Bosch vio que los dos detectives de Hong Kong se echaban físicamente hacia atrás cuando Haller gritó la última palabra. Luego el abogado continuó en un tono calmado y bien modulado de tribunal.
– Veamos, somos conscientes de que desean saber qué ocurrió, que han de completar informes y que hay supervisores que deben ser informados. Pero han de preguntarse seriamente si están tomando el camino adecuado. -Otra pausa-. Lo que pasó en Hong Kong ocurrió porque su departamento falló a esta menor estadounidense y a esta familia. Y si ahora van a sentarse a analizar qué acciones llevó a cabo el detective Bosch porque su departamento no supo actuar adecuadamente; si están buscando un chivo expiatorio para llevarse a Hong Kong, no van a encontrarlo aquí. No vamos a cooperar. No obstante, tengo a alguien que podría estar interesado en hablar de todo esto. Podemos empezar con él.
Haller sacó una tarjeta del bolsillo de la camisa y la deslizó hacia ellos por encima de la mesa. Wu la cogió y la examinó. El abogado se la había mostrado antes a Bosch. Era la tarjeta de un periodista del Los Angeles Times .
– Jock Mikeevoy -leyó Lo-. ¿Tiene información sobre esto?
– Es Jack McEvoy. Y ahora no tiene ninguna información, pero estará muy interesado en una historia como ésta.
Todo formaba parte del plan. Haller estaba marcándose un farol. La verdad era, y Bosch lo sabía, que a McEvoy lo habían echado del Times seis meses antes. Haller había sacado la vieja tarjeta de una pila que guardaba unida por una goma en su Lincoln.
– Ahí es donde empezará -dijo Haller con calma-. Y creo que será una gran historia. Niña de trece años secuestrada en Hong Kong por sus órganos y la policía no hace nada. Sus padres se ven obligados a actuar y la madre es asesinada cuando trata de salvar a su hija. A partir de ahí saltará a escala internacional. Todos los periódicos y canales de televisión del mundo querrán una parte de esta historia. Harán una película de Hollywood. ¡Y la dirigirá Oliver Stone!
Haller abrió la carpeta que había llevado a la reunión. Contenía las historias de noticias que había impreso en el coche tras una búsqueda en Internet. Pasó las copias por la mesa a Wu y Lo. Se acercaron para compartirlas.
– Y finalmente, lo que tienen ahí es un dossier de artículos de periódico que proporcionaré al señor McEvoy y a otros periodistas que me lo pidan a mí o al detective Bosch. Estos artículos documentan el reciente crecimiento del mercado negro de órganos humanos en China. Se dice que la lista de espera de China es la más larga del mundo, y algunos informes hablan de hasta un millón de personas que aguardan un órgano. No ayuda que hace unos años, y bajo la presión del resto del mundo, el Gobierno chino prohibiera el uso de órganos de prisioneros ejecutados; eso sólo aumentó la demanda y el valor de órganos humanos en el mercado negro. Estoy seguro de que con estos artículos de periódicos muy reputados, incluido el Beijing Review , verán adónde irá a parar el señor McEvoy con su artículo. Depende de ustedes decidir ahora si es lo que quieren que ocurra aquí.
Wu se volvió para poder susurrar rápido en chino al oído de Lo.
– No hace falta que susurren, caballeros -dijo Haller-. No les entendemos.
Wu se enderezó.
– Nos gustaría hacer una llamada telefónica privada antes de continuar la entrevista -dijo.
– ¿A Hong Kong? -preguntó Bosch-. Son las cinco de la mañana allí.
– No importa -dijo Wu-. Debo hacer la llamada, por favor.
Gandle se levantó.
– Pueden usar mi despacho. Tendrán intimidad.
– Gracias, teniente.
Los investigadores de Hong Kong se levantaron para salir.
– Una última cosa, caballeros -dijo Haller.
Lo miraron con una expresión de «¿y ahora qué?» escrita en el rostro.
