Barry Eisler - Sicario

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Sicario: краткое содержание, описание и аннотация

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John Rain, de profesión asesino, está especializado en hacer trabajitos finos en los que sus víctimas parecen morir de forma natural. Aquel que le contrata sabe que es un hombre fiel a sus principios: trabaja en exclusiva; liquida únicamente al protagonista del juego, no a sus familiares, y no asesina a mujeres. Por eso, cuando tras finalizar un trabajo le piden wque se encargue de la hija del objetivo, empieza a sospechar que hay gato encerrado y decide investigar por qué quieren matar a Midori. La investigación le hará descubrir peligrosas conexiones entre el gobierno nipón y la yakuza, que comprometerán su anonimato y complicarán su vida.

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Escogí el hotel que estaba más próximo a Sengoku. Me dieron una habitación fría y húmeda. No me importaba. Quería una línea fija para no tener que preocuparme por si se me acababa la batería del móvil, aparte de un lugar donde esperar.

Marqué el número de mi apartamento. No sonó, pero oí que se había establecido la conexión. Me senté a esperar, a la escucha, pero al cabo de media hora seguía sin oír nada y empecé a plantearme si se habían marchado. Entonces oí una silla que resbalaba en el suelo de madera, pasos, y el sonido inconfundible de un hombre orinando en el baño. Seguían allí.

Me quedé ahí sentado todo el día, atento y sin escuchar nada. El único consuelo era que ellos debieron de aburrirse tanto como yo. Esperaba que estuvieran igual de hambrientos.

A eso de las seis y media, mientras hacía unos estiramientos de judo para mantenerme flexible, oí que sonaba un teléfono al otro lado de la línea. Sonaba como un móvil. Benny respondió, lanzó unos cuantos gruñidos y dijo:

– Tengo que encargarme de un asunto en Shibakoen, no debería llevarme más de unas cuantas horas.

Oí que su compinche respondía « Hai » pero en realidad ya no estaba escuchando. Si Benny iba a irse a Shibakoen, seguramente tomaría la línea de metro de Mita en dirección sur desde la estación de Sengoku. No llevaría coche; en transporte público se pasa más desapercibido y de todos modos en Sengoku sólo había zona de aparcamiento para los residentes. Desde mi apartamento hasta la estación podía escoger entre media docena de calles paralelas y perpendiculares más o menos al azar, uno de los motivos por el que yo había elegido esa zona. La estación estaba demasiado concurrida; no podía interceptarlo allí. Además, no sabía qué aspecto tenía. Tenía que pillarlo al salir del apartamento o le perdería.

Salí rápidamente de la habitación y bajé las escaleras a toda prisa. Al llegar a la acera corté directamente por Hakusan-dori y giré a la izquierda en la arteria que me conduciría a mi calle. Corría lo más rápido posible intentando ir pegado a los edificios al pasar, pues si calculaba mal el tiempo y Benny salía en el momento equivocado, me vería venir. Él sabía dónde vivía y ya no podía estar seguro de que no me reconociera.

Cuando estaba a unos quince metros de la calle, aminoré la marcha y me quedé pegado al muro exterior de una casa cerrada para controlar la respiración. Me agaché en la esquina y asomé la cabeza hacia la derecha. Sin rastro de Benny. No habían transcurrido más de cuatro minutos desde que colgara el teléfono. Estaba prácticamente seguro de que no se me había escapado.

Justo encima había una farola pero tenía que esperar donde estaba. No sabía si al salir del edificio giraría a izquierda o a derecha, pero era imprescindible que lo viera cuando saliera. En cuanto le pusiera las manos encima, podría arrastrarlo a una zona discreta.

Había recuperado el ritmo normal de respiración cuando oí que se cerraba la puerta externa del edificio. Sonreí. Los vecinos saben que la puerta se cierra de golpe y la acompañan con cuidado al cerrarla.

Volví a agacharme y miré más allá del borde del muro. Un japonés regordete caminaba con brío en mi dirección. El mismo tipo que había visto con el maletín en la estación de metro de Jinbocho. Benny. Tenía que habérmelo imaginado.

Me incorporé y esperé mientras escuchaba cómo iban acercándose los pasos. Cuando sonó como si estuviera a un metro de distancia, salí a la intersección.

Se paró en seco con ojos saltones. Conocía mi cara, y tanto que sí. Antes de que tuviera tiempo de decir algo, me acerqué más a él y le encajé dos ganchos en el abdomen. Cayó al suelo con un gruñido. Me situé detrás de él, le agarré la mano derecha y le retorcí la muñeca con una llave de lo más dolorosa. Le di un tirón bien fuerte y gritó.

