Se había ido y Bosch notó que de repente se abría una fisura en su hipótesis del caso.
– Harry, ¿vas a venir?
Levantó la mirada y salió del cubículo. Gandle le estaba llamando desde la puerta de la sala de reuniones. Bosch señaló al teléfono y negó con la cabeza. Gandle no se conformó. Salió de la sala de reuniones y se acercó al cubículo de Bosch.
– Mira, están cerrando esto -dijo con urgencia-. Has de ir allí y terminarlo.
– Mi abogado puede ocuparse. Acabo de recibir la llamada.
– ¿Qué llamada?
– La que lo cambia…
– ¿Harry?
Era Sopp, de nuevo en la línea. Bosch tapó el auricular.
– He de atenderla -le dijo a Gandle. Luego soltó la mano y habló al teléfono-: Teri, dame el nombre.
Gandle negó con la cabeza y volvió a entrar en la sala de reuniones.
– No es el nombre que mencionaste. Es Henry Lau, ele, a, u. Fecha de nacimiento 9-9-82.
– ¿Por qué está en el ordenador?
– Lo detuvieron por conducir bajo los efectos del alcohol hace dos años en Venice.
– ¿Es lo único que tiene?
– Sí. Aparte de eso está limpio.
– ¿Y una dirección?
– La dirección de su carnet de conducir es el 18 de Quarterdeck en Venice. Unidad once.
Bosch copió la información en su libreta de bolsillo.
– Vale, y esta huella que habéis sacado es sólida, ¿no?
– Sin duda, Harry. Salió brillando como un árbol de Navidad. Esta tecnología es asombrosa. Va a cambiar cosas.
– ¿Y pretenden usarlo como caso de prueba para California?
– No me adelantaría a los acontecimientos. Mi supervisor quiere ver primero cómo funciona en tu caso, si este tipo es tu asesino y qué otras pruebas hay. Estamos buscando un caso en el que la tecnología sea una pieza más en la acusación.
– Bueno, lo sabrás en cuanto lo sepa yo, Teri. Gracias. Vamos a actuar ahora mismo.
– Buena suerte, Harry.
Bosch colgó. Primero miró por encima de la mampara hacia la sala de reuniones. Las persianas venecianas estaban bajadas, pero abiertas. Vio que Haller hacía un gesto hacia los dos hombres de Hong Kong. Bosch miró el cubículo de su compañero una vez más, pero seguía vacío. Tomó una decisión y volvió a levantar el teléfono.
David Chu estaba en la oficina de la UBA y contestó la llamada de Bosch. Harry lo puso al corriente del último elemento de información obtenido del Laboratorio de Huellas y le pidió que buscara el nombre de Henry Lau en los archivos de la tríada. Entre tanto, dijo Bosch, él pasaría a recogerlo.
– ¿Adónde vamos? -preguntó Chu.
– Vamos a encontrar a este tipo.
Bosch colgó y se dirigió a la sala de reuniones, no para participar en lo que se estaba discutiendo, sino para informar a Gandle de lo que parecía un punto de inflexión en el caso.
Cuando abrió la puerta, Gandle puso su expresión de «ya era hora». Bosch le hizo una seña para que saliera.
– Harry, estos hombres querrían hacerte unas preguntas -dijo Gandle.
– Tendrán que esperar. Tenemos una pista en el caso Li y hemos de irnos. Ahora.
Gandle se levantó y empezó a salir hacia la puerta.
– Harry, creo que puedo ocuparme de esto -dijo Haller desde su asiento-. Pero hay una cuestión que has de responder.
Bosch lo miró y Haller asintió, lo cual significaba que la pregunta que quedaba era segura.
– ¿Qué?
– ¿Quieres que transporten el cadáver de tu ex mujer a Los Ángeles?
La pregunta dio que pensar a Bosch. La respuesta inmediata era un sí, pero vaciló al sopesar las consecuencias que tendría en su hija.
– Sí -dijo al fin-. Que la envíen.
Dejó que Gandle saliera y cerró la puerta.
– ¿Qué ha ocurrido? -preguntó Gandle.
Chu estaba esperando en la puerta del edificio de la UBA cuando Bosch llegó. Llevaba un maletín, lo cual hizo pensar a Harry que había encontrado alguna información sobre Henry Lau. Subieron al coche y Bosch arrancó.
