– No puedo arriesgarme al riesgo potencial de una filtración. Estoy cerca. La he buscado todo el día y sólo he conseguido este número. Creo que pertenece al hombre que la tiene. ¿Puede ayudarme?
Chu no respondió durante un buen rato.
– Si le ayudo, mi fuente en esto estará en la policía de Hong Kong. Lo sabe, ¿no?
– Pero no ha de decirle la razón por la que necesita la información ni a quién se la va a dar.
– Pero si las cosas estallan allí me salpicará a mí.
Bosch empezaba a perder la paciencia, pero trató de evitar que se percibiera en su tono cuando expresó crudamente la pesadilla que sabía que se estaba desarrollando.
– Mire, no hay mucho tiempo. Nuestra información es que van a venderla, casi seguro que hoy mismo; quizás ahora mismo. Necesito esta información, Dave. ¿Puede dármela o no?
Esta vez no hubo duda.
– Deme el número.
Chu dijo que necesitaría al menos una hora para verificar el número de teléfono a través de sus contactos en la policía de Hong Kong. Bosch no soportaba la idea de renunciar a tanto tiempo cuando cada minuto que pasaba su hija podía cambiar de manos, pero no tenía elección. Creía que Chu había comprendido la urgencia de la situación. Cerró el teléfono después de pedirle que no compartiera su petición con nadie dentro del departamento.
– ¿Aún cree que hay una filtración, Harry?
– Sé que la hay, pero no es el momento de hablar de ello.
– ¿Y yo? ¿Confía en mí?
– Le he llamado, ¿no?
– No creo que confíe en nadie. Me ha llamado porque no hay nadie más.
– ¿Sabe qué? Consiga el número y llámeme.
– Claro, Harry, lo que usted diga.
Bosch cerró el teléfono y miró a Sun.
– Dice que podría tardar hasta una hora.
Sun permaneció impasible. Giró la llave y puso en marcha el coche.
– Deberías comer algo mientras esperamos.
Bosch negó con la cabeza.
– No, no puedo comer. No sin saber donde está Maddie. Con lo que ha ocurrido… El estómago… No puedo comer nada.
Sun volvió a apagar el motor. Había decidido que esperarían allí la llamada de Chu.
Los minutos pasaban muy despacio y Bosch sentía que eran muy caros. Repasó sus movimientos desde el momento en que se había agachado detrás del mostrador de Fortune Liquors a examinar el cuerpo de John Li. Se dio cuenta de que su implacable persecución del asesino había puesto a otras personas en peligro: a su hija, a su ex mujer, a una familia completa en el lejano Tuen Mun. La carga de la culpa que ahora tendría que soportar sería la más pesada de su vida y no estaba seguro de que fuera a poder con ella.
Por primera vez puso un condicional en la ecuación de su vida. Si conseguía liberar a su hija, podría encontrar una forma de redimirse. Si no volvía a verla, no habría redención.
Todo terminaría.
Darse cuenta de eso lo hizo estremecer físicamente. Se volvió y abrió la puerta del coche.
– Voy a dar un paseo.
Salió y cerró la puerta antes de que Sun pudiera hacerle ninguna pregunta. Empezó a pasear por el sendero que bordeaba el río. Iba con la cabeza baja, sumido en pensamientos oscuros, y no se fijaba en la gente con la que se cruzaba en el camino ni en los barcos que pasaban a su lado.
Finalmente, Bosch se dio cuenta de que no se estaba ayudando a sí mismo ni a su hija obsesionándose con cosas que no podía controlar. Trató de desembarazarse de la oscura mortaja que le estaba cubriendo centrándose en algo útil. La pregunta sobre la tarjeta de memoria de su hija todavía continuaba abierta y le inquietaba. ¿Por qué había guardado Madeline el número de móvil «Tuen Mun» en su teléfono?
Después de darle vueltas a la pregunta vio por fin una respuesta que se le había pasado antes: Madeline había sido secuestrada. Por consiguiente, le habrían quitado el teléfono. Así pues, era probable que su raptor, no Madeline, hubiera almacenado el número en su móvil. Esta conclusión condujo a una cascada de posibilidades: Peng cogió el vídeo y se lo envió a Bosch. Estaba en posesión del teléfono; podría haber estado usándolo en lugar del suyo para completar el rapto y llevar a cabo el trueque de Madeline por lo que pensara obtener a cambio.
Probablemente fue él quien guardó el número en la tarjeta, bien porque lo estaba usando mucho en las negociaciones, bien porque simplemente quería dejar un rastro si ocurría algo. Por eso lo había escondido en la sal, para que alguien lo encontrara.
Bosch se volvió para llevar esta nueva conclusión a Sun. Estaba a cien metros y vio al hombre de pie fuera del coche, haciéndole señas con excitación para que volviera. Bosch miró el teléfono que tenía en la mano y comprobó la pantalla. No había perdido ninguna llamada y no había forma de que la excitación de Sun estuviera relacionada con su contacto con Chu. Empezó a correr hacia él. Sun volvió a meterse en el coche y cerró la puerta. Harry enseguida se colocó a su lado.
– ¿Qué?
– Otro mensaje. Un SMS.
Sun levantó su teléfono para enseñarle el mensaje a Bosch, aunque estaba en chino.
– ¿Qué dice?
– Dice: «¿Qué problema? ¿Quién es?».
Bosch asintió. Aún había mucha negación en el mensaje; el remitente todavía simulaba ignorancia. No sabía de qué se trataba, pero había enviado ese texto de motu proprio, y eso le decía a Bosch que se estaban acercando a algo.
– ¿Cómo respondemos? -preguntó Sun.
Bosch no contestó. Estaba pensando.
El teléfono de Sun empezó a vibrar. Miró la pantalla.
– Es una llamada. Es él. El número.
– No respondas -dijo enseguida Bosch-. Podríamos estropearlo. Ya llamaremos después. Espera a ver si deja un mensaje en el buzón de voz.
El teléfono dejó de vibrar y aguardaron. Bosch trató de pensar en el siguiente paso que dar en ese juego delicado y mortal. Al cabo de un momento, Sun negó con la cabeza.
– No hay mensaje. Ya deberían haberme alertado.
– ¿Qué dice tu mensaje del buzón de voz? ¿Sale tu nombre?
– No, no hay nombre. Uso el robot.
Eso estaba bien. Algo genérico. El que llamaba probablemente esperaba encontrar un nombre, una voz o algún tipo de información.
– Vale, vuelve a enviarle un SMS. Dile que no hablas por móvil ni por mensajes porque no es seguro. Quieres verlo en persona.
– ¿Nada más? Pregunta cuál es el problema y no respondo.
– No, todavía no. Vamos a alargarlo. Cuanto más tiempo lo prolonguemos, más tiempo le damos a Maddie. ¿Te das cuenta?
Sun asintió una vez.
– Sí, ya veo.
Tecleó el mensaje que Bosch le había sugerido y lo envió.
– Ahora esperemos otra vez -dijo.
Bosch no necesitaba que se lo recordaran, pero algo le decía que la espera no sería larga. La carnada estaba funcionando y tenían a alguien a punto de morder el anzuelo. Apenas había alcanzado esta conclusión cuando llegó otro mensaje de texto al teléfono de Sun.
– Quiere que nos veamos -dijo Sun, mirando la pantalla-. A las cinco en punto en el Geo.
– ¿Qué es?
– Un restaurante en la Costa de Oro. Muy famoso. Estará abarrotado un domingo por la tarde.
– ¿Está muy lejos la Costa de Oro?
– A casi una hora de coche desde aquí.
Bosch tenía que considerar si la persona con la que trataban los estaba engañando enviándolos a tanta distancia. Miró el reloj. Había pasado casi una hora desde que había hablado con Chu. Antes de decidirse por la reunión en la Costa de Oro tenía que llamarlo de nuevo para ver qué había descubierto. Lo hizo mientras Sun ponía en marcha el coche y salía del parque.
– Detective Chu.
– Soy Bosch. Ha pasado una hora.
Читать дальше