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Jeff Abbott: Pánico

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Jeff Abbott Pánico

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El vértigo y la incontenible alegría que sintió al despertar aquella mañana eran para Evan Casher la mejor prueba de que estaba profundamente enamorado. Sí, sin duda aquél era el inicio de una nueva y feliz vida que compartiría junto a Carrie, la joven responsable de aquel cambio sustancial en él. Sin embargo, un solo instante puede cambiar toda una vida: una llamada de su madre, apremiándolo a reunirse con ella de inmediato, iba a provocar un vuelco radical en la hasta entonces tranquila existencia de Evan. Para su horror, descubrirá que su madre ha sido asesinada, y sin tiempo siquiera para asumirlo, a punto estará de ser asesinado él también. Sólo la súbita intervención de un misterioso personaje, aparentemente surgido de la nada, le permitirá salvar la vida, al menos por esta vez… No obstante, esto es sólo el principio de un peligroso viaje sin retorno, durante el cual Evan descubrirá que su vida hasta entonces no ha sido más que una sucesión de engaños y artificios donde nadie era quien aparentaba ser: empezando por sus propios padres y por la adorable Carrie, a la que, como pronto averiguará, en realidad no conocia en absoluto. Perseguido por un implacable traficante de información convencido de que posee unos valiosos documentos, Evan deberá salvar su vida y descubrir la verdad, consciente de que, esta vez, no tendrá una segunda oportunidad.

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Dezz golpeó a Evan en la mejilla con el tacón de la bota.

– Me hiciste dejar mi juego con Carrie -dijo Dezz agachándose para coger del suelo la pistola de Evan-, y todavía estaba en pleno calentamiento.

Capítulo 46

– Estoy oyendo cómo un idiota se mea en los pantalones.

Dezz empujó a Evan por las escaleras del porche trasero apoyando la pistola en su nuca. Quizás esa pistola que le presionaba el cuero cabelludo fuese la misma que Dezz había usado en la cocina de su madre una semana antes.

A Evan le retumbaba la cabeza y le dolía la cara. Mantenía las manos en alto.

Dezz lo agarró por el brazo y lo empujó a través de la puerta. Evan intentó agarrarse, pero cayó de bruces en el suelo de baldosas.

Dezz encendió las luces. Apuntó a Evan con la pistola, con la misma que le había golpeado en la cara.

Se quitó las gafas y las tiró en la barra.

– Visión nocturna con iluminador de infrarrojos -dijo Dezz-. No te puedes esconder de mí en ningún sitio, en ninguno que importe ya. Eres un mercenario terrible. Es como ver una cinta de pifias de las Fuerzas Especiales.

Dezz encendió una luz y, al verlo de cerca, Evan vio una versión retorcida y compacta de sí mismo: el mismo cabello rubio y sucio, la misma constitución menuda, pero el rostro de Dezz mostraba una extrema delgadez, como si Dios hubiese escatimado al ponerle la carne. Tenía una espinilla en la esquina de la boca.

Dezz levantó a Evan del suelo bruscamente y le puso la pistola en la cabeza.

– Por favor, corre, llora. Dame una razón para dispararte, por favor.

La fuerte luz hizo parpadear a Evan. El refugio tenía un recibidor amplio. Las luces eran tenues, pero ninguna de ellas sobrepasaba las ventanas tapiadas con tablas. Los muebles del vestíbulo habían sido retirados, excepto una lámpara de araña con forma de rueda de carro que colgaba del techo. Tenía el aspecto de un edificio caro que buscaba parecer rústico, dirigido a turistas ecológicos o a cazadores.

– Me sorprende que salieses a buscarme -añadió Evan- con el miedo que les tienes a los caimanes.

Dezz le dio un puñetazo fuerte en el estómago que lo estampó contra la pared. Evan cayó al suelo y luchó por no perder la conciencia. Dezz le agarró por el cuello y lo puso de pie de nuevo.

– Eres… -lo golpeó de nuevo-, no eres nada -dijo Dezz aporreándole la cabeza-. Un director famoso. Eso no importa una mierda en el mundo real. Pensabas que eras más listo que yo y no eres más que un tremendo tonto.

Dezz abrió un caramelo y le pasó el envoltorio por la boca a Evan.

Evan escupió el envoltorio. Estaba sangrando por la parte de atrás de la cabeza.

– Yo hablo con Jargo, no tú.

Un repentino grito, fruto del terror y del dolor, llegó del piso de arriba.

Evan sintió un escalofrío. Dezz se rió y pinchó a Evan con la pistola.

– Mueve el culo y sube ahí.

Lo empujó por la grandiosa escalera curva.

– La Exploradora es una chillona. Apuesto a que ya lo sabías. Apuesto a que tú también gritarás: primero llorarás, luego te mearás encima y gritarás hasta desgarrarte la garganta. Cuando haya acabado contigo deberé tomar notas para no olvidarme.

La escalera conducía hasta un amplio recibidor con cuatro puertas, todas ellas cerradas, menos una. Las ventanas situadas al final del recibidor estaban tapadas con tablas. Dezz empujó a Evan al interior de una habitación.

La estancia había sido en su día una sala de reuniones donde la gente se sentaba con las carpetas abiertas, donde combatían el cansancio de la reunión, observaban monótonas presentaciones sobre pronósticos de ventas o cifras de ingresos, y en lugar de descifrar un gráfico circular probablemente todos estaban deseando estar fuera pescando o cazando en Everglades. Habrían bebido café, agua fría o soda de un recipiente lleno de hielo, y habría una bandeja de magdalenas en el medio de la mesa.

Ahora la mesa y las bebidas habían desaparecido, y Jargo estaba de pie sosteniendo un cuchillo teñido de rojo y un par de alicates. Miraba fijamente a Evan con un odio frío y feroz; luego se apartó para que éste pudiese ver.

Era Carrie. Estaba tumbada en el suelo, con la camiseta rota por el hombro. Le habían quitado la venda del hombro, y sangraba por él y por la pierna. El dolor le nublaba la vista. Tenía el brazo derecho sobre la cabeza, esposado a una anilla de acero que habían colocado en el suelo, en el lugar del que habían quitado la alfombra.

Luego Evan vio a su padre. Mitchell estaba tirado en el suelo con la cara herida y sangrando, con los dedos de la mano derecha rotos y retorcidos, esposado a una barra de metal que recorría la habitación de un lado a otro.

La cara de Mitchell se desdibujó en una mueca cuando vio a su hijo.

Jargo se aproximó con rapidez y le dio un puñetazo en la cara a Evan.

– ¡Maldito seas! -chilló.

Evan cayó al suelo. Oyó la risita de Dezz, que luego se apartó para dejar paso a su padre.

Jargo golpeó con fuerza a Evan en la espalda.

– Una vez pateé a un hombre hasta matarlo. -Jargo le dio una patada a Evan en el cuello-. Pateé a Gabriel hasta que sólo quedaron pedazos de él.

– No le des en la cara todavía -dijo Dezz-. Quiero que vea cómo me lo hago con Carrie, especialmente cuando se la meta y a ella le guste y grite. Eso será genial.

Una vez que su boca dejó de sangrar y que se pasó el fuerte dolor del cuello, Evan dijo:

– He venido aquí para hacer un trato contigo.

Jargo le dio otra patada, en el estómago.

– Un trato. Yo no hago tratos con ratas. Dame los archivos, Evan. Ya.

– De acuerdo -Evan se quejó-. Por favor, deja de golpearme para que pueda… decírtelo.

– Levántalo -ordenó Jargo, metiéndose el cuchillo en el bolsillo de nuevo.

Dezz puso a Evan de pie.

– Steve, no lo hagas, es mi hijo, por el amor de Dios, no lo hagas -dijo Mitchell-. Haré lo que quieras, pero déjale marchar, por favor.

Jargo miró a su hermano, situado tras él.

– Tú, maldito traidor, pedazo de mierda, no me supliques.

– Lo que te ofrezco -dijo Evan con una sorprendente tranquilidad y seguridad- es un trato que te permitirá permanecer con vida.

Miró a Carrie por encima del hombro de Jargo. Ella abrió los ojos.

– Bueno, me muero por escucharlo -dijo Jargo, con una voz divertida y fría.

– Podríamos haber traído a la policía, pero no lo hemos hecho -dijo Evan-. Queremos resolver esto. Entre nosotros cuatro.

– Dame los archivos, ahora mismo -Jargo levantó la pistola-, o te llevo afuera y te disparo en las rodillas y empiezo a darte patadas hasta despegarte la carne de los huesos.

– ¿Ni siquiera quieres oír mi oferta? -preguntó Evan-. Creo que sí.

Capítulo 47

Por un instante, la cara de Jargo vaciló tras la mira de la pistola.

– Porque si me matas no hay trato. No tendrás los archivos -dijo Evan-. Se acabarán Los Deeps. No he venido a matarte, he venido a negociar.

– Entonces ¿por qué entró tu padre solo?

– Fue idea suya, no mía. Es sobreprotector. Estoy seguro que tú eres igual con Dezz, tío Steve.

Jargo sonrió.

– ¿O debería llamarte tío Nikolai?

La sonrisa desapareció.

– Te estás quedando sin tiempo -insistió Evan-. Quieres los archivos del ordenador de Khan y yo puedo dártelos -Evan caminó alrededor de la pistola y se arrodilló junto a su padre-. Te dije que esto no funcionaría, papá. Lo haremos a mi manera.

Mitchell asintió, aturdido.

– Le has roto los dedos -le dijo Evan a Jargo.

– Fue Dezz. Se dejó llevar por la emoción. Mitchell no nos dijo que estabas fuera, por si te estabas preguntando eso.

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