Barry Eisler - Sicario

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Sicario: краткое содержание, описание и аннотация

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John Rain, de profesión asesino, está especializado en hacer trabajitos finos en los que sus víctimas parecen morir de forma natural. Aquel que le contrata sabe que es un hombre fiel a sus principios: trabaja en exclusiva; liquida únicamente al protagonista del juego, no a sus familiares, y no asesina a mujeres. Por eso, cuando tras finalizar un trabajo le piden wque se encargue de la hija del objetivo, empieza a sospechar que hay gato encerrado y decide investigar por qué quieren matar a Midori. La investigación le hará descubrir peligrosas conexiones entre el gobierno nipón y la yakuza, que comprometerán su anonimato y complicarán su vida.

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Midori me estaba mirando con los ojos bien abiertos y jadeando.

Daijoubu? -pregunté mientras la tomaba del brazo-. ¿Estás bien? ¿Te han hecho daño?

Negó con la cabeza.

– Me dijeron que eran de la policía pero sabía que no: no querían enseñarme la identificación. ¿Por qué me esperaban en el apartamento? ¿Quiénes son? ¿Cómo sabías que estaban aquí?

La sujeté por el brazo y empezamos a caminar por el vestíbulo en dirección a las puertas de cristal mientras escudriñaba todos los rincones en busca de señales de peligro.

– Los vi en el Blue Note -dije, apretándole más el brazo para que caminara más rápido-. Cuando me di cuenta de que no nos habían seguido, pensé que quizá te estuvieran esperando en el apartamento. Entonces llamé.

– ¿Que los viste en el Blue Note? ¿Quiénes son? ¿Quién demonios eres?

– Soy alguien que ha tropezado con algo muy malo y que quiere protegerte de ello. Te lo contaré más tarde. Ahora mismo tenemos que llevarte a un lugar seguro.

– ¿Seguro? ¿Contigo? -Se detuvo frente a las puertas de cristal y se giró para mirar a los tres hombres, sus rostros convertidos en máscaras ensangrentadas, y luego me miró.

– Te lo contaré todo pero ahora no. Por ahora lo único que importa es que estás en peligro y no puedo ayudarte si no me crees. Permíteme que te lleve a un lugar seguro y te cuente de qué va todo esto, ¿de acuerdo? -Las puertas se abrieron, dado que un ojo infrarrojo había detectado nuestra proximidad.

– ¿Adónde?

– A algún lugar en el que nadie vaya a buscarte ni a esperarte. Un hotel, algo así.

El matón al que había propinado la patada gimió y empezó a levantarse poniéndose a cuatro patas. Me acerqué a él, le propiné otra patada en la cara y volvió a desplomarse.

– Midori, no tenemos tiempo de hablar de esto aquí. Tendrás que creerme, por favor.

Las puertas se cerraron.

Quería registrar a los hombres que estaban en el suelo para ver si encontraba la manera de identificarlos, pero no podía hacer eso y alejar a Midori de allí a la vez.

– ¿Cómo sé que puedo creerte? -preguntó ella, pero estaba moviéndose otra vez. Las puertas se abrieron.

– Confía en tu instinto, es lo único que puedo decirte. Te indicará lo que está bien.

Cruzamos el umbral de la puerta y gracias al ángulo de visión más amplio que me proporcionaba nuestra nueva posición fui capaz de ver a un japonés rechoncho y feo a unos cinco metros hacia la izquierda. Tenía la nariz en zigzag, debía de habérsela roto tantas veces que debió de dejar de arreglársela. Había observado toda la escena transcurrida en el vestíbulo y no parecía saber qué hacer. Algo de su postura, de su aspecto, me decía que no era un civil. Probablemente estuviera compinchado con los tres que yacían en el suelo.

Conduje a Midori hacia la derecha, alejándola del campo de visión del tipo de la nariz chafada.

– ¿Cómo sabías… cómo sabías que había unos hombres en mi apartamento? -preguntó-. ¿Cómo sabías lo que estaba pasando?

– Lo sabía y ya está, ¿entendido? -respondí, girando la cabeza por si veía algún peligro mientras andábamos-. Midori, si estuviera en el bando de esa gente, ¿qué ganaría con toda esta farsa? Te tenían exactamente donde querían. Por favor, déjame ayudarte. No quiero que te hagan daño. Es el único motivo por el que estoy aquí.

