«Sin problemas. Éxito completo en todas las etapas», decía el mensaje que Arne Lanhoff había transmitido mientras se dirigía al siguiente objetivo, a ochocientos millones de kilómetros.
La misión se había cumplido perfectamente en otros cinco cuerpos: cada uno de ellos fue bautizado, procesado y dirigido hacia el Sistema Interior. Ambrosia, Harvest Festival, Persephone, Food of the Gods y Deméter.
Entonces se interrumpió la comunicación. Hacía unos noventa días que habían llegado al séptimo objetivo. Después de un mensaje inicial en que se anunciaba el contacto con el cuerpo Manna, un enorme fragmento orgánico de sesenta kilómetros de largo e increíblemente rico en compuestos complejos, el Star Harvester quedó incomprensiblemente mudo. De la estación Tritón partió un mensaje interrogatorio en la habitual travesía de diecinueve días, y finalmente regresó una señal automática de haberse recibido, pero no llegó ningún mensaje del equipo de transmisión de la nave. Arne Lanhoff y su tripulación de cuatro personas habían desaparecido en el vacío, a quinientos mil millones de kilómetros de la Tierra.
Nuestros problemas no esperaron a que llegáramos al Halo. Tan pronto Anna Lisa Griss llegó a bordo del Hoatzin, sólo seis horas antes de la hora de partida prevista, surgió la primera dificultad. Paseo la mirada por el habitáculo con incredulidad.
—¿Quiere usted decirme que vamos a permanecer todos en este espacio tan pequeño? No debe tener más de tres metros de diámetro…
—Casi cuatro. —Hice una pausa en mi recorrido de verificación de las secuencias de encendido—. Antes de venir hasta aquí le dejamos información al respecto. ¿No la leyó?
—Observé el tamaño de la nave, y la columna del sector-habitáculo era de cientos de metros de largo. ¿Por qué no podemos emplear todo el espacio?
Suspiré. Tenía autoridad para comandar el Hoatzin, pero ni siquiera se había molestado en aprender el abecé de su funcionamiento.
—La cápsula-habitáculo se mueve a lo largo de la columna —expliqué—. Más cerca o más lejos del plato de masa, según la aceleración de la nave. Podemos colocar las provisiones fuera del área habitáculo, pero si queremos vivir en un medio de un g, debemos limitarnos a este sector. No está mal; para cuatro personas sobra.
—Pero ¿y mi comitiva? —Señaló las cinco personas que la habían acompañado hasta el Hoatzin. Comprendí por primera vez que podían ser algo más que meros mozos de cuerda.
—Lo siento. —Traté de aparentarlo—. La tripulación máxima que puede transportar la nave es de cuatro personas.
—¡Modifíquelo! —Me habló con toda la fuerza de su tono imperial. De pronto comprendí por qué Will Bayes prefería no discutir con ella.
Le devolví la mirada sin pestañear.
—No puedo. No he inventado la norma. Si quiere puede consultar con la Base Lunar de la FUE, pero ellos le confirmarán lo que acabo de decirle.
Se mordió el labio inferior, giró la cabeza para examinar la cabina, y finalmente asintió.
—La creo. Pero si hay un límite de cuatro personas, tenemos un problema. Necesito a Bayes, y quiero a mi propio piloto. Y debe estar McAndrew. Tendrá que irse usted.
No me miró. Respiré hondo. No quería hacerlo, pero si íbamos a darnos puñaladas lo mejor era hacerlo desde el comienzo. Ése era un momento tan bueno como cualquier otro.
—Le sugiero que hable de esto con McAndrew —repuse—. Será mejor que también esté presente su piloto. Como usted misma podrá escuchar, Mac rehusará proseguir sin mí, como yo me negaría a viajar sin él. Ésta no es una nave convencional. Pregunte a su piloto cuántas horas de experiencia tiene con la impulsión de McAndrew. Mac y yo poseemos la capacidad y la experiencia necesarias para que esta misión termine con éxito. Escoja usted: a los dos o ninguno.
Me temblaba la voz. En lugar de responder, se volvió hacia los escalones que conducían al nivel inferior de la cápsula-habitáculo.
