Su hija se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja y contempló la vista durante unos momentos antes de responder.
– Supongo que estaría bien.
– Pues perfecto, eso haremos. Llamaré por la mañana y lo arreglaré.
«Problema resuelto», pensó Bosch.
– Papá.
– ¿Qué, peque?
– He oído lo que decías por teléfono.
Se quedó de piedra.
– Lo siento. Trataré no usar esa clase de lenguaje más. Y nunca cerca de ti.
– No, no me refería a eso. Me refiero a cuando estabas aquí. Lo que dijiste de que iban a venderme por mis órganos. ¿Es verdad?
– No lo sé, cielo. No sé cuál era el plan exacto.
– Quick me sacó sangre. Dijo iba a mandártela para que pudieras comprobar mi ADN y que supieras que me habían secuestrado de verdad.
Bosch asintió.
– Sí, bueno, te estaba mintiendo. El vídeo que envió era suficiente para convencerme. La sangre no era necesaria. Te estaba mintiendo, Mad. Te traicionó y tuvo lo que merecía.
Maddie se volvió inmediatamente hacia él y Bosch se dio cuenta de que había resbalado otra vez.
– ¿Qué quieres decir? ¿Qué le pasó?
Bosch no quería mentir a su hija. También sabía que Maddie obviamente se preocupaba por la hermana de Quick, y quizá también por éste. Probablemente todavía no comprendía el alcance de su traición.
– Está muerto.
Se quedó sin respiración y se llevó las manos a la boca.
– ¿Lo ma…?
– No, Maddie, no fui yo. Lo encontré muerto al mismo tiempo que encontré tu teléfono. Supongo que en cierto modo te gustaba, lo siento. Pero te traicionó, peque, y he de decírtelo: puede que lo hubiese hecho yo mismo si lo hubiera encontrado vivo. Vamos adentro.
Bosch se volvió de la barandilla.
– ¿Y He?
Bosch se detuvo y se volvió a mirarla.
– No lo sé.
Se acercó a la puerta y entró. Allí estaba: había mentido a su hija por primera vez. Lo hizo por ahorrarle más dolor, pero no importaba. Ya sentía que estaba empezando a deslizarse por la pendiente.
A las once de la mañana del lunes, Bosch se hallaba a las puertas de los calabozos del centro de la ciudad, esperando a que pusieran en libertad a Bo-jing Chang. No estaba seguro de adónde ir ni de qué decirle al asesino cuando saliera por aquella puerta como un hombre libre, pero sabía que no podía dejar pasar el momento. Si la detención de Chang había sido el desencadenante de todo lo que había ocurrido en Hong Kong -incluida la muerte de Eleanor Wish-, Bosch no podría vivir consigo mismo si no se enfrentaba al hombre cuando tenía la oportunidad.
Su teléfono sonó en el bolsillo y estuvo tentado de no responder por no arriesgarse a perderse a Chang, pero vio en la pantalla que era el teniente Gandle. Atendió la llamada.
– He oído que has vuelto.
– Sí, iba a llamarle.
– ¿Tienes a tu hija?
– Sí, está a salvo.
– ¿Dónde?
Bosch vaciló, pero no mucho rato.
– Está conmigo.
– ¿Y su madre?
– Sigue en Hong Kong.
– ¿Cómo os vais a organizar?
– Va a vivir conmigo, al menos por el momento.
– ¿Qué pasó allí? ¿Algo por lo que tengamos que preocuparnos?
Bosch no estaba seguro de qué contarle. Decidió decirlo.
– Espero que no salpique, pero nunca se sabe.
– Te haré saber lo que oiga. ¿Vas a venir?
– Hoy no. Necesito tomarme un par de días para situar a mi hija y pensar en la escuela y esas cosas. Quiero conseguirle un psicólogo.
– ¿Es tiempo blanco o vacaciones? He de anotarlo.
Las horas compensadas se conocían como «tiempo blanco» en el Departamento de Policía de Los Ángeles, por el formulario blanco en el que lo anotaban los supervisores.
– No importa. Creo que tengo tiempo blanco.
– Te lo apuntaré. ¿Estás bien, Harry?
