– Como quiera -dijo Lam-. No me importa lo que diga si me trae un abogado.
– Muy bien, pues empecemos por la escena del crimen. Había unas cuantas cosas que me inquietaron desde el principio. Una era que el señor Li tenía la pistola debajo del mostrador y no tuvo ocasión de sacarla. Otra era que no había heridas en la cabeza. Al señor Li le dispararon tres veces en el pecho y eso fue todo. Ningún disparo en la cara.
– Muy interesante -dijo Lam con sarcasmo.
Bosch no le hizo caso.
– ¿Y sabe lo que me dice todo esto? Me dice que Li probablemente conocía a su asesino y que no se sintió amenazado. También que era una cuestión de negocios. No era venganza, no era personal; sólo negocios.
Bosch cogió la caja y sacó la tapa. Buscó en el interior la bolsa de plástico de pruebas que contenía el casquillo encontrado en la garganta de la víctima. Lo arrojó en la mesa, delante de Lam.
– Aquí está, Eugene. ¿Se acuerda de que lo buscó? Pasó al otro lado del mostrador, movió el cuerpo, preguntándose qué demonios había pasado con el casquillo. Pues aquí está. Es el único error que hace que todo le caiga encima.
Hizo una pausa mientras Lam miraba el casquillo y el miedo se alojaba permanentemente en sus ojos.
– Nunca hay que dejar atrás un soldado. ¿No es la regla del que dispara? Pero usted lo hizo. Dejó atrás un soldado y eso nos llevó hasta su puerta.
Bosch cogió la bolsa y la sostuvo entre los dedos.
– Había una huella en el casquillo, Eugene. La hemos conseguido con una cosa llamada potenciación electrostática, PE. Es una ciencia nueva para nosotros. La huella que hemos conseguido pertenece a su antiguo compañero de piso, Henry Lau. Nos llevó a Henry, que se mostró muy dispuesto a colaborar. Dijo que la última vez que disparó y volvió a cargar la pistola fue en una galería de tiro hace ocho meses. Su huella dactilar estuvo todo este tiempo en el casquillo.
Harry cogió la caja y sacó la pistola de Henry Lau, que aún estaba en la bolsa de fieltro negro. Sacó el arma y la dejó sobre la mesa.
– Fuimos a ver a Henry y nos dio el arma. La verificamos en balística ayer y sí, es nuestra arma homicida. Es la pistola que mató a John Li en Fortune Liquors el 8 de septiembre. El problema es que Henry Lau tiene una coartada sólida para la hora de los disparos: estaba en una habitación con otras trece personas. Tiene incluso a Matthew McConaughey como testigo de coartada. Luego, además de eso, nos dijo que no ha prestado su pistola a nadie.
Bosch se recostó y se rascó la barbilla con la mano, como si todavía estuviera tratando de entender cómo la pistola terminó usándose para matar a John Li.
– Maldita sea, era un gran problema, Eugene. Pero luego, por supuesto, tuvimos suerte. Las buenas personas muchas veces tenemos suerte. Usted nos dio suerte, Eugene. -Hizo una pausa para causar efecto y luego asestó el golpe final-. Ya ve, el que usó la pistola de Henry para matar a John Li la limpió y volvió a cargarla después para que Henry nunca supiera que habían usado su arma para matar a un hombre. Era un buen plan, pero cometió un error. -Bosch se inclinó sobre la mesa y miró a Lam a los ojos. Giró la pistola en la mesa para que el cañón apuntara al pecho del sospechoso-. Una de las balas que volvió a colocar en el cargador tenía una huella legible de pulgar. De su pulgar, Eugene. La comparamos con la huella que le tomaron cuando cambió su licencia de conducir de Nueva York a California.
Los ojos de Lam lentamente se alejaron de Bosch por la mesa.
– Todo esto no significa nada -dijo. Había poca convicción en su voz.
– ¿No? -respondió Bosch-. ¿En serio? No lo sé. Yo creo que significa mucho, Eugene. Y el fiscal que está al otro lado de la cámara piensa lo mismo. Dice que suena a portazo de prisión, con usted en el peor lado.
