Charles Sheffield - Las crónicas de McAndrew

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Como Newton en el siglo XVII o Eintein en el XX, McAndrew es el genio indiscutido de la física del siglo XXII. Los
, minúsculos agujeros negros cargados y en rotación, no tienen secretos para quien ha descubierto la forma de usarlos como fuente de energía. Su dominio de la ciencia y un sin par sentido práctico le llevan a inventar los más sorprendentes artilugios como la primera nave interestelar sin efectos de inercia. La pilota su compañera, la capitana Jeanie Roker y juntos explorarán a fondo el sistema solar interior, el Halo de cometas que le rodea y llegarán a viajar a Alfa Centauro, en medio de las más sorprendentes situaciones.
Seguir a McAndrew en sus aventuras es adentrarse con gran amenidad en un mundo de brillante especulación y saborear las delicias de la inteligencia.

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Will podría haber pilotado la cápsula para venir por mí en caso de necesidad, y sabía que el ordenador también podría haberlo hecho con una sencilla instrucción. Pero Will y el ordenador habrían seguido el manual en lo que hace referencia a los niveles permitidos de aceleración y distancias de detención. Me apoderé del control remoto de la cápsula, pasé por alto el ordenador, desobedecí todas las normas del manual y llevé la cápsula hasta el Hoatzin en menos de quince minutos. Y al regresar al Star Harvester, aún rebajé el tiempo en cien segundos.

Will me esperaba en la compuerta principal con el traje puesto.

—Algo no marcha bien —anunció—. Me dijeron que enviarían una señal cada diez minutos, pero ya han transcurrido veinte desde la última vez. Estaba a punto de bajar para ver qué había sucedido.

—¿Vio algún arma a bordo cuando recorrió la nave? —le pregunté.

—¿Arma? —Will frunció el ceño—. No. Lanhoff no tenía ninguna razón para llevar armas. Espere un momento… ¿Qué le parece un láser de construcción? Eso puede resultar bastante peligroso. En la Sección Seis los hay de sobra.

—Vaya a buscar uno. —Me puse a preparar la cápsula de transbordo para una eventual fuga de emergencia en el caso de que la necesitáramos. Una vez de cada mil, este tipo de precaución da buen resultado.

—Traeré dos.

Will se fue por el conducto que unía las secciones antes de que pudiera discutir con él. No lo quería a mi lado en medio del Manna. Prefería que estuviera disponible para ayudarme si me encontraba en apuros.

¿Qué esperaba encontrar? No tenía idea, pero me sentí mucho mejor cuando me ajusté el traje y me puse bajo el brazo un láser de construcción. Will y yo fuimos juntos hasta el lugar donde se abría el largo túnel que se internaba en el Manna.

—Muy bien. Usted se queda aquí. —Observé el extraño modo en que cogía el láser y me pregunté qué sucedería si tuviera que usarlo—. Espere en la boca del conducto. Le enviaré una señal cada diez minutos.

—Eso mismo fue lo que dijo Anna… —Sus palabras resonaron a mis espaldas mientras yo desaparecía por el ancho túnel.

La única iluminación provenía de la luz de mi traje. Visto desde el interior, el conducto que partía de la nave se extendía ante mí como un túnel oscuro e interminable. La gravedad en el Manna era insignificante, por lo que no existían los riesgos de una precipitada caída como en la Tierra, pero tenía que mantenerme apartada de las paredes laterales del túnel, que se estrechaban a medida que atravesaban la superficie del planetoide. Me dejé caer por el control del conducto, encendí el acoplamiento entre los circuitos conductores del traje y el campo de pulsos de las paredes del túnel, y descendí rápidamente y sin hacer ruido.

El salto de tres kilómetros apenas duró un minuto. Durante todo el trayecto hasta la esclusa de aire que había al extremo busqué cualquier señal de que McAndrew y Anna hubiesen tenido problemas. Pero todo era normal.

El mecanismo de penetración del taladro seguía en posición. Normalmente, el túnel podía extenderse a través de los duros hielos a treinta metros por hora. Sin embargo, cuando llegaron al interior líquido, Lanhoff había detenido el avance del taladro para instalar la esclusa de aire. Era una doble cámara cilíndrica de seis metros de ancho, cuyas dos mitades quedaban separadas por una pared corrediza de metal.

Me introduje en la primera parte de la esclusa, cerré la pared y fui hasta la segunda barrera. Vacilé ante ella.

