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Jeff Abbott: Pánico

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Jeff Abbott Pánico

Pánico: краткое содержание, описание и аннотация

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El vértigo y la incontenible alegría que sintió al despertar aquella mañana eran para Evan Casher la mejor prueba de que estaba profundamente enamorado. Sí, sin duda aquél era el inicio de una nueva y feliz vida que compartiría junto a Carrie, la joven responsable de aquel cambio sustancial en él. Sin embargo, un solo instante puede cambiar toda una vida: una llamada de su madre, apremiándolo a reunirse con ella de inmediato, iba a provocar un vuelco radical en la hasta entonces tranquila existencia de Evan. Para su horror, descubrirá que su madre ha sido asesinada, y sin tiempo siquiera para asumirlo, a punto estará de ser asesinado él también. Sólo la súbita intervención de un misterioso personaje, aparentemente surgido de la nada, le permitirá salvar la vida, al menos por esta vez… No obstante, esto es sólo el principio de un peligroso viaje sin retorno, durante el cual Evan descubrirá que su vida hasta entonces no ha sido más que una sucesión de engaños y artificios donde nadie era quien aparentaba ser: empezando por sus propios padres y por la adorable Carrie, a la que, como pronto averiguará, en realidad no conocia en absoluto. Perseguido por un implacable traficante de información convencido de que posee unos valiosos documentos, Evan deberá salvar su vida y descubrir la verdad, consciente de que, esta vez, no tendrá una segunda oportunidad.

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– No dudo de él -afirmó Evan-. Estoy completamente seguro de que puedo confiar en él, igual que tú puedes confiar en Dezz.

– ¿Qué coño se supone que significa eso? -soltó Dezz.

La mirada de Evan se encontró con la de Carrie. Estaba de espaldas a Dezz y a Jargo y le dijo en silencio: «Todo irá bien».

Carrie cerró los ojos.

– Puedo darte los archivos ahora -aseguró Evan.

Jargo volvió a apuntarlo a la cabeza. Evan se agachó sobre el teclado del portátil falso. El ordenador estaba encendido y el cuadro de diálogo esperaba la contraseña.

Evan se inclinó, tecleó la contraseña y dio un paso atrás.

– Aquí tienes -dijo Evan.

El portátil aceptó la contraseña y el cuadro de diálogo desapareció. Se inició automáticamente una aplicación de vídeo y se abrió un archivo que comenzó a reproducirse.

– ¿Qué demonios es esto? -preguntó Jargo.

– Observa -respondió Evan.

El vídeo empezaba con el zoo de Audubon el lunes anterior por la mañana. El cielo gris auguraba lluvia. El zoom de la cámara enfocaba de cerca la cara de Evan y luego la de Jargo. Este último salía de perfil, hablando rápidamente y como si estuviera perdiendo la paciencia.

Luego se escuchó la voz de Evan.

«Ese hombre tan enfadado de la imagen es Steven Jargo. Llevan ustedes mucho tiempo haciendo negocios con él. Lo han contratado para matar a gente que no les gusta, para robar secretos que ustedes no tienen o para realizar operaciones que su gobierno o sus jefes no aprueban. Puede que no hayan visto esta cara antes; se esconde detrás de otra gente, pero aquí está. Mírenlo bien.»

En la imagen, Jargo giró la cara hacia la cámara oculta de El Turbio. Estaba enfadado, casi asustado. Vulnerable.

«Las operaciones del señor Jargo están comprometidas. Perdió una lista con los nombres de todos los clientes que utilizaban su red de espías independientes: oficiales de las más importantes agencias de inteligencia, ministros del gobierno, ejecutivos de alto nivel. Si ha recibido este mensaje de correo electrónico es que su nombre está en esta lista.»

Jargo emitió un ruido gutural.

Luego la escena seguía con el tiroteo, Evan dándole un puñetazo a Jargo, Evan y Carrie internándose en las profundidades del zoo, Jargo levantándose del suelo y él y Dezz persiguiéndolos.

«¿Por qué les alerto sobre este problema? -resumió la voz de Evan-. Porque valoramos sus negocios, su lealtad a la red de Jargo. Pero toda organización necesita crecer para afrontar nuevos retos. Ha llegado el momento de un cambio. Entiendo que esto pueda resultarles preocupante a la hora de realizar nuevos negocios con nosotros.»

– Cabrón -espetó Dezz.

«Por favor, no teman. No es necesario que ordenen a sus servicios de inteligencia que maten al señor Jargo. Somos sus socios y hemos tomado el mando de esta red, y ahora la situación está bajo control. Un nuevo representante de nuestra empresa se pondrá en contacto con ustedes para discutir sobre futuros negocios. Gracias por su atención.»

La pantalla desapareció mientras la multitud del zoo seguía pasando por delante de la cámara de El Turbio . Luego la grabación comenzó de nuevo. Evan permitió que se reprodujese. Dejó que les calase bien hondo.