– Levántate, Benny. Muévete o te rompo el brazo. -Le di otro tirón de muñeca para que le quedara claro. Resolló y se levantó con dificultad haciendo ruidos de ventosa.

Le hice doblar la esquina de un empujón, lo coloqué de cara a la pared y lo cacheé rápidamente. Encontré un móvil en el bolsillo del abrigo y se lo cogí, pero eso fue todo.

Le di un último tirón de brazo, le hice girar y lo encastré contra la pared. Lanzó un gruñido, pues todavía no había recobrado el aliento suficiente para emitir más sonidos. Le pellizqué la tráquea con los dedos de una mano mientras le apretaba los huevos con la otra.

– Benny. Escucha con mucha atención. -Empezó a resistirse y le pellizqué la tráquea con más fuerza. Captó el mensaje-. Quiero saber qué pasa. Quiero nombres, y más vale que sean nombres que conozco.

Relajé un poco la sujeción en ambas partes y tomó aire.

– No puedo contarte esas cosas, ya lo sabes -dijo casi sin aliento.

Le agarré por el cuello otra vez.

– Benny, no voy a hacerte daño si me dices lo que quiero saber. Pero si no me lo dices, tengo que echarte las culpas, ¿entendido? Cuéntamelo rápido, nadie va a enterarse. -De nuevo un poco de presión más en la garganta, esta vez cortándole el paso de oxígeno unos segundos. Le indiqué que asintiera si lo había entendido y, al cabo de un segundo o dos sin aire, asintió. De todos modos esperé un segundo más y cuando asintió con fuerza, aflojé la presión.

– Holtzer, Holtzer -bramó-. Bill Holtzer.

Me costó bastante, pero no mostré sorpresa al oír ese nombre.

– ¿Quién es Holtzer?

Me miró con los ojos bien abiertos.

– ¡Lo conoces! De Vietnam, eso es lo que me dijo.

– ¿Qué está haciendo en Tokio?

– Está en la CIA. Jefe de la oficina de Tokio.

¿Jefe de oficina? Increíble. Estaba claro que seguía sabiendo qué culos besar.

– ¿Eres un puto contacto de la CIA, Benny? ¿Tú?

– Me pagan -dijo, respirando con dificultad-. Necesitaba el dinero.

– ¿Por qué va a por mí? -pregunté mirándole a los ojos. Holtzer y yo nos las habíamos tenido cuando estábamos en Vietnam, pero al final a él le habían ascendido. No entendía por qué me seguía guardando rencor, aunque yo se lo guardara.

– Me dijo que tú sabías dónde encontrar un disco. Se supone que tengo que conseguirlo.

– ¿Qué disco?

– No lo sé. Lo único que sé es que, si cae en las manos equivocadas, resultaría perjudicial para la seguridad nacional de EEUU.

– Intenta no hablar como un burócrata conformista, Benny. Dime qué hay en el disco.

– ¡No lo sé! Holtzer no me lo dijo. Es saber por saber… ya lo sabes, ¿por qué iba a decírmelo? No soy más que un contacto, nadie me cuenta esas cosas.

– ¿Quién es el tipo que estaba en mi apartamento contigo?

– ¿Qué tipo…? -empezó a decir, pero le cerré la garganta antes de terminar. Intentó tomar aire, trató de apartarme pero no pudo. Al cabo de unos segundos, aflojé la mano.

– Si tengo que volver a preguntarte algo, o si intentas mentirme de nuevo, Benny, lo vas a pagar caro. ¿Quién es el tipo del apartamento?

– No lo conozco -dijo, entrecerrando los ojos y tragando saliva-. Pertenece al Boeicho Boeikyoku. Holtzer es quien se encarga del enlace. Sólo me dijo que lo llevara a tu apartamento para que pudiera interrogarte.

El Boeicho Boeikyoku, o departamento de Política de Defensa, la Agencia de Defensa Nacional, es la CIA de Japón.

– ¿Por qué me seguías en Jinbocho? -pregunté.

– Vigilancia. Intentaba localizar el disco.

– ¿Cómo descubriste dónde vivo?

– Holtzer me dio la dirección.

– ¿Cómo la consiguió?

– No lo sé. Me la dio y ya está.

– ¿Cuál es tu implicación?

– Preguntas. Sólo preguntas. Encontrar el disco.

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