rápido posible, haciendo un gesto de dolor mientras subía los dos tramos de escalera. Entré en casa, humedecí una toallita en el lavamanos del baño y me lavé la sangre de la cara. La imagen que me devolvía el espejo tenía mala pinta y tardaría cierto tiempo en mejorar.

El apartamento me producía una sensación extraña. Siempre había sido un refugio, un piso franco anónimo. Pero había quedado expuesto por culpa de Holtzer y la Agencia, dos fantasmas de un pasado que creía haber dejado atrás. Necesitaba saber por qué iban a por mí. ¿Motivos profesionales? ¿Personales? Tratándose de Holtzer, probablemente fueran ambos.

Recogí las cosas que necesitaba y las introduje de cualquier manera en una bolsa de viaje, me dirigí a la puerta y me volví una sola vez para echar un vistazo antes de marcharme. Todo parecía estar como siempre; no había ni rastro de las personas que habían pasado por allí. Me pregunté cuándo volvería a ver aquel lugar.

Al salir me encaminé hacia Sugamo. Desde allí podría tomar la línea de Yamanote hasta Shibuya para reunirme con Midori. Tal vez los teléfonos móviles me proporcionaran alguna pista.

Trece

Para cuando llegué al hotel, el dolor de la espalda se había convertido en una especie de punzada sorda. Tenía el ojo izquierdo hinchado, ya que en algún momento aquel tipo me había metido el dedo, y me dolía la cabeza, probablemente de cuando me había intentado arrancar una oreja.

Pasé frente a la mujer mayor de la recepción rápidamente, mostrándole las llaves sin detenerme para que supiera que ya estaba registrado. Levantó la vista y retomó la lectura enseguida. Intenté presentarle únicamente el perfil derecho, que tenía mejor aspecto que el izquierdo. No debió de fijarse en mi cara.

Llamé a la puerta para que Midori supiera que iba a entrar y abrí con la llave.

Estaba sentada en la cama y se sobresaltó cuando me vio el ojo hinchado y los arañazos de la cara.

– ¿Qué ha pasado? -dijo con un grito ahogado. A pesar del dolor, su voz preocupada me confortó.

– Había alguien esperándome en el apartamento -respondí, cerrando bien la puerta tras de mí. Dejé caer el abrigo que llevaba y me acomodé en el sofá-. Parece que últimamente los dos nos estamos volviendo muy populares.

Se me acercó y se arrodilló junto a mí, escrutándome la cara con la mirada.

– Ese ojo tiene mal aspecto. Voy a traerte un poco de hielo del congelador.

Se levantó y me la quedé mirando. Llevaba vaqueros y una sudadera de marinero que debió de comprarse cuando yo no estaba. Se había hecho una coleta que me permitía contemplar las proporciones entre los hombros y la cintura y las curvas de la cadera. Lo siguiente de lo que fui consciente es que la deseaba tanto que casi habría podido olvidarme del dolor de espalda. No podía evitarlo. Tal como confirmaría cualquier soldado que haya entrado en acción, la reacción lógica de un combate es estar sumamente cachondo. En un momento determinado estás luchando por salvar la vida y, cuando se acaba, de pronto te encuentras con que se te ha puesto grande y dura como un obús. No sé por qué ocurre, pero ocurre.

Volvió con una toalla con hielo y me tumbé en el sofá, un tanto azorado. Sentía un dolor eléctrico por toda la espalda, pero eso no cambió mi estado hormonal. Ella se volvió a agachar y me colocó el hielo contra el ojo, apartándome el cabello de la cara al mismo tiempo. Casi habría preferido que me echara el hielo en la entrepierna.

Me ayudó a recostarme y yo hice una mueca de dolor, perfectamente consciente de lo cerca que la tenía.

– ¿Te duele? -preguntó, apartando las manos.

– No, no pasa nada. El tipo que me cortó la cara me atizó en la espalda con un bastón. Ya se me pasará.

Midori me sostenía el hielo contra el ojo y con la otra mano me daba calor en la mejilla. Mientras tanto, yo estaba ahí sentado, rígido, sin atreverme a moverme y violento ante mi reacción, y la situación parecía alargarse demasiado.

Llegó un momento en que movió el hielo y yo alargué la mano para cogérselo, pero ella no lo soltó y acabé con la mano sobre la suya. Sentía a la vez la calidez del dorso de su mano contra la palma de la mía y el frío del hielo en la yema de los dedos.

– Es agradable -le dije. Ella no preguntó si lo decía por el hielo o por la mano. Ni yo mismo estaba seguro.

– Has estado fuera mucho tiempo -dijo ella al cabo de un rato-. No sabía qué hacer. Iba a llamarte, pero luego empecé a pensar que quizá habías organizado todo esto con aquellos hombres de mi apartamento, como poli bueno y poli malo, para que confiara en ti.

– Yo habría pensado lo mismo. Me hago cargo de lo que te debe de haber parecido todo esto.

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