Jargo se había quedado de piedra. Era un hombre cuyo mundo había desaparecido. Dezz agarró a Evan por el cuello.

– Vuelve a bajarme -le indicó Evan-, todavía no os he expuesto mi trato.

– Suéltalo. Déjalo hablar -le ordenó Jargo con la voz resquebrajada.

– Tus clientes -continuó Evan en un tono neutro- son gente poderosa que no quiere que se aireen sus trapos sucios. Quizá trabajen con mi padre y conmigo, o quizá no. Tienen razones para seguir con Los Deeps. Nosotros podemos hacerles daño, y ellos a nosotros, pero si todos hacemos la vista gorda, ellos tendrán lo que quieren y nosotros haremos un montón de dinero.

– ¿Nosotros?

– Sí -respondió Evan-. Papá y yo tomaremos las riendas de Los Deeps.

Capítulo 48

El único sonido que se escuchaba en la sala era el vídeo, reproduciéndose una y otra vez, y el susurro de la voz de Evan en la grabación. Mitchell y Carrie se quedaron mirando a Evan; Dezz parecía preparado para asesinar y Jargo gesticulaba con la boca, como si estuviese buscando las palabras.

– ¿Sigues estando de acuerdo con esto, papá? -preguntó Evan-. ¿Quieres a Jargo o no?

Mitchell consiguió hablar:

– No quiero que mi hermano muera. Pero no, no puede quedarse al mando -dijo siguiéndole la corriente a Evan.

– De acuerdo, papá. -Evan sonrió a Jargo; fue el gesto más duro que jamás había hecho-. No te estoy apartando por completo del negocio familiar. Quiero decir que si quieres retirarte, es cosa tuya. -Sacó la PDA de Khan del bolsillo de su chaqueta-. Le quité esto a Thomas Khan. Hay un ordenador con una copia de este vídeo que todos estamos disfrutando, programado para que sea enviada por correo electrónico en menos de diez minutos.

– ¿Así que simplemente te cedo las riendas a ti? -dijo Jargo.

Dezz daba saltitos sobre las plantas de los pies.

– Sí. ¿Te suena familiar? Hiciste un truco similar con Alexander Bast hace veinte años. Pero yo no te voy a matar. -«Todavía no», pensó. Agarró la PDA y esperó que no le temblase la mano-. Puedo evitar que el programa de correo electrónico le dé un gran susto a toda esa mierda de red tuya y a todos tus clientes. Sólo yo tengo la clave. Si me matas o si les haces daño a mi padre o a Carrie, los archivos serán enviados y tú serás historia. Los Deeps te perseguirán, y cuando te encuentren te patearán hasta matarte.

– Papá -dijo Dezz con una voz tensa-, no son más que gilipolleces.

– Un hacker me descifró todas las contraseñas de Khan -dijo Evan-. Sé tu nombre, tío Nikolai, sé quién eres y quién te paga. Esto se ha acabado para ti. Es el fin.

– ¡Miente! -chilló Dezz.

– ¿Miento? Tengo el portátil de Khan. Tengo sus archivos, su PDA y ese montaje de vídeo. -Evan entrecerró los ojos-. Os habéis metido con el tipo equivocado.

– Es todo un farol -dijo Dezz.

Tenía el rostro enrojecido y sudaba, y una mueca mostraba sus pequeños dientes blancos. Sin apartar la vista de Jargo, Evan desbloqueó la PDA con su huella. Abrió un archivo y se lo enseñó a Jargo para que lo leyese. Una larga lista de nombres: clientes y Deeps.

– ¿Te parece esto un farol?

El brillo de la PDA se reflejó en la cara de Jargo. Leyó los nombres y cerró los ojos.

– ¿Qué… qué tengo que hacer para que no mandes el correo electrónico?

– Poned las armas en el suelo. Liberad a mi padre y a Carrie. Marchaos ahora mismo. Iros.

Dezz levantó la pistola:

– ¡No!

– Mátame y lo envío -afirmó Evan-. Tú decides.

– Aun así podrías mandar el mensaje -apuntó Jargo.

– Tendrás que confiar en mí -dijo Evan-. Papá aún quiere llevar Los Deeps, no destruiré su negocio. -La mentira le salió con facilidad, como el resto de mentiras. Estiró la mano-. Tu pistola.

Jargo dijo:

– Mitchell, por el amor de Dios…, sabes que nunca te habría hecho daño. Te di la vida que querías, la vida con la que soñabas. No puedo creer que te hayas puesto en mi contra.

– Le acabas de romper los dedos-dijo Evan.

– Yo no. Fue Dezz. Dezz… lo hizo. -Jargo dio un paso titubeante-. Estás haciendo esto porque crees que maté a tu madre. No lo hice. Yo no lo hice. -Y enfatizó el «yo»-. Sólo quería averiguar lo que se había llevado y por qué se lo había llevado. Yo…

Se estremeció, vacilante ante su repentina debilidad.

– Cállate y dame la pistola. Ocho minutos.

Jargo le dio la pistola.

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