Un viscoso fluido humedecía la pared. No hacía mucho que la compuerta había sido utilizada. Anna y McAndrew debían haberla traspuesto para llegar al núcleo líquido del planetoide. Si quería encontrarlos, tendría que hacer lo mismo.

¿Habría algún visor? Quería examinar bien el interior del Manna antes de pensar siquiera en internarme en él.

El único sector transparente era una pequeña superficie de unos pocos centímetros de lado, donde parte del panel había sido reemplazado por una delgada lámina de plástico. Lanhoff debió haberlo dispuesto así, para establecer un punto de observación antes de arriesgarse a surcar la compuerta. A pesar de la curiosidad de la que había hablado Anna, esta medida hacía pensar en un hombre cauto. Y eso parecía aumentar las probabilidades en mi contra. Navegaba a ciegas, y llevaba prisa.

Fui hasta el otro lado del túnel y acerqué el visor de mi traje a la superficie transparente de la compuerta. La única iluminación era la de mi atuendo, y como debía brillar a través del panel transparente, creaba un efecto visual distorsionado. Me protegí la vista con las manos y escudriñé el interior.

Mi primera impresión fue la de estar en una tormenta de nieve. A través del campo visual flotaban y caían grandes copos blancos y perezosos. A medida que me fui adaptando a la extraña iluminación, los objetos se fueron definiendo como blancas bolas de nieve, ligeras y de distintos tamaños. Algunas eran como uvas; otras, como un puño cerrado. Sus superficies exteriores vibraban constantemente, y producían un resplandor vacilante y ligero al moverse en el fluido amarillento del interior del Manna.

Observé que el número y la densidad de los objetos blancos iba en aumento. La nevisca se tornó nevasca. Y flotando lejos de mí, casi en el límite de mi visión, distinguí dos grandes formas blancas. Parecían siluetas humanas, aunque de contornos borrosos y grandes, como si se tratara de enormes muñecos de nieve. Crecían por momentos, a medida que se acercaban y adherían más copos a su superficie. Se hinchaban constantemente, y no tardarían en convertirse en esferas perfectas.

Me estremecí debajo del traje. Eran figuras totalmente extrañas, pero me di cuenta de lo que acababa de descubrir. En su interior, incapaces de ver, moverse o enviar mensajes, estaban McAndrew y Anna. Al verlos pensé en los corpúsculos blancos que custodiaban mi propio torrente sanguíneo. Las bolas ligeras eran como atareados leucocitos que se agolpaban alrededor de los organismos extraños que osaban invadir el cuerpo del Manna para fagocitarlos y destruirlos.

¿Cómo rescatarlos? Durante los primeros minutos no correrían peligro, pero tarde o temprano los copos taponarían el escape de calor de sus trajes. A menos que pudiera quitarles de encima los cuerpos que llevaban adheridos, pronto morirían, ciegos y asfixiados.

Mi primer impulso fue abrir la puerta y lanzarme al interior. Pero cambié de idea al contemplar los copos. Eran más espesos que nunca y provenían del profundo interior del planetoide. Si me internaba allí, me cubrirían en menos de un minuto. El láser que llevaba conmigo no me servía de nada. Si lo empleaba en el agua, desperdiciaría su energía y sólo conseguiría vaporizar una pequeña cantidad de líquido a mi alrededor. Y no disponía de más armas que ésa.

¿Regresar al Star Harvester y buscar inspiración? Entonces sería demasiado tarde para McAndrew y Anna.

Fui hasta el otro lado de la compuerta. Había un juego dual de controles que actuaban sobre el taladro del túnel, instalado de tal forma que el avance del conducto podía ser observado y modificado sobre la marcha. Si ponía en funcionamiento el taladro, el fluido que había delante ofrecería escasa resistencia. El túnel se extendería a través del líquido hasta abarcar el área donde flotaban las dos esferas deformes. De modo que si primero abría la compuerta y luego activaba el taladro…

La sincronización sería crucial. Cuando la compuerta estuviera abierta, el fluido entraría en el área que me rodeaba. Entonces tendría que hacer funcionar la unidad del taladro para que la compuerta abierta absorbiera las dos masas hinchadas, cerrar la esclusa nuevamente y bombear el líquido hacia afuera. Pero si tardaba demasiado, la nevasca podía abatirse sobre mí, y quedaría tan indefensa como Anna o McAndrew.

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