El Halo ha sido descrito y estudiado desde mediados del siglo xx, pero los intereses de Lanhoff eran otros: dividió el espacio vecino al Sol en regiones de diferentes distancias e inclinaciones con respecto al plano de la eclíptica, y examinó el porcentaje de diversos materiales orgánicos en cada región orbital. Naturalmente, teniendo un billón de objetos con qué trabajar, sólo pudo observar pequeñas muestras del total, pero aun así, el análisis le llevó ocho años. Y encontró algo nuevo y sorprendente. En una parte del Halo, que se extiende desde las 3.200 u. a. del Sol hasta las 4.000 quizá, la complejidad de compuestos químicos aumenta extraordinariamente. En lugar de hallar moléculas orgánicas simples como cianógeno, formaldehído y metano, su programa anunció que estaba encontrando compuestos más elaborados y polímeros complejos, macromoléculas, como cadenas de polisacáridos.
—¿Como qué? —Tuve que interrumpir las disquisiciones de Bayes porque la química orgánica no ocupa un lugar importante en la lista de prioridades de la preparación para controlar una nave espacial.
—Polímeros orgánicos —dijo McAndrew pensativamente. Había estado frunciendo mucho el ceño durante la última parte de la explicación de Bayes—. Cadenas de moléculas de glucosa que forman almidones y celulosa. —Se volvió a Bayes—. ¿Encontró Lanhoff alguna evidencia de que hubiera porfirinas o compuestos nitrogenados, como purinas y pirimidinas?
Bayes parpadeó.
—Parece como si estuviera ya al corriente de todo. ¿Se lo dijo Anna? Tenía entendido que el trabajo de Lanhoff debía mantenerse en secreto…
Sentí cierta simpatía por Bayes. Informar de algo a McAndrew resulta poco gratificante. Al final, él parece saber lo mismo que uno, y utilizarlo todavía mejor. Mac movía la cabeza, como intrigado.
—No nos mencionó nada de esto —dijo McAndrew—, pero lo sabía desde hace años. No el sitio concreto del Halo donde podría haber sustancias orgánicas complejas, pero sí el hecho de que pudiera haberlas. No es nada nuevo. Hoyle lo sugirió hace más de cien años. No veo por qué haya de mantenerse en secreto. Un descubrimiento de esta clase tendría que estar al alcance de todos.
—Existe una razón. Ya lo comprenderéis cuando conozcáis mejor a Anna Griss. — Bayes vio por primera vez el Hoatzin, que estaba a unos cientos de kilómetros de la nave en que viajábamos—. No conozco otra persona más trabajadora que ella, pero nadie la supera en ambición. Quiere tener en sus manos las riendas de todo el Consejo. Mañana mismo, si pudiera. Cuando Lanhoff se presentó ante ella con su propuesta, lo primero que hizo fue calificarla de proyecto confidencial.
—¿Nadie se le opuso? —pregunté.
—No. Inténtelo. No querrá hacerlo más de una vez. Hubo algunas murmuraciones, y eso fue todo. Por otra parte, Anna ofreció ciertos incentivos. Cree que esto la hará famosa y que podrá ascender a todo el personal del Departamento unas diez categorías en el escalafón administrativo.
—¿Sólo porque consigamos un poco más de información sobre la composición del Halo? No creo que tenga muchas posibilidades. —McAndrew dejó traslucir sus dudas con cierto desdén.
—No. —Bayes seguía mirando por el visor—. Lanhoff la persuadió de que poseía la única respuesta al problema alimentario del Sistema. Lo único que necesitaba era dinero y una nave, y permiso de la FUE para efectuar algunos cambios orbitales a ciertos cuerpos del Halo. ¡Dios mío! —Volvió la cabeza—. Esa es la nave más extraña que he visto en mi vida. ¿No iremos a rescatar a Lanhoff con eso, verdad?
La sugerencia de Lanhoff parecía razonable hasta que uno se sentaba a meditar sobre ella. En el Halo, donde el Sol apenas es una estrella bastante brillante, hay montañas de materia que vagan por el espacio, meciéndose en una débil corriente gravitacional. La mayoría de los cuerpos son fragmentos rocosos o congelados, hielos de agua y de amoníaco ligados a metales y silicatos. Pero muchos de ellos, en una región toroidal a quinientos mil millones de kilómetros de la Tierra, están formados por moléculas orgánicas complejas. Si Lanhoff estaba en lo cierto, allí se podía encontrar una interminable reserva de compuestos útiles: todos los materiales prebióticos a partir de los cuales resulta muy sencillo producir alimentos. Lo único que haría falta es calor, y cierta cantidad de enzimas adecuadas que actuarían como catalizadores. Podría conseguirse celulosa, polipéptidos, carotenoides y porfirinas en azúcares, almidones, proteínas y grasas comestibles. Y durante un millón de años, la provisión alimentaria de todo el Sistema quedaría asegurada y dejaría de ser un problema.
Pero meditad un momento. ¿Cómo se puede sembrar cien millones de mundos y convertirlos en gigantescas montañas de manjares teniendo en cuenta que el más cercano está a distancias impensables? ¿Cómo suminístrales calor? ¿Cómo enviarlos al Sistema cuando estén en condiciones de ser utilizados?
Si vosotros fueseis Arne Lanhoff, ninguna de estas preguntas os detendría. Las enzimas necesarias se encuentran disponibles en pequeñas cantidades en el Sistema Interior; cuando un cuerpo es sembrado y se le aplica calor procedente de un reactor de fusión, la producción de enzimas prosigue a paso de gigante. Para comenzar, bastaría con unos cientos de miles de toneladas de las enzimas adecuadas, y el resto se produciría donde se asegurara la provisión de materias primas. La clase de enzimas requeridas para partir cadenas de polímeros es bien conocida, pero la única nave que puede transportar semejante carga posee una aceleración máxima, de corta duración, de sólo dos décimas de g. Estupendo. Proyectar un viaje al Halo lleva un par de años, y otros dos años ir de un cometa al siguiente para introducir las enzimas y efectuar los ajustes orbitales necesarios. Los motores de impulso constante que deberán acoplarse a cada cuerpo añadirán dos millones de toneladas a la carga inicial de la nave. Estupendo. Y los reactores térmicos que entibiarán los interiores congelados agregarán otro millón de toneladas. No os preocupéis. Para un proyecto de semejante importancia, el Consejo de Alimentos y Energía encontrará el dinero y los equipos necesarios.
Cuando Will Bayes describió el plan para situar los cuerpos sembrados en órbitas radiales que los condujesen hacia el Sol, McAndrew movió la cabeza.
—¿Sabes cuánto costará detener a cada uno de ellos? Será como tratar de frenar miles de millones de toneladas a dos mil kilómetros por segundo.
—Arne Lanhoff lo sabía antes de partir. Planeaba darles una impulsión suficiente para acercarlos hasta el Sistema Interior en veinte años. Para entonces, la acción del calor ya habría alterado el contenido. —Bayes sonrió satisfecho—. Estaba seguro de que vosotros encontraríais el modo de interceptarlos y detenerlos. Es la clase de desafío que fascina a vuestro grupo.
—¡Desafío! ¡Hay que estar loco! —Pero dos minutos más tarde McAndrew estaba a kilómetros de distancia, trabajando en su nuevo acertijo. Arne Lanhoff lo conocía bastante bien.
La nave de Lanhoff había partido del Sistema cuatro años atrás, sin publicidad ni fanfarrias. El Star Harvester era una impresionante serie de esferas de carga conectadas mediante acoplamientos electromagnéticos. Cada sección tenía una unidad de impulsión independiente alimentada por su propio kernel. Era bastante parecida al Ensamble que piloto en mis viajes de la Tierra a Titán, y me alegró saber que no tendría problemas en conducir la nave si había necesidad.
Lo cual era muy probable. El Departamento de Alimentos había recibido frecuentes comunicaciones del Star Harvester durante el largo viaje de ida, de dos años terrestres. La nave era demasiado lenta para que el tiempo a abordo se redujera perceptiblemente. Lanhoff había llegado por fin a su primer destino: un cuerpo de quince kilómetros de diámetro, de hielo y materia orgánica. Lanhoff denominó oficialmente Cornucopia al objeto. Introdujo la carga de enzimas, la caldera de fusión y el impulsor, y luego lo puso en marcha hacia el Sol. Sin el impulsor, vagaría durante milenios. Con la pequeña ayuda de impulso continuo, el Cornucopia cruzaría la órbita de Júpiter en dieciséis años. Para entonces, sería una masa fértil provista de las materias primas esenciales para la nutrición, que bastaría para alimentar al Sistema durante cinco años.
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