– Sólo quiero que sepan ustedes y la persona a la que vayan a llamar que también estamos muy preocupados por la situación de Sun Yee en este asunto. Queremos que sepan que vamos a ponernos en contacto con el señor Sun Yee y que si no lo encontramos o si averiguamos que ha tenido cualquier clase de impedimento a su libertad personal, también llevaremos este asunto ante la corte de la opinión pública. -Haller sonrió e hizo una pausa antes de continuar-. Es un acuerdo global, caballeros. Díganle eso a su gente.
Haller movió la cabeza, manteniendo todo el tiempo la sonrisa y contradiciendo con su expresión la amenaza obvia. Wu y Lo asintieron: habían comprendido el mensaje. Salieron con Gandle de la sala de reuniones.
– ¿Qué opinas? -preguntó Bosch a Haller cuando estuvieron solos-. ¿Estamos a salvo?
– Sí, eso creo -dijo Haller-. Creo que el problema ha terminado. Lo que ocurrió en Hong Kong se queda en Hong Kong.
Bosch decidió no esperar en la sala de reuniones al regreso de los detectives de Hong Kong. Continuaba molesto por el altercado verbal que había tenido con su compañero el día anterior y fue a la sala de brigada para tratar de encontrar a Ferras.
Sin embargo, Ferras no estaba y Bosch se preguntó si habría salido a comer de manera intencionada para evitar otra confrontación. Harry entró en su propio cubículo para ver si tenía en el escritorio sobres interoficinas u otros mensajes. No había nada, pero vio una luz roja parpadeante en su teléfono: tenía un mensaje. Aún estaba acostumbrándose a mirar su línea de teléfono para comprobar si había. En la sala de brigada del Parker Center, el equipamiento era anticuado y no había buzones de voz personales; todos los mensajes iban a una línea central controlada por la secretaria de brigada. Después ella anotaba los que iban a los buzones o se dejaban encima de los escritorios. Si la llamada era urgente, la secretaria localizaba personalmente al detective mediante el busca o el móvil.
Bosch se sentó y marcó su código en el teléfono. Tenía cinco mensajes. Los tres primeros eran llamadas de rutina de otros casos. Tomó unas pocas notas en una libreta de escritorio y los borró. El cuarto lo había dejado la noche anterior el detective Wu, del Departamento de Policía de Hong Kong. Acababa de aterrizar y de instalarse en un hotel y quería concertar una entrevista. Bosch lo borró.
El quinto mensaje era de Teri Sopp, de Huellas. Lo había dejado a las nueve y cuarto de esa mañana, justo en el momento en que Bosch estaba abriendo la caja plana que contenía el nuevo ordenador de su hija.
– Harry, hicimos la mejora electrostática en el casquillo que me diste. Hemos encontrado una huella y aquí todos están muy excitados. También hemos conseguido un resultado en el ordenador del Departamento de Justicia, así que llámame lo antes posible.
Al llamar a Huellas, Bosch miró sobre la pared de su cubículo y vio a Gandle escoltando a los dos detectives de Hong Kong de nuevo a la sala de reuniones. Le hizo un gesto con el brazo a Bosch para que también volviera. Bosch levantó un dedo, diciéndole que necesitaba un minuto.
– Huellas -dijo alguien al otro lado del teléfono.
– Quiero hablar con Teri, por favor.
Esperó otros diez segundos con excitación creciente. Habían soltado a Bo-jing Chang y por lo que Bosch sabía posiblemente ya estaba en Hong Kong. Aun así, si su huella dactilar se hallaba en el casquillo de una de las balas que había matado a John Li, la cosa cambiaba. Era una prueba directa que lo relacionaría con el asesinato. Podrían acusarlo y solicitar una orden de extradición.
– Soy Teri.
– Hola, soy Harry Bosch. Acabo de recibir tu mensaje.
– Me preguntaba dónde estabas. Hemos conseguido un resultado en tu casquillo.
– Es fantástico. ¿Bo-jing Chang?
– Estoy en el laboratorio. Déjame ir al escritorio. Era un nombre chino, pero no el que estaba en la tarjeta que me dio tu compañero. Esas huellas no coincidían. Te pongo la llamada en espera.
Читать дальше