– ¡Oh, Dios mío! ¿Cuándo ocurrió?
– Este fin de semana.
– ¡Oh, Harry!
– Sí, fatal. Necesita hablar con alguien además de conmigo. Quiero que sea con usted, doctora.
Otra pausa y de nuevo Bosch la dejó pasar. No tenía mucho sentido insistir con Hinojos. Bosch lo sabía por propia experiencia.
– Supongo que podría verla fuera de horas. ¿Ha pedido hablar con alguien?
– No, pero le he dicho que quería que lo hiciera y no ha protestado. Creo que usted le caerá bien. ¿Cuándo podría verla?
Bosch estaba insistiendo y lo sabía. Pero era por una buena causa.
– Bueno, tengo un rato hoy -dijo Hinojos-. Podría verla después de comer. ¿Cómo se llama?
– Madeline. ¿A qué hora?
– ¿Puede venir a la una?
– Claro. ¿Puedo llevarla allí o habrá algún problema?
– Aquí está bien. No lo registraré como sesión oficial.
El teléfono de Bosch pitó otra vez. Esta vez lo apartó para ver la identificación de llamada. Era el teniente Gandle.
– Vale, doctora -replicó Bosch-. Gracias.
– Me gustaría verle a usted también. Quizás usted y yo tendríamos que hablar. Sé que su ex mujer aún significaba mucho para usted.
– Ocupémonos de mi hija primero; luego podremos ocuparnos de mí. La dejaré allí y me iré, a lo mejor daré un paseo hasta Philippe’s o algo así.
– Hasta luego pues, Harry.
Bosch colgó y miró a ver si Gandle había dejado un mensaje. No había nada. Volvió a entrar y vio que su hija ya estaba montando la estructura principal del escritorio.
– Guau, niña, sabes lo que haces.
– Es muy fácil.
– A mí no me lo parece.
Acababa de sentarse en el suelo cuando el teléfono empezó a sonar en la cocina. Se levantó y corrió hacia él. Era un viejo teléfono montado en la pared sin identificador de llamada.
– Bosch, ¿qué estás haciendo?
Era el teniente Gandle.
– Le he dicho que me tomaba unos días.
– Necesito que vengas y traigas a tu hija.
Bosch estaba mirando el fregadero vacío.
– ¿A mi hija? ¿Para qué?
– Porque hay aquí dos tipos del Departamento de Policía de Hong Kong sentados en la oficina del capitán Dodds y quieren hablar contigo. No me dijiste que tu ex mujer había muerto, Harry. No me dijiste nada de todos los cadáveres que dicen que has dejado a tu paso allí.
Bosch hizo una pausa mientras sopesaba sus opciones.
– Dígales que estaré allí a la una y media -dijo al fin.
La respuesta de Gandle fue brusca.
– ¿A la una y media? ¿Para qué necesitas tres horas? Ven aquí ahora.
– No puedo, teniente. Les veré a la una y media.
Bosch colgó el teléfono y sacó el móvil del bolsillo. Sabía que la policía de Hong Kong llegaría antes o después, y ya tenía un plan sobre lo que tenía que hacer.
La primera llamada que hizo fue a Sun Yee. Sabía que era tarde en Hong Kong, pero no podía esperar. El teléfono sonó ocho veces y saltó un mensaje.
– Soy Bosch. Llámame cuando oigas esto.
Bosch colgó y se quedó un buen rato mirando el teléfono. Estaba preocupado. Era la una y media de la mañana en Hong Kong. No esperaba que Sun Yee estuviera alejado de su teléfono, a menos que no fuera por decisión propia.
Repasó la lista de contactos de su teléfono y encontró un número que no había usado en al menos un año.
Marcó el número y esta vez obtuvo una respuesta inmediata.
– Mickey Haller.
– Soy Bosch.
– ¿Harry? No pensaba…
– Creo que necesito un abogado.
Hubo una pausa.
– Vale, ¿cuándo?
– Ahora mismo.
Gandle salió como una exhalación de su despacho en el momento en que vio a Bosch entrando en la sala de la brigada.
– Bosch, te dije que vinieras aquí enseguida. ¿Por qué no has contestado…?