Vi al tipo de la nariz chafada entrar mientras nos alejábamos de la escena, supuse que para ayudar a sus compañeros caídos.

Si habían planeado llevarla a algún sitio seguramente tendrían coche. Miré a mi alrededor pero había demasiados vehículos estacionados en la zona como para distinguir el de ellos.

– ¿Dijeron adónde iban a llevarte? -inquirí-. ¿Con quién estaban?

– No -respondió-. Ya te he contado que lo único que dijeron es que eran de la policía.

– De acuerdo, entiendo. -¿Dónde demonios estaba su coche? Quizá hubiera más hombres por ahí.

«Bueno, vamos, sigamos andando, si quieren cazarte tendrán que aparecer.»

Cruzamos la oscura zona de aparcamiento del edificio situado enfrente del de Midori y salimos a Omotesando-dori, donde tomamos un taxi. Le dije al conductor que nos llevara a los grandes almacenes Seibu, en Shibuya. Fui mirando por las ventanillas mientras circulábamos. Había pocos coches en la calle y no daba la impresión de que ninguno nos siguiera.

Lo que tenía en mente era un hotel del amor. El hotel del amor es una institución japonesa, nacida como consecuencia de la escasez de viviendas del país. Dado que las familias, a veces numerosas, viven en pequeños apartamentos, papá y mamá necesitan algún sitio donde estar a solas. De ahí el rabu hoteru , un establecimiento con tarifas para un «descanso» o una «estancia», una recepción famosa por su discreción, donde no se exige tarjeta de crédito para registrarse y lo normal es utilizar nombres falsos. Algunos son de auténtico lujo, con habitaciones temáticas con baños romanos y decorados americanos, como lo que se tendría si se convirtiese el Epcot Center de Disney en un burdel.

Aparte de la escasez de vivienda en Japón los hoteles surgieron porque invitar a un desconocido a tu casa suele ser un acto más íntimo en Japón que en EEUU. Hay muchas mujeres japonesas que dejan entrar a un hombre en su cuerpo antes de dejarle entrar en su apartamento, y los hoteles también cubren este segmento de mercado.

La gente contra la que nos enfrentábamos no era estúpida, por supuesto. Podrían deducir que un hotel del amor sería un lugar seguro y conveniente. Eso sería lo que yo pensaría si estuviese en su lugar. Pero dado que hay unos diez mil rabu hoteru en Tokio, les costaría bastante localizarnos.

Salimos del taxi y caminamos a Sibuya 2-chome, que está repleto de pequeños hoteles del amor. Elegí uno al azar y le dijimos a la mujer mayor de la recepción que queríamos una habitación con baño, para un yasumi , una estancia, no sólo un descanso. Coloqué el dinero sobre la mesa, ella introdujo la mano bajo el mostrador y nos tendió una llave.

Tomamos el ascensor a la quinta planta y encontramos nuestra habitación al final de un pasillo corto. Abrí la puerta y Midori entró primero. La seguí al interior y cerré la puerta con llave detrás de mí. Dejamos los zapatos en la entrada. Sólo había una cama, las camas individuales en un hotel del amor estarían tan fuera de lugar como una Biblia, pero había un sofá de un tamaño aceptable en la habitación en el que podría acurrucarme.

Midori se sentó en el borde de la cama y me miró.

– Aquí estamos -dijo con voz tranquila-. Esta noche tres hombres me esperaban en el apartamento. Decían que eran de la policía, pero estaba claro que no o, si lo eran, estaban en una especie de misión privada. Podría pensar que perteneces a su banda, pero menuda paliza les has dado. Me has pedido que fuéramos a un lugar seguro para explicarme la situación. Te escucho.

Asentí e intenté buscar las palabras adecuadas para empezar.

– Ya sabes que esto está relacionado con tu padre.

– Esos hombres me dijeron que él tenía algo que querían.

– Sí y creen que ahora lo tienes tú.

– No sé por qué piensan eso.

La miré.

– Me parece que sí lo sabes.

– Piensa lo que quieras.

– ¿Sabes qué es lo que no encaja en esta situación, Midori? Hay tres hombres esperándote en tu apartamento, te maltratan un poco, yo aparezco de repente y les doy una paliza. No puede decirse que una cosa de éstas sea normal en la vida de una pianista de jazz, pero no has sugerido ni una sola vez que fuéramos a la policía.

No respondió.

– ¿Quieres ir a la policía? No hay ningún problema, ya lo sabes.

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