—Preparémonos para despegar —dijo por encima del hombro, sin detenerse. Su voz resultó tan serena que me impactó mi propia tensión—. Hablaré con Bayes. En este proyecto deberá asumir responsabilidades adicionales. —Cuando apenas se le veían los hombros y la cabeza, se volvió—. ¿Alguna vez ha pensado en ocupar un puesto en la Tierra? Está desperdiciando sus aptitudes aquí, en medio de la nada.
Hice girar mi silla para estar frente a la pantalla y me pregunté qué clase de victoria habría ganado. Anna Lisa Griss era astuta en los tejemanejes de la contienda política, donde yo sólo era una novata. Pero que no pensara que iba a renunciar a presentar batalla. La nave era fácil de manejar, pero jamás lo admitiría delante de Anna Griss.
Will Bayes se acercó al cabo de un rato. Todavía me costaba concentrarme en los informes de rutina.
—¡Buena la ha hecho! —comentó—. ¿Qué le ha dicho? Nunca la he visto tan enfadada. No acierto a comprender por qué. Le ha dicho a Mauchly y al resto de la comitiva que regresen al Cuartel General, sin dar explicaciones. Y me ha dado doble tarea durante el viaje.
Solicité en la pantalla los parámetros de la trayectoria, oprimiendo perversamente las teclas. Entonces miré rápidamente hacia el hombre.
—He tenido que elegir entre viajar con Anna Lisa Griss enojada o dejar que la nave fuese conducida por personas que no pueden distinguir la impulsión de McAndrew de un vehículo a láser.
Miró la pantalla con el ceño sombrío.
—No es una elección fácil. Nunca ha visto a Anna cuando se enfada de verdad. Permítame decirle… no es algo por lo que yo quisiera volver a pasar. —Se inclinó hacia adelante—. Oiga, Jeanie, ¿ese que hay en la pantalla no será nuestro programa de vuelo?
—Desde luego que sí. —Roté los ejes de tal forma que todas las coordenadas quedaran en polares esféricas eclípticas y almacené el resultado—. ¿No le gusta?
—Parece de lo más simple. —Movió el dedo por encima de la pantalla—. Quiero decir que casi es una línea recta. No es una verdadera trayectoria. ¿Qué pasa con el campo gravitacional del Sol? Y no está previendo tolerancias para el movimiento del Manna mientras dure nuestro trayecto.
—Ya lo sé. —Introduje en la memoria principal el perfil del vuelo, y entonces pareció que se me aflojaba el nudo que tenía en el estómago—. Por eso seré yo quien pilote la nave en lugar de uno de sus hombres. Aceleraremos a cien g, ¿verdad? ¿Sabía que la aceleración del Sol sobre nosotros, aquí, cerca de la órbita de Marte, es sólo una trescienmilésima de eso? Tiene efectos mínimos en nuestro movimiento.
—Pero ¿qué hay con respecto al movimiento del Manna en su órbita mientras nos dirigimos hacia allí? También ha ignorado ese factor.
—Por dos razones. En primer lugar, el Manna está tan lejos que no se mueve muy rápido: sólo a medio kilómetro por segundo. Más importante que eso es que ignoramos hasta dónde llegó Lanhoff en su procesamiento del Manna. ¿Estará el cuerpo en su órbita original o ya habrá comenzado a moverse en dirección al Sol?
—No tengo ni idea.
—Yo tampoco. Lo único que podemos hacer es ir hasta allí y averiguarlo.
Miré el reloj. Había llegado el momento de ponernos en marcha.
—Ahora será mejor que nos vayamos despidiendo —proseguí—. Tendremos muchas oportunidades de conversar en las próximas semanas. Quizá demasiadas. Dentro de dos horas estaremos en camino. Entonces no podremos recibir señales del exterior hasta que no lleguemos al Halo y desconectemos la impulsión.
—¿Realmente? —Pareció sorprendido—. Pero ¿y las órdenes que recibamos de…?
—Bayes —lo llamaba suavemente Anna Griss desde el nivel inferior.
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