Se detuvo cuando vio quién entraba detrás de Bosch. Mickey Haller era un famoso abogado defensor. No había ningún detective en Robos y Homicidios que no lo conociera al menos de vista.
– ¿Es tu abogado? -dijo Gandle con expresión de asco-. Te he dicho que trajeras a tu hija, no a tu abogado.
– Teniente -dijo Bosch-, dejemos algo claro desde el principio: mi hija no forma parte de esta ecuación. El señor Haller está aquí para asesorarme y ayudarme a explicar a los hombres de Hong Kong que no cometí ningún crimen mientras estuve en la ciudad. Bueno, ¿me los va a presentar o he de hacerlo yo mismo?
Gandle vaciló, pero acabó cediendo.
– Por aquí.
El teniente los condujo a la sala de reuniones que estaba al lado de la oficina del capitán Dodds. Allí había dos hombres de Hong Kong esperando. Se levantaron cuando llegó Bosch y le dieron sus tarjetas. Alfred Lo y Clifford Wu. Ambos eran de la Unidad de Tríadas del Departamento de Policía de Hong Kong.
Bosch le presentó a Haller y le dieron tarjetas también a él.
– ¿Necesitamos un traductor, caballeros? -preguntó Haller.
– No -dijo Wu.
– Bueno, es un comienzo. ¿Por qué no nos sentamos y discutimos este asunto?
Todos, Gandle incluido, tomaron asiento en torno a la mesa de reuniones. Haller habló primero:
– Dejen que empiece diciendo que mi cliente, el detective Bosch, no renuncia en este momento a ninguno de sus derechos garantizados por la Constitución. Estamos en suelo americano y eso significa, caballeros, que no tiene obligación de hablar con ustedes. No obstante, también es detective y sabe a qué se enfrentan ustedes dos día a día. En contra de mi consejo, desea hablar con ustedes. Así que vamos a hacerlo de la siguiente manera: podrán hacer preguntas y él tratará de responderlas si yo lo considero oportuno. No habrá grabación de esta sesión, pero pueden tomar notas si lo desean. Esperamos que, cuando esta conversación termine, ustedes dos se marchen con una mejor comprensión de los sucesos de este pasado fin de semana en Hong Kong. Pero una cosa que está clara es que no se van a ir con el detective Bosch. Su cooperación en este asunto finaliza cuando concluya esta reunión.
Haller puntuó este primer aldabonazo con una sonrisa.
Antes de entrar en el Edificio de Administración de Policía, Bosch se había reunido con Haller durante casi una hora en el asiento trasero del Lincoln Town Car del abogado. El vehículo estaba aparcado en el parque canino próximo a Franklin Canyon y podían ver a la hija de Harry paseando y cuidando de los perros más sociables mientras ellos hablaban. Cuando terminaron llevaron a Maddie a su sesión con la doctora Hinojos y se dirigieron al EAP.
No estaban actuando en completo acuerdo, pero habían forjado una estrategia. Una rápida búsqueda en Internet en el portátil de Haller incluso les había proporcionado material de apoyo. Habían llegado preparados para defender el caso de Bosch ante los hombres de Hong Kong.
Como detective, Bosch caminaba por una cornisa. Quería que sus colegas del otro lado del Pacífico supieran lo que había ocurrido, pero no iba a ponerse en peligro él, ni tampoco a su hija ni a Sun Yee. Creía que todas sus acciones en Hong Kong estaban justificadas. Le dijo a Haller que había estado en situaciones de matar o morir iniciadas por otros, y eso incluía su encuentro con el encargado del hotel en Chungking Mansions. En todos los casos había salido victorioso. Eso no era ningún crimen. Al menos para él.
Lo sacó papel y bolígrafo y Wu planteó la primera pregunta, revelando que era el hombre al mando.
– Mi primera pregunta es: ¿por qué fue a Hong Kong en un viaje tan corto?
Bosch se encogió de hombros como si la respuesta fuera obvia.
– Para traer a mi hija aquí.
– El sábado por la mañana su ex esposa informó a la policía de la desaparición de su hija -dijo Wu.
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