Bosch cogió la pistola y la bolsa con el casquillo y volvió a ponerlos en la caja. La cogió con las dos manos y se levantó.
– Así que ahí estamos, Eugene. Piense en todo eso mientras espera a su abogado.
Bosch se movió despacio hacia la puerta. Esperaba que Lam le pidiera que parara y volviera, que quería hacer un trato. Pero el sospechoso no dijo nada. Harry se puso la caja bajo un brazo, abrió la puerta y salió.
Bosch llevó la caja a su cubículo y la dejó caer pesadamente en la mesa. Miró al cubículo de su compañero para asegurarse de que aún estaba vacío. Ferras se había quedado en el valle de San Fernando para vigilar a Robert Li. Si se enteraba de que Lam estaba detenido y posiblemente hablando, tal vez intentara huir. A Ferras no le había gustado el encargo de hacer de niñera, pero a Bosch no le importaba. Ignacio se había desplazado a la periferia de la investigación y allí iba a quedarse.
Enseguida entraron en el cubículo Chu y Gandle, que habían vigilado la jugada de Bosch con Lam desde el otro lado de la cámara, en la sala de vídeo.
– Te dije que era una mano débil -dijo Gandle-. Sabemos que es un chico listo. Tenía que llevar guantes cuando recargó el arma. Una vez ha sabido que estabas jugando con él, hemos perdido.
– Bueno -dijo Bosch-. Creíamos que era lo mejor que teníamos.
– Yo estoy de acuerdo -dijo Chu, mostrando su apoyo a Bosch.
– Vamos a tener que soltarlo -dijo Gandle-. Sabemos que tuvo la oportunidad de coger el arma, pero no tenemos ninguna prueba de que lo hiciera. La oportunidad no basta. No puedes ir al tribunal sólo con eso.
– ¿Es lo que ha dicho Cook?
– Eso era lo que estaba pensando.
Abner Cook era el ayudante del fiscal que había ido a observar en la sala de vídeo.
– ¿Dónde está, por cierto?
Como para responder por sí mismo, Cook gritó el nombre de Bosch desde el otro lado de la sala de brigada.
– ¡Vuelva aquí!
Bosch se enderezó y miró por encima de la mampara. Cook estaba haciéndole ostentosamente señas desde la puerta de la sala de vídeo. Harry se levantó y empezó a caminar hacia él.
– Le está llamando -dijo Cook-. ¡Vuelva ahí!
Bosch aceleró el paso y cruzó la puerta de la sala de interrogatorios, luego frenó y recobró la compostura antes de abrir la puerta para entrar con mucha calma.
– ¿Qué pasa? -dijo-. Llamamos a su abogado y está en camino.
– ¿Y el trato? ¿Sigue en pie?
– De momento. El fiscal está a punto de irse.
– Que venga. Quiero el trato.
Bosch entró del todo y cerró la puerta.
– ¿Qué vas a darnos, Eugene? Si quieres hacer un trato, he de saber qué ofreces. Llamaré al fiscal cuando sepa qué hay sobre la mesa.
Lam asintió.
– Le daré a Robert Li… y a su hermana. Todo el plan fue de ellos. El viejo era tozudo y no quería cambiar. Necesitaban cerrar esa tienda y abrir otra en el valle, una que diera dinero. Pero el viejo dijo que no. Siempre decía que no y al final Rob no aguantó más.
Bosch se sentó, tratando de ocultar su sorpresa sobre la implicación de Mia.
– ¿Y la hermana formaba parte de esto?
– Fue ella la que lo planeó. Salvo…
– ¿Salvo qué?
– Quería que los matara a los dos: a la madre y al padre. Quería que llegara antes y los matara a los dos. Pero Robert me dijo que no; no quería hacer daño a su madre.
– ¿De quién fue la idea de que pareciera obra de la tríada?
– Fue idea de Mia y luego Robert lo planeó. Sabían que la policía se lo tragaría.
Bosch asintió. Apenas conocía a Mia, pero sabía lo suficiente de su historia para sentirse triste por todo ello.
Levantó la vista a la cámara del techo, esperando que su mirada enviara a Gandle el mensaje de que había que poner a alguien a localizar a Mia Li para que los equipos de detención actuaran simultáneamente.
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