Barry Eisler - Sicario

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John Rain, de profesión asesino, está especializado en hacer trabajitos finos en los que sus víctimas parecen morir de forma natural. Aquel que le contrata sabe que es un hombre fiel a sus principios: trabaja en exclusiva; liquida únicamente al protagonista del juego, no a sus familiares, y no asesina a mujeres. Por eso, cuando tras finalizar un trabajo le piden wque se encargue de la hija del objetivo, empieza a sospechar que hay gato encerrado y decide investigar por qué quieren matar a Midori. La investigación le hará descubrir peligrosas conexiones entre el gobierno nipón y la yakuza, que comprometerán su anonimato y complicarán su vida.

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– ¿Estuviste en Vietnam? Pareces joven para eso.

Sonreí.

– Era un adolescente cuando me alisté en el ejército, y cuando llegué allí la guerra ya hacía tiempo que había empezado. -Era consciente de que estaba compartiendo más información personal de la que debía. No me importaba.

– ¿Cuánto tiempo estuviste allí?

– Tres años.

– Pensaba que por aquel entonces se reclutaba a los jóvenes sólo para un año.

– Es verdad, pero no me reclutaron.

Abrió más los ojos.

– ¿Fuiste voluntario?

Hacía siglos que ni hablaba de aquello, ni pensaba en el tema.

– Ya sé que desde esta distancia suena un poco extraño. Pero sí, me fui voluntario. Quería demostrar que era americano a las personas que lo dudaban debido a mis ojos y a mi piel. Y luego, cuando llegué allí, en una guerra contra asiáticos, tuve que demostrarlo todavía más, así que me quedé. Asumí misiones peligrosas. Cometí algunas locuras.

Permanecimos en silencio unos instantes.

– ¿Puedo preguntarte si ésas son las cosas que dijiste que te «persiguen»?

– Algunas -respondí sin alterarme. Pero aquello no podía ir más allá. Quizá ella siguiera ciertas pautas referentes a invitar a desconocidos a conciertos, pero mis normas referentes a estos asuntos son todavía más estrictas. Estábamos acercándonos a lugares que incluso yo sólo soy capaz de mirar de soslayo.

Tenía los dedos posados con ligereza a ambos lados del vaso y, sin pensarlo, estiré el brazo, le estreché las manos entre las mías y me las acerqué a la cara.

– Apuesto a que sólo viéndote las manos se sabe que tocas el piano -declaré-. Tienes los dedos finos pero se ven fuertes.

Movió las manos de forma que entonces fue ella quien tomó las mías entre las suyas.

– Se sabe mucho de una persona mirándole las manos -afirmó-. En las mías ves el piano. En las tuyas veo el bushido . Pero en las articulaciones, no en los nudillos… ¿qué practicas? ¿Judo? ¿Aikido?

El bushido son las artes marciales, la conducta del guerrero. Se refería a los callos de las dos primeras articulaciones de todos los dedos, consecuencia de años de agarrar y retorcer el grueso algodón del judogi . Ella me sostenía las manos de forma profesional, como si las estuviera examinando, pero con mucho tacto, y percibí que una sensación electrizante me recorría los brazos.

Aparté las manos, por temor a que encontrara otras cosas en ellas.

– Actualmente sólo judo. Agarres, derribos, estrangulaciones, es el arte marcial más práctico. Y el Kodokan es el mejor lugar del mundo para practicarlo.

– Conozco el Kodokan. Estudié aikido en un pequeño dojo de Ochanomizu, a una parada en la línea de Chuo.

– ¿Qué hace una pianista de jazz estudiando aikido?

– Fue antes de que me dedicara en serio al piano y ya no lo practico porque es demasiado duro para las manos. Lo hacía porque se metían conmigo en el colegio mientras… mi padre estuvo destinado en EEUU durante un tiempo. Ya te dije que sé lo que siente una retornada.

– ¿El aikido te ayudó?

– Al comienzo no. Tardé un poco en ser buena. Pero las bravuconas me dieron el incentivo para seguir practicando. Un día una de ellas me agarró del brazo y la derribé con un san-kyo . A partir de entonces me dejaron en paz. Lo cual estuvo muy bien porque el único derribo que me salía bien era el san-kyo .

La miré imaginando cómo sería estar en el extremo receptor del san-kyo de la determinación que la estaba llevando a conseguir un mayor renombre, fama incluso, en los círculos de jazz.

Levantó el vaso con los dedos de ambas manos y observé una economía de movimiento en ese gesto sencillo. Era grácil, agradable de observar.

– Practicas el sado -declaré casi pensando en voz alta. El sado es la ceremonia japonesa del té. Quienes la practican mejoran mediante la práctica de movimientos refinados y ritualizados en la preparación y servicio del té para conseguir el wabi y el sabi : una especie de elegancia fluida de pensamiento y movimiento, una reducción a lo esencial de la elegancia que representa un concepto más amplio e importante que, de lo contrario, resultaría confuso.

– No desde la adolescencia -respondió ella-, e incluso entonces no se me daba bien. Me sorprende que te hayas dado cuenta. A lo mejor si me tomo otra copa ya no se nota.

– No, no me gustaría -dije, combatiendo la sensación de atracción de sus ojos oscuros-. Me gusta el sado .

Sonrió.

– ¿Qué más te gusta?

«¿Adónde quiere ir a parar?»

– No sé. Muchas cosas. Me gusta verte tocar.

– Cuéntame.

Di un sorbo al Ardbeg, la turba y el humo me serpenteaban por la lengua y la garganta.

– Me gusta porque empiezas tranquila y luego vas subiendo de intensidad. Me gusta cómo empiezas a tocar la música y luego, cuando ya estás encaminada, es como si la música te interpretara a ti. Quedas inmersa en ella. Porque cuando noto que te pasa esto, yo también me quedo inmerso. Es como si saliera de mí mismo. Puedo ver que te hace sentir viva, y a mí también me hace sentir así.

– ¿Qué más?

Me eché a reír.

– ¿Qué más? ¿No es suficiente?

– No si hay más.

Giré el vaso entre mis manos observando el reflejo de la luz del interior.

– Siempre tengo la impresión de que estás buscando algo mientras tocas pero que no lo encuentras. Así que buscas con más ímpetu, pero lo que sea sigue eludiéndote y la melodía empieza a volverse realmente tensa, pero entonces llega al punto en el que es como si te dieras cuenta de que no vas a encontrarlo, que es imposible, y ese nerviosismo desaparece y la música se vuelve triste, pero es una tristeza hermosa, una tristeza sabia, aceptada.

Volví a darme cuenta de que había algo en su persona que me hacía sincerarme demasiado, revelar en exceso. Tenía que controlarme.

– Para mí significa mucho que reconozcas todo eso en mi música -dijo al cabo de unos instantes-. Porque es algo que intento explicar. ¿Sabes qué es mono no aware ?

– Creo que sí. El pathos de las cosas, ¿no?

– Ésa suele ser la traducción. A mí me gusta: «la tristeza de ser humano».

Me sorprendió que me conmoviera la idea.

– No me lo había planteado de esa forma -reconocí discretamente.

– Recuerdo una ocasión, cuando vivía en Chiba, en que salí a pasear una noche de invierno. La temperatura era agradable para esa época del año, y me quité la chaqueta y me senté en el patio de la escuela a la que había ido de niña, yo sola, y observé las siluetas de las ramas de los árboles recortadas contra el cielo. Fui perfectamente consciente de que un día yo desaparecería pero que los árboles seguirían allí, la luna continuaría por encima de ellos, brillando, y me hizo llorar, pero fueron unos sollozos buenos, porque sabía que así es como tenía que ser. Tenía que aceptarlo porque así son las cosas. Las cosas se acaban. Eso es mono no aware .

«Las cosas se acaban.»

– Sí, es verdad -respondí, pensando en su padre.

Permanecimos en silencio unos instantes, tras lo cual le pregunté:

– ¿A qué se refería Ken cuando dijo que eras una radical?

Tomó un sorbo del Ardbeg.

– Es un romántico. No puede decirse que yo fuera radical. Sólo rebelde.

– Rebelde, ¿cómo?

– Mira a tu alrededor, John. Japón está fatal. El PLD, los burócratas, están haciendo una sangría con el país.

– Hay problemas -convine.

– ¿Problemas? La economía se está yendo al carajo, las familias no pueden pagar los impuestos sobre propiedades, se ha perdido la confianza en el sistema bancario y lo único que se le ocurre al Gobierno para solucionar el problema es aumentar el déficit y hacer obras públicas. ¿Y sabes por qué? Sobornos de la industria de la construcción. Todo el país está cubierto de cemento, ya no hay sitio para construir, pero los políticos votan a favor de zonas de oficinas que nadie usa, puentes y carreteras por los que no pasa nadie, ríos flanqueados de hormigón. ¿Conoces esos horribles tetrápodos que cubren la costa japonesa, supuestamente para protegerla de la erosión? Todos los estudios apuntan a que esas monstruosidades aceleran la erosión; no la impiden. Así pues, estamos destruyendo nuestro ecosistema para que los políticos se lucren y la industria de la construcción se enriquezca. ¿A eso le llamas «problemas»?

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