– ¿Empezamos por Venice? -preguntó Chu.
– Exacto. ¿Qué has encontrado sobre Lau?
– Nada.
Bosch volvió a mirarlo.
– ¿Nada?
– Por lo que sabemos, está limpio. No he visto su nombre en ninguna parte en nuestros archivos de inteligencia. También he hablado con alguna gente y he hecho algunas llamadas. Nada. Por cierto, he impreso la foto de su carnet de conducir.
Se agachó, abrió el maletín y sacó la impresión en color de la foto de Lau. Se la pasó a Bosch, que hurtó miradas rápidas mientras conducía. Se incorporaron a la 101 en la entrada de Broadway y tomaron la 110. Las autovías estaban congestionadas en el centro.
Lau había sonreído a cámara. Tenía una cara fresca y un corte de pelo con estilo. Era difícil relacionar aquel rostro con la tríada, y aún más con el asesinato a sangre fría del dueño de una tienda de licores. La dirección en Venice tampoco encajaba.
– También he comprobado en la Agencia de Alcohol, Tabaco y Armas. Henry Lau es el dueño registrado de una Glock 19 de nueve milímetros. No sólo la cargó, sino que es el dueño.
– ¿Cuándo la compró?
– Hace seis años, el día que cumplió veintiuno.
Para Bosch significaba que se estaban acercando. Lau era el dueño del arma adecuada y el hecho de que la hubiera comprado en cuanto tuvo la edad legal indicaba que probablemente hacía mucho que deseaba adquirirla. Eso lo convertía en un viajero en el mundo que Bosch conocía. Su relación con John Li y Bo-jing Chang se haría evidente una vez que lo detuvieran y empezaran a desmenuzar su vida.
Conectaron con la 10 y se dirigieron al oeste, hacia el Pacífico. El teléfono de Bosch sonó y respondió sin mirar, esperando que fuera Haller con la noticia de que la reunión con los detectives de Hong Kong había acabado.
– Harry, soy la doctora Hinojos. Le estamos esperando.
Bosch lo había olvidado. Llevaba más de treinta años moviéndose durante una investigación cuando era el momento de hacerlo. Nunca había tenido que pensar en nadie más.
– Oh, doctora. Lo siento mucho. Me he… Voy de camino a detener a un sospechoso.
– ¿Qué quiere decir?
– Tenemos una pista y he tenido… ¿Hay alguna posibilidad de que Maddie se quede con usted un poco más?
– Bueno, esto es… Supongo que puede quedarse aquí. Sólo tengo que hacer trabajo administrativo el resto del día. ¿Está seguro de que es lo que quiere hacer?
– Mire, sé que está mal y quedo fatal. Acaba de llegar, la dejo con usted y la olvido. Pero este caso es la razón de que ella esté aquí. He de hacerlo. Voy a detener a ese tipo si está en casa y lo llevaré al centro. La llamaré entonces y pasaré a buscarla.
– Vale, Harry. Puedo usar el tiempo extra con ella. Usted y yo también vamos a tener que encontrar tiempo para hablar.
– Vale, lo haremos. ¿Está Maddie ahí? ¿Puedo hablar con ella?
– Espere.
Al cabo de un momento, Maddie se puso.
– ¿Papá? -Con esa palabra impartía todos los mensajes: sorpresa, decepción, incredulidad, terrible chasco.
– Lo sé, peque. Lo siento. Ha surgido algo y tengo que ocuparme. Quédate con la doctora Hinojos y llegaré lo antes posible.
– De acuerdo.
Una doble dosis de decepción. Bosch temía que no sería la última vez.
– Vale, Mad. Te quiero.
Cerró el teléfono y lo apartó.
– No quiero hablar del tema -dijo antes de que Chu pudiera hacerle una pregunta.
– Vale.
El tráfico se aligeró y llegaron a Venice en menos de media hora. Por el camino, Bosch atendió otra llamada, la de Haller. Le dijo a Harry que la policía de Hong Kong no volvería a molestarle.
– ¿Se acabó?
– Estarán en contacto por el cuerpo de tu ex mujer, pero es todo. Van a abandonar cualquier investigación sobre tu participación en esto.
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