– Estoy bien.
– Supongo que Chu te ha dicho que van a soltar a Chang.
– Sí, lo sé.
– El capullo de su abogado ya ha estado aquí esta mañana para recoger su maleta. Lo siento, Harry, no podemos hacer nada. No hay caso y esos dos peleles del valle no nos van a ayudar a retenerlo por extorsión.
– Ya.
– No ha ayudado que tu compañero se haya pasado el fin de semana en casa. Dijo que estaba enfermo.
– Sí, bueno…
Bosch había llegado al límite de su paciencia con Ferras, pero eso era entre ellos. Todavía no iba a discutirlo con Gandle.
La puerta del edificio se abrió y Bosch vio que aparecía un hombre asiático vestido con traje y portando un maletín. No era Chang. El tipo aguantó la puerta con el cuerpo e hizo una seña a un coche que esperaba calle arriba. Bosch sabía que era el final. El hombre del traje era un abogado defensor muy conocido llamado Anthony Wing.
– Teniente, he de colgar. ¿Puedo volver a llamarle?
– Llámame cuando decidas cuántos días vas a tomarte y cuándo puedo volver a ponerte en la agenda. Entre tanto, encontraré algo para que Ferras lo haga. En comisaría.
– Le llamaré después.
Bosch cerró el teléfono justo cuando un Cadillac Escalade negro pasaba a escasa velocidad y Bo-jing Chang salía de la puerta del edificio de los calabozos. Bosch se interpuso en el camino entre él y el todoterreno. Wing se interpuso entonces entre Bosch y Chang.
– Disculpe, detective -dijo Wing-. Le está impidiendo el paso a mi cliente.
– ¿Es eso lo que estoy haciendo, «impedir»? ¿Y qué ocurre con que él impidiera vivir a John Li?
Bosch vio que Chang hacía una mueca y negaba con la cabeza detrás de Wing. Oyó el portazo de un coche tras él y el abogado dirigió su atención a un lugar situado a la espalda de Harry.
– Grabad esto -ordenó.
Bosch miró por encima del hombro y vio a un hombre con una cámara de vídeo que acababa de bajar del todoterreno. La lente de la cámara estaba enfocada en Bosch.
– ¿Qué hacéis?
– Detective, si toca o acosa al señor Chang de alguna manera, quedará documentado y será ofrecido a los medios.
Bosch se volvió hacia Wing y Chang. La mueca de éste se había convertido en una sonrisa de satisfacción.
– ¿Crees que ha terminado, Chang? No me importa dónde vayas, pero no se ha acabado. Tu gente lo ha convertido en algo personal, capullo, y yo no lo olvido.
– Detective, apártese -dijo Wing, claramente actuando para la cámara-. El señor Chang se va porque es inocente de los cargos que han tratado de urdir contra él. Regresa a Hong Kong por el acoso del Departamento de Policía de Los Ángeles. Por su culpa, no puede seguir disfrutando de la vida que ha llevado aquí desde hace varios años.
Bosch se apartó y dejó pasar al coche.
– Es un mentiroso, Wing. Coja su cámara y métasela por el culo.
Chang se sentó en el asiento de atrás del Escalade, luego Wing hizo una señal al cámara para que ocupara el asiento delantero.
– Ahora tiene su amenaza grabada en vídeo, detective -dijo Wing-. No lo olvide.
Wing entró al lado de Chang y cerró la puerta. Bosch se quedó allí, observando cómo se alejaba el enorme todoterreno, probablemente para llevar a Chang directo al aeropuerto para completar su huida legal.
Cuando Bosch volvió a la escuela, fue al despacho de la subdirectora para preguntar cómo había ido. Esa mañana Sue Bambrough había accedido a que Madeline asistiera a las clases de octavo grado y viera si le gustaba el centro. Cuando llegó Bosch, Bambrough le pidió que se sentara y procedió a decirle que su hija aún seguía en clase y que se estaba adaptando muy bien. Bosch se sorprendió. Su hija llevaba menos de doce horas en Los Ángeles después de perder a su madre y de pasar un fin de semana atroz en cautividad. Harry se temía que el contacto con el instituto fuera desastroso.
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