Jeff Abbott - Pánico

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El vértigo y la incontenible alegría que sintió al despertar aquella mañana eran para Evan Casher la mejor prueba de que estaba profundamente enamorado. Sí, sin duda aquél era el inicio de una nueva y feliz vida que compartiría junto a Carrie, la joven responsable de aquel cambio sustancial en él. Sin embargo, un solo instante puede cambiar toda una vida: una llamada de su madre, apremiándolo a reunirse con ella de inmediato, iba a provocar un vuelco radical en la hasta entonces tranquila existencia de Evan. Para su horror, descubrirá que su madre ha sido asesinada, y sin tiempo siquiera para asumirlo, a punto estará de ser asesinado él también. Sólo la súbita intervención de un misterioso personaje, aparentemente surgido de la nada, le permitirá salvar la vida, al menos por esta vez…
No obstante, esto es sólo el principio de un peligroso viaje sin retorno, durante el cual Evan descubrirá que su vida hasta entonces no ha sido más que una sucesión de engaños y artificios donde nadie era quien aparentaba ser: empezando por sus propios padres y por la adorable Carrie, a la que, como pronto averiguará, en realidad no conocia en absoluto. Perseguido por un implacable traficante de información convencido de que posee unos valiosos documentos, Evan deberá salvar su vida y descubrir la verdad, consciente de que, esta vez, no tendrá una segunda oportunidad.

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Evan se puso detrás de él y pulsó el botón de llamada del móvil que tenía en el bolsillo.

Un tono.

– Mira a la cabina y déjala sonar tres veces, déjame seguir grabando.

Pero Evan estaba grabando, agarrando el petate y la munición y corriendo marcha atrás hacia la camioneta. Dos tonos. Raymond todavía miraba fijamente el teléfono, pero la gran Gin no pudo resistirse a la atracción de la cámara. Se dio la vuelta cuando Evan estaba entrando en la camioneta. Había dejado las llaves en el contacto. Metió la marcha atrás de un tirón y vio a la gran Gin gritando y corriendo tras él. Atravesó la carretera en medio de bocinazos de los coches que venían en sentido contrario.

Raymond, ahora totalmente entregado a la idea del estrellato televisivo, respondió al teléfono:

– ¿Esto es parte de la prueba? -preguntó.

– Llevo una semana grabando tus negocios. -Mintió Evan por teléfono-. Si vuelves a acercarte a ese teléfono le daré la cinta a la policía.

Por el espejo retrovisor vio a la gran Gin salir furiosa al tráfico, disparándole con el dedo y sin aliento tras una pequeña carrera.

– Eso es ilegal -voceó Raymond-. No eres más que un ladrón de mierda.

– Quéjate a la policía. Gracias por la munición. Hemos hecho un trato justo: no diré nada y me quedaré con las balas.

La respuesta de Raymond se cortó cuando Evan apagó el teléfono. Pisó a fondo el acelerador por si acaso a la gran Gin se le ocurría ir tras él en su reluciente Explorer nuevo. Esperaba que Gin y Raymond hubiesen sido más honestos que él. Abrió la bolsa. Cuatro cargadores. Intentó meter uno de ellos en la Beretta: encajaba y entraba a la perfección.

Ahora ya podía ir a buscar a El Turbio .

Capítulo 20

Evan condujo la pick-up más allá de los muros de las urbanizaciones con vigilancia. Las propiedades se elevaban tras hierro forjado y piedra de importación. El edificio estaba al borde del distrito de Gallería, la zona alta de Houston, atiborrado de tiendas de lujo, restaurantes y urbanizaciones para satisfacer los caprichos de las viejas fortunas petroleras y de quienes se habían hecho ricos gracias a las nuevas tecnologías. Este lugar en particular se llamaba Pinos de la Toscana, aunque los que proyectaban sombra sobre el terreno eran los pinos de incienso, cuyo nombre no era tan romántico como el de los pinos europeos. Al otro lado de la calle había unas oficinas de lujo y un pequeño y selecto hotel. Evan estacionó en el aparcamiento de la oficina.

Aguardó. Esperaba ver coches de policía, pero en su lugar presenció una procesión de Mercedes, BMW y Lexus que cruzaban las verjas. El Turbio salió de la caseta del guardia de seguridad una hora más tarde; se dirigió hacia un desvencijado Toyota, se subió y salió del complejo. Evan lo siguió en dirección a Westheimer, hacia River Oaks y el centro de Houston.

Paró al lado de El Turbio en el primer semáforo y esperó a que mirase hacia donde estaba él. El Turbio era el típico conductor de Houston, que no quería problemas por mirar al coche de al lado.

Evan tocó el claxon.

El Turbio se giró y se quedó mirándolo mientras Evan sonreía, y lo reconoció con el pelo negro.

«Tengo que hablar contigo», dijo Evan con los labios.

«Mierda, no», le respondió El Turbio . Sacudió la cabeza. Salió disparado saltándose el semáforo en rojo y giró repentinamente a la izquierda.

Evan lo siguió. Le hizo señas con las luces una vez, dos veces. El Turbio dio otros dos giros más y se metió detrás de un pequeño restaurante de comida a la parrilla. Evan lo siguió.

El Turbio estaba asomado a la ventana antes de que Evan aparcase.

– Ni se te ocurra acercarte a mí.

– Yo también me alegro de verte.

El Turbio sacudió la cabeza.

– Yo no. No me alegro en absoluto de verte, joder. Hay un agente del FBI al que se supone que tengo que llamar si veo tu puta sonrisa.

– Bueno, no estoy sonriendo, así que no tienes que llamarlo.

– Lárgate tío, por favor.

– No soy un sospechoso, no soy un fugitivo, sólo estoy desaparecido.

– Me da igual cómo lo llames. No necesito problemas en mi vida.

– En la televisión te quejaste de que no te conseguí trabajo en películas ni como jugador de póquer profesional.

El Turbio lo miró fijamente.

– Oye, tío, sólo estaba mostrando mi disponibilidad a las partes interesadas. Nunca se sabe quién está viendo las noticias.

– Bueno, como dijiste un par de mentiras sobre mí, puedes ayudarme y haremos borrón y cuenta nueva. Necesito dinero en efectivo.

– ¿Crees que soy un cajero automático? -El Turbio se bajó las gafas de sol para que Evan pudiera verle los ojos-. Soy guardia de seguridad, no tengo dinero.

– Sé que puedes conseguirlo, Turbio . Tienes contactos.

– Ya no. Saca de aquí tu culo sin contactos.

– Es curioso que el hecho de que te libren de un crimen cree esta ola de gratitud -dijo Evan-, teniendo en cuenta que ni siquiera tenías un buen abogado cuando te conocí.

– No estoy en deuda contigo para siempre, Evan.

– Sí, en realidad sí. Sin El más mínimo problema aún tendrías tu culo en la cárcel, Turbio. Y sí, estarás en deuda conmigo para siempre.

El Turbio cerró los ojos.

– Estás en un lío. Si te ayudo seré un criminal.

– No, serás un amigo.

– Olvídame, tío.

– La cagué con la gente equivocada, igual que hiciste tú hace años, y quieren matarme para que el problema desaparezca. Necesito dinero en efectivo y un ordenador.

– Pues hazte una película y explícaselo al mundo. -El Turbio negó con la cabeza-. Lo siento, de ninguna manera, no puedo hacerlo.

– ¿Sabes una cosa? No me merecías ni como abogado ni como amigo. Siento haberte molestado. Tú vives tu vida en libertad. Eres libre para quejarte y ponerme a parir. Agradécemelo cuando pienses en eso.

El Turbio se le quedó mirando y volvió a colocarse las gafas en su sitio.

Evan encendió el motor de la camioneta.

– Si viene alguien por aquí preguntando por mí, diles que no me has visto. Pero no te sorprendas si te matan para borrar su rastro.

Empezó a dar marcha atrás y El Turbio le puso la mano en la puerta. Evan se detuvo.

– Recibí una llamada, después de salir en la CNN. Una señora. Dijo que se llamaba Galadriel Jones. Dijo que trabajaba para la revista Film Today. Me preguntó si sabía algo de ti o si sabía dónde estabas, en plan exclusiva, y que me daría cinco mil dólares en efectivo y por debajo de la mesa.

Evan conocía Film Today. Era una publicación especializada, pequeña pero influyente, y no se creía por nada del mundo que un reportero pagase cinco mil dólares a un soplón; una revista como aquélla no podía permitírselo.

– ¿Qué te pareció la mujer?

– Demasiado agradable y dulce.

– ¿Te dio un número de teléfono?

– Sí. Me dijo que no llamara a la revista, que la llamara a su número.

– Te están tomando el pelo, Turbio . No te va a pagar. Creo que la gente que mató a mi madre tiene a mi padre. La única forma de que estés a salvo es ayudándome.

El Turbio se estalló los nudillos, y juró en voz baja. Se inclinó por la ventana.

– No me gusta que jueguen conmigo. Ni tú ni ellos.

– Soy el único que está siendo honesto contigo. Siempre lo he sido, pienses lo que pienses… Por favor, ayúdame.

El Turbio miró a Evan con dureza.

– ¿Te acuerdas de dónde está la casa de mi hermanastro, en Montrose?

– Sí.

– Reúnete allí conmigo dentro de dos horas. Si no estás cuando llegue no esperaré, y nunca nos habremos visto ni habremos hablado, y nunca más volverás a buscarme.

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