– De hecho empezaba a parecer algo bastante irreal. Hasta que te volví a ver.
Eché un vistazo a la toalla, que tenía manchas rojas por la parte que me había tocado la cara.
– No hay nada como un poco de sangre para que las cosas parezcan reales.
– Es cierto. Lo que me volvía a la mente una y otra vez era la dureza con que pegaste a aquel hombre en mi apartamento: vi cómo le salía la sangre a borbotones por la nariz. Si no hubiera visto aquello, creo que me habría ido mientras tú no estabas.
– Entonces me alegro de haberle alcanzado en la cabeza.
Soltó una risita y me volvió a colocar la toalla contra la cara.
– Dime qué ha pasado.
– Aquí no tienes nada de comer, ¿verdad? -pregunté-. Me muero de hambre.
Cogió una bolsa que tenía junto al sofá y la abrió.
– Te he traído un bento . Por si acaso.
– Concédeme unos minutos -respondí. Y empecé a engullir bolas de arroz, huevos y verduras. Lo regué con una lata de zumo de frutas variadas. Me pareció delicioso.
Cuando acabé, cambié de postura para verla mejor.
– Había dos tipos en mi apartamento -le expliqué-. Conocía a uno, un esbirro del PLD del que sólo sé que se llama Benny. Resulta que está relacionado con la CIA. ¿Te suena de algo? ¿Alguna relación con tu padre?
Negó con la cabeza.
– No. Mi padre nunca dijo nada de ningún Benny ni de la CIA.
– Bueno. El otro tipo era kendoka . Tenía un bastón que usaba a modo de espada. No sé qué relación tiene. Conseguí hacerme con los teléfonos móviles de ambos. Quizá me den alguna pista sobre él.
Le cogí el hielo de la mano y me incliné hasta el otro lado del sofá en busca de mi abrigo, lo que me produjo unos dolorosos pinchazos en la espalda. Tiré del abrigo, tanteé el bolsillo interior y saqué los teléfonos. Los dos eran el típico modelo DoCoMo, pequeños y elegantes.
– Benny me dijo que la Agencia está buscando el disco. En realidad no sé por qué me persiguen. A lo mejor piensan… ¿Que voy a decirte algo, a darte alguna clave? ¿Que puede utilizar lo que tú tienes? ¿Se te ocurre qué puede ser? ¿Qué puede impedir que consigan lo que quieren?
Abrí el teléfono del kendoka y apreté el botón de rellamada. Apareció un número en pantalla.
– Es un punto de partida. Podemos hacer una búsqueda de teléfonos inversa. Puede que también tenga números en la agenda. Tengo un amigo de confianza que nos puede ayudar en eso.
Me levanté y el dolor de espalda me hizo estremecer.
– Tendremos que cambiar de hotel. Es lo que suelen hacer los clientes satisfechos con el servicio.
Ella sonrió.
– Supongo que es verdad.
Cambiamos de hotel y nos fuimos a uno cercano que se llamaba Morocco y que parecía querer recrear el ambiente de las Mil y una noches: alfombras orientales, narguiles, joyas para el vientre y otros ornamentos a disposición de las clientas que lo desearan. Era la pura imagen del lujo beduino, pero sólo había una cama, y dormir en el sofá iba a ser como pasar la noche en un potro de torturas.
– ¿Por qué no te quedas con la cama? -me ofreció Midori, como si me leyera el pensamiento-. Con la espalda así, no podrás dormir bien en el sofá.
– No te preocupes -repliqué algo violento-. El sofá ya me va bien.
– Me quedo yo con el sofá -sentenció con una sonrisa prolongada.
Acabé aceptando su oferta, pero no pude dormir bien. Soñaba que estaba atravesando la densa jungla próxima a Tchepone, en el sur de Laos, perseguido por un batallón de reconocimiento del ENV. Me había quedado apartado de mi pelotón y estaba desorientado. Intenté darles esquinazo, pero no podía librarme de ellos. El ENV me tenía rodeado y sabía que me iban a capturar y a torturar. Entonces apareció Midori, que intentaba que cogiera su arma. «No quiero que me capturen -decía-. Por favor, ayúdame. Toma la pistola. No te preocupes por mí. Salva a los montañeros.»
Me puse derecho de un salto, como si tuviera un resorte dentro del cuerpo. «Tranquilo, John. No es más que un sueño.» Tensé el abdomen y dejé salir un largo soplo de aire por la nariz. Me sentía como si el Loco Genial estuviera ahí mismo, en la habitación.
Tenía la cara bañada en sudor y pensé que volvía a sangrar, pero cuando me llevé la mano a la mejilla y me miré los dedos me di cuenta de que eran lágrimas. «¿Qué demonios es esto?», pensé.
La luna estaba baja y la luz se colaba por la ventana. Midori estaba sentada en el sofá, con las rodillas contra el pecho.
– ¿Una pesadilla?
Me pasé los dedos por los lados de la cara.
– ¿Cuánto tiempo llevas despierta?
Se encogió de hombros.
– Un rato. Estabas dando vueltas en la cama.
– ¿He dicho algo?
– No. ¿Tienes miedo de lo que puedas decir mientras duermes?
La miré. La luna le iluminaba un lado de la cara y el otro estaba oculto por la oscuridad.
– Sí -respondí.
– ¿Qué soñabas?
– No lo sé -mentí-. Eran sobre todo imágenes.
Sentía su mirada sobre mí.
– Me pides que confíe en ti y ni siquiera me puedes contar una pesadilla.
Empecé a responder, pero de pronto me sentí enfadado con ella. Me levanté de la cama y me dirigí al baño. «No necesito sus preguntas -pensé-. No necesito preocuparme por ella. La CIA de los cojones, Holtzer, sabe que estoy en Tokio, sabe dónde vivo. Ya tengo suficientes problemas.»
Sabía que ella era la clave. Su padre debió de decirle algo. O tenía lo que buscaba quien fuera que había entrado en su apartamento el día del funeral. ¿Cómo es que no caía en lo que pudiera ser?
Volví a la cama y me quedé mirándola.
– Midori, tienes que poner más empeño. Tienes que recordar. Tu padre debió de decirte o darte algo.
Su cara reflejaba sorpresa.
– Ya te lo dije, nada.
– Alguien entró a registrar su apartamento después de su muerte.
– Lo sé. La policía me llamó cuando sucedió.
– El caso es que no encontraron lo que buscaban y ellos creen que lo tienes tú.
– Mira, si quieres echar un vistazo al apartamento de mi padre, te puedo dejar entrar. Aún no lo he limpiado, y todavía tengo la llave.
Los que habían entrado en el piso se habían ido con las manos vacías, y mi viejo amigo Tatsu, hombre concienzudo como pocos, había escrutado el lugar con todos los medios del Keisatsucho. Sabía que volver a mirar sería perder el tiempo y su sugerencia no hizo más que aumentar mi sensación de frustración.
– Eso no va a servir de nada. ¿Qué puede creer esa gente que tienes tú? ¿El disco? ¿Algo que tenga escondido? ¿Una clave? ¿Estás segura de que no tienes nada?
Observé que se sonrojaba ligeramente.
– Ya te lo he dicho, nada.
– Bueno, intenta recordar algo, ¿no puedes?
– No, no puedo -replicó con voz de enfado-. ¿Cómo voy a recordar algo si no lo tengo?
– ¿Cómo puedes estar segura de que no lo tienes si no lo recuerdas?
– ¿Por qué dices todo esto? ¿Por qué no me crees?
– ¡Porque no encuentro otra explicación! ¡Y tengo que reconocer que no me gusta la sensación de saber que me quieren matar cuando ni siquiera sé por qué!
Puso los pies en el suelo y se levantó.
– ¡Entonces se trata sólo de ti! ¿Te crees que a mí me gusta? ¡Yo no he hecho nada! ¡Y tampoco sé por qué estos tipos hacen lo que hacen!
Exhalé lentamente, intentando controlar mi rabia.
– Es porque creen que tienes el maldito disco. O que sabes dónde está.
– ¡Pues no lo sé! Oai nikusama! Mattaku kokoroattari ga nai wa yo! Mo nan do mo so itteru ja nai yo! -¡No sé nada! ¡Ya te lo he dicho!
Nos quedamos uno frente al otro a los pies de la cama, respirando fuerte